El periodismo corporativo mundial está conmovido porque un juez de Estados Unidos condenó a una reportera estrella del New York Times a 18 meses de prisión por no revelar fuentes de un artículo que jamás publicó. El magistrado Thomas Hogan colocó a la periodista Judith Miller en el ojo de una conspiración mediática que terminó […]
El periodismo corporativo mundial está conmovido porque un juez de Estados Unidos condenó a una reportera estrella del New York Times a 18 meses de prisión por no revelar fuentes de un artículo que jamás publicó. El magistrado Thomas Hogan colocó a la periodista Judith Miller en el ojo de una conspiración mediática que terminó con la carrera en la CIA de Valerie Plame, cónyuge del ex embajador Joseph C. Wilson IV.
Se trata de una historia sucia, donde casi no hay «buenos», relacionada con la invasión a Iraq, las armas de destrucción masiva que nunca existieron, las mentiras en favor de la guerra y, probablemente, con la campaña electoral que se define el 2 de noviembre.
Entretelones de una «dirty story»
El ex embajador Wilson, un hombre muy cercano a la CIA, trabajó 23 años para el servicio exterior, cumplió misiones en África y fue diplomático en Iraq en tiempos de George Bush padre. En febrero de 2002, la CIA le encomendó verificar si a fines de 1990 Nigeria le vendió uranio a Iraq para que Saddam Hussein fabricara bombas atómicas. La misión fue ordenada a la CIA por el Vicepresidente Dick Cheney.
Tras un trabajo concienzudo, Wilson concluyó que la supuesta venta de uranio del tipo «yellowcake» fue una patraña. Así lo informó, cobró y volvió a su tranquila vida de jubilado y consultor privado, hasta que en septiembre de ese mismo 2002 el gobierno de Tony Blair publicó un informe «confirmando» el peligro atómico que representaba Hussein, basándose en la «prueba» de la compra de uranio en Nigeria «detectada por los servicios de inteligencia». En enero de 2003, George W. Bush insistió en el peligroso arsenal atómico husseniano, citando esta vez los informes «secretos» citados por Blair.
Entre mentira y mentira, la administración Bush se olvidó de Osama bin Laden para concentrarse en Saddam Hussein, quien nada tuvo que ver con los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. El 20 de marzo de 2003 comenzó la invasión a Irak justificada por la búsqueda de «armas de destrucción masiva» que no existían. Wilson se fastidió de tanto engaño y decidió hacer algo, conmovido por la muerte en Iraq 200 jóvenes al momento de proclamarse la «victoria» (hoy van 1.080 soldados muertos, ya que las víctimas iraquíes no se cuentan).
El ex embajador comenzó con gestiones privadas para restablecer la verdad en la Casa Blanca, el Pentágono, el departamento de Estado, la CIA y en todas las esferas de poder donde tenía acceso. Pero nadie le hizo caso. La guerra debía continuar, aunque las tropas estuvieran empantanadas y las bombas atómicas no aparecieran.
Cuando los jefes de la guerra en la administración Bush reafirmaron sus designios invocando «un informe secreto de un enviado especial a Nigeria», Wilson perdió la paciencia y se dirigió al «The New York Times», decidido sacar a la luz su secreta misión en el país africano. Relató la verdadera historia en la leída edición dominical del 6 de julio de 2003, bajo el título «Lo qué yo no encontré en África», levantando una gran polvareda en las esferas del poder, sus antiguos empleadores. El artículo puede leerse (en inglés) en: http://www.commondreams.org/views03/0706-02.htm.
El plato frío de la venganza
La aclaración de Wilson en el matutino tuvo la credibilidad de un huracán, provocando gran escozor en la Casa Blanca. La respuesta del poder estadounidense se presentó en unas pocas líneas de una columna de Robert D. Novak, 73 años, un «amigo» de la Casa Blanca que vende sus artículos a las grandes cadenas de diarios.
Novak «quemó» a la Plame en el Washington Post y otros 300 diarios, con un breve párrafo: «Wilson nunca trabajó para la CIA, pero su esposa, Valerie Plame, es una operativa encubierta de la Agencia en armas de destrucción en masa. Dos altos oficiales de la administración me dijeron que la esposa de Wilson sugirió enviarlo a Nigeria a investigar (la venta de uranio)». El escándalo político que desataron estas dos frases tuvo toda la apariencia de una represalia para descalificar a Wilson, en una época en que las relaciones de la Casa Blanca con la CIA tampoco eran cordiales.
Pero revelar alegremente la identidad de un agente de espionaje es delito federal desde que la revista «Conter Spy» identificó en 1974 como jefe de la estación CIA de Atenas a Richard Welch, acribillado un año y medio después en la puerta de su casa griega. Entonces se aprobó la ley especial llamada «Intelligence Identities Protection Act», hoy soporte jurídico de la investigación de un gran jurado encomendada al juez Hogan para establecer quien «quemó» a la Palmer. Y esta historia sucia más tiene que ver con grandes campañas encubiertas de manipulación de la opinión pública que con la libertad de expresión.
El Gobierno tuvo que pedir la investigación, aunque la filtración bien pudo haberse producido en la mismísima Casa Blanca. El columnista Novak, utilizado quizás como mero instrumento mediático, fue citado a declarar para que identificara a sus fuentes, los «dos altos funcionarios de la administración», al igual que otros cinco periodistas. Y en agosto de 2004, más de un año después de la aparición de su columna, el gran jurado puso repentinamente en la picota a la reportera Judith Miller, premio Pulitzer y periodista estrella de «The New York Time», veterana de las dos guerras de Iraq. En estos días, Hogan le dictó una condena a 18 meses de prisión por «desacato» al no revelar lo que sabe sobre esta intriga, aunque la Miller nunca publicó escrito alguno sobre Plame.
Currículum de Judith Miller
Tampoco se sabe qué tiene en mente el magistrado, ni cuál ha sido el papel de la periodista Miller en toda esta historia si no publicó una sola línea. El magistrado podría estar presumiendo que participó en la campaña de prensa que difundió la identidad secreta de Plame a partir de la revelación de Novak. Y su «currículum vitae» apunta en una dirección por lo menos controvertida.
La reportera Miller desempeñó un papel clave en la promoción periodística de las dos guerras de Estados Unidos contra Iraq -la de 1991, con Bush padre, y la actual-, según «Disinfopedia» (http://www.disinfopedia.org/wiki.phtml?title=Judith_Miller), portal patrocinado por el «Center for Media and Democracy», una ONG que investiga quiénes manipulan a la opinión pública estadounidense por cuenta de las corporaciones, gobiernos e «intereses especiales», eufemismo que en Estados Unidos designa el «lobby» de los grupos de presión más poderosos.
Durante la guerra de 1991, Miller co-escribió un libro con Laurie Mylroie titulado «Saddam Hussein and the Crisis in the Gulf» (Saddam Hussein y la Crisis en el Golfo»). Ambos autores fueron clientes de Eleana Benador cuya empresa «PR» representó a muchas figuras prominentes abiertamente favorables a la guerra que aparecieron en la televisión y en otros sitios de acción pública. Al comienzo de esta segunda guerra, Miller trabajó estrecha y acríticamente con Ahmed Chalabi -hoy caído en desgracia-, cuando éste fue jefe del Congreso Nacional Iraquí. Este ex banquero que trabajó también para la CIA fue su principal fuente en sus copiosos informes «periodísticos» desde Iraq. En mayo de 2003, en un mensaje de correo electrónico, Miller comentó que Chalabi le había «proporcionado a nuestro periódico la mayoría de las «noticias exclusivas» que aparecieron en primera página» (sobre las pretendidas armas de destrucción masiva).
El 27 de mayo de 2004 «The New York Times» pidió disculpas a sus lectores porque su cobertura de la guerra «no fue tan rigurosa como debía ser» y admitió que publicó «información sobre las supuestas pruebas de armas de destrucción masiva sin tener en cuenta que sus fuentes -opositores y desertores iraquíes, como Chalabi y sus aliados en la administración Bush- tenían un gran deseo de lograr que Saddam Hussein fuese derrocado»… «Editor & Publisher», un servicio informativo sobre la prensa en EE.UU., criticó en esos días a «The New York Times» por proteger a Judith Miller, su reportera principal en Iraq.
Dudas de sus pares
Michael Massing, de «The New York Review of Books», le preguntó a Judith Miller, el 26 de febrero de 2004, por qué escribía tantas invenciones. Su respuesta: «Mi trabajo no consiste en evaluar la información del gobierno y convertirme en una analista independiente de la inteligencia (estadounidense). Mi trabajo consiste en decirle a los lectores cuál es el pensamiento del gobierno sobre el arsenal iraquí».
Miller tuvo un rol importante promoviendo la agenda del equipo presidencial en Iraq. Fue la autora del primer artículo que se publicó sobre un supuesto programa de Armas de Destrucción Masiva (WMD, en inglés) que supuestamente desarrollaba Saddam. Bajo el título «Amenazas y Respuestas: Los iraquíes; EE.UU. dice que Hussein intensifica la demanda de piezas para la bomba atómica», la periodista afirmó que Iraq trató de importar miles de tubos de aluminio para obtener uranio enriquecido destinado a fabricar armas nucleares. Todas sus mentiras reforzaron los argumentos de la administración Bush para legitimar la invasión.
Cuando Miller comenzó a mentir activamente sobre esos temas, a partir del 7 de septiembre de 2002, no habían transcurrido dos semanas desde que el Vicepresidente Dick Cheney pronunciara su primer discurso de fines de agosto presentando a Iraq como el próximo blanco militar de Washington. http://www.whitehouse.gov/news/releases/2002/08/20020826.html. «Es lícito pensar que Miller tuvo un papel en la campaña de relaciones públicas sobre Iraq desarrollada por la administración Bush bajo la dirección de Andrew Card», razonó «Disinfopedia».
En junio de 2003, el reportero del Washington Post Howard Kurtz advirtió que «la Miller desempeña un papel muy raro en una unidad que el Ejército asignó a la búsqueda de armas iraquíes peligrosas, según oficiales del Ejército estadounidense, despertando las críticas a la unidad, al punto que un oficial la llamó «Operación Pícaro».
Más de media docena de oficiales militares declararon que Miller actuó como una intermediaria entre la unidad del Ejército a la que ella pertenecía y el líder del Congreso Nacional Iraquí Ahmed Chalabi, en la ocasión en que acompañó a los oficiales del Ejército hasta el cuartel general de Chalabi dónde tomaron bajo custodia al yerno de Saddam Hussein. Ella también tomó parte en la reunión inicial con el yerno, dijeron estas fuentes.
Aunque la misión de la unidad no consistía en interrogar a los iraquíes, los oficiales dijeron que esto fue una rutina para el «equipo Judith Miller, según palabras de un oficial cercano a esa situación». Este texto de Kurtz está en (inglés) en http://www.washingtonpost.com/ac2/wp-dyn/A28385-2003Jun24?language=printer
Periodismo y negocios
Los nexos de Judith Miller con el Pentágono no son nuevos. En 1986, escribió numerosos artículos sobre Libia, como contribución a la vasta campaña de desinformación contra Khadafi coordinada por el almirante John Poindexter, asesor de Seguridad de Ronald Reagan y socio de Olivert North en la intervención «Contra» de Nicaragua. Un artículo contundente sobre esta estrategia fue publicado en el Washington Post por el periodista Bob Woodward, célebre por sus libros y el desenredo de la madeja del Watergate.
La reportera Miller formó parte del pequeño equipo que en 2001 se ganó el Premio Pulitzer en «periodismo de investigación» por una serie de artículos sobre Osama bin Laden y Al Qaeda. En septiembre de 2002 se ganó un Emmy por su trabajo de documentación en «Nova» y «The New York Times» que sirvió de base para su libro «Germs» (Gérmenes), sobre el pretendido arsenal biológico husseniano. También formó parte del equipo del New York Times que ganó el premio DuPont 2002 por una serie de programas de televisión sobre terrorismo producidos para «Frontline».
Miller aparece, además, como una experta en Oriente Medio y en seguridad nacional en diferentes shows de noticias y espectáculos de televisión sobre asuntos públicos, como Sixty Minutes (60 Minutos) de CBS; Oprah Winfrey, CNN; «Night Lines», «Buenos Días América», The Today Show, David Letterman, and The Charlie Rose Show. Además, diserta en el Medio Este de EE.UU. sobre el islam, la seguridad nacional y terrorismo. Todas estas múltiples vertientes «periodísticas» le han producido también jugosas ganancias en el mercado de los aterrados y manipulables estadounidenses.
Todavía no se sabe por qué el juez adoptó su controvertida decisión de meter en chirona a la Miller -mientras Novak permanece tranquilo en su casa-, ni cuál fue su papel en toda esta intriga. Lo que parece estar claro es que «la libertad de expresión» tendría muy poco que ver con los aprietos del personaje.
Ernesto Carmona es periodista y escritor chileno
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