Cualquier intento de entender la democracia sin tener en cuenta su relación con el capitalismo es dudoso. A pesar de que habitualmente se equipare el capitalismo -o el eufemismo de los mercados libres- con la democracia, una y otra cosa siguen siendo proyectos distintos, con tensiones muy fuertes entre sí que pueden desencadenar un conflicto […]
No sé si existen muchos otros ejemplos en la historia del periodismo. La ubicación del global sionista-fondos-de-riesgo en la derecha más extrema, revisionista y revisionista apenas tiene antecedentes. Acaso Le Monde pero mucho peor en este caso, en el caso del global, cada día más cercano a Das Bild, al ABC o La Razón. La Vanguardia, y ya es citar, empieza a ser por comparación un diario de centro izquierda.
Un ejemplo, otro ejemplo más. «Una Constitución demasiado roja y demasiado larga» es el título de un artículo de Javier Martín aparecido el pasado lunes en el global [1]. «La Ley Fundamental portuguesa frena la acción de gobierno, pero no hay acuerdo para cambiarla» es el subtítulo. Ya se pueden imaginar el contenido. Es este:
Primero la estupidez, mezclar churros con regaliz, para dar calor y color al asunto: «En Portugal, recortar sueldos de funcionarios, cerrar bares una hora antes o escribir ótimo en lugar de óptimo es inconstitucional o puede llegar a serlo».
Luego el «dato objetivo» para abrumar y pasar de objetivos y muy «científicos»: «El pasado año, el Tribunal Constitucional (TC) dictó 1.738 sentencias, ocho veces más que el español, en un país con cuatro veces menos de ciudadanos». ¡Qué escándalo!, ¡qué escándalo!
Después la sesuda explicación del gran periodista con la revisión y el desprecio como nudos centrales de su punto de mira: «Gran parte del frecuente recurso a que el TC lo resuelva todo se debe a una Carta Magna desarrollada bajo los efectos de la Revolución de los Claveles de 1974». ¡Vaya con la Revolución!
Más tarde el aparente equilibrio, con su chinita desde luego, que esconde la mayor carga de profundidad: «A favor del texto -aprobado por el Parlamento en 1976, pero nunca sometido a referéndum- hay algo impagable: que el país lleve votando en libertad y democracia 40 años, tras medio siglo de dictadura. Para que aquel texto saliera adelante hubo que contentar a todos, de la extrema izquierda a la derecha».
El lenguaje sentencioso y seguro de sí hace acto de presencia: «La Constitución de 1976 es excesivamente prolija -el triple de palabras que la francesa, el doble que la española- y pretenciosa, pues aspira a regularlo todo». Sin entrar en las comparaciones (que habría que comprobar), la falacia de las intenciones: ¡aspira a controlarlo todo! ¿Y cómo sabe don JM que la aspiración es esa?
Luego, literalmente, el insulto y la chulería más abyecta: «Si originariamente perseguía una «sociedad sin clases», tras desbravarse en siete ocasiones mantiene cómo repartir los latifundios a los pequeños agricultores o explicita que «el Estado no puede programar la educación y la cultura según directrices filosóficas, ideológicas o estéticas…», palabras más que suficientes para pleitear por la inconstitucionalidad de la nueva ortografía». ¿Es eso? ¿Tras desbravarse en siete ocasiones, es decir, tras reformarse neoliberalmente numerosas veces? ¿Repartir los latifundios a los pequeños agricultores es un sueño decimonónico y trasnochado?
El aparente objetivismo hace de nuevo acto de presencia: «Al margen de ideologías, la Constitución da pie al caos jurídico y administrativo que, algunas veces, impide gobernar -especialmente a partidos de centro derecha- y en otras muchas ralentiza un simple cambio normativo». ¡Impide gobernar a la derecha que ha gobernado no sé cuantas veces! ¡La constitución de la revolución da pie al caos jurídico y administrativo!
El toque anticomunista para finalizar por supuesto: «Es año de elecciones y celebraciones. Se cumplen 40 años de la Asamblea que redactó la Constitución; en otoño se elegirá Parlamento, y en enero, presidente. Y la Carta Magna figura entre los temas de debate». En privado, añade el del País, «los partidos a la derecha del Comunista hablan de necesidad de un cambio profundo del texto, pero en público ninguno lo plantea, sabedores de que la iniciativa no gozaría de quórum o les quitaría votos». ¿Entonces? ¿No hay entonces apoyo de la ciudadanía? ¿No parece más que loable la actitud resistente y democrática del PC portugués?
Gobierne quien gobierne, concluye don JM, «hoy o mañana, en Portugal el arma más efectiva de la oposición seguirá llamándose Constitución». ¿Y cuál es el problema? ¿No debería ser así? ¿No hablamos de la necesidad de controlar del poder?
En síntesis: ¡qué asquillo que dan Dios mío! ¿De dónde los sacan? ¿Por qué serán siempre o casi siempre uno y lo mismo?
Notas:
[1] http://elpais.com/elpais/2015/05/15/opinion/1431703764_770619.html
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