Extraño la diferencia en una celebración de los 20, los 19 o los 21 años de vida. Pero reconozco la distancia que separa el México de los años 80 del México actual. Los cambios no han sido menores y cualquiera sea el diagnóstico, el país no es el mismo. La Jornada nace en ese periodo […]
Extraño la diferencia en una celebración de los 20, los 19 o los 21 años de vida. Pero reconozco la distancia que separa el México de los años 80 del México actual. Los cambios no han sido menores y cualquiera sea el diagnóstico, el país no es el mismo. La Jornada nace en ese periodo turbulento de cambios en que se reforman y se producen acontecimientos de trascendencia capital en la vida cotidiana de todos los mexicanos. Su emergencia hace dos décadas contribuye de manera destacada a la formación de ciudadanía y la creación de un periodismo hasta ese momento inédito en México, en América Latina y, por qué no decirlo, en buena parte de la prensa escrita de Occidente. Toda una escuela de periodismo, independiente del poder, crítico de sí mismo y, lo más importante, veraz respecto a la información. Hoy, un referente mundial en lengua castellana, ganado a pulso por su honestidad y buen hacer.
Para quienes visitamos México en los años 80, ejercer la crónica política y el periodismo independiente era una empresa en muchos casos riesgosa. Periodistas de dilatada trayectoria tenían problemas para informar. Las presiones, la censura encubierta y las llamadas de atención eran mecanismos utilizados para quebrar voluntades. Quienes hacían prensa escrita diaria o semanal, radio y televisión gozaban de cierta franja de tolerancia en sus opiniones, sobre todo si se trataba de información internacional. Pero más allá de ella, cuando se trataba de asuntos internos, caía todo el peso y la fuerza del Estado. Las cotas estaban claramente delimitadas y no era cuestión de imprudencia saltárselas a la ligera. Las consecuencias podían ser catastróficas. Desde perder el empleo a cuestiones peores. En algunos casos las advertencias se transformaban en malos modos, amenazas o triquiñuelas cuyos objetivos minaban la salud física y síquica hasta comprar, en algunos casos, la última gota de dignidad periodística o conseguir el abandono por cansancio.
En otros casos, la historia de vida muestra un historial intachable. Sin dejarse avasallar, se defendieron y sobrevivieron a los embates. Se las idearon para sobrevivir sin perder libertad y al mismo tiempo trataron de abrir espacios para denunciar las arbitrariedades cometidas en nombre de la Revolución Mexicana. Algunos proyectos fracasaron. Son tiempos de rupturas y continuidades. De las primeras experiencias que recuerde nace unomásuno, del cual más tarde emerge La Jornada. Nobleza obliga. Se trata de reconocer orígenes. El México de principios de los años 80 empezaba a caminar por la senda del neoliberalismo. López Portillo entrega el poder a Miguel de la Madrid; en 1988 se cae el sistema y entra Salinas de Gortari; en 1994, para evitar a Colosio y no hacerse bolas, se queda con Zedillo, y todos sabemos en 2000 cómo ganan Vicente Fox y sus Amigos. En 2006, ¿el voto útil nuevamente dirá…? Esperemos que no.
Pero retomemos la historia de La Jornada. En 1984, en pleno gobierno de Miguel de la Madrid, quienes destacaron en las críticas contra el neoliberalismo y se adentraron en las luchas por la libertad de expresión y por la democracia sufrieron el embate del Estado y sus funcionarios. Carlos Payán, su fundador, sin ir más lejos. Pero ello no amedrentó, y el proyecto siguió adelante. Eso es muestra de un estilo y de una manera de entender la vida. Otros periodistas que están en sus filas se han curtido en batallas y en guerras. Corresponsales en zonas de conflicto como Centroamérica o Medio Oriente. Hablamos de profesionales con oficio. Artesanos de la profesión. Su estilo no se obtiene de un libro escrito para la ocasión por estilistas de academia, nace del buen hacer que reconoce la noticia y la presenta al lector. Informa y forma. Ese es el estilo de La Jornada. Aprendieron en la humildad y nunca dejan de enseñar a los nuevos compañeros de profesión. Se forjan en un quehacer solidario y en las luchas democráticas del pueblo mexicano. Quien quiera entender la realidad mexicana de los últimos 20 años deberá recurrir a una hemeroteca y consultar La Jornada. En ella tendrá la información para reconstruir su historia reciente. En sus páginas podrá hallar personajes y una manera de tratar los problemas: su compromiso democrático con la ciudadanía. Ejemplos: el terremoto de la ciudad de México, la salida del ingeniero Lázaro Cárdenas del PRI, las elecciones de 1988, la insurrección zapatista de 1994, hace ya una década, las elecciones de 2000 o los recientes escándalos financieros.
Académicos, intelectuales, hombres y mujeres de las ciencias, las artes y la cultura cuya influencia es destacada en la formación de la opinión pública encuentran en La Jornada un espacio desde donde exponer sus críticas e ideas al orden social. La Jornada publica artículos de opinión de científicos poco familiarizados con la escritura en prensa diaria. Pablo González Casanova o Adolfo Gilly. Sociólogos, politólogos, filósofos, economistas, antropólogos, historiadores o teólogos mexicanos primero, luego latinoamericanos y de todo el mundo después. Hoy La Jornada expresa ese espacio democrático cuyas columnas son un referente, siendo reproducidas a todos los idiomas. La pagina de opinión es hoy por hoy la más destacada de cuantos periódicos diarios hay en el mundo, y no se trata de una afirmación fácil. Contradictorios, polémicos, originan debates y abren discusiones teóricas y políticas con fuertes repercusiones en las esferas del poder. Otro tanto sucede con las secciones permanentes. Sus firmas dan esa consistencia que termina por transformar La Jornada en el periódico más destacado escrito en lengua castellana, que juega un papel importante en la lucha por la democracia en México y, sin proponérselo, coadyuva al desarrollo de las luchas por la libertad de información en un mundo donde el control monopólico de los medios de comunicación se impone cada día más. Es un honor escribir en sus páginas.