No son pocos los medios de comunicación que se hacen eco, continuamente, de los discursos propagandísticos de gobernantes y dirigentes políticos. Hoy en día, ante la infame situación que muchos ciudadanos definimos como fraude democrático, no es una excepción escuchar y leer una y otra vez frases vacías -no huecas, lo hueco se rellena-. Fijémonos […]
No son pocos los medios de comunicación que se hacen eco, continuamente, de los discursos propagandísticos de gobernantes y dirigentes políticos. Hoy en día, ante la infame situación que muchos ciudadanos definimos como fraude democrático, no es una excepción escuchar y leer una y otra vez frases vacías -no huecas, lo hueco se rellena-. Fijémonos en algunos de los titulares que han poblado las portadas de diarios de referencia en España, proferidos por Mariano Rajoy: «Tenemos la convicción de que hacemos lo que debemos hacer» (ABC, 14-7-2012); «Podéis salir de aquí con la cabeza bien alta» (El Mundo, 15-7-2012, en alocución dirigida a las bases del partido en Andalucía) o justificaciones tan vagas y contradictorias como «de subir antes el IVA, nos habrían obligado a recortar las pensiones» (La Razón, 15-7-2012).
Se trata de sentencias de carácter persuasivo, sin contenido alguno. No apelan en absoluto a argumentaciones lógicas. Al contrario, juegan a instigar miedo ante una situación peor que será evitada por estas «medidas dolorosas»; se inscriben en la lógica del determinismo, de la ausencia total de alternativa bajo la socorrida denominación de «necesidad». Es el estilo que se suele dar a titulares no solo en prensa. Más aún en televisión, estas frases hechas se repiten una y otra vez en los distintos espacios informativos. Forma parte de la estrategia de comunicación de los poderes políticos. Con el objetivo de enjaezar a las masas lectoras y televidentes, los directores de comunicación -DIRCOM- escenifican dramaturgias conforme al lenguaje publicitario. Se sirven, así, de eslóganes, de eufemismos y desvíos semánticos que son reproducidos sistemáticamente por los medios de información. Es el marketing por el que se nos vende la moto. No es algo, desde luego, nuevo. Sin embargo, hoy en día se pone en evidencia con mayor claridad cómo tratan de imponer climas de opinión; cómo se aprestan a apaciguar los ánimos y a crear las condiciones favorables a la resignación ante las usurpaciones y mentiras que se van sucediendo.
La telecracia
No estamos en la sociedad del conocimiento. No somos una generación más educada, más intelectual, mejor preparada o más independiente en sus esquemas de pensamiento. Al contrario, vivimos en la era de la imagen, de lo espectacular, de lo superficial. Cuando se grita, a viva voz, «lo llaman democracia y no lo es», la pregunta consiste en definir ¿qué es? Habría que añadir que podría tratarse de una telecracia. Y los beneficiados son quienes una y otra vez, en cada uno de sus envites electorales, vuelven a obtener millones de votos porque saben manejarse a la perfección en las batallas retóricas de las imágenes. Consideramos aquí no sólo a los partidos políticos, sino a los poderes financieros a quienes parecen servir y que, por ello, devienen jerarcas de la telecracia. Supongamos la siguiente metáfora: un productor cinematográfico de una major elige a su elenco, a sus directores, a las campañas de marketing para conseguir el mayor grado de aceptación de su producto. Obviamente, el film resultante no podrá desplegar la audacia narrativa de Tarkovski ni la agudeza y matización de Ingmar Bergman. Tendrá que ser un producto, como diría Adorno, de la PseudoKultur, fácil de entender, simple y estereotipado. La escena política bien podría remedar esta imagen de la industria cinematográfica. Sustituyamos espectadores-consumidores por votantes y voilà.
La maquinaria propagandística conoce bien las fuentes informativas de la mayoría de los ciudadanos. A pesar de la incuestionable influencia de los medios escritos y del emergente espacio digital en la Red, la televisión continúa siendo una pieza fundamental a la hora de modelar las opiniones. Y en televisión, lo que cuenta no son las argumentaciones, los análisis contextuales, los detallados informes que precisan de tiempo y esfuerzo por parte de los redactores y los lectores. Lo que se busca, lo que destacan son las frases impactantes. Aunque sean mentira. La cuestión capital reside en una buena puesta en escena y un mensaje lo suficientemente simplificado como para poder ser retenido y asimilado sin reflexión alguna.
Los partidos políticos hegemónicos, el gobierno de turno fundamentan su comunicación con los ciudadanos no en debates abiertos, en la discusión pública de asuntos comunes. A la moda de ruedas de prensa sin preguntas de periodistas, es decir, sin derecho a réplica, se suma la constante y conspicua organización de congresos de partidos. El objetivo no es sentar las bases de consensos en el interior del partido, según la confrontación de posiciones antagonistas. Todas estas actividades, dispendiosas, tienen como meta capital aparecer, publicitarse en el espacio televisivo y proporcionar materiales para la propaganda en los informativos de televisión. ¿Cómo si no, entender que sea a través de mítines y congresos como tiene lugar el intercambio de insultos y reprobaciones entre los líderes políticos?
Bajo la apariencia de un tratamiento que se afirma aséptico y objetivo, los informativos televisivos suelen mostrar colecciones de declaraciones: el político X dice Y; el político Z responde V. Sin embargo, en gran parte de las ocasiones se trata, sencillamente, de frases retóricas que intentan persuadir a la audiencia. En función de la orientación partidista de la cadena, la sucesión de citas y los ocasionales comentarios del presentador inclinarán la balanza hacia la aprobación o la vituperación. Lo que es evidente es que tan solo los grandes partidos con capacidad económica para generar todo este acervo de mensajes audiovisuales serán visibles en la pantalla. Dicho de otra manera, la telecracia profundiza el bipartidismo PPSOE sencillamente porque silencia o margina las voces de las restantes alternativas políticas. Imaginemos que una y otra vez las cabeceras de los informativos muestran todos los días las declaraciones de Cayo Lara o de Rosa Díez. ¿Por qué no ocurre así, cuando es obvio que contienen mucha más verdad o menos lógica que las de Rajoy y Rubalcaba? Podrá objetarse aquí que el tiempo dedicado a cada partido es proporcional a su representación de la sociedad. Sin embargo, no hay que confundir cantidad con calidad y si el lenguaje de los grandes partidos es ínfimo y contrario a la inteligencia, lo correcto es no darle voz pública.
La información no es conocimiento
El papel de la información, incluso en televisión, no debe reducirse a la exhibición impúdica y podríamos decir obscena de fragmentos de discurso que convienen a aquellos que los profieren. Antes bien, siendo el medio de información mayoritario y, en consecuencia, un formador de opinión central para el buen funcionamiento de la democracia, el medio televisivo debe silenciar todos los mensajes que contengan un sesgo notoriamente persuasivo. Todos los mensajes, en cierto modo, llevan implícito un componente persuasivo. Este artículo es una prueba. Pero hay persuasiones continuas y ofensivas hacia aquellos a quienes van dirigidas, por la sencilla razón de que van en contra de sus intereses. En otras palabras, siendo el tiempo en televisión tan escaso, ¿para qué ocuparlo con declaraciones que no dicen nada y tratan de distraer la atención de consideraciones más cruciales? Tan solo tendría sentido para que fuesen objeto de reflexión, escarnio público si procede y criticarlas, ejerciendo el periodista así uno de sus deberes principales, que también debería ser obligación de todo ciudadano. Desde el momento en que un presentador reproduce declaraciones como las que estamos escuchando una y otra vez, de modo que se intenta mitigar la disonancia ominosa del gobierno de Mariano Rajoy -que prometió justo lo contrario de lo que hace-, el periodista queda reducido a la categoría de autómata al servicio del sistema antidemocrático.
Desde luego es una idea utópica la que planteo en este artículo. Tradicionalmente, la televisión ha desempeñado un papel de adoctrinamiento y, si se quiere, enfriamiento de la ciudadanía. No parece que el porvenir de los informativos de televisión vaya a bascular hacia otros derroteros. La información tal y como se nos da, de forma fragmentaria y yuxtapuesta, no puede nunca originar un conocimiento siquiera aproximado de lo que ocurre, por qué ocurre y cómo podría dejar de ocurrir. Como escribía Ignacio Ramonet en el primer editorial de Le Monde Diplomatique edición española, «informarse cuesta». Apaguemos la televisión y dediquemos tiempo y esfuerzo a la lectura de fuentes alternativas y cabales. De lo contrario, lo que es un fraude nos irá pareciendo, cada vez más, una decisión necesaria, fatal y obligada por unas circunstancias sobre las que nada ni nadie tiene gobierno. Contra la resignación ante las injusticias, conocimiento y, en segunda instancia, acción práctica.
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