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Carta de la cónsul de Venezuela en Madrid a Rosa Montero

«La invito a acercarse a mi país y a sus realidades sin preconceptos ni opiniones previamente elaboradas»

Fuentes: Rebelión

Señora Rosa Montero: Usted escribió el martes 26 de octubre en su habitual columna del Diario El País una nota para referirse a un caso que nos ha conmocionado a todos. Ocurrió en Venezuela, pero pudo pasar en cualquier parte. A veces uno piensa que la cotidianidad pudiera hacernos superar nuestra capacidad de asombro, pero […]

Señora Rosa Montero:

Usted escribió el martes 26 de octubre en su habitual columna del Diario El País una nota para referirse a un caso que nos ha conmocionado a todos. Ocurrió en Venezuela, pero pudo pasar en cualquier parte. A veces uno piensa que la cotidianidad pudiera hacernos superar nuestra capacidad de asombro, pero la realidad nos supera y nos abruma siempre. Y termina uno sorprendiéndose. Lo que causó mi asombro ese día no fue el hecho reseñado por usted, pues ya lo conocía. (Eso me causó vergüenza ajena y frustración). Fue la facilidad con la que usted, una persona aguda, crítica, progresista y culta llega a la conclusión de que la insólita sentencia que absuelve al presunto (la ley me obliga a colocarlo así) violador y torturador de Linda Loaiza no es más que el perfecto retrato de «…la Venezuela de hoy: el machismo atroz de los militarotes como Hugo Cávez, el acomodaticio miedo de los jueces ante el poder, la estructura social caciquil y abusiva». Esas fueron las terribles y admonitorias palabras con las que usted termina su artículo y que nos dejó de una sola pieza. Por su reduccionismo y por su elementalidad.

Es algo así como aquellos ejemplos con que nos enseñaban las premisas en las aulas escolares: si A es igual a B y B es igual a C, A y C son iguales. Chávez es militar. Los militares son machistas y dictadores. Ergo, Chávez es machista y dictador. Y Venezuela es una aldea dirigida por un monstruo. Esa es más o menos el esquema con que desarrolla su artículo. Tal vez, en su perfectamente válido empeño de pronunciarse en contra de la aberrante sentencia se olvidó de verificar que jamás existió pronunciamiento alguno del Presidente Hugo Chávez Frías (antes o después del juicio) a favor del acusado. O de su padre, un científico venezolano, que efectivamente alguna vez fue Rector de la Universidad Nacional Abierta, que hasta donde conozco siempre estuvo vinculado a los anteriores gobiernos y a quien usted menciona erradamente como «influyente y próximo al poder».

Sentencias aberrantes de jueces trasnochados las hay en todas partes y no por ello debemos necesariamente presuponer «acomodaticios miedos de los jueces al poder». Por ejemplo, monstruosa fue la sentencia de un juez español el año pasado que liberó a un pederasta alegando que no hubo violación porque la víctima, una niña de muy corta edad, fue penetrada con un dedo y no con el pene. O aquella, de otro juez en esta España europea y primermundista, que decidió que eran mentira los maltratos alegados por una doliente esposa porque su presencia, bien vestida y maquillada, no llenaba el perfil de mujer maltratada. Y debe haber muchas más igualmente desagradables. Pero jamás se me ocurriría pensar que esos jueces son el perfecto reflejo de la sociedad española.

Aberrante y lesiva de los más elementales derechos y de la dignidad nacional fue también la sentencia del Tribunal Supremo venezolano que absolvió a los autores del golpe de Estado del 11 de abril, (civiles y militares) desconociendo, ignorando y negando que en esas aciagas 47 horas se conculcaron todos los derechos civiles, se liquidaron de un plumazo todas las instituciones. Se reprimió, se persiguió, se apresó y se torturó a muchísimas personas, reeditando -afortunadamente por poquísimas horas – aquel torvo cuartelazo que asesinó a Allende, a Víctor Jara y a miles de chilenos. Y fíjese, señora Montero, que esa asonada fue contra Hugo Chávez y el pueblo de Venezuela y los jueces que los absolvieron forman parte de esa estructura social a la que usted descalifica a priori, acuñándole al Presidente los descalificativos de cacique y abusivo.

Es obvio que el Poder Judicial en mi país no es, ni con mucho, de los mejores. Probablemente hay y ha habido jueces muy buenos y otros muy malos. Es seguro que la venalidad existe y que las tentaciones son muchas. Como en cualquier parte. Las dos sentencias referidas son prueba fehaciente de que mejorarlo es una asignatura pendiente. Pero de allí a pretender asignarle a nuestro Presidente la responsabilidad de esos hechos, circunscribiendo el análisis al absurdo reduccionismo de que esa sentencia refleja la realidad de mi país es, cuando menos, un irrespeto. Porque por si usted aún no se ha enterado, señora Montero, todo el país, se ha volcado a criticar la decisión judicial. Los reproches y los comentarios han abundado. Y los Diputados de la Asamblea Nacional (cuya mayoría es oficialista) por primera vez desde su creación votaron de manera unánime un pronunciamiento en contra de la sentencia, respetando, por supuesto, la autonomía de los poderes. Y eso es una indiscutible señal de democracia.

Por eso, señora Montero, la invito a acercarse a mi país y a sus realidades sin preconceptos ni opiniones previamente elaboradas. Venezuela es un país pujante, civilizado y en permanente crecimiento. Que durante muchos años fue saqueado de manera inmisericorde por quienes detentaron el poder, generando cada vez más pobreza, insalubridad e ignorancia, sin que los políticos y los intelectuales extranjeros expresaran su preocupación por lo que sucedía. Por el contrario, muchos hicieron causa común con los saqueadores para contribuir a esquilmarnos.

Sin embargo, en estos últimos años hemos vivido un proceso revulsivo y convulsivo, intentando llevar a cabo una revolución pacífica, incruenta y con el menor costo posible. No nos ha resultado fácil. Los enemigos internos y externos cunden, se multiplican y acuden a métodos cada vez más sofisticados. Una buena manera de contrarrestarlos sería que gente pensante, con criterio propio y progresista se acerque a nosotros, despojados de prejuicios, y constate nuestras vivencias. Que observen las cosas que estamos haciendo. Que intenten comprender nuestras luchas. Que se acerquen a compartir nuestros sueños y nuestras esperanzas. Le pido señora Montero, que intente hacerlo. A lo mejor, es su capacidad de asombro la que se ve superada por una realidad sorprendente y estimulante.

Afectuosamente,

Yolanda Rojas Urbina

Cónsul General en Madrid