En algunos muros del conjunto de templos de Karnak en la antigua Tebas de Egipto, se encuentran vívidas representaciones de la batalla de Kadesh ocurrida en el año 1.295 a.C. aproximadamente, en la cual se enfrentaron las fuerzas del faraón Ramsés II y las de Muwattali, rey de los hititas. En estas aparece el […]
En algunos muros del conjunto de templos de Karnak en la antigua Tebas de Egipto, se encuentran vívidas representaciones de la batalla de Kadesh ocurrida en el año 1.295 a.C. aproximadamente, en la cual se enfrentaron las fuerzas del faraón Ramsés II y las de Muwattali, rey de los hititas. En estas aparece el soberano egipcio dejando por el piso a sus enemigos y sus carros de combate, a estos cruzando apresuradamente un río huyendo, o a los egipcios llevándolos encadenados al cautiverio; a Ramsés II en una de estas imágenes lo vemos montado en un fastuoso carro de combate, con todos los adelantos bélicos de la época y corceles majestuosos ricamente enjaezados. La proporción de las figuras es de diez a uno en favor del gobernante egipcio. La imagen se puede observar en: www.egiptoaldescubierto.com/?dest=/personajes/ramses2/kadesh/kadesh.html.
Junto a una de las imágenes una inscripción reza: «Ramsés reacciona valientemente, en solitario, y triunfa. A la mañana siguiente, Muwatali pide la paz». Toda una puesta en escena.
Sin embargo al cotejar diferentes fuentes históricas la realidad es muy distinta a la descrita en las imágenes de los templos de Karnak. Es curioso, pero esta es la primera batalla en la historia que podemos reconstruir paso a paso, en todas sus fases, en su estrategia, en su ejecución y armas empleadas. El ejército egipcio realmente cayó en una emboscada con grandes pérdidas. Ramsés II logró huir gracias a la indisciplina de los hititas dedicados a saquear el campamento egipcio. El tratado de paz subsiguiente no fue nada favorable al faraón egipcio. Los grabados de Tebas fueron ordenados por Ramsés II, luego de la campaña, para mostrar a sus súbditos su invencibilidad mediante la representación en imágenes de unos hechos jamás ocurridos como se describen en los grabados; la realidad diferente a la de las imágenes, se reconstruyó tomando en cuenta los hallazgos arqueológicos modernos.
Estas de Karnak son, por consiguiente, las imágenes de los escribas al servicio del poder faraónico; hoy también asistimos a los resultados de escribas modernos, procurando formar barreras al acercamiento de la realidad del presente; se instalan, ya no en las paredes de ciudadelas, se concentran contemporáneamente en el ponderado artilugio de la televisión y especialmente en el telediario cotidiano, siempre sospechoso de trapacerías.
El telediario emplea preponderantemente, como en los templos de Tebas, imágenes, este es su lenguaje; imágenes veloces, fragmentarias, iridiscentes recorren treinta, o sesenta minutos de noticieros prepotentes y ampulosos con su discurso falaz de ser ventana al mundo.
Ahí tenemos a las imágenes noticiosas instantáneas del 2 de mayo del año 2003, George W. Bush jefe de estado de una gran potencia, descendiendo de un portentoso avión, lo más avanzado de su tiempo; sabemos que disfrazado de piloto de combate pues nunca lo ha sido, proclamando como Ramsés II una falaz victoria sobre un pobre pero milenario pueblo de Mesopotamia. Ahí esta el faraón moderno representando a quienes propiciaron la muerte y destrucción, posando sonriente como libertador y benefactor. Las imágenes lo transforman en pacificador triunfal, magnánimo por su generosidad, ahí están las imágenes engalanadas de maquillajes y truculencias (quienes le hacen calle de honor parecen personajes de ciencia ficción), se posan sobre nosotros como verdad irrefutable, hasta que la historia con múltiples fuentes las desnuda como cruel y horrorosa mentira. Una con guión de Hollywood. Todo un montaje. La realidad de múltiples fuentes ha mostrado devastación y dolor en muchos incluso en los invasores.
Las imágenes de la victoria de Ramsés fueron inscritas en lo más respetado de su época: los templos de los dioses; las de Bush fueron expuestas con grandilocuencia en el artilugio más venerado en la actualidad: la televisión. Lo que se busca es su incontrovertibilidad. No hay nada nuevo bajo el sol.
El presente nos encuentra en una era pletórica de hipérboles como las proporciones de la aparición de los protagonistas del poder en la pantalla, ya no de diez a uno como en el Egipto de Ramsés II, sino mil a uno en el occidente a inicios del siglo XXI de Bush, Blair, Merkel, etc.
Las imágenes del telediario con sus vistas espasmódicas y correspondientes lecturas entrecortadas, aparecen como mensajes totalizantes, historias completas, visiones contextualizadas de la realidad, cuando un somero análisis evidencia a aquellas vistas en el papel de fuentes de distorsión de los actos humanos, estos parte de un acontecer histórico de imposible exploración durante unos 80 o 120 segundos promedio de la noticia. Se les adjudica los poderes metafísicos jamás comprobados de permitir la omnicomprensión de la vida, seguramente a causa de expresarse a través del médium tecnológico deslumbrante de la época. La visión captada y transportada a la caja de luces basta por si misma, es un axioma; la imagen es proclamada altisonantemente como neutral. Esta pregunta y contesta olvidándose su acentuado carácter de monólogo; se le adora como un non plus ultra del lenguaje hablado y leído, no requirente de adjetivos y por tanto de pensamientos complejos, de esos que los posmodernos denostan. Se deja de lado que como sucede en las imágenes y lacónicos textos de Karnak, deforma con su unidimensional enfoque obstructor de otros, con su única visión castra, con su falaz ‘esto es lo que ocurre‘ oculta, con su absurda e hipócrita pretensión de ser políticamente independiente, algo que los seres humanos no podemos abrogarnos, deshumaniza; ¿Quién en nuestros tiempos puede racionalmente considerarse triunfador luego de dar muerte a seis cientos mil seres humanos, devastar una nación y procurar bárbaramente su destrucción cultural? Nada de eso dicen las imágenes de Bush en la cubierta del portaviones. Estas repiten embusteramente: ‘decimos todo con poco’, difunden mañosamente no requerir conocimientos previos para entender sus mensajes, no utilizar adjetivos y por tanto no ser tendenciosas. Así lo mencionan con pomposos neologismos ciertos ‘expertos’ en imágenes con poca inocencia dada su paga, cuando alaban a las imágenes como forma de comunicación ideal, así oculten montañas de crímenes de lesa humanidad.
A la sazón, una repetida imagen contemporánea: ¿pueden ser neutrales las tomas de muchachos con su ropa casual arrojando guijarros a hombres seleccionados y entrenados para la lucha con las últimas técnicas de combate callejero, vestidos con armaduras sofisticadas, portando escudos y garrotes fabricados con esmero, respaldados por modernos tanques blindados, arrojando a su vez a aquellos los productos químicos más avanzados de los laboratorios del Pentágono destinados a dispersar protestas, cuando la escena sólo muestra la iracundia de los jóvenes y su huida ante fuerzas en todo superiores? ¿No se controla el significado de las imágenes cuando estas se hacen casi siempre desde el ángulo de quienes respaldan por la fuerza los poderes establecidos? ¿Cuál es la libertad creativa, de la que aquellos ‘expertos’ se enorgullecen, cuando las imágenes tienden a ser las mismas en todo el mundo, y los argumentos y medios de transmitirlas se concentran en un puñado de superficiales técnicos en marketing y de mercaderes insaciables? ¿Qué clase de liberalidad es esa cuando incluso por la fuerza se pretende la imposición de una única fuente de imágenes buscando la desaparición de otras alternativas más allá del discurso oficial?
Tal impacto de estimulación pura que resulta ser la imagen ha conducido a pesar de la inocencia de quienes la enaltecen a identificaciones nada deseables; la imagen ‘neutral’ ha servido muy eficientemente al oprobio de la muerte y la opresión; con su amañada simpleza propaga aquello del progreso al infinito metamorfoseando a los hombres en máquinas, a los símbolos los ha vaciado de su a veces milenario significado, a un mejor mañana para todos, lo ha decantado en el derroche de unos pocos; miremos los infundios de la publicidad para persuadiremos de esto.
La historia de las imágenes televisivas, esa no conocida precisamente mediante estas, revela a los espectadores atados por las estimulaciones al desprecio por la vida humana, e impulsados a la agresión indiferente de sus congéneres; los informativos de la Alemania nazi gritaban con impudicia esto. En la Segunda Guerra Mundial, a las secuencias pobres de hechos bélicos, atosigantemente se les llenó de autenticidad como el videoclip del telediario tendencioso de hoy, estimulando la irreflexión. El Ministerio de Propaganda nazi siempre pretendió proporcionar credibilidad a lo increíble, veracidad a lo inverosímil, con la cercanía del suceso de guerra y su aparición en pantalla, es la instantaneidad hoy lograda como avance insuperable. La velocidad procuró en el público de los años cuarenta en la Europa ocupada por el régimen de Hitler, sentir efectos de incontroversialidad en las imágenes ofrecidas por la propaganda de agresión; realidad y reflejo de esta en unión simbiótica. Los telediarios del presente, siguiendo al precursor noticiero fílmico nazi, buscan con ensañamiento fundir estos dos conceptos, cuando son dos cosas distintas, eliminando el tiempo para el pensar, para discernir, para distinguir. Esta inmediatez que significa la unificación artificiosa de una realidad con su representación, entraña una situación de emergencia invocante de la inconciencia; los poderes exorbitantes de los dictadores romanos, aunque protempore, lo acreditan. Es el acontecimiento previsible e inminente quien genera la contención de análisis profundos, de distinción de situaciones; es la dictadura, el autoritarismo de quienes definen una limitación general a libertad como beneficio postergado para todos. Es el Patriot Act, el Estado de Emergencia, el golpe de estado legalizado; son los habitantes de un país sin derechos. Todo autócrata quiere ver sus órdenes obedecidas con premura, al instante, es decir, sin causas ni consecuencias, cualquier tirano por tanto ha de buscar la ausencia de ‘porqués’, de esos que la imagen nunca da cuenta.
La democracia real implica la espera de una decisión discutida y tomada colectivamente en sociedad; la exploración de causas y consecuencias. Lo referente al beneficio común necesariamente debe ser discutido, y a mayor número de participación aumentan los puntos de vista y con ello posibles soluciones o problemas no auscultados. Por tanto los debates son demoras o trabas burocráticas para el autoritarismo, pues a medida que se aúnan opiniones, el núcleo del problema va tomando forma y tamaño, que tan sólo se aprecia en su dimensión cuando se escucha a todos los implicados. Las imágenes noticiosas siempre inducen a un ya, a un ahora, a un ipso facto; la represión-estimulación se proclama a los cuatro vientos en el videoclip instantáneo del telediario, la imagen del ‘en vivo’ lo impone a los espectadores. Nada hay por analizar, no hay tiempo para amplias controversias; las imágenes son enunciado y conclusión en un solo momento, alfa y omega. Representan el dogma contemporáneo por excelencia. Hay algo de principio teológico en todo esto, pues la imagen noticiosa ‘en directo’ es principio y fin.
En la práctica, esta primera década del siglo hace pensar en la democracia viva como una utopía, el vértigo forzoso lo impide. Los medios de conocimiento de la realidad producen todo tipo de sensaciones de la velocidad de hechos superpuestos en el tiempo y casi en el espacio, en especial en el revoltijo de imágenes difusas denominado telediario. Mediante este vértigo deslumbrante de lo dicho y visto, todo se olvidará rápidamente, pues una imagen de emergencia sigue a otra como una ola a otra en procura de la playa. ¿Quién recuerda más de dos noticias del telediario de ayer? Para las imágenes del telediario cada día es el primero y el único, pues el ayer no existe y el mañana se pone en la mente en imágenes de amenazas verídicas e imaginarias, o de las fantasiosas seguridades del sempiterno libreto de las fuerzas del orden.
Sin embargo, estas imágenes omnipresentes se resienten como insuficientes al explicar realidades, si no van acompañadas de palabras. Hegel afirmaba que la acción es la voluntad persiguiendo un fin, teniendo conciencia de él, así como del resultado final. Por tanto la mera descripción fílmica de una acción no es suficiente para comprender toda la fuerza de la voluntad en mujeres y hombres, la conciencia y azar apoderándose y rondándonos en un día cualquiera. Si no se cree en esta dependencia de las imágenes frente a las palabras, se puede omitir el sonido en un noticiero, para comprobar que las meras acciones reproducidas en la caja de luces son muy precarias para comprensión de lo sucedido.
Como si el entendimiento de los hechos no fuera menoscabado sistemáticamente en ese templo virtual de la imagen descontextualizada, que es el noticiero, este emplea efectos especiales con su nuevo aspecto de un espacio más de la ambiciosa industria del entretenimiento. Son ya usuales en los noticieros las secuencias editadas como las películas de aventuras: música melindrosa, cámaras a diversas velocidades, recreaciones, histrionismo de los reporteros, o el suspenso estratégicamente inducido. El telediario en la programación de un canal privado cualquiera, tesoro de un oligopolio en los inicios del siglo XXI, es así mismo una continuación de la mirada de la realidad expuesta por las imágenes destinadas a distraer en vez de dar a conocer; no hay contradicción entre noticias (realidad) y filmes de acción (ficción), uno y otro se complementan. He ahí las películas de guerra, de espionaje de la CIA, de amenazas al presidente de la superpotencia, de irracionales ‘terroristas’ preponderantemente fanáticos árabes o con la maldad y chabacanería de narcotraficantes indispensablemente latinoamericanos. Las imágenes espectaculares pero censuradísimas de la guerra real, las del ocultamiento de las intrigas del Departamento de Estado, o las de la persecución de la delincuencia local, se continúan casi imperceptiblemente, con otras tantas de la guerra de ficción con material verdadero de guerra en los productos de la industria del entretenimiento, pues el Pentágono colabora gustosamente con la más grande fábrica de distracción de este tiempo, a cambio de la revisión de los guiones de las películas, controlando no ‘dañar la imagen’ de las FFMM gringas. Entonces se forma convenientemente una continuidad argumental de imágenes, entre lo dicho en el noticiero y lo subsiguiente o anterior del engendro hollyvudesco. Un prolongado guión unificado a acomodo del orden establecido. Esto es lo resultante del telediario acompañando películas como Armagendon, El Chacal, Pear Harbor, Juegos de Patriotas, La Caída del Halcón Negro, A La Caza Del Octubre Rojo, Top Gun, Avión Presidencial, El Instructor, Día de la Independencia, El Protector, y un largo etcétera. El reforzamiento de este esquema realidad-ficción aún más se evidencia si tenemos en cuenta que inverecundamente estos productos del cine comercial son expuestos, varias veces al año casi en los mismos horarios sin el menor reato de conciencia.
Estas películas de guerra, de ataques terroristas, etc., de alguna forma transmiten la sensación de una guerra real en el noticiero como mera prolongación de la ficción sin consecuencias mortales y ambientales para millones de seres humanos; realidad y ficción fundidas para no reconocerse una sin la otra. Las imágenes de la realidad se yuxtaponen en la mente del espectador a su vez como una película con múltiples efectos especiales; todo un truco.
Constatamos así la coherencia de la programación televisiva diaria tanto en el plano ideológico de las imágenes expuestas. Es un machacar y machacar de la cultura de masas, una repetición indolente de esquemas ideológicos variados superficialmente, dejando intacto el mismo contenido. Se refuerzan los estereotipos y a la vez las grandes ganancias.
Del lenguaje de la imagen Umberto Eco ha resaltado su empleo como instrumento de sociedades paternalistas mediante iconos concretos y persuasivos; todo está en la imagen y nada puede encontrarse fuera de ella. Todos los sentidos humanos más el intelecto, desarrollado durante millones de años, inclinados casi de repente ante uno de aquellos: la vista. Y todos hemos sido víctimas de esta en algún momento.
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Bibliografía
– ElAlba de Las Civilizaciones.
– Poder de la Propaganda e Las Guerras del Siglo XIX. Ingrid Shulze
– Propagandas Silenciosas. Ignacio Ramonet.
– Destrucción Cultural de Iraq. Fernando Báez
– Apocalípticos E Integrados. Humberto Eco 1977
– Hijos de la Guerra: La Vida Cuando Callan Las Bombas y Los Micrófonos. Magda Bandera
– El Estado Seductor. Regis Debray.
– Televisión Pantalla e Identidad. Omar Rincón, Mauricio Estrella
– De Caligari a Hitler. Siegfried Kracauer