Hasta ahora Bush y los demócratas habían dirimido su disputa por la Casa Blanca en la grandes cadenas informativas, valiéndose principalmente de la propaganda «en negro» lanzada por medio de golpes de efecto psicológico con objetivos electorales presentados como «información objetiva». Así, por ejemplo, los demócratas se valieron de las denuncias sobre torturas a presos […]
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Así, por ejemplo, los demócratas se valieron de las denuncias sobre torturas a presos iraquíes por soldados estadounidenses, o de las clásicas apariciones de ex asesores «arrepentidos» acusando a la administración Bush; en tanto que desde la Casa Blanca se realizó el habitual «aprovechamiento electoral» con las incontables apariciones de Al Qaeda por el universo «informativo» de la prensa internacional.
Hay que aclarar que la propaganda encubierta (tipo Al Qaeda o «torturas en Irak») produce resultados demoledores, dado que el público masivo de la televisión, la radio o los diarios, la consume ignorante de los intereses y objetivos políticos que vehiculiza, y creyendo que se trata de noticias que no conllevan otro ánimo que el de informar.
La propaganda encubierta se enmarca dentro del concepto de «guerra psicológica», o «guerra sin fusiles», que fue acuñado, por primera vez, en los manuales de estrategia militar de la década del setenta
En su definición técnica, «guerra psicológica», o «guerra sin fusiles», es el empleo planificado de la propaganda orientada a direccionar conductas, en la búsqueda de objetivos de control social, sin recurrir al uso de la armas.
Los ejércitos y los tanques, son sustituidos por expertos en comunicación de masas.
Como en la guerra militar, un plan de guerra psicológica está destinado a: aniquilar, controlar o debilitar, las defensas del enemigo.
La función de la conquista, o la represión militar, se revalorizan dentro de métodos científicos de control social, y se convierten en una eficiente estrategia de dominio sin el uso de las armas.
La peligrosidad extrema de la propaganda «en negro» estriba en que es presentada como si fuera una «noticia» por medios que el sistema cataloga como «creíbles y serios».
Así por ejemplo, la guerra psicológica entre Bush y Kerry se desarrolla desde titulares y textos informativos del The New York Times, The Washington Post, Reuters, CNN, Associated Press, etc, medios que son considerados como «fuentes confiables» hasta por alguna prensa considerada «alternativa».
A nadie se le ocurre pensar que esas estructuras mediáticas son empresas capitalistas que comercializan y lucran con la información, así como otras lo hacen con petróleo, con armas, o con especulación financiera.
Además los grupos controladores de grandes consorcios mediáticos como los citados están asociados, por medios de infinitas redes y vasos comunicantes, a los lobby empresariales que digitan el poder real tanto en EEUU como en el resto del mundo.
La propaganda «en negro» (sea para Bush o para Kerry) se define por el grado de compromiso o de apuesta comercial que hacen esos grupos mediáticos con el actual presidente o con el candidato demócrata a ocupar la Casa Blanca.
La guerra por Internet
Simultáneo a este frente principal de batalla mediática los candidatos desarrollan la propaganda convencional «en blanco» de sus giras y discursos electorales, cuyos objetivos están explicitados y sus resultados son infinitamente inferiores a los conseguidos con la propaganda «en negro».
Un tercer frente de batalla se desarrolla en Internet donde ambos candidatos, Bush y Kerry, han decidido trasladar sus aburridos argumentos destinados a idiotizar cibernautas que se los toman en serio (o en broma) , o que, por lo menos se creen que atacando a uno u otro pueden torcer el rumbo del Imperio estadounidense.
En la web de Bush (en una especie de divertimento casi infantil comparado con la propaganda «en negro» diseñada por la CIA) se emplean imágenes de Hitler para denostar a la imagen de Kerry.
El video -que el Partido Republicano envió por correo electrónico a seis millones de simpatizantes y ahora ha retirado del sitio- arremete contra Kerry y otros prominentes demócratas como Al Gore o Howard Dean, e incluso el cineasta Michael Moore, director del controvertido filme Fahrenheit 9/11, y propagandista desembozado del Partido Demócrata por medio de sus ataques a Bush.
Este «webmercial» de 87 segundos, que comienza con el mensaje «Los rostros del partido demócrata de John Kerry», muestra en dos ocasiones la imagen grotesca de Adolfo Hitler pronunciando una arenga en alemán.
Bush comenzó a «atacar» a su rival en febrero con un vídeo titulado Sin principios, en el que criticaba los favores con los que Kerry supuestamente agradece las contribuciones a su campaña.
En la web del Comité Nacional Republicano (www.gop.com), mientras tanto, se puede jugar al «Kerryopoly», una peculiar versión del clásico Monopoly en la que se salta por las numerosas propiedades del demócrata (la mayoría pertenecientes a su mujer, heredera del imperio de la salsa ketchup gracias a su primer matrimonio).
El «Kerryopoly» también refleja algunos gastos del acaudalado senador por Massachusetts, como un corte de pelo por mil dólares, una bicicleta de montaña por ocho mil o los derivados de sus paseos en su imponente yate.
Los republicanos también ridiculizan al candidato demócrata con cómics que muestran a un delgadísimo Kerry con aspecto de lagartija embutida en un esmoquin.
Los demócratas, por su parte, han hecho lo suyo revelando (salvo las animaciones que son creativas) la misma limitación imaginativa de sus adversarios republicanos.
La web de campaña de Kerry (www.johnkerry.com) incluye, por ejemplo, el video «Se ha acabado el tiempo», en el que un contador electrónico cuenta las promesas de campaña que Bush no ha cumplido durante su mandato.
Otro «webmercial» de un minuto titulado «El primer presupuesto de Bush» utiliza animación computarizada para mofarse de los planes presupuestarios de Bush, que aparece como un colegial en apuros para resolver unas sencillas sumas y restas.
Estos videos apuntan a explotar las normas y características comerciales del ciberespacio, que es mucho más barato que la televisión, y los anuncios pueden ser todo lo largos o cortos que se desee.
«Haces un anuncio, lo colocas en tu página web y no tienes que pagar por un espacio en la televisión», señaló a varias agencias Carol Darr, directora del Instituto para la Política e Internet de la Universidad George Washington.
«Si es lo suficientemente escandaloso, también lo recogerán los medios tradicionales», agrega Darr.
A ello se suma otra ventaja: los anuncios en Internet no requieren que los candidatos den explícitamente su aprobación, a diferencia de lo que ocurre en los medios tradicionales donde, en virtud de una ley promulgada el año pasado para reducir la animosidad, deben suscribir la publicidad de sus campañas.
No obstante, y pese a su cuidada factura videográfica, estas campañas articuladas mediante argumentos anodinos y directos (más allá de divertir y servir de pasatiempo a internautas con poca resolución cerebral) no pueden compararse, en términos de resultados psicológicos, a una fotografía de un preso iraquí torturado por un soldado estadounidense. O su contracara del lado de Bush: un rehén «decapitado» por Al Qaeda.
La masividad del efecto de la propaganda «en negro» (tanto con Al Qaeda como con las fotografías de torturas) se potencializa por la sencilla razón de que el receptor no sabe que es una propaganda, y la consume pensando que se está «informando».
De esta manera, los efectos buscados penetran sin ningún tipo de resistencia, o de contra-transferencia, en los miedos o los deseos del receptor masivo nivel promedio estadístico.
Hay sobradas pruebas de que las mayoría de las fotografías de las torturas a presos iraquíes, fueron montadas, trucadas o «escenificadas», tanto como los videos de amenazas y decapitaciones realizados por «grupos islámicos» sacados de sitios web que luego desaparecen.
Sin embargo, la desinformación (o falta de contrainformación) a nivel masivo, posibilita que estas operaciones de acción psicológica se sigan desarrollando en forma de «noticias», o de información objetiva, sin que ningún medio de comunicación del sistema ponga en duda su veracidad.
Y esto indica claramente que el verdadero escenario donde se va a definir la guerra por el control de la Casa Blanca de aquí a noviembre, es el campo mediático de la propaganda «en negro», desde el cual Bush y los demócratas combatirán sin darse tregua, y con la mayoría del mundo ignorando de que se trata.