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La americanización de los periodistas

Fuentes: Rebelión

Casi todas las cosas que pasan en América terminan pasando en España y no todas son buenas. Esta es una de las tesis de mi «España Americanizada» (Temas de Hoy, 1995) y parece que ahora le toca el turno a la profesión periodística. Me entero de que la patronal española de editores hace ascos a […]


Casi todas las cosas que pasan en América terminan pasando en España y no todas son buenas. Esta es una de las tesis de mi «España Americanizada» (Temas de Hoy, 1995) y parece que ahora le toca el turno a la profesión periodística.

Me entero de que la patronal española de editores hace ascos a reconocer el derecho de autor a sus empleados periodistas. Con ello no hace sino imitar a su homónima americana. «La libertad de expresión no es de los periodistas sino de la empresa» dijo no hace mucho el dueño de un periódico americano (citado en mi «Manipulación Mediática», Libertarias, 2000). Los dueños de empresas americanas de medios de comunicación creen firmemente que sus negocios son sólo eso, negocios y que la redacción está compuesta por obreros, cuyo perfil laboral no es muy distinto al de los demás currantes. Cierto que el público reconoce ciertos iconos mediáticos, gentes que firman o hablan aparentemente en nombre propio, aunque pertenezcan a plantillas y eso le da un cierto prestigio incluso a la empresa pero esos mismos iconos conocen sus limitaciones.

Sociológicamente, una redacción tiene tres tipos de personas. Los directores, que a veces son también dueños, y cuya ocupación principal es alternar con políticos, empresarios y cualesquiera otros detentadores de poder que existan en el país. Después están los capataces de redacción, que vigilan lo que hacen los demás y especialmente conocen los callos que no se pueden pisar y cómo organizar la información a tenor de los intereses de la empresa. Y, finalmente, está la plantilla, con unos cuantos notables, pero cuya mayoría tiene contratos cada vez más temporales y miserables, que asisten al espectáculo de cómo se subcontratan cada vez más actividades. Así han funcionado siempre las cosas en América pero no es esa la tradición europea.

La tradición europea de periodismo tiene una clara connotación ideológica. Dueños y redactores compartían un ideal político y aunque querían ganar dinero se conformaban con el suficiente para sostener una plataforma ideológica y las eventuales censuras en la redacción tenían que ver con ello. Pero las cosas han cambiado por influencia americana y una de ellas es bastante importante, los multimedia cotizan en bolsa, con los condicionantes que ello tiene. Quedan algunas empresas europeas de la vieja tradición pero en Europa se producen otras corrupciones. Al haber nacido los medios audiovisuales como servicios públicos, algunos medios se exceden en sus lealtades ideológicas, caso de Telemadrid, entre otros. A los directivos de estas empresas públicas les preocupa menos el beneficio económico que el servicio político a sus dueños eventuales.

Pero la principal vigilancia que se ejerce hoy sobre los redactores de los medios privados no es ideológica ni política sino mercantil y tiene que ver con la sacrosanta publicidad. Hace unos años, cambiaron al gerente de Los Angeles Times y cuando le explicaron al nuevo que había una cierta barrera moral entre redacción y publicidad, él les dijo que se compraría un «bazooka» para derribarla, chulería aducida, sin duda, para aclarar las cosas nada más llegar al cargo.

En «The powers that be» (Dell, 1979), David Halberstam puso de relieve esa fenomenología de los grandes medios americanos. Desde su libro hasta ahora, las cosas no han hecho sino empeorar por dos importantes razones. Los medios audiovisuales, hoy dominantes en el sector, no reconocen ya otra medida de éxito que las audiencias, síntoma de ingresos publicitarios. De hecho, el negocio de los medios no es ya tanto el vender información, opinión y entretenimiento a sus lectores y audiencia como vender éstos a las empresas publicitarias. Los periódicos, que eran protagonistas del análisis crítico de la información, ven decrecer su papel y sus ventas. Como América es tan grande todavía hay minorías y medios ilustrados. Yo estoy suscrito desde hace muchos años al New York Review of Books que, junto con algunos medios de Internet como Alternet o Common Dreams, mantienen una alta calidad e independencia en su análisis y selección de la información relevante.

Son incontables las prepotencias que se cometen en las redacciones y que subrayan el sometimiento de los medios a sus fuentes de financiación también en este país, pero aquí no se publican aunque se conocen y se acatan. En su libro: «Il padrone in redazione» (Sterling, 1980), Giorgio Bocca escribe que los dueños de los periódicos vivían antes en sus palacios disfrutando de sus riquezas y de sus queridas pero que ahora están en las redacciones y son los publicitarios.

La segunda razón del empeoramiento tiene que ver precisamente con lectores y audiencias. La gran mayoría de los americanos se traga casi todo los que les dicen cadenas como la Fox y siguen creyendo hoy que Irak tenía armas de destrucción masiva y lazos con Al Qaeda. Una encuesta reciente entre usuarios de la televisión valora la función de entretenimiento de los medios por encima de cualquier otra y esa preferencia contamina a la radio y a la prensa escrita. Hay que escribir o hablar con gracia.

Los ciudadanos europeos no hemos llegado a esos límites de empobrecimiento intelectual pero vamos camino de ello si prosigue nuestra americanización.

Alberto Moncada es sociólogo