Se han dado a conocer los resultados del referéndum realizado en Irak: la constitución fue adoptada con un 78% de los votos. Por supuesto, es imposible verificar esos resultados, al igual que el propio índice de participación. Las tres provincias del centro del país, que las tropas de ocupación y los medios de difusión mainstream […]
Se han dado a conocer los resultados del referéndum realizado en Irak: la constitución fue adoptada con un 78% de los votos. Por supuesto, es imposible verificar esos resultados, al igual que el propio índice de participación. Las tres provincias del centro del país, que las tropas de ocupación y los medios de difusión mainstream presentan como las «provincias sunitas», se opusieron a un texto que muchos ven como un instrumento para desmantelar el país, pero las cifras anunciadas no permiten rechazarlo. Una vez más, es imposible verificar las cifras publicadas por la Comisión Electoral. En todo caso, cualesquiera que sean los resultados reales, la falta de transparencia del escrutinio priva el resultado oficial de toda legitimidad.
Los medios occidentales de difusión, siempre prestos a denunciar fraudes electorales o a emitir dudas sobre la validez de los escrutinios en cualquier Estado cuyos dirigentes tengan la desgracia de no formar parte del «mundo libre», se abstienen sin embargo, en el caso de Irak, de comentar la ilegitimidad del referéndum. ¿Qué validez puede tener un voto realizado bajo el control de una fuerza de ocupación y después de una invasión ilegal? ¿Cómo aceptar ese voto cuando la principal potencia ocupante es un país donde las elecciones son objeto de fraudes masivos?
A pesar de ello, el referéndum está siendo presentado como una justificación a posteriori de la invasión. Según esa tesis, la guerra contra Irak es positiva porque permitió que ese país diera un gran paso hacia la democracia.
Los principales defensores de este argumento son los funcionarios estadounidense e iraquíes que se deshacen en loas sobre la organización del referéndum. Stephen Hadley, consejero estadounidense para la Seguridad Nacional, vende así el proyecto constitucional iraquí a la opinión pública estadounidense, cada vez más reticente, desde las páginas del Washington Post. Con una argumentación especialmente concebida con el objetivo de seducir a un pueblo educado en el culto a su propia constitución, Hadley establece numerosos paralelos entre el proyecto presentado a los iraquíes y la constitución estadounidense. Según él, el poder central iraquí tendrá prerrogativas cercanas a las del gobierno de Washington y, como en Estados Unidos, la Corte Suprema iraquí tendrá también un carácter central. Contradiciendo a la mayoría de los analistas, pero siguiendo la retórica oficial en vigor, Hadley pretende que ese texto reforzará la unidad iraquí y permitirá que los «sunitas» se comprometan con el proceso político. En efecto, el nuevo sistema electoral prevé que cada comunidad tenga la misma cantidad de representantes, independientemente de su participación electoral. El texto valida así el sistema comunitario a expensas de la representatividad democrática. Poco importa que una comunidad reconozca o no la legitimidad de un sistema mediante el voto con tal que ciertos miembros de esa misma comunidad participen en el poder.
En el Times de Londres, el presidente iraquí Jalal Talabani también canta loas a la democratización de Irak por las fuerzas ocupantes, hace de ella el principal objetivo de la guerra, rechaza la mentira sobre las armas de destrucción masiva y suplica a los británicos que se queden en Irak para continuar el trabajo comenzado. Con raro cinismo, exonera a los británicos de toda responsabilidad en los motines de Basora y atribuye los ataques contra las fuerzas de ocupación a «hooligans» y «terroristas». Talabani no menciona el arresto de un grupo de militares británicos que se disponían a cometer un atentado disfrazados de partidarios de Moqtada Sadr ni la liberación de los mismos por los tanques británicos. Por el contrario, el presidente del gobierno de colaboración presenta a la resistencia iraquí como terroristas y a los británicos que ponen bombas como libertadores.
El vicerrepresentante de Irak ante la ONU, Feisal Amin al-Istrabadi, también propagandiza las bondades de la ocupación y la constitución. Se regocija por el sistema instaurado en su país y afirma que gracias al proceso de redacción de la constitución, Irak está a punto de convertirse en una democracia responsable y respetuosa del estado de derecho. Se felicita así ante el hecho de que se haya incluido en el Comité de Redacción de la constitución a personas no electas para que representen a los árabes sunitas. Como en el texto de Stephen Hadley, encontramos en éste una visión comunitarista que suplanta la lógica democrática que la constitución pretende defender. En efecto, según esa lógica, no importa que una parte de la población no haya votado con tal de que esté representada por miembros de su misma etnia o del mismo grupo religioso. Por otro lado, esa extensión del Comité de Redacción está basada en una doble visión geográfica y étnico-religiosa de Irak. No se debe olvidar, por consiguiente, que si el centro del país votó menos que el norte y el sur, denominaciones como «centro del país» o «triángulo sunita» son arbitrarias y que un millón de kurdos viven en Bagdad, al igual que gran cantidad de chiítas.
El texto de Feisal Amis al-Istrabadi está siendo muy ampliamente difundido por el Project Syndicate. Ya ha aparecido en el Daily Star (Líbano), Le Matin (Marruecos), el Daily Times (Pakistán), el Taipei Times (Taiwán), el Jordan Times (Jordania) y el Jerusalem Post (Israel) y posiblemente en otras publicaciones que se nos pueden haber escapado. En el marco de la campaña de propaganda que presenta la constitución como un paso hacia la independencia y la democracia en Irak, el Project Syndicate, organismo que financia George Soros, desempeña un papel central. El Project Syndicate también ha dado amplia difusión a los textos de Edward N. Luttwack, estratega del Pentágono, y de Schlomo Avineri, analista cercano a la CIA. Como ya hemos resumido anteriormente el pensamiento de ambos personajes, no nos parece necesario presentar aquí textos que no aportan nada nuevo. Luttwack pone de relieve las dificultades que aún encuentra la Coalición en Irak para afirmar que los problemas no provienen de la presencia de una fuerza ocupante sino de bandas armadas que sería conveniente aplastar. Por su lado, Avineri finge nuevamente lamentar las divisiones existentes en Irak antes de apoyar otra vez la independencia del Kurdistán y la división del país en tres partes. Nada nuevo…
Sin embargo, si los argumentos no son nuevos, es interesante tomar nota de la amplia difusión de tales opiniones. El texto de Luttwack gozó de los favores del Daily Star (Líbano) y del Taipei Times (Taiwán), así como del Jordan Times (Jordania), La Libre Belgique (Bélgica) y el Daily Times (Pakistán). Como en el caso anterior, es posible que se nos hayan escapado algunas publicaciones.
Anotemos también que los órganos de difusión de los puntos de vista atlantistas han hecho también lo imposible por presentar Irak como un país víctima de sus propios demonios y de terribles divisiones internas, país que la coalición anglosajona y las autoridades que colaboran con los ocupantes tratan, a veces con escasa habilidad, de ayudar y democratizar.
Aunque esta campaña ha influido en la interpretación de la invasión en la prensa, no ha logrado sin embargo desarmar a los que se opusieron al conflicto desde el primer momento. Estos últimos tratan de recordar a la opinión internacional que el primer problema de Irak sigue siendo la ocupación.
La escritora Haifa Zangana, ex miembro de la oposición en tiempos de Sadam Husein, declaraba antes del voto que la adopción de la constitución no cambiaría nada. Ella señala en el Guardian que el proyecto de texto constitucional no es más que la envoltura legislativa vacía de una ocupación que ha hundido un país rico, por su petróleo, en la más negra miseria y provocado una regresión espectacular en lo tocante a los derechos de la mujer. En The Independent, el ex inspector para el desarme Scott Ritter denuncia por su lado un proyecto de constitución que ve ante todo como un instrumento de los intereses iraníes. Para él, el texto no conviene a Irak y no facilitará la retirada de las tropas de la Coalición, objetivo que hay que perseguir a toda costa. Ritter llama, por tanto, a una revisión de todo el proceso por parte de actores que gocen aún de credibilidad en Irak: la Unión Europea, la Liga Árabe y la ONU.
El diario electrónico AlterNet publica una entrevista con dos historiadores progresistas estadounidenses que expresan sus puntos de vista sobre Irak.
Mark LeVine analiza el proyecto de constitución iraquí. Alejándose de las interpretaciones sobre el fraccionamiento previsto en Irak, LeVine ve en él ante todo un medio, para Estados Unidos, de mantener por tiempo indefinido su presencia en Irak. Estima que el texto ofrece a Washington la posibilidad de conservar bases en Irak y de privatizar ese país conforme a los intereses estadounidenses. Este autor prevé también una continuación de la resistencia. Es por ello que las autoridades iraquíes reiteran periódicamente sus pedidos para que se mantenga la presencia de tropas extranjeras en el país. Para Howard Zinn, especialista en la historia popular de Estados Unidos, este país tiene que retirarse de Irak lo más pronto posible. Citando declaraciones de los generales estadounidenses encargados de mantener la ocupación, Howard Zinn anota que es indudable que la situación en Irak no hace más que empeorar precisamente debido a la presencia militar.
Aunque lejos de la oposición interna al imperialismo estadounidense, el ex consejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski comparte este último punto de vista. Sin embargo, para Brzezinski el problema esencial de la ocupación no tiene que ver con los iraquíes sino con la influencia global de Washington. En el diario Los Angeles Times, Brzezinski se inquieta al ver a Estados Unidos aislado de un sector de sus aliados tradicionales así como ante el aumento del déficit presupuestario y la degradación de la imagen de Estados Unidos. Para el ex estratega demócrata, lo peor es que esto proporciona a Rusia y China la posibilidad de imponerse a Estados Unidos. Este autor aconseja, por consiguiente, salir de Irak y atacar Irán resolviendo a la vez la cuestión israelo-palestina para mejorar la imagen de Estados Unidos en el mundo árabe.
Otro argumento «democrático» es la justificación a posteriori de la invasión mediante los crímenes de Sadam Husein. Ya presentamos en estas páginas el más reciente capítulo francés de esa campaña que fue la publicación de un Livre noir de Saddam Husein, en momentos de la apertura del juicio contra éste.
El analista Patrick Seale denuncia en el Gulf News la realización de un juicio que no es más que un simulacro de justicia. Para el autor, se trata únicamente de un supuesto acto de soberanía que esconde en realidad una manipulación estadounidense tendiente a esconder los lazos históricos de las potencias occidentales con el dictador criminal. El reino de Sadam Husein fue sangriento y sus víctimas se merecen algo mejor que una «justicia» que busca glorificar una invasión tan criminal como el acusado.