Un océano separa a Suecia de cualquier país de Latinoamérica; una distancia que no sólo es geográfica, sino también cultural. Por donde se mire, se encuentran las diferencias: en la puntualidad, en las comidas, en la forma de vestir, de alegrarse, disfrutar y trabajar; también en los paisajes y en el clima. En cambio, cuando […]
Un océano separa a Suecia de cualquier país de Latinoamérica; una distancia que no sólo es geográfica, sino también cultural. Por donde se mire, se encuentran las diferencias: en la puntualidad, en las comidas, en la forma de vestir, de alegrarse, disfrutar y trabajar; también en los paisajes y en el clima.
En cambio, cuando se reúnen 20 periodistas latinoamericanos y hablan del ejercicio del oficio en cada uno de sus países parecería que cuentan la misma historia con distintos personajes. Eso se hizo en Fojo, en el Instituto de Formación Profesional de Periodistas, ubicado en Kalmar, en el sur de Suecia, durante la tercera versión del curso Periodismo y Democracia.
Las condiciones salariales y laborales están de regulares para mal; los riesgos cada vez son mayores, no sólo para la integridad física sino también para la libertad de prensa y de expresión; los escenarios políticos son complejos; el acceso a la información casi no existe; la credibilidad va cuesta abajo; hay sesgos informativos y prejuicios; la pluralidad está en peligro de extinción? La enumeración es larga.
Cuando estos periodistas -de Bolivia, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Perú y Venezuela- se encuentran con sus colegas de Suecia, las diferencias pegan de frente.
Las «ventajas» suecas
El acceso a la información en Suecia es un derecho de toda la ciudadanía desde 1766, lo cual facilita el trabajo periodístico, porque todo funcionario público tiene la obligación de ser transparente y, además, de responder rápidamente ante cualquier solicitud de la prensa.
Los periódicos han separado la información de la opinión y sus propietarios hacen explícita su posición política, sin que esto interfiera en la difusión de las noticias. La Radio Nacional de Suecia, creada en 1925, y la Televisión Nacional Sueca, en 1956, son medios públicos desde su nacimiento y un Consejo Regulador se encarga de recibir las denuncias de parcialidad.
Las empresas periodísticas cuentan con lo último en tecnología. Las oficinas son amplias y confortables, y nadie trabaja más de ocho horas diarias sin recibir la compensación adecuada. Su poderoso sindicato se asegura de ello y de que se respeten sus derechos laborales. De los nueve países representados en Fojo, sólo en Venezuela se pagan las horas extras.
La cultura y el conocimiento acumulado están al alcance de la mano en bibliotecas públicas e institucionales. La de Kalmar tiene 370.000 publicaciones y la de la Academia Sueca, en Estocolmo, especializada en literatura, 200.000 títulos; la de la Radio Nacional de Suecia tiene 60.000.
Además, tienen a Fojo, un instituto que desde hace 30 años está capacitando a periodistas de Suecia y de diferentes países, en diversas áreas del quehacer profesional, haciendo énfasis en el rol fundamental del periodismo para la democracia.
Un programa especial financiado por la Agencia Sueca para el Desarrollo Internacional permitió que, durante tres años consecutivos, entre 2006 y 2008, 60 periodistas latinoamericanos pasen por las aulas de Fojo bajo la guía de los profesionales Lars Mogensen y Micael Lindholm.
El otro lado de la medalla
Sin embargo, ni aun así se puede decir que el periodismo en Suecia es inmejorable. En primer lugar, tienen estrictas reglas éticas, pero no siempre las cumplen, tal como ocurre en Latinoamérica, en general.
Un periodista en Suecia no puede opinar, no puede tener una columna propia o un blog para decir lo que piensa. El periodista uruguayo Alberico Lecchini, que radica desde hace 24 años en este país y trabaja en Radio Nacional de Suecia, ni siquiera había considerado esa posibilidad.
Sin caer en el libertinaje de opiniones que se puede encontrar en Latinoamérica, generalmente bajo la fachada de la noticia, los periodistas en Suecia se encuentran en el extremo opuesto.
Existe autocensura sobre temas considerados tabú, entre ellos el suicidio, un asunto que genera polémica, pero que no deja de ser un problema social que demanda atención. El periodista boliviano Pablo Dalence, quien trabaja para Televisión Nacional Sueca, sostiene que de esas muertes poco o nada se dice, obviamente en el marco de la responsabilidad y el respeto. La autocensura en Latinoamérica tiene otras temáticas.
Ocurre lo mismo con la segregación que sufren miles de inmigrantes que habitan especialmente en los suburbios de Estocolmo. Desde allí se trasladan hasta el centro de la ciudad donde realizan trabajos de limpieza y cuidan a personas ancianas, suecas y suecos, entre otras tareas. Los espacios están bien definidos: hay un mundo dentro de otro mundo, uno subordinado al otro.
De forma independiente, Dalence ha trabajado dos reportajes que ponen en evidencia la existencia de racismo encubierto y explotación laboral contra inmigrantes, pero hasta ahora no ha encontrado un medio de comunicación que los publique.
Radio Nacional de Suecia, que no difunde publicidad, porque se financia con la tasa mensual que se aplica a todos los aparatos que captan la señal de televisión abierta, no pudo investigar un caso de corrupción en el sector privado, por encontrarse en una reestructuración que duró cuatro años. Ahora hay más ajustes y despedirán a unas 500 personas, pues su presupuesto es insuficiente. El sindicato no podrá evitarlo.
Suecia ocupa los primeros puestos en cuanto a la igualdad entre hombres y mujeres, y eso se percibe en las calles, sobre todo cuando se trata del cuidado de hijos e hijas. Pero en una de las plazas de Estocolmo se levanta un gran letrero: por un lado se ve una pareja sonriente y, por el otro, esa pareja se convierte en un hombre violento y una mujer golpeada.
Y es que la violencia contra las mujeres persiste, de eso también se habla poco o, por el contrario, sirve de tema para los medios sensacionalistas. Las sanciones para los agresores son drásticas, pero eso no impide la violencia sicológica que es más patente entre la población inmigrante. Las mujeres ya saben lo que no pueden ni deben hacer, dice Ana Loureiro, una uruguaya que dejó su país hace cinco años.
La igualdad tampoco se refleja en los periódicos. Si no sabes sueco, el contenido se puede medir también a partir de las fotografías y en éstas predomina lo masculino. La selección femenina de fútbol de Suecia está entre las más importantes del mundo, pero su presencia en los suplementos deportivos no tiene la misma frecuencia que la de varones.
La mujer como objeto también es promocionada por algunos medios como el Aftonbladet, uno de los de mayor tiraje en Suecia, con 400.000 ejemplares diarios. Su revista Sofis Mode, dirigida a muchachas adolescentes, es una muestra de ello y de la motivación al consumismo.
Este medio también reafirma roles que parecían superados en Suecia. La revista destinada a su público femenino hace énfasis en todo lo relacionado al cuidado del hogar y las que están dirigidas a los varones tratan de carros y deportes donde están ausentes las mujeres.
Esos problemas también existen en Latinoamérica, además de los otros. En definitiva, las sumas y restas de las diferencias y similitudes dan como resultado una evidencia: los periodistas en Suecia o en Latinoamérica aún tenemos mucho por hacer y por decir para cumplir a cabalidad con nuestra misión de informar.