A fin de cuentas, ¿no son dignos de lástima? Ahí están los jodidos pobrecitos, con su crisis, jodiendo a todos, pero teniendo que poner al mal tiempo buena cara, sus políticos con la obligación de decir: «Bueno, no es para tanto, saldremos de ésta, muchachos, la economía y la democracia seguirán adelante». Pero democracia no […]
A fin de cuentas, ¿no son dignos de lástima? Ahí están los jodidos pobrecitos, con su crisis, jodiendo a todos, pero teniendo que poner al mal tiempo buena cara, sus políticos con la obligación de decir: «Bueno, no es para tanto, saldremos de ésta, muchachos, la economía y la democracia seguirán adelante». Pero democracia no hay, su sistema se basa en lo contrario, en la plutocracia, más esos payasos de las bofetadas que son la mayoría de los políticos, más esos cerebros lacayos que son sus periodistas de elite y sus analistas. No hay democracia alguna, sólo una masa de gente desmasificada, cuarteada, dividida en submasas, que compra y vota (aunque ya muchos ni votan porque pueden sufrir alienación pero no son idiotas).
Ahora lo estamos viendo. Los pobrecitos jodidos se encuentran acojonados porque no se consume y hay que cerrar o congelar negocios. Podemos comprobar que estamos asentados sobre un sistema en el que basta que no consumamos en absoluto durante unos meses para que todo se venga abajo y nosotros con todo porque estamos metidos en la mierda hasta las cejas. No se trata de dejar de consumir productos básicos sino otros muchos que si no están en nuestra vida no pasa nada. Si en un movimiento ciudadano con personalidad propia todos los que tenemos hipotecas pendientes -abusivas, se mire por donde se mire- nos fuéramos a vivir con alguien que nos cobijara en su casa, ya libre de cargas, nos declaráramos insolventes y les dijéramos a los bancos ahí se quedan ustedes con sus hipotecas y sus casas, ¿qué pasaría? Tal vez una catástrofe pero entonces sí que actuaríamos con poder (claro que nos dirían que con estupidez también, estar en la masa implica que quien no sigue la corriente es un estúpido). A pesar de todo, ya hay quien lo ha hecho.
Las rebajas llegan hasta el 50 y el 70 por ciento de descuento y aún así ganan dinero sus promotores. ¿Cuánto margen comercial -plusvalía se llamaba antes- nos clavan durante todo el año si son capaces de hacer esto cuando se ven con el agua al cuello? ¿Cuánto reciben el chinito o el niño indonesio o la mujer del tercer mundo que elaboran productos si venden utensilios a menos de un euro en algunos lugares? Malditos adefesios y putrefactos, como diría Buñuel, ahora que tanto se habla de su persona porque ésta es la cultura del aniversario: no se es noticia si no se cumplen veinticinco años de muerto, doscientos desde que fusilaron a alguien o quinientos desde la primera vez que un genio se arrascó un testículo. Tales efemérides sirven para que funcione el merchandising pero la cultura no está presente a diario en el quehacer de la gente, el sistema que vivimos está sustentado en la ambición, el lucro y la humillación y pisoteo de la dignidad ajena, en la conversión de la creación en mercancía. Y en un lavado de cerebro continuo a través de la publicidad a la que se presenta como arte. Todos los años las televisiones incumplen la ley de publicidad saturándonos más de la cuenta. No pasa nada, una multita y a otra cosa. Los códigos de protección del menor se vulneran también. No pasa nada.
Los pobrecitos jodidos que nos joden son dignos de lástima, niños que tienen el juguete estropeado pero que, en efecto, ante la indiferencia, el despiste y la resignación de todos, saldrán adelante, hasta la próxima. Con su publicidad parece que piden limosna. «Por favor, consuma, que nos estamos hundiendo y si nosotros nos hundimos nos hundimos todos, ustedes también, idiotas». Ni ellos saben lo que ha pasado aunque lo sepan. Nos envían el mensaje de que ha sido por culpa de los especuladores, de los países emergentes, de los combustibles alternativos… Al final, la saturación por hipermensajes se convierte en censura porque no llegamos a enterarnos de nada -ya lo dijo hace años Umberto Eco- y esa es la finalidad de la censura. Pues a los especuladores se les localiza y se les juzga, todo el mundo tiene derecho a emerger y no siempre los mismos (para quienes en realidad no hay crisis, la crisis es para los pobres, sobre todo, si tengo 100 y me quedan 99 no pasa nada pero si tengo uno o nada y «me queda», por decir algo, menos cien, sí que pasa); no tienen derecho a subir los precios los que los suben, eso es revertir la crisis en quien no la ha creado, es como esos cajeros automáticos que te dicen: «Pulse la tecla roja para cancelar». Y la pulsamos y entonces aparece en la pantalla: «Operación cancelada a petición suya». ¡Manda huevos! ¿Tenía otra opción? El sistema de mercado es pirómano y bombero: enciende el fuego y luego va a apagarlo. Sus protagonistas son como niños pero los niños son seres crueles si no se les educa, no lo olvidemos. Los impulsores del mercado promueven un sistema de vida asentado en la sorpresa adolescente continua, en la tensión continua, pero no una tensión creadora, espiritual, no, sino una tensión compulsiva de manejo de cacharros, engullimiento de mensajes banales y absorción de objetos en una dinámica donde tener es ser.
Voy a expresarme ahora como los viejos (aún más todavía). Hubo un tiempo en que se cuestionó todo desde la base, lo hicieron Marx y Freud, por ejemplo, y la Escuela de Frankfurt trató de sintetizarlos a los dos y mucha gente se basó en ellos durante buena parte del siglo XX. Marx y Freud dijeron: a grandes males, grandes remedios. Ahora, hacer lo mismo es trasnochado y eso que la metodología marxista y freudiana la usan estos jodidos pobrecitos en sus análisis de mercado y en sus técnicas de manipulación de la gente. Pero el Poder se distingue del resto de los mortales en que posee armas que les niega a los demás y los demás caen en la trampa. Ya se lo dijeron al Poder Maquiavelo, Locke o Walter Lipmann: el Poder debe pensar, la gente debe sentir. Esas armas incluyen el discurso hegemónico y aquí aparece el ejemplo de la represión de la locutora y periodista de la SER Gemma Nierga contra el profesor Carlos Fernández Liria.
Nierga invita el 25 de julio de 2008 al programa La Ventana al citado profesor «para hablar de Venezuela» y lo enfrenta al antichavista William Cárdenas para lograr «gancho» y «sangre». Fernández Liria acusa de cómplices del golpe contra Chávez a Cárdenas y al grupo Prisa (dueño de la SER ). La presentadora se siente mancillada porque han atacado a su empresa y manda a paseo a un señor al que han molestado para que le haga parte del programa, un programa del que vive ella, no él. La locutora, tal vez sin querer, se coloca al lado de Cárdenas y entonces ya tenemos un espejo de la realidad para el que quiera verlo: la socialdemocracia oficial, representada por el grupo Prisa, prefiere a Cárdenas antes que a Fernández Liria a quien dan una patada y lo tiran por esa ventana a la que lo han invitado. Y al tirarlo a él nos tiran a todos porque nos niegan la libertad de expresión. Téngase en cuenta que los medios (en especial los de Prisa) parten de la base de que te hacen un favor molestándote para llevarte a sus espacios con el fin de utilizarte como el «rojo» de turno con el que pretenden autojustificarse como plurales, tal y como indicó hace bastantes años el profesor Enric Saperas al estudiar estos asuntos.
No mandan a paseo a Cárdenas que nos llama «basura intelectual» y, por supuesto, trasnochados que no estamos al tanto de la situación ni de la verdad, tiran al profesor que utiliza datos. «¿No sabe usted para quién trabaja?», le pregunta Fernández Liria a la periodista. «¿No leyó usted los editoriales de El País tras el golpe contra Chávez?», vuelve a preguntar. Claro que sabe para quién trabaja, claro que leyó los editoriales la locutora aunque tire balones fuera («no voy a debatir con usted, soy periodista y las preguntas las hago yo», qué valiente cuando no está ante sus señores) pero esta mujer ya no es exactamente una periodista, como ella dice, sino que entra en el campo de la vedetización audiovisual, como apuntó, años ha, el profesor Mariano Cebriám Herreros; es una vedette de la comunicación audiovisual, ya no se pertenece, pertenece a un señor feudal que la protege y la mima llamado Prisa, ¿cómo va a permitir un supuesto ataque contra su señor? Y eso que no hay ataque, lo que el profesor Fernández Liria pretendía era tratar el tema en su contexto más amplio, eso es lo que se hace en un buen análisis académico. La presentadora afirmó algo así como: «Es evidente que usted no quiere hablar de Venezuela». Sí quiere hablar de Venezuela, señora locutora de la ser, pero no como usted le diga, dentro del discurso dominante al que sigue fielmente, sino como él desea hacerlo. Ya sabe, póngalo en esa lista negra invisible que tienen. Siempre le indico a mis alumnos que en un aula universitaria (pública) se es libre, mucho más que en un medio de comunicación. Por eso tal vez se desee eliminar poco a poco de las aulas las metodologías de trabajo más rigurosas, para que cuando se dé una crisis como la actual nadie diga nada de nada. Ya se está logrando pero esto no es más que el comienzo.
La moderadora de «La Ventana» se cree en la obligación de defender a su empresa cuando imagina (sólo eso) que la atacan. Pero que tenga cuidado porque, como sabrá, hace poco, en México, a la periodista Carmen Aristgegui, su empresa, en unión con Televisa, la tiró al cubo de los detritus por no seguir las directrices patronales a pesar de cosechar altas cuotas de audiencia. No escuché a Nierga ni a Gabilondo ni a otros periodistas de elite levantar la voz, se la levantan a Fernández Liria pero si Fernández Liria fuera accionista de la SER agacharían la cabeza para seguir escalando peldaños; ahora bien, esta gente sube tan alto que se da un topetazo enorme como se salgan del guión sin quererlo.
La empleada de la SER me recordó a dos colegas universitarios que me acompañaron en 2003 cuando visité Caracas por iniciativa oficial, como miembro entonces de la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS). Después de que el máximo responsable de los movimientos bolivarianos nos explicara a todos la terrible situación de la juventud venezolana a causa de regímenes corruptos, dos de mis acompañantes, españoles, cercanos al PSOE, comenzaron a decir que aquello de los movimientos bolivarianos ya les olía a comités de defensa cubanos. Lo decían cuando estábamos rodeados de soldados, porque nos hallábamos en plena huelga general de los empresarios contra el gobierno, cuando nos habían querido poner guardaespaldas y cuando militares disidentes y medios de comunicación (con los que simpatiza Prisa) arengaban a la gente a la desobediencia civil y al golpismo. Empecé a discutir con ellos, a decirles que a mí también me gusta que el mundo sea limpio y hermoso pero que no lo es. Acabaron por llamarme estalinista, como pasa siempre con este personal, pero pincharon en hueso en mi caso ya que he ahí una circunstancia histórica que deberíamos asimilar.
A Stalin hay que asumirlo como la Iglesia ha asumido la Inquisición. Se pide perdón y se aprende de la experiencia y ya está, no vamos a pasarnos toda la vida dándonos golpes de pecho, nadie ha provocado en la historia tantos muertos y damnificados como el sistema de mercado (con la connivencia de la socialdemocracia) o la misma Iglesia, de forma directa o indirecta, y ahí están, presentándose como paladines del progreso, el progresismo, la democracia y la espiritualidad. Si estamos dentro de ese pensamiento débil en el que pretendemos agarrárnosla con papel de fumar estamos perdidos. Yo dejé el CEPS por culpa de estos tipos que critican a Chávez y luego le pasan el plato para que les pague. Si apuestas por alguien le dices las cosas a él en privado, eres leal, pero no quieras nadar y guardar la ropa. No estamos jugando al debate eterno de la izquierda, esto es la realidad, el enfrentamiento con el Imperio y el mercado, no charlas de café o congresos académicos donde abundan las pajas mentales, apoyadas y bendecidas por el dinero del propio mercado. Somos el «eje del mal» y para ser respetados hemos de respetarnos a nosotros mismos y creer en nosotros mismos.
Una nueva crisis nos muestra a unos jodidos pobrecitos que, sin embargo, joden y tienen todos los resortes para salir de ella. Y saldrán. La izquierda sigue con sus eternos debates y sus alternativas etéreas («es preciso…», «parece conveniente…», «apostamos por…»), o sea, lo de siempre. Yo no estoy ya para tontadas, comprendo que tal vez me esté haciendo viejo. Si es así, me dejan ustedes con mi diversión y mi amargura, observando a estos jodidos niños de la crisis que nos joden, a los pirómanos y a la vez bomberos; me dejan ustedes en el convencimiento de que, a pesar de todo, a estas alturas, ya no son ellos, en última instancia, los verdaderos culpables de lo que pasa sino nosotros por seguir en un eterno nirvana y permitirlo, por estar en el fondo dentro de su misma podredumbre; ellos hacen lo que deben: dominar para un fin, sin importar los medios; me dejan ustedes tranquilo, como a los locos, tiran este artículo a la basura y permiten que una mercenaria de Prisa le cierre la boca a un profesor de universidad y lo arroje por una ventana que no es suya sino de todos. Poco a poco nos la cerrarán a todos y nos despeñarán por un abismo de olvido. Eso sí, lo harán con clase, con glamour y con merchandising, en un acto que venderán como democracia plena.
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(Nota del editor: Según nos hacen constar varios lectores, la conductora del programa de ese día de La Ventana no era Gemma Nierga sino su sustituta Ana Guantes.)