En uno de sus textos más imprescindibles, el gran geógrafo brasileño Milton Santos delineó el escenario que hoy se consolida: «la instrumentalización por los medios de comunicación» de intelectuales que trabajan dentro de las organizaciones del sector, o que, vinculados a la academia, al mercado o a instituciones específicas, con ellas se entrelazan por convergencias […]
En uno de sus textos más imprescindibles, el gran geógrafo brasileño Milton Santos delineó el escenario que hoy se consolida: «la instrumentalización por los medios de comunicación» de intelectuales que trabajan dentro de las organizaciones del sector, o que, vinculados a la academia, al mercado o a instituciones específicas, con ellas se entrelazan por convergencias político-ideológicas y motivaciones otras. No escapó a la aguda percepción de Santos que la reputación del intelectual ya no depende del valor de su obra y de la fuerza de su toma de posición; ahora, se confunde con la consagración por los engranajes mediáticos, basada en la visibilidad alcanzada por la inserción en los vehículos. De ahí la reacción del autor contra el declive de la figura del intelectual crítico en la sociedad de pantallas y monitores: «Nuestro trabajo no es producir flashes, frases, sino ayudar a producir conciencia. La cautela del intelectual ante los medios televisivos no significa rechazarlos, porque él necesita difundir su trabajo. Pero es necesario ser prudente, prudencia que viene solamente de la conciencia plena del papel que tenemos para ejercer.»[1]
En efecto, la mayoría de los espacios de opinión en los medios hegemónicos está actualmente ocupada por dos tipos de intelectuales: aquellos formados dentro de las propias empresas o por ellas proyectadas (articulistas, columnistas, comentaristas, guionistas, etc.), en sintonía con sus principios y prioridades; y los seleccionados externamente por las corporaciones a partir de sus especializaciones profesionales o académicas, y, sobre todo, por sus perfiles ideológico
En el primer caso, el politólogo brasileño Carlos Nelson Coutinho observó que «los medios de comunicación crean su intelectual orgánico», es decir, cuadros que hacen su aprendizaje y ascienden según patrones fijados por los propios medios, con menos autonomía y creatividad. «Son orgánicamente constituidos como intelectuales mediáticos, como productores culturales de los medios. Esto empobrece el proceso de creación. El potencial crítico disminuye en la medida en que el intelectual ya no es la figura que, aún limitada por el universo estético y político de los medios, mantenía un cierto distanciamiento crítico. «[2]
En el segundo caso, los conglomerados mediáticos eligen una especie de fuerza-tarea de analistas que congrega a economistas, consultores financieros, ejecutivos de bancos, politólogos, juristas, sociólogos, diplomáticos jubilados y empresarios, entre otros. Sus intervenciones, legitimadas por el desempeño en sus áreas de actuación, no se apoyan solamente en razones técnicas, pues se alinean a idearios políticos, económicos y culturales tendencialmente conservadores, en grados distintos.
Jean-Paul Sartre analiza el papel destacado de muchos expertos como «técnicos del saber práctico». Pertenecen a una categoría de intelectuales que ejercen sus actividades conservando relaciones próximas con el orden vigente, lo que significa establecer confluencias con concepciones de mundo de clases e instituciones hegemónicas. Según el filósofo francés, al validar la ideología dominante como eje de autoridad y poder, los expertos abdican de cualquier sentido contestatario y ponen los intereses universales al servicio de ambiciones particulares [3]. Su función es «implícitamente transmitir valores (cambiándolos, de acuerdo con las necesidades, para adaptarlos a las exigencias de la actualidad) y de combatir, cuando necesario, los puntos de vista y los valores de todas las demás clases, argumentando con sus conocimientos técnicos «[4].
Sartre se refiere al carácter elitista de intelectuales de la burguesía en su propensión a apoderarse de la palabra y de la opinión en la arena de la sociedad civil – un ámbito de múltiples relaciones de poder, lugar de disputas entre fuerzas sociales en la formación de las mentalidades y la definición de agendas públicas. Estos intelectuales intentan realzar visiones que contribuyan para mantener las hegemonías constituidas; por lo tanto, toman partido en la batalla de las ideas frecuentemente en defensa del establishment. Para el cumplimiento de su misión, se valen de los instrumentos de elaboración discursiva de los medios, así como de la exposición pública, «siempre de acuerdo con los raciocinios admitidos por la burguesía» [5].
Los sectores preponderantes de los medios manifiestan preferencia por expertos que, por sus trayectorias y posicionamientos, no representan riesgos de contra-facción ideológica. Ellos buscan construir narrativas que expliquen los acontecimientos asumiendo perspectivas afines con los intereses del mercado, de las jerarquías políticas, de los lobbies empresariales y de las corporaciones mediáticas, alimentando la espiral de reproducción del sistema. «Por lo tanto [el experto] no puede ser un inquisidor notable, un cuestionador que traiga nuevos ángulos a la discusión o entonces un intelectual que desmitifica el glamour de determinado tema», resume el periodista Luis Nassif, que fue columnista y miembro del consejo editorial del diario Folha de S. Paulo [6].
No es difícil verificar, principalmente en el noticiero económico, el descarte de críticos del neoliberalismo en favor de analistas que priorizan el examen de temas como las tasas de interés, la rentabilidad de las inversiones y los índices de las bolsas de valores. En sus discursos, utilizan abundantemente palabras y expresiones del léxico neoliberal: «ventajas competitivas», «flexibilización», «optimización», «gestión del negocio», «racionalización de costos».
Conviene dejar claro que el problema en sí no es lo que piensan los expertos, inclusive porque varias de sus interpretaciones encuentran respaldo en algunos segmentos sociales. Si no fuera así, Fox News, perteneciente a la colosal News Corporation, del magnate Rupert Murdoch, no estaría liderando desde hace casi dos décadas, incluso en la era Donald Trump (a quien Murdoch apoyó en la campaña presidencial de 2016), la competencia entre los canales de noticias de la televisión paga en los Estados Unidos. A lo largo de la programación diaria, los comentaristas, con evidente sesgo conservador, abordan temas políticos y cuestiones polémicas (en el vídeo aparece la hashtag #FoxNewsSpecialists). Lucy Dalglish, directora de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Maryland, atribuye el éxito de Fox News a la falta de competencia dentro del nicho de audiencia en que se concentran sus espectadores fieles: «Ellos saben cómo alimentar el apetito de la audiencia conservadora» [7].
Los economistas del poder, de la academia o del trade financiero son entrevistados sucesivamente en programas de radio y televisión, periódicos, telediarios, revistas y portales de internet, la mayoría de ellos diciendo, en esencia, la misma cosa, sólo con atajos argumentativos propios. Esta previsibilidad evidencia los criterios que orientan las pautas, siempre que los expertos son llamados a opinar. No pasa desapercibida la opción deliberada por asuntos que hacen relucir la doxa neoliberal: Estado mínimo, autonomía de los mercados, ajustes fiscales, privatizaciones, contención de gastos públicos, reducción de las inversiones sociales, supresión de derechos laborales, etc.
Dependiendo de las intenciones de cada programa, de vez en cuando son invitados opositores de las políticas neoliberales para compartir la mesa de debates. Pero debemos cuestionar si esa esporádica inclusión de expresiones disonantes representa una apertura circunstancial al pluralismo, o si, tan sólo, es una manera de disimular la insistencia del pensamiento único.
Cuando, por ejemplo, se aprueba una ley de alcance social que afecta la lógica excluyente del sistema económico, no tardan en aparecer expertos para alertar sobre los «maleficios», los «enormes costos», «los graves riesgos», los «desequilibrios» supuestamente provocados por las medidas. Si, al contrario, las grandes empresas son favorecidas con reducciones tributarias, renuncias fiscales o financiaciones a bajo interés en bancos públicos, la fuerza-tarea es de inmediato accionada para enaltecer los «impactos positivos» y los «beneficios productivos». En cualquiera de las hipótesis, interfieren como elementos de presión permanente.
En tal contexto, crece el poder de un restringido número de periodistas cuyos puntos de vista guardan proximidad con las directivas editoriales y políticas de los medios. Los nombres, digamos, «confiables» (que no representan el conjunto diversificado de la categoría profesional) disponen de un verdadero arsenal de canales, incluyendo aquellos vinculados a oligopolios, para diseminar sus veredictos. Actúan simultáneamente en la televisión y en la radio; tienen columnas en diarios y revistas; mantienen blogs en internet: publican libros; participan de eventos empresariales y académicos; y están presentes en redes sociales, donde sus páginas atraen a miles o millones de seguidores. Si sus apreciaciones refuerzan constantemente las líneas de análisis de los editoriales de las empresas que los contratan, tenemos una pista para entender el lugar privilegiado que los intelectuales mediáticos ocupan en la cadena productiva. Percibimos también por qué ellos ocupan espacios multiplicados de divulgación. Es un intercambio de conveniencias: a la sujeción de los autores a las prescripciones sobre los contenidos que deben o no ser difundidos corresponden retribuciones ventajosas, a comenzar por el prestigio y la visibilidad en el primer plano de la escena mediática.
Podemos concluir que las voces autorizadas por los grupos mediáticos están lejos de ofrecer variedades argumentativas. Aunque sus discursos tengan la pretensión de, hipotéticamente, reflejar la «voluntad general», en verdad operan, en diversas ocasiones, como voceros informales del poder económico y del conservadurismo político, a los cuales se ligan por intereses cruzados y complementarios.
El fin último del trabajo ideológico-cultural de los medios y sus epígonos intelectuales consiste en influir, en la medida máxima de lo posible, en los modos de conocimiento de los hechos por parte del público, o de sus fracciones más susceptibles, con los énfasis e idiosincrasias de cada vehículo. El propósito subyacente es persuadir a la audiencia a incorporar determinados prismas de revelación de la realidad, por más imprecisos, distorsionados o facciosos que puedan ser.
Cuando los mecanismos de control de la opinión se exacerban, sobresalen la intolerancia al disenso y el ocultamiento de discordancias, que caracterizan la falta de diversidad. Como resaltó George Orwell, «quien desafía la ortodoxia dominante se ve silenciado con sorprendente eficacia» [8].
Notas
[1] Milton Santos, «O intelectual, a universidade estagnada e o dever da crítica», in Dênis de Moraes (coord.). Combates e utopias: os intelectuais num mundo em crise. Río de Janeiro: Record, 2004, p. 167-172.
[2] Carlos Nelson Coutinho, «Intelectuais, luta política e hegemonia cultural», in Dênis de Moraes (coord.). Combates e utopias: os intelectuais num mundo em crise. Río de Janeiro: Record, 2004, p. 319.
[3] Jean-Paul Sartre. Em defesa dos intelectuais. São Paulo: Ática, 1994, p. 23 e 29.
[4] Ibidem, p. 23.
[5] Jean-Paul Sartre. Situations, X: politique et autobiographie. Paris: Gallimard, 1976, p. 57.
[6] Luís Nassif, «Os intelectuais da mídia», Folha de S. Paulo, 13/02/1999.
[7] Lucy Dalglish mencionada por Isabel Fleck, » Canal americano Fox News aumenta influência sob Trump», Folha de S. Paulo, 04/07/2017.
[8] George Orwell. Como morrem os pobres e outros ensaios. São Paulo: Companhia das Letras, 2015, p. 223.
Dênis de Moraes es doctor en Comunicación y Cultura por la Universidad Federal de Río de Janeiro, investigador del Consejo Nacional de Desarrollo Cientifico e Tecnológico (CNPq), de Brasil, e investigador visitante en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, de París, Francia. Autor de Medios, poder y contrapoder (con Ignacio Ramonet y Pascual Serrano, Buenos Aires, Editorial Biblos), Crítica da mídia e hegemonia cultural (Río de Janeiro, Editorial Mauad) y La cruzada de los medios en América Latina (Buenos Aires, Editorial Paidós), entre otros libros.
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