Llamo a Jesús Ceberio (Hondarribia, 1946) porque Xosé Manuel Pereiro quiere abrir el número de verano de Luzes con un reportaje sobre el estado del periodismo en tiempos de bulocracia.
Hola, Cebe. Pereiro quiere que hable contigo, con Olga Rodríguez, con Soledad Gallego-Díaz, con Vanesa Jiménez y con Mahmoud Mushtaha. La idea es que las tres generaciones de plumillas reflexionemos sobre lo que ha pasado con el periodismo en los últimos años, y sobre si el oficio tiene algún tipo de solución o de viabilidad o de futuro. Lo que estamos viendo en CTXT es que la gente cada vez parece leer menos. Por ejemplo, sobre Gaza. Los suscriptores están dispuestos a pagar para que se publiquen crónicas desde el terreno, pero luego no están tan dispuestos a leerlas. En fin, te lanzo algunas preguntas para enfocar el asunto. ¿Cómo es que la derecha y la extrema derecha han pasado a dominar de una manera casi abrumadora la esfera mediática y las redes sociales? ¿Qué papel puede jugar la prensa “seria” y “progresista”, en vista de que los otros no tienen la menor intención de respetar las normas profesionales ni la deontología? ¿Por qué valen lo mismo la verdad que la mentira, los hechos que las invenciones? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Se ha producido una transformación radical. Por un lado, de las empresas y de la capacidad de supervivencia económica de las empresas. Y sin recursos económicos no hay forma de hacer funcionar nada, incluidos los medios. Hace 40 años o 50, cuando se produce la muerte del dictador, en los medios, al margen de cuál fuera la orientación general, había una mayoría de gente situada en lo que hoy llamaríamos la izquierda. Que probablemente no era tan, tan de izquierda, desde un punto de vista social o económico, pero sí en términos de voluntad de avanzar de forma acelerada hacia un régimen democrático. En todas las redacciones eran muy mayoritarios los que sostenían este punto de vista.
¿También en el ABC o en La Vanguardia?
Bueno, conozco menos esos medios por dentro, pero creo que probablemente también, al menos en La Vanguardia. No sé si en el ABC, porque era un medio extraordinariamente tradicional…
Bueno, siendo monárquico no le quedaba más remedio…
La mayoría de los monárquicos de entonces apoyaban una evolución rápida hacia un régimen homologable con los de nuestros vecinos. Y, en ese sentido, sí que creo que se ha producido una transformación.
¿Una involución?
La gente se ha ido replegando hacia su mundo propio, individual, y se han acomodado a las leyes de un mercado en el cual (desde luego en nuestro país, y no solo, pero desde luego en nuestro país) el poder político manipula los medios, de una manera yo diría que desvergonzada, a través de la publicidad institucional.
Nosotros vivimos (tú como baranda y yo como becario) los años dorados de El País, cuando tenía que devolver publicidad los domingos porque ya no cabía más.
Pero también en aquella época había mucho dinero de publicidad institucional que El País recibía, como El Mundo y los demás.
Pero era menos relevante de lo que es ahora. Desde luego, para los medios digitales menudos o medianos de las cloacas esta época es un paraíso. Periodista Digital, cloaca máxima, cobra 400.000€ al año de Ayuso y de Almeida. Inda, cloaquero mayor, trinca millones trucando sus audiencias con noticias falsas, recetas de cocina o enlaces a páginas porno…
Yo viví la época, efectivamente, de la mayor expansión económica de El País en el año 2004 y 2005, o sea, hace 20 años. No estamos hablando de hace un siglo. Hace 20 años El País era un negocio capaz de producir beneficios superiores a 100 millones de euros al año. Bien, la desaparición de esos ingresos en gran medida publicitarios (tres cuartas partes eran publicidad y un cuarto eran ingresos por difusión) la ha aprovechado el poder político para poner el pie en las redacciones. Los políticos se han apropiado de los medios.
¿Pero cuándo y por qué se jodió el Perú? Algo tendría que ver que con la llegada de Internet los editores estuvieran mirando a Cuenca…
En cuatro o cinco años, ya no digamos luego, los medios perdieron del orden de tres cuartos de la facturación publicitaria. Eso significa que la dependencia de los medios respecto de las instituciones públicas pasó a ser enorme. Mientras tanto, se ha reducido su dependencia de los poderes económicos. Y eso ocurre porque ningún gobierno ha querido legislar para impedir el reparto discrecional del dinero público a los medios. Ninguno.
Y así hemos llegado a Ayuso, que riega el 90% del dinero disponible a los medios y pseudomedios amigos. Aunque su novio es un defraudador fiscal, y ella vive en un ático pagado por Quirón, ellos hablan del Caso Begoña.
Pero eso no pasa solamente en la Comunidad de Madrid. Puede haber algunas excepciones, pero en términos generales depende de la voluntad política del responsable de turno. Recuerdo que en los años noventa, siendo yo director de El País, tuve unas palabras con el señor Zaplana, entonces presidente de la Comunidad Valenciana.
¿Trataba mejor a la competencia?
O sea, no es que le diera más a El Mundo que a El País. Es que le daba diez veces más.
Bueno, Zaplana y Miguel Ángel Rodríguez han sido los maestros de eso. Bono era otro… ¿Pero qué errores hemos cometido los periodistas para que los lectores hayan salido huyendo?
Uno es que nos pasamos un montón de años promoviendo nosotros mismos la información gratuita en la red. No había recursos para seguir publicando el papel y al mismo tiempo se habían ocupado de promocionar la gratuidad en la red. Y en ese sentido yo sí que creo que no es una batalla definitivamente perdida, como demuestra el New York Times. Claro, lo que ocurre es que es una batalla en la que va a haber muchos perdedores. Va a haber una escabechina de medios. Pero yo no la doy por perdida, eh. La información rigurosa, contrastada, hace más falta que nunca.
¿Qué efecto crees que ha tenido la acumulación de pseudoperiodistas muy activos en redes sociales, muy bien engrasados por el poder político, que se han dedicado a difundir bulos, desinformación, mentiras? ¿Ese fenómeno ha perjudicado a la prensa, digamos, seria? ¿O es que tampoco era tan seria?
Hombre, yo creo que la prensa seria tiene que hacer una autocrítica profunda de en qué se ha equivocado. Pero lo que sí es cierto es que la propia dinámica de las redes conduce a esa situación. ¿Qué buscan los grandes propietarios de las redes, el señor Zuckerberg y compañía? Fundamentalmente, lo que necesitan es que la gente participe en…
En la conversación, decía Antonio Caño…
Bueno, de diálogo tiene poco. Pero en fin. Lo que necesitan es que la gente participe mucho, porque eso es lo que les da a ellos la capacidad de obtener los datos que luego explotan publicitariamente. Entonces, la información rigurosa puede interesar a mucha gente, pero la información falsa interesa muchísimo más porque crea más debate y más participación.
Da más pistas, más target…
Por eso la verdad o la mentira han dejado de ser los valores fundamentales en la conversación pública. En este momento lo que demanda el propio medio de difusión es una intervención permanente, una actuación constante. El insulto vende más que la información y la falsedad vende mucho más que el rigor y se difunde de manera mucho más acelerada.
Pero flagelémonos un poco. ¿No ha jugado demasiado la prensa teóricamente seria al juego perverso del titular llamativo, del publirreportaje más o menos oculto, de mezclar en sus portadas crónicas de corresponsales estupendas con publirreportajes de Mercadona? Recordemos que los periódicos serios han abierto departamentos de publirreportajes para cobrar contenidos patrocinados. Hemos jugado con fuego y lo hemos pagado. Los lectores no son idiotas.
Pues es posible, pero en cualquier caso está en la naturaleza de los nuevos medios cerrar el paso muchas veces a la información rigurosa. Lamentablemente, el rigor vende poco.
Hablabas del New York Times: se ha recuperado con Trump. Pero durante Biden, el New York Times ha sido una catástrofe. Por ejemplo, en la información sobre Israel y Gaza. Se ha comido la propaganda israelí de cabo a rabo.
Eso al New York Times le ha pasado siempre. Siempre ha tenido ese sesgo.
Pero tampoco hacía falta ponerse del lado del sionismo más terrorista, ¿no?
En cualquier caso, ha sido capaz de recuperar gran parte del territorio perdido por el propio New York Times. Y en eso, lamentablemente, no hay tantísimos casos. Probablemente The Guardian. Hay algunos medios, pero muy pocos, que hayan sido capaces de rectificar errores tan graves.
Y de pedir disculpas a sus lectores.
Sí, bueno, eso es lo que suele diferenciar a los medios realmente serios de los que no lo son. Vivimos en un ecosistema brutal, en el que la verdad, la realidad, tiene un valor ínfimo. Y me temo que decreciente.
Sí, esa pinta tiene. Pero por no acabar con la depresión. ¿Qué signos positivos ves alrededor?
Yo creo, a pesar de todo, que seguirá habiendo medios grandes, medianos y pequeños, que sobrevivan a esta invasión. La mentira en los medios ha existido siempre. O sea, pensemos en la prensa amarilla. El término se acuñó a comienzos del siglo XX. Medios poco rigurosos los ha habido siempre y además con enorme éxito de ventas. Ahora bien, a pesar de todo, ha habido medios que han sido capaces de aplicar unas normas compartidas de deontología profesional sin que eso les haya hundido en la miseria. ¿Qué capacidad tienen hoy de sobrevivir? Creo que la siguen teniendo. Lo que ocurre es que probablemente la competencia se ha vuelto muchísimo más difícil. Y es más, sigo creyendo que en buena medida los políticos están alimentando eso. Porque todos los políticos al final lo que quieren es tener medios que sirvan a sus intereses.
Esta entrevista se realizó para el número de verano de la revista Luzes.
Miguel Mora es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010 obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros La voz de los flamencos (Siruela 2008) y El mejor año de nuestras vidas (Ediciones B).