Que los grandes medios de comunicación estén, en su mayoría, al servicio de los Gobiernos no es algo que debiera sorprendernos. Contribuyen con su tenaz repetición de ideas elementales a que se acepte como normal lo que no lo es. Así, debería tomarse a chirigota el leer en algunos diarios estadounidenses -y en sus fieles […]
Que los grandes medios de comunicación estén, en su mayoría, al servicio de los Gobiernos no es algo que debiera sorprendernos. Contribuyen con su tenaz repetición de ideas elementales a que se acepte como normal lo que no lo es. Así, debería tomarse a chirigota el leer en algunos diarios estadounidenses -y en sus fieles repetidores europeos- que el Gobierno de Bush se queja dolidamente de la «intromisión extranjera» (entiéndase: iraní) en los asuntos iraquíes.
Eso se asume ya con normalidad y no son pocos los que se indignan por ello, olvidando que la auténtica intromisión que sufre Iraq es la que se inició con la invasión del año 2003 y que todavía no ha concluido. Pero la palabra «intromisión» suena mal aplicada a la acción de «los nuestros», y se tienen como más aceptables otras expresiones: lucha contra el terrorismo, liberación del pueblo iraquí de la tiranía de Sadam o ayuda en la construcción de la democracia. Un machaqueo insistente acaba dando por buena cualquier distorsión de la realidad.
Claro está que existen medios alternativos que permiten otras aproximaciones a la misma realidad, pero su alcance suele ser muy limitado y sus efectos, poco perceptibles. Si en algún lugar de este atribulado mundo se aprecia bien hoy el efecto distorsionador de ciertos medios de comunicación, éste es Israel.
Yonatan Mendel fue corresponsal de una agencia de prensa israelí antes de trasladarse a la Universidad de Cambrigde, donde ahora desarrolla un proyecto de investigación sobre la relación entre el idioma árabe y la seguridad israelí. En el último número de London Review of Books, escribe sobre «Cómo llegar a ser un periodista israelí».
El documento tiene gran valor por proceder de quien ha vivido desde dentro los procesos que narra, y es aconsejable para quienes deseen analizar el papel de la prensa al justificar la ocupación israelí de los territorios palestinos. Empieza reconociendo la calidad y seriedad del actual periodismo israelí, su capacidad para denunciar abusos y corrupciones y para actuar vigilantemente frente al poder. Lo ha sufrido la clase política cada vez que se ha descubierto algún escándalo y ni siquiera el presidente ni el jefe del Gobierno reciben trato de favor cuando cometen errores, incluso en asuntos de su vida privada.
Toda esa loable profesionalidad periodística desaparece en cuanto se roza el asunto de la seguridad nacional. Entonces brota el maniqueísmo más vergonzoso: todo se reduce a un nosotros (los ejércitos) contra ellos (el enemigo). Irrumpe el más típico discurso militar oficial y ya no hay posibilidad de matizar ningún aspecto. Insiste Mendel en que «no es que los periodistas israelíes estén cumpliendo órdenes o respetando un código escrito: simplemente, tienen una opinión favorable de sus ejércitos». Si no la tuvieran, afirma, no serían aceptados por la profesión. Opinión que se manifiesta, sobre todo, en su manera de informar.
Para ellos, las acciones militares de Israel nunca son agresiones, sino «respuestas» a las provocaciones palestinas. El Ejército no «secuestra»: sólo «arresta» o «detiene». Cuando en junio del 2006 el ya famoso soldado Gilad Shalit fue apresado cerca de la frontera con Gaza (lo que acabó provocando las invasiones israelíes de Gaza y del Líbano ese mismo año), una treintena de miembros del Parlamento y ministros del Gobierno palestino fueron arrancados de sus lechos durante la noche, tras una incursión militar en los territorios palestinos, y transferidos a prisiones en Israel, para ser utilizados como rehenes, lo mismo que Hamas había hecho con los soldados israelíes capturados. A pesar de la visible aparatosidad de la ilegal operación, ningún medio de comunicación israelí habló de secuestro, sino de simple detención.
Cuando hay víctimas civiles, se trata de «lamentables incidentes» (y los bebés se describen como «jóvenes»). El ejército nunca asesina. Ni siquiera cuando una bomba de una tonelada cae sobre una zona residencial en Gaza, matando a un terrorista y a catorce personas inocentes, de ellos nueve niños. Se trata, simplemente, de un asesinato selectivo, aceptado por la legislación en vigor. Para los medios, tampoco existen los «territorios ocupados»: son, simplemente «los territorios». Esto transmite la idea de que los judíos son siempre las víctimas, los que actúan en defensa propia; y los palestinos, los atacantes, los que agreden con violencia y sin razón alguna.
Dado que una gran mayoría de los ciudadanos de menos de 50 años debe cumplir un mes de servicio anual como reservistas, un jefe de Estado Mayor comentó: «En Israel, todo paisano es un soldado que tiene once meses de permiso». Salman apostilla que «los medios de comunicación en Israel nunca tienen permiso». Durante doce meses al año se encuadran disciplinadamente al lado de sus ejércitos y transmiten al mundo lo que éstos desean.
La consecuencia de todo lo anterior es que se hace muy difícil para el pueblo israelí tener una idea cabal de una situación que, en realidad, ignora. En esas circunstancias, va a costar mucho alcanzar una solución a tan largo y sangriento conflicto, porque ésta requerirá, en último término, que ambas partes hagan unas concesiones para las que no están preparadas, a causa de una incompleta o tergiversada información.
* General de Artillería en la Reserva