Fue una amarga coincidencia la del jueves 6 de febrero. Horas después de que al menos 15 inmigrantes se ahogasen tratando de entrar en Ceuta, el reportero Jesús Blasco de Avellaneda recibía en Madrid el reconocimiento a su labor informativa en la llamada Frontera Sur de Europa. La Asociación Pro Derechos Humanos de España (APDHE) […]
Fue una amarga coincidencia la del jueves 6 de febrero. Horas después de que al menos 15 inmigrantes se ahogasen tratando de entrar en Ceuta, el reportero Jesús Blasco de Avellaneda recibía en Madrid el reconocimiento a su labor informativa en la llamada Frontera Sur de Europa. La Asociación Pro Derechos Humanos de España (APDHE) premiaba a este periodista por arrojar luz sobre lo que, desde algunas instituciones del Estado, se intenta silenciar: devoluciones de inmigrantes en caliente, abusos de autoridad en la valla de Melilla, desinformación, acoso policial. De todo ello hablamos hoy en GEA PHOTOWORDS.
No va a la guerra, pero dice que informar desde la Frontera Sur de Europa es un trabajo de riesgo. No se considera sospechoso, pero le ha llegado a seguir una pareja de la Guardia Civil por las calles de Melilla. No es tampoco un delincuente, pero en los últimos siete meses le han detenido en tres ocasiones. La última, hace apenas 10 días.
Le han requisado varias herramientas de trabajo: una cámara de video, tarjetas de memoria y hasta un teléfono móvil que aún no le han devuelto. Se le ha acusado de revelar secretos de Estado y atentar contra la seguridad de ciudadanos extranjeros. «Vamos, que decían que yo era uno de los cabecillas de las mafias que traficaban con inmigrantes». Se llama Jesús Blasco de Avellaneda, es periodista y asegura con humildad que le mueve una de las leyes clásicas del oficio: contar lo que otros no quieren que se cuente.
Y lo cuenta. Separa el grano de la paja; el periodismo de la propaganda. Narra, con una mezcla a partes iguales de pasión y dolor, historias como la del maliense Abu Bakr, un ingeniero informático al que denegaron el asilo en Europa durante dos años y que lleva más de un lustro sobreviviendo en Marruecos, muy cerca de la frontera melillense.
«Cuando estuvo en el sur de Argelia, le obligaron a prostituirse para poder conseguir los papeles para pasar a Marruecos. Lleva 7 años en el [monte] Gurugú, comiendo mierda, sobreviviendo de la basura. Ha saltado la valla cuatro veces y las cuatro le ha expulsado ilegalmente la Guardia Civil. Hablas con él y no sabe quién es, no es consciente de la vida que lleva. ¿Tú crees que ese hombre, con las heridas que tiene, que ha perdido todo, hasta la dignidad… tú crees que ese hombre va a pedir permiso para saltar la valla?», se pregunta Blasco. «Si tiene que arrasar a quien tenga delante, lo arrasa».
«Solo he sido capaz de pasar dos noche en el Gurugú», reconoce. «Allí, la comida básica de los inmigrantes es una infusión de acebuche, un árbol con una oliva tan amarga y tan mala que no es apta para el ser humano, se la comen las cabras. O si no, van a las casquerías y cogen las patas de los pollos, las garras, y las asan hasta que se queda como si fuesen un torrezno. Y ya si encuentran fruta podrida en la basura… es gloria bendita. Y luego viene la Delegación del Gobierno diciendo que saltan por las mafias. ¡Si tuvieran para pagar a las mafias, se habrían comprado un bocata, coño! Y se quejan de que tengan móvil… ¡es que sin móvil están muertos! Sin el móvil, no saben dónde saltar; para su familia están muertos, no les envían dinero, pierden el poco arraigo que les pudiera quedar».
Prefiere que hablen los protagonistas de sus reportajes y fotografías, pero no rehúye la confrontación y la denuncia hacia quienes tratan de limitar sus derechos como periodista.
Nació en Melilla, estudió en Madrid y volvió a la Ciudad Autónoma, donde trabaja desde hace 15 años, ya sea redactando en periódicos locales, dirigiendo la sede territorial de Televisión Española o informando por su cuenta… y riesgo. El riesgo de ser ya un viejo conocido en los círculos de poder político y operativo de una población con poco más de 80.000 habitantes censados.
«A mí me han humillado hasta tal punto que he llegado a estar en Melilla con un equipo de la BBC, fixeándoles (ayudando como periodista local), y en la Delegación del Gobierno les han dado permiso para ir a la valla a todos ellos, menos a mí. ¿Por qué? Porque usted es Jesús Blasco de Avellaneda y no puede», cuenta, entre el asombro y la resignación.
«No nos dejan grabar a nosotros, pero luego nos dan las imágenes que a ellos les interesan, de forma sesgada. Es muy fácil, desde un helicóptero de la Guardia Civil, grabar una hilera de hormiguitas negras y decir que son 1.200 inmigrantes que están a punto de asaltar violentamente la valla de Melilla (…) pero es muy difícil subir una triple valla de siete metros llena de cuchillas, agarrados con las manos y los pies, y llevar, como dice la Guardia Civil, piedras, machetes y palos»
Porque, como explica, la práctica totalidad de las imágenes que llegan a las televisiones nacionales sobre los movimientos de inmigrantes en la Frontera Sur, tienen una única fuente: la oficial. La otra versión suele tener la autoría de un reducido grupo de activistas como José Palazón, de organizaciones no gubernamentales como PRODEIN, y del propio Blasco. Es la versión no institucional, aquella que muestra las entregas de inmigrantes a las fuerzas marroquíes en el mar o la devolución ilegal a través de las llamadas zonas en plata de la alambrada fronteriza, donde no hay cámaras o están desactivadas.
Por eso cree que son un objetivo claro para los responsables políticos y de La Benemérita. «La Delegación del Gobierno y la Comandancia de la Guardia Civil de Melilla han planteado esto como una guerra abierta de periodismo y activismo libre contra la Guardia Civil, y esto no es así», se lamenta.
«Yo tengo amigos y familiares dentro del cuerpo. La Guardia Civil es necesaria y hace una labor encomiable en muchos aspectos (…) teniendo falta de medios y falta de recursos humanos. Pero en este caso, no sé si dirigidos por la Delegación del Gobierno o por los mandos, hay un grupo que tiene mucho poder, que no están controlados ni desde Madrid ni desde las instituciones centrales, y que hacen lo que les da la gana. Mandos de fuera de Melilla te dicen que lo que pasa en Melilla, no pasa en ninguna parte. Melilla es la ciudad sin ley para la Guardia Civil».
Y va más allá: «Hay quien dice que la Guardia Civil en Melilla es la Meghannía española, que son como las Fuerzas Auxiliares marroquíes, como diciendo que son un grupo paramilitar. De hecho, hay grabaciones de conversaciones de radio en las que se escucha «Alfa, no sé qué… salir de la zona, que ya habéis terminado vuestro turno». Y, sabiendo que hay agentes que no están de acuerdo con la expulsión de inmigrantes, se los quitan de ahí y los mandan a hacer otras cosas. Y esas grabaciones las tenemos porque nos las han dado Guardias Civiles, o sea que vamos a ser claros».
Ceuta y Melilla, iguales pero diferentes
Horas antes de que Blasco de Avellaneda recibiera el premio de la APDHE y nos concediera esta entrevista, al menos 15 inmigrantes morían cuando trataban de entrar a nado en la Ciudad Autónoma de Ceuta, a través de la playa de El Tarajal. Aunque en un principio el Ministerio del Interior español aseguró que la Guardia Civil no había estado implicada en la operación, algunos vídeos revelaron posteriormente que los agentes habían practicado, también aquí, devoluciones en caliente como las que son habituales en Melilla. Incluso, se llegó a reconocer el uso de material antidisturbios, como pelotas de goma, para detener la llegada de los inmigrantes.
Pese a todo, las muertes de El Tarajal son un caso menos habitual que las situaciones de tensión que se viven en la frontera melillense. «Desde la Península se meten a las dos ciudades en el mismo saco, pero las situaciones de Ceuta y Melilla no tienen nada que ver. Quizás políticamente sí, porque ninguna está dentro del Espacio Schengen ni del Tratado de la OTAN, pero socialmente no se parecen», aclara Blasco. «La brutalidad policial que hay en Melilla, las expulsiones ilegales que hay en Melilla y las mentiras desde las notas de prensa de la Delegación del Gobierno… eso no lo hay en Ceuta. Y el problema grande de inmigración que hay en Melilla, casi no lo hay en Ceuta».
Como ejemplo, los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de las dos ciudades. Aunque en ambos se supera la capacidad máxima, es cierto que en el CETI ceutí las cifras están prácticamente ajustadas, mientras que el centro melillense sufre una sobrepoblación preocupante. «El CETI de Melilla tiene capacidad para 485 personas y ahora mismo estará a más de doble de su capacidad, alrededor de los mil», dice Blasco.
«Es todo una contradicción. Si tú no quieres que salten una valla, no pones una valla. Y si tú no quieres que salten una valla, no haces una ley que diga que una vez que la salten tienen derecho a entrar en un CETI. Ellos están en el Gurugú y dicen: «yo entro en Melilla porque me estás llamando tú». Esto es como los castillos. Si no hubiera nada bueno dentro, no pondrían un muro tan alto. Yo salto la valla porque sé que dentro hay algo mejor que lo que hay fuera».
Borja González Andrés es periodista. Ha trabajado en la agencia de noticias REUTERS, en la Cadena SER y en el Grupo REFORMA de México. Es diplomado en Periodismo Preventivo y Periodismo Internacional por la Universidad Complutense de Madrid y también ha cursado estudios en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Fuente original: http://www.geaphotowords.com/blog/entrevista-gea-jesus-blasco-de-avellaneda/#more-23267