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La autorreferencialidad en el discurso periodístico

Fuentes: Tercera Información

Es decir, que existe un cierto inmovilismo (reflejado también en la quietud del intérprete callejero) en la condición de los medios de comunicación (los grandes medios, se entiende) que los hace unidireccionales, inflexibles, acríticos, estructurales y condicionantes, y que estos pretendan, como se dice con la «clase política», buscar su propio círculo de complacencias. Si […]

Es decir, que existe un cierto inmovilismo (reflejado también en la quietud del intérprete callejero) en la condición de los medios de comunicación (los grandes medios, se entiende) que los hace unidireccionales, inflexibles, acríticos, estructurales y condicionantes, y que estos pretendan, como se dice con la «clase política», buscar su propio círculo de complacencias. Si aceptamos esta premisa, cabría entonces preguntarse si ha podido conllevar a la progresiva pérdida de referencia de los grandes medios y a un agotamiento por parte del pueblo a los discursos mediatizados.

Recientemente, ya comentábamos en Tercera Información que uno de los eslóganes extendidos por todo el mundo durante las protestas del 15 de octubre de 2011, en la que se percibía menos espontaneidad y un mayor grado de madurez frente al 15M, era: «don’t hate the media, become the media«. Esto refleja mejor que nunca el impulso de los llamados «social media» en posición de privilegio frente a los tradicionales «mass media».

MÁS ALLÁ DE LO EVIDENTE

Aunque todos los discursos institucionalizados de nuestro tiempo tienden a la homogeneización y al consenso, desde que comenzaron todas estas «nuevas» revueltas en España, está creciendo la evidencia de que los mass media son una herramienta activa o pasiva del poder, y de que su influye directamente en la brecha entre ricos y pobres y la cada vez más impensable movilidad entre clases sociales.

Si jugamos a agrupar todas esas las sentencias lapidarias que históricamente han venido explicando la relación directa entre buenos medios de comunicación y sociedad formada/crítica (ya saben: «El conocimiento es poder», «El medio es el mensaje», «El Cuarto Poder» y otros apotegmas de la Sociedad de las Tecnologías de la Información y la Comunicación…), probablemente se nos olvida casi siempre una igualmente fundamental: la autorreferencialidad del discurso periodístico. Dicho así suena con la frialdad académica de un profesor de Teoría de la Comunicación, gustoso de envolverse en el espeso humo de este campo teórico. Pero no le restemos importancia: desde los discursos mediáticos existen una serie de limitaciones que interpretan y proyectan qué es «lo correcto», «lo objetivo», «lo anecdótico», «lo verdaderamente importante» y tienen la finalidad de perpetuar el consumo de una información remunerada que fomenta el desinterés por la participación social. Se habla de la autorreferencialidad como una simple herramienta discursiva de los grandes medios al promover su hegemonía y de promocionarse. (Por ejemplo: El País alaba la labor informativa de La Ser y viceversa; el Grupo Planeta presenta un escudo institucional contra el radicalismo de cabeceras suyas como La Razón… etc.). Pero ahora podríamos sostener la tesis de que, con frecuencia, eso que llamamos autorreferencialidad va en la práctica mucho más allá.

Probablemente, tú que lees esto, has tenido una formación académica elevada y un bagaje cultural amplio y la idea de que los medios proyectan la ideología de poder hacia las masas te parecerá también evidente. Y te excluyes de esa masa anónima. Debes añadir otro «pero» antes de consolidar la satisfacción que estás teniendo ahora por sentirte consciente: los grandes medios buscan renovar su discurso para que siga adaptándose a los convencionalismos de cada época. En el actual momento, la sociedad y la cultura están en plena ebullición, se prevén infinidad de cambios y los medios quieren volver a encontrar su sitio dominante, pero sobre todo, de una manera lucrativa; quieren que la información sea un producto en el mercado, no una herramienta para ampliar el bienestar social. Eso no significa que difundan un mensaje contrario al bienestar; lo cual simplemente hacen por imperativo ético.

CAÍDA DE AUDIENCIAS Y DIVERSIFICACIÓN DE MEDIOS

Las cuotas de lectura y consumo de información de los grandes medios han decaído progresivamente, y ante este fenómeno, que en realidad debemos entender de multidimensional, los grandes medios han mantenido con total acriticismo.

Sorprende que la caída de audienias, la brutal caída de inversión publicitaria, y por ello, la enorme reducción de plantilla y empeoramiento de condiciones laborales, sea sin embargo, vista con tremenda moderación por las agencias de estudio de medios como la AIMC.

Parejo a esta cuestión también hay que señala que, según parece (esta puede ser una mera impresión) la población está demandando una mayor información de calidad; la cuestión es que las lecturas se han diversificado (al igual que las opciones políticas, podríamos decir, por mantener la comparación). El fenómeno de la diversificación es igualmente obviado por el discurso mediático dominante; pues es igualmente inviable que se invierta en una oferta variada.

Si, entonces, el discurso popular y el discurso mediático/periodístico se están alejando el uno del otro, ¿cómo sobreviven los medios hegemónicos? Generando autorreferencialidad, leyéndose a sí mismos y proyectando esa complacencia al resto de la sociedad. No es solo una herramienta, es tal vez el gran discurso institucional que han consolidado los imperios de la comunicación, como la fe en su momento acabó siendo un sinsentido institucional. Hemos visto repetidas veces que cabeceras como las de ABC, El Mundo o La Razón, han sido las primeras en mostrar su agresividad contra el pensamiento común y contra los códigos deontológicos periodísticos, demostrando e imponiendo un peligroso pensamiento único en contenidos profundamente propagandísticos, pero destinado a un lector fiel; minoritario pero fiel, ignorante pero ídem. Es así como se gesta el incurable narcicismo de los medios de masas, cuya estrategia de negocio ha demostrado sin embargo ser ineficaz a medio plazo (véase en los constantes cambios de las estructuras mediáticas y sus principales accionistas). Lo cual demuestra además que los empresarios de la información son absolutamente negligentes.

Y es que, a la mayoría de los grandes medios, la otra opción no les es posible. Es decir, dejarle a la información de compromiso y calidad la enorme responsabilidad de producir ventas no es posible en una sociedad que lleva décadas obligada a la indiferencia (véase el aumento del voto en blanco), la «cultura del pelotazo», al fracaso escolar, o a constituirse, en definitiva, en una sociedad sin posibilidades infraestructurales de ser autosuficiente, como economía de periferia basada en el ocio y el consumo. Por ello, ninguno de los grandes magnates de la comunicación apostará por este tipo de información deseada popularmente, pese a que son los imperios que estos han creado en los últimos quince años los que han consolidado el distanciamiento entre discurso popular y discurso mediático. Y no es porque la gente no haya demostrado con creces que un buen programa de actualidad política es un éxito (véase el éxito de audiencia de Salvados), sino porque los medios, tal y como están financiados actualmente no pueden plantearse un discurso crítico permanentemente sino excepcionalmente.

Pero mientras estos imperios renuevan su apariencia con la pretensión de volver a ser dominantes (y una de las principales estrategias de renovación hoy es vender como social media un mass media), la gente se está auto-organizando como nunca antes en la historia, y de este fenómeno, que los medios todavía no comprenden, pero que es multidimensional, anónimo e inclusivo, están emanando todos los nuevos sentidos y procesos sociales que desembocarán en profundos cambios. Mientras tanto, los grandes medios siguen viendo el mundo desde sus propias construcciones artificiales, aplaudiéndose a sí mismos, otorgándose sus propios premios, reforzando sus estructuras empresariales, porque están dentro del poder político-económico, y la información, que es un bien de primera necesidad, en un producto manufacturado política y económicamente. De ellos no surgirá el cambio, solo nos lo contarán con la distancia de un libro de historia, aunque en ocasiones parezca cercano, inmediato o incluso genere algún tipo de actitud o espontanea indignación: como sucede con los contenidos informativos del último año en televisión, que han impulsado un poco su cobertura en las noticias de calle. Porque, no nos ahoguemos de optimismo por el simple hecho de que haya hálitos de información crítica o de temas antaño tabú como la gravedad de la economía especulativa, los paraísos fiscales, la autogestión de recursos, la reclamación de democracia participativa…); desde que estallaron las revueltas populares en todo el mundo por la evidencia y empeoramiento de las crisis mundiales, los grandes medios simplemente se han subido a la cola de este tren movido por la sociedad y sus propuestas por el cambio, desde abajo, y han buscado la rentabilidad del mensaje de la sociedad, para regurgitárselo cargado de institucionalidad, frialdad y apatía.

La autorreferencialidad de los medios es entonces más de lo que parece; por ejemplo, que el discurso informativo nunca inducirá a ser un agente activo a su receptor, porque lo perdería de inmediato y dejaría de serle un cliente fidelizable. Nunca superará la mera enunciación fática del «está pasando», que en realidad es un «ha pasado». El medio de comunicación de masas no te dice «asiste a la multitudinaria protesta de tus vecinos, participa en los cambios que se están dando en el mundo», sino que guarda silencio, y cuando todo ocurre, te lo cuenta, sin lujo de detalles, encasillando a los protagonistas del cambio en una etiqueta, un tag, un número («el 15M»), intentando otorgar a lo que son procesos y flujos abiertos y participativos la categoría de meros eventos. Esto elimina por completo toda relación entre seres humanos y convierte a la sociedad en una enfermiza maquinaria.

Los medios elaboran crónicas del pasado (lo ocurrido esta misma mañana ya es pasado), y por eso nuevamente, se consumen ellos mismos, buscando en ese discurso vacío ver dónde está el problema para que la gente deje de tenerlo como referencia. Por eso, su discurso (audiovisual o textual; sea oral, paralingüístico o incluso proxémico) apesta a la complacencia del lector y de la sociedad, a un tipo de interacción pasiva, a una relación formal de emisor y receptor, en lugar de estimular la inteligencia. Por ello, creo que ahora sería interesante abrir una vía más en la crítica de la autorreferencialidad, una vía relacionada con la consolidación de los medios en el siglo XXI, una vía destinada a potenciar que consumamos medios de manera activa y participativa, en un mundo saturado de información: un mundo en el que los medios posibiliten la movilidad social. Hoy, hablamos a menudo de una sociedad en red y que está potenciando como nunca antes la importancia de la Inteligencia Colectiva. Los mass media no han asumido (ni pueden) un modelo de información participativa, libre y crítica. ¿Dónde se comprueba esto con mayor rapidez? En sus discursos. «El lenguaje es el reflejo del conocimiento»… (apunten esta sentencia de manual junto a las citadas más arriba).

A mi parecer, para que los medios de masas puedan recuperar el control, deberían incorporar grandes cambios discursivos, fundamentados en la ruptura constante: la introducción de la ironía, la contradicción y la duda, frente a «lo que se espera», la complacencia o el efectivismo. Y ello sin perder en ningún momento el sentido de responsabilidad social del medio de comunicación o la búsqueda de la objetividad.

¡No me malinterpreten! Este texto no busca una mera deconstrucción estética del lenguaje periodístico, sino que demanda un mejor encauzamiento de su importancia en la sociedad. Se deben introducir elementos que el lector modélico no espere, más aún, que no desee; pero que influyan en lo activo, en lugar de centrarse en el consumo, ni definir al target (cliente potencial) por su poder adquisitivo. En cambio, que los diferentes niveles discursivos (jergas populares y lenguajes técnicos, alta especialización y divulgación, etc.) coexistan. Pese al factor riesgo que conlleve evitar la complacencia, los mass media podrían entonces sobrevivir a medio plazo como altavoces del pueblo y no del poder. Esto haría más fácil descubrir eleclecticismo y la multiculturalidad imperantes en la sociedad frente a la absoluta negación en los espacios mediados, o, por poner el ejemplo también en política, sacaría a la luz del foco de plató la enorme heterogeneidad de las izquierdas sociales. En definitiva las agendas setting se acercarían de una vez a la agenda social y a las prioridades de la gente…

Desconozco si el actor de calle que turbó mi enmohecida capacidad reflexiva llegó a conclusiones análogas antes de poner en marcha su performance, pero creo que esa es una cuestión subordinada a otra idea clave aquí: el valor de la cultura popular, por tener siempre una respuesta más que contundente, sin complejidades ni pedanterías, para los problemas del mundo que hemos construido. Y es curioso que el germen de esta reflexión nazca de la ilustre plaza de Sol. Parece como si uno se empapara de espíritu revolucionario sin pretenderlo, solo con atravesarla a paso rápido. Extiendo, para acabar, la reflexión al modo en que las esculturas humanas de la Puerta del Sol, son más de lo que pensamos, acaso una verdadera tradición idiosincrática de la plaza y no el recién retirado cartel de Tío Pepe que ha levantado tanta expectación. Los códigos a pie de calle como este pueden portaralgo más profundo de lo aparente, como queriéndonos decir que dejemos mirar al cielo para centramos en lo que está a ras del suelo; la gente, la interacción en la calle y el discurso popular. Encontraremos en estas y otras cosas una menor carga de institucionalidad y ambición, pero con una sabiduría mundana que, hoy nos suele parecer ajena. Esta escultura humana en cuestión, no más que un humilde y seráfico individuo, portaba un potente mensaje capaz de resumir icónicamente, mejor que cualquier reflexión extensa, todo este asunto de la «autorreferencialidad mediática». Bravo.

Finalmente, es importante mencionar que este tipo de temas son cada vez más debatidos en congresos, charlas o mesas redondas sobre el estado de los medios de comunicación. La última ha tenido lugar en Madrid el 17 de junio, y bajo el hashtag en twitter de #cometeelperiodismo, siendo una de las más interesantes del año, en la que participaron destacados periodistas o comunicadores como Virginia P. Alonso, de 20 Minutos, Stéphane M. Grueso, célebre cineasta y autor del documental ¡Copiad Malditos! o Juan Luis Sánchez, de Periodismo Humano.

NOTA: «Análisis del discurso» es una de esas asignaturas clave, que marca la forma de pensar de los estudiantes de periodismo que han tenido la suerte de recibirla, aunque desde que se estudia su materia es como si les separara en categorías: críticos y conformistas. En España, tenemos una gran carga de responsabilidad académica sobre esta materia, junto con el ejemplo francés e italiano de estudios de semiótica. Desde autores como el holandés Van Dijk en la Universiad Pompeu Fabra, por citar al más destacado, esta disciplina crea en quien la estudia un potente pensamiento crítico y conciencia sobre los mecanismos de control social que se establecen desde la comunicación de masas. A ellos va dedicado este artículo, que saben mucho sobre autorreferencialidad de los medios de comunicación, aunque tal vez no la hayan planteado nunca como su principal armazón.

Fuente: http://laboratoriodenoticias.es/spip.php?article325