En esta batalla una cosa está clara: la contienda es desigual. Esa premisa hay que asumirla, analizarla, y en dicho marco estudiar y desarrollar nuestras tácticas. Podemos conceptualizar esta desigual contienda como una asimetría estructural que en términos de fuerza hace que las posiciones al interior del campo comunicacional sean materialmente más favorables para los […]
En esta batalla una cosa está clara: la contienda es desigual. Esa premisa hay que asumirla, analizarla, y en dicho marco estudiar y desarrollar nuestras tácticas.
Podemos conceptualizar esta desigual contienda como una asimetría estructural que en términos de fuerza hace que las posiciones al interior del campo comunicacional sean materialmente más favorables para los defensores del capital y del imperialismo que para nosotros. Como suele ocurrir, gracias a colusiones, cartelización y beneficios estatales se ha configurado una estructura concentrada y coordinada en sus diversas dimensiones, es decir, en lo digital, en lo analógico, en los medios tradicionales, en los electrónicos, etc.
Por ejemplo, Google, Amazon, FaceBook, Appel (GAFA), junto a Oath, Microsoft y Disney predominan en el entorno digital, son «los gigantes de la web». En el ámbito informativo, Disney, Time Warner, News Corp, General Electric, Viacom y CBS controlan el 90% de los flujos noticiosos, y Hollywood el 90% de la industria cultural.
Esa es la condición material objetiva de la batalla comunicacional que es, como sabemos, parte de la batalla cultural. Pero no sería ésta, ni por lejos, la primera vez que las fuerzas revolucionarias enfrentamos escenarios a priori desventajosos. Por el contrario, ya Marx y Lenin lo vivieron, y en difíciles condiciones ambos desarrollaron una potente actividad mediático-comunicacional, centrada, sobre todo, en la creación de diarios y en una intensa producción de columnas, crónicas y editoriales que interpretaban la realidad y guiaban la acción. Ambos dirigentes, a pesar de las duras condiciones materiales que enfrentaban (relegación, cárcel, exilio, persecución, pobreza, etc.) nunca dudaron de la importancia de esta batalla. Lenin la consideró «una forma superior de agitación». Lo mismo Gramsci quien ejerció a partir de 1910 activamente el periodismo; hasta antes de ser apresado por el fascismo escribió cerca de 1.700 artículos. También en América Latina, a principios del siglo 20 y bajo condiciones igualmente desvantajosas, no cesaron en su actividad periodística ni Carlos Mariátegui ni Luis Emilio Recabarren. Este último, entre detención, persecución y pobreza, fundó más de 15 periódicos a lo largo de Chile, convencido de que la clase obrera necesita de sus propios órganos de difusión para afrontar el combate político.
Como vemos, no es ésta la primera vez que libramos la batalla comunicacional bajo condiciones asimétricas. Por el contrario, podemos observar una continuidad en la lucha de 500 años que llevamos protagonizando desde que el español pisara esta tierra. En el Virreinato de Perú, por ejemplo, los más estrictos castigos, incluyendo azote y pena de muerte, estaban contemplados para los indios que tuvieran caballos, armas o…. que supieran leer o escribir (como lo sabía Tupac Amaru).
¿Qué implica esta asimetría estructural para nuestra lucha comunicacional?
En primer lugar, hay que entender que no podemos librar la batalla como si las condiciones fueran simétricas. Suena obvio, pero a menudo parece no serlo si observamos ciertas costumbres y rutinas en las iniciativas mediático-comunicacionales que se llevan a cabo desde nuestras filas. Considerar en serio las condiciones materiales en las cuales se libra la batalla implica evitar acciones repetitivas que podrían tener más sentido si la cancha fuese pareja.
Una de ellas es la estrategia del «reflejo – contrario» . Durante las dos décadas en que muchos países de nuestro continente fueron gobernados por fuerzas progresistas, estos gobiernos fueron (y son) duramente atacados en el plano comunicacional. En ese marco, hemos podido ver que se gastan grandes cantidades de energías y recursos en negar que somos y hacemos lo que los medios hegemónicos dicen que somos y hacemos. Es decir, si los medios hegemónicos dicen que «somos y hacemos X», lo común suele ser que se reaccione desde nuestro campo contestando y demostrando que «no somos ni hacemos X».
Esta desgastante dinámica es, en general, bastante inútil, poco eficaz y perversa ya que nos relega a ser la cara anversa de la agenda dominante. Ocurre entonces que todos, amigos y enemigos, hablan de «X», los unos afirmando, los otros negando. De este modo, la matriz impuesta por el adversario se convierte y se consolida como centro referencial único. Y si algo ha demostrado la teoría medial es que una parte importante del poder político de los medios reside en su capacidad de «poner la agenda». Por supuesto, muchas veces es necesario referirse y responder las matrices discursivas de la derecha, pero centrar nuestras estrategias fundamentalmente en este síndrome del reflejo contrario nos impide desarrollar nuestra propia agenda, a la vez que consolida la de ellos. Claro, es bastante más fácil ser contra-agenda reactiva que proponer una agenda activa propia. Esto último requiere mayor audacia, y, sobre todo, esfuerzo intelectual y creatividad político-comunicacional.
Una segunda característica de nuestras estrategias – relacionada con la anterior- y que también da cuenta de que no siempre se tiene conciencia de la asimetría estructural, es la cantidad de esfuerzos invertidos en nuestro campo en crear una profusión de emisores. Al día de hoy existen miles de emisoras comunitarias (radios y televisión) levantadas gracias al avance de los gobiernos progresistas en América Latina, pero muchas de ellas repiten la agenda oficial, no son contra-hegemónicas, a menudo tienen problemas para cubrir sus espacios con contenido propio, además, tienen mínimas audiencias, etc. Efectivamente, en las últimas décadas hemos podido observar un raudal de iniciativas en el polo de la producción de discursos, pero que no se han traducido necesariamente en impacto político-comunicacional.
Una tercera característica de nuestra batalla que vuelve poco eficiente la estrategia del reflejo contrario y a las voces que emiten desde nuestro campo, es la falta de articulación de la mayoría de las iniciativas mediático- comunicacionales. Es decir, a menudo observamos muchas voces nuestras instalando temas y tratando de levantar agenda, aunque sin coordinación entre sí. Sin embargo, considerando la asimetría, el único modo para que la batalla comunicacional sea efectiva debe ser mediante acciones de coordinación local, nacional e internacional. Por supuesto que esta coordinación no tiene que ser diaria, pero sí en los momentos cruciales y para gestionar acontecimientos significativos.
Esta coordinación es, necesariamente, un asunto orgánico-político, no sólo mediático. La derecha está claramente coordinada y articulada políticamente en el uso de sus dispositivos comunicacionales. La SIP, por ejemplo, que agrupa a los dueños de diarios y revistas de América Latina es un claro ejemplo de ello; Google está coordinado con el Departamento de Estado; los Estados capitalistas, a su vez, están coordinados para llevar a cabo una campaña contra la neutralidad en la red; los diarios de referencia, asimismo, están coludidos con las fundaciones y centros de estudios, y así suma y sigue.
Los efectos de esta articulación se han visto con especial énfasis en los ataques a Venezuela. Durante el 2017, sobre una muestra de 90 medios estadounidenses, se contabilizaron 3.880 noticias negativas contra este país hermano, es decir, una media de 11 diarias, encabezadas por Bloomberg y el Miami Herald. En cuanto a las agencias, Reuter y AFP juntas reúnen el 91% de las noticias negativas. A su vez, el diario El País de España mencionó a Venezuela en ¡249! de las 365 ediciones del 2017, casi a diario y siempre negativamente. La cadena alemana Deutsche Welle publicó 630 noticias sobre el presidente Maduro…¡casi 2 diarias! Para el caso de la prensa latinoamericana son los medios de México, Colombia y Chile quienes más y peor informaron: 4.200 noticias negativas aparecieron en México el 2017, 3.188 en Colombia y 3.133 en Chile. ¡Eso sí es una internacional!
¿Dónde está nuestra articulación y coordinación editorial? A pesar de la gran cantidad de emisores que objetivamente tenemos, no contamos con una red que nos permita proponer e instalar una agenda propia, instalar matrices nuestras y construir un bloque comunicacional propio que proporcione los discursos y significados necesarios para que las clases populares construyan su identidad a partir de nuestro discurso.
No contamos, como lo explicitó lúcidamente el Comandante Chávez en su última reunión ministerial, «un sistema que incluya su interconexión con otro sistema o subsistema; medios comunitarios, medios populares de comunicación, televisoras regionales, periódicos regionales, internacionales, Telesur. Cada uno anda por su lado».
No olvidar las audiencias
Pero a pesar de las debilidades señaladas en el marco de una asimetría estructural, hoy se dan varias condiciones que nos permiten maniobrar como lanchas rápidas frente a los buques corporativos. Mencionemos, en primer lugar, el creciente desprestigio que los medios tradicionales enfrentan en el mundo entero, y de lo cual dan cuentas estudios de opinión a lo largo de Occidente: se trata de un desprestigio con alcance global. Esto significa que el capital simbólico más importante de la prensa – la credibilidad- está siendo erosionada por las audiencias a lo largo y ancho del planeta, audiencias que ya tienen claro que el otrora Cuarto Poder hoy, por el contrario, forma parte de las estructuras de la elite.
A ello sumemos la importancia que están adquiriendo de manera imparable las redes sociales como herramientas de información. La tendencia es clara: las personas se están informando cada vez más en el entorno digital. Esto debilita el rol de intermediarios exclusivos que los medios tradicionales ocuparon a lo largo del siglo 20, y obliga a buscar a los actores nuevas formas de comunicación política.
Se ha ido instalando lenta, pero densamente una relación polarizada entre medios tradicionales y una parte importante de la audiencia. Esto se ha visto claramente, por ejemplo, durante el movimiento de los indignados en España y en EE.UU., también con los chalecos amarillos en Francia, con el movimiento estudiantil chileno, etc. Los sectores sociales movilizados ni creen ni buscan a la presa tradicional.
Se abre una ventana de oportunidad. La composición de las redes sociales favorece la comunicación simétrica. Las millones de personas que se informan a través de ellas y que las usan a diario quieren manifestarse y expresar su opinión sin intermediarios. Los jóvenes ya no consumen medios tradicionales y las personas críticas del neoliberalismo – ya sea de izquierda o de derechas- se informan mayoritariamente en las redes sociales.
Pero no se reduce la batalla al buen uso de éstas y a nuestra familiaridad con el contexto digital. Se trata conocer, reflexionar y saber actuar en el polo que tenemos abandonado: el polo de la audiencia. Hubo un tiempo en que los medios tradicionales construían cierta comunidad con sus públicos. A modo de ejemplo, en España los lectores de El País fueron durante la década del ’80 una especie de comunidad identificada con el antifranquismo y la democracia; lo mismo los lectores de Página 12 en la Argentina transicional o, durante la dictadura chilena, los auditores de Radio Cooperativa.
En la batalla comunicacional hay que actuar políticamente en y sobre ese polo, el de la recepción, el de los usuarios, el del pueblo, e invertir parte de esa energía desparramada en crear medios alternativos sin audiencia, para conectar políticamente a los usuarios y usuarias de redes sociales entre sí, a lectores de medios de izquierda, a televidentes de canales públicos, etc., es decir, configurar un espacio público propio. En otras palabras: generar comunidades interpretativas, pues también de eso trata la batalla comunicacional.
Pero esa artista la dejaremos para el próximo artículo.
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