Soy un hombre mayor y algo cansado, y quiero decir que he leído con una especie de asombro triste la entrevista a Martín Medem aparecida en Rebelión, incluso pensé inicialmente en no replicarla pero por algún extraño motivo estos días de huracanes en el Caribe me han hecho cambiar de opinión . Un corresponsal de […]
Soy un hombre mayor y algo cansado, y quiero decir que he leído con una especie de asombro triste la entrevista a Martín Medem aparecida en Rebelión, incluso pensé inicialmente en no replicarla pero por algún extraño motivo estos días de huracanes en el Caribe me han hecho cambiar de opinión .
Un corresponsal de televisión española que durante cuatro años ha sido útil a esa televisión en la tarea de suministrarle noticias sobre Cuba merece, debo también decirlo, todas mis sospechas. Así es, a mi edad ya no creo en la objetividad de los medios de comunicación. Me importa conocer qué proyecto político y social hay detrás de cada medio. El proyecto que hubo detrás de Televisión Española con respecto a Cuba durante el gobierno de Aznar y el que, mucho me temo, sigue habiendo con Zapatero, no es un proyecto de coexistencia, ni desde luego un proyecto que asuma el consejo del Che invocado alegre e irresponsablemente por Martín Medem: eliminar de nuestras crónicas lo que sabemos que no es verdad. Es un proyecto que se encontraría cómodo al lado de esas recientes declaraciones del nuevo embajador de Estados Unidos en España sobre lo que Estados Unidos y España quieren para Cuba. La desfachatez, sí, el intolerable ánimo colonialista con que las dos viejas metrópolis se permiten hablar de lo que quieren para un país soberano e independiente, está también presente en el tratamiento informativo que Televisión Española hace de la Cuba de hoy. Proclamarse, como hace Medem, solidario con Cuba y a la vez complacer asalariadamente la agenda que ese proyecto impone es una contradicción insalvable. Si no es capaz de verlo, debería al menos reconocer que la libre y objetiva prensa para la que trabaja puede «especular» hoy sobre lo que sucederá tras la desaparición de Fidel porque éste y su pueblo derrotaron cientos de planes de magnicidio, además de 45 años de subversión y bloqueo, incluyendo la resistencia y recuperación del proyecto revolucionario tras la caída de la URSS mientras la misma prensa que ignora todos estos datos contaba entusiastamente las horas para el fin de la Revolución cubana.
Pero ya he dicho que soy un hombre mayor. No soy un exaltado. Cuando alguien despierta mis sospechas no le juzgo en seguida sino que me tomo el trabajo, en esta ocasión, de leer lo que la persona dice. Y si aquello que leo desmiente mis sospechas rectifico porque, aunque no soy un sabio, a mis años ya sé que el placer de tener razón es un placer estúpido. Vamos, que hubiera preferido pensar mal y no acertar para que así se demostrara que el mundo, y no yo, era más razonable. Temo sin embargo haber acertado pues de lo primero que leo se deduce que ese corresponsal, después de haber estado cuatro años en Cuba, no ha visto que en Cuba hay una institucionalidad creada por la revolución que garantiza su continuidad democrática entendida como legitimidad popular. Existen al menos dos generaciones, posteriores a la que hizo la Revolución, que hoy comparten responsabilidades en el estado y el partido. ¿Cómo, me pregunto, se las arregla un individuo que debe tratar con el gobierno y las instituciones para no ver eso, a la vez que nos saca de su sombrero de corresponsal el conejo de una supuesta «clase empresarial» estilo mafia rusa?
En segundo lugar ese corresponsal dice que hay que distinguir entre la «disidencia del malecón» y la oposición democrática. Componen la «disidencia del malecón» los grupos que piden o aceptan el apadrinamiento de la Administración Bush a través de la Oficina de Intereses de Estados Unidos que tiene su sede sobre el malecón de La Habana. Son, dice, grupos que apoyan el bloqueo impuesto por Washington y se relacionan con el exilio terrorista de Miami. «Disidencia del malecón», muy bien el nombre si no fuera porque para la otra no busca otro nombre geográfico sino que la llama «oposición democrática». De sus dos cabezas visibles, dice que se identifican como socialdemócratas. Pero yo me pregunto de qué habla Martín Medem cuando habla de democracia. La socialdemocracia, tal como hoy la conocemos, y la revolución socialista cubana son dos proyectos distintos. Si hubiera o cuando haya un respeto internacional efectivamente democrático, o sea, capaz de asumir el modelo cubano como un modelo con derecho a existir, entonces, cuando los países que apoyan y hacen de portavoces de esos pretendidos disidentes dejen de hablar de la transición que quieren para Cuba y dejen de actuar poniendo sus peones para esa transición, en ese momento esos «opositores» podrían intentar demostrar su condición de tales sólo con el hecho de continuar existiendo. Por el momento, lo quieran ellos o no, las posturas intervencionistas de los Estados Unidos y de la Unión Europea los convierten en peones de los intereses de esas naciones o grupos de naciones. Lo demuestra, si hiciera falta alguna demostración, el apoyo que reciben de embajadas europeas y partidos socialdemócratas con generosas invitaciones y el tratamiento privilegiado que le dan los mismos medios que afirmaban que había armas de destrucción masiva en Iraq y negaron en España la voz a los que se opusieron a la Constitución Europea.
En fin, asombra cómo el señor Medem, tan preocupado por el futuro de Cuba, se ocupa de presentarnos a sus dos gatos favoritos entre la fauna que visita las embajadas occidentales en La Habana, mientras ignora a los cientos de miles de personas, la mayoría jóvenes, que a lo largo y ancho de todo el país asumen importantes responsabilidades sin ir a ver a los corresponsales extranjeros para contarles sus angustias. Bastaría por estos días observar los rostros de quienes organizaron, tanto a nivel nacional y provincial como en las bases, la evacuación y recuperación frente al Huracán Dennis, para percatarse de que la Revolución Cubana es un haz de generaciones que puede enfrentar con eficacia las más terribles adversidades, pero eso sería detenerse en algo esencial y por tanto invisible a los ojos de nuestro corresponsal.
Habla Martín Medem de una cosa a la que llama el paternalismo autoritario del Estado. Supongo que se refiere a que cada ciudadano tenga garantizado los niveles básicos de consumo y servicios para poder participar en igualdad de condiciones en la política. Supongo que no recuerda que fue Aristóteles, miren que no le estoy citando a Marx, quien dijo que un ciudadano es aquel capaz de gobernar y de ser gobernado. Para Martín Medem la solidaridad no debe ser incondicional. Me gustaría que la solidaridad que él muestra hacia la agenda mediática cómplice de la exclusión de las mayorías del acceso al consumo y los servicios más elementales y por tanto también a la política, no fuera incondicional. ¿Qué quiere esa agenda mediática para Cuba? Que se divida, que se liberalice, que entre en el juego de partidos, que mañana igual que Bruselas reprende a España por no haber liberalizado la energía eléctrica, alguien pueda hacer eso mismo con Cuba. A veces echo de menos aquellos tiempos en que la CIA tenía que pagar a periodistas para que dijeran lo que favorecía sus intereses. Ahora ya no tiene que pagar, ahora la «guevarista» Televisión Española lo hace por ellos . Ahora los periodistas dicen lo que la CIA o Eduardo Aguirre están deseando oír y se sienten independientes por afirmar que están en contra del bloqueo, lo cual, me gustaría explicarle, es exactamente igual de impresionante que decir que les parece bien que en una carrera a todos los jugadores se les permita correr con las dos piernas. Luego, cuando esos periodistas no reciben los aplausos de aquellos que sí combaten el imperialismo se quedan extrañados. ¡Qué raro!, piensan. Pero lo raro es que sólo conceden al imperialismo el derecho a juzgarles por sus respuestas.
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