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La demagogia falsaria del diario global-imperial

Fuentes: Rebelión

Para Martina, que nació de noche, como el búho de Minerva, el día siguiente de la huelga general contra la antihumanista civilización del Capital y sus servidores interesados. No se trata de abonar ninguna apología del presidente ecuatoriano. No desconocemos la existencia de críticas documentadas levantadas desde plataformas de izquierdas. No es ese el punto […]

Para Martina, que nació de noche, como el búho de Minerva, el día siguiente de la huelga general contra la antihumanista civilización del Capital y sus servidores interesados.

No se trata de abonar ninguna apología del presidente ecuatoriano. No desconocemos la existencia de críticas documentadas levantadas desde plataformas de izquierdas. No es ese el punto de esta nota.

Lo de diario «global-imperial» no es ninguna exageración. Podemos contrastarlo con éxito -¡una vez más!- en la entrevista al presidente Rafael Correa publicada en la edición del viernes 16 de noviembre.

Santiago F. Fuertes es el entrevistador. Siguiendo probablemente instrucciones de don Cebrián y sus conmilitones, arranca fuerte. Nada de buenos días, ni de qué tal señor presidente. Nada de eso. En el mismo tono, pregunta poco después: «Cádiz se cita como una de las cunas de las libertades en España. Una de ellas, la de prensa [¡don SFF da lecciones histórico-jurídicas elementales al presidente de Ecuador!]. Tras lo sucedido en El Universal, ¿cree que tendrá problemas?».

La respuesta del presidente ecuatoriano no tiene desperdicio: «No entendí la pregunta». ¡Tocado y hundido!

Es igual, pelillos a la mar. Don Santiago tenía un mal día y se pasó una tonelada. Regresemos ahora a la primera plana.

En la columna de la derecho, al final de todo, puede leerse un titular muy propio de El País: «Lo peligroso es el izquierdismo del todo o nada». Destacado, desde luego, con letra grande. A continuación, un breve resumen de la entrevista: «Rafael Correa, presidente de Ecuador, llegó ayer [jueves 15] a España para asistir a la Cumbre Iberoamericana que arranca hoy [16 de noviembre] en Cádiz. «Lo más peligroso es el izquierdismo del todo o nada, y hasta el indigenismo infantil, que ve la pobreza como parte del folclore», a lo que Santiago F. Fuertes añade el siguiente comentario: «declara en un intento de moderar su imagen populista».

¿Moderar su imagen populista? ¿Y cómo sabe don Santiago que esa era la intencionalidad del presidente ecuatoriano? ¿Esto es información objetiva, contrastada, independiente, global, veraz, ajustada a los hechos, respetuosa con el entrevistado? ¿Estas son las armas críticas de este diario tan acrítico? ¿O son más bien valoraciones alocadas, sin base ni conocimiento y, eso sí, con muy mala intención político-cultural?

Hace algunos años, Francisco Fernández Buey ya explicó y apuntó sobre el tema, en un artículo periodístico [1], cosas básicas, esenciales. ¡Tenía un ojo político-filosófico inigualable!

Hoy en día, señaló, «en los principales medios de comunicación occidentales [El País era y es un ejemplo destacado], se llama populismo a movimientos, gobiernos o regímenes muy diferentes y a veces de signo radicalmente contrario». Ello creaba, sigue creando, mucha confusión, «pues existe la tendencia a meter en ese mismo saco del populismo procesos y tendencias que son muy distintos por su orientación, por los objetivos explícitamente declarados y por la actuación en la práctica de los sujetos de referencia».

Desde el punto de vista de la historia de las ideas políticas, proseguía el autor de La gran perturbación, resultaba llamativo que al hablar o escribir sobre populismo casi nadie se acordara «del primer movimiento socio-político que está en la base del uso del término populismo en Europa… En Europa, el término populismo se usó históricamente para calificar a los narodnik rusos de la segunda mitad del siglo XIX»

Por qué un olvido tan generalizado se preguntaba el autor. La reflexión a partir de esta pregunta, añadía, «arrojaría mucha luz acerca de la confusión actual sobre el uso del término populismo, que casi siempre aparece ahora en una acepción peyorativa». Existía un cambio de orientación muy notable en la historia de las ideas si se comparaba «el tono positivo con que escribían sobre este populismo Franco Venturi, Isaac Berlin o, por ejemplo, Albert Camus, en El hombre rebelde, durante los años que van desde la década de los cincuenta a la década de los setenta del siglo XX, con el uso actual del término populismo». Pronto se llegaba a la conclusión de que se había producido una inversión prácticamente total, en sentido descendente, en la acepción del término.

La cosa venía a cuento del uso negativo del término que habitualmente se hacía, y es obvio que se sigue haciendo, «al escribir ahora sobre algunos de los movimientos sociales y procesos políticos en curso en América Latina (en Bolivia, en Ecuador, en Perú, parcialmente en Venezuela, etcétera)». En opinión del coautor de Ni tribunos, estos procesos tenían «más puntos de contacto con el narodnikismo (y tal vez con el primer populismo agrarista norteamericano) que con el tipo de populismo en que habitualmente se piensa cuando nombramos a Álvaro Obregón (en México), a Getulio Vargas (en Brasil), a José María Velasco Ibarra (en Ecuador) o a Juan Domingo Perón (en Argentina)».

Estos movimientos sociales y procesos políticos en curso en los países latinoamericanos enlazaban, de alguna manera, «con los objetivos, metas y discursos de lo que fue el primer populismo ruso». ¿En qué? En su crítica de los males de «la modernización capitalista (ahora de la globalización neo-liberal) y de las tiranías elitistas (ahora de las oligarquías corruptas) como en su advocación genérica del socialismo».

Al final de una exposición que, como nos tenía acostumbrados, no tenía ningún desperdicio, el amigo y compañero de Manuel Sacristán recordaba la existencia de un uso más restringido del término. Se refería este «al modo de actuar o de ejercer la parte de poder que tienen, y que han logrado por vía estrictamente democrática, dirigentes como Chávez, Morales o Correa». Pero también en esto, señalaba, habría que precisar y distinguir: «una cosa es el talante personal de tal o cual dirigente y otra, bastante distinta, lo que se proponen actuando en un marco democrático. Si priorizar asambleas constituyentes, potenciar la democracia participativa, tratar directamente con la parte de la población a la que representan sometiéndose a su control, potenciar la iniciativa popular y el referéndum constitucional o legislativo es populismo, entonces habría que llamar populista también al Kelsen de Esencia y valor de la democracia…» Si, en cambio, concluía, de lo que se trataba era de la sospecha «en el sentido de que el talante personal, carismático, de alguno de estos dirigentes puede conducir a la liquidación de la democracia representativa (cosa, por cierto, de la que la mayoría de los observadores internacionales dicen que no hay indicio), entonces sería mejor volver al viejo término de cesarismo, que es con el que se ha calificado tradicionalmente en Europa esa forma de relación entre gobernantes y gobernados».

Quedaría por dilucidar un punto no menos esencial: si el cesarismo de izquierdas y el de derechas eran simétricos y ajenos ambos al espíritu democrático, o si, por el contrario, «la distinción que estableció Antonio Gramsci, entre un (buen) cesarismo de izquierdas y un (mal) cesarismo de derechas», seguía valiendo después de lo que habíamos aprendido desde los años treinta del siglo XX.

¿Lo habrán entendido don Santiago F Fuertes y sus jefes? ¡Otra batalla teórico-política ganada por FFB, pocos meses después de asaltar los cielos con la rabia acumulada tras estos años de infamia y abyección!

 

Nota:

[1] FFB, «Sobre populismos», http://www.rebelion.org/noticia.php?id=50593

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.