El pasado 28 de julio, El País le dedica un editorial a la polémica que ha sucedido al secuestro de la revista El Jueves y al artículo y comentarios que pronunció Iñaki Anasagasti sobre la familia real española. El editorial se titula «Injurias a la Corona». En el mismo, se manifiesta con tono ponderado las […]
El pasado 28 de julio, El País le dedica un editorial a la polémica que ha sucedido al secuestro de la revista El Jueves y al artículo y comentarios que pronunció Iñaki Anasagasti sobre la familia real española. El editorial se titula «Injurias a la Corona». En el mismo, se manifiesta con tono ponderado las contradicciones que se observan en las actuaciones legales que se han tomado en ambos casos y el «desfase» de las medidas jurídicas de «protección de la Corona».
Estas palabras de El País se publican mucho después de hacer un pulso entre sus lectores sobre el caso. El País en su publicación en internet tiene un mecanismo muy útil para medir la sintonía con sus lectores. A ciertos artículos se pueden mandar comentarios de opinión que se publican abiertamente. De esta manera se sondea la opinión de aquellos que leen sus artículos y se redefine el caparazón con el que adornar la verdadera naturaleza ideológica del medio. En definitiva, en los primeros dos párrafos de este editorial lo único que se hace es satisfacer las expectativas de todos esos lectores que, en el caso de El Jueves, al menos, se manifestaron abiertamente en contra de las medidas que se adoptaron por parte de la Fiscalía y la Audiencia Nacional. No dudo en cualquier caso que esta pueda ser la verdadera línea editorial del medio, sino que sólo intento apuntar que independientemente de eso, ese principio (que ocupa dos párrafos) es también un magnífico «lubricante social» para presonar a la opinión pública con lo que está por venir…
En el tercer párrafo del editorial se carga contra Anasagasti para hacer una apología monárquica ciega y fundamentalista. De Anasagasti se dice que sus comentarios no son propios de un político responsable, que son injustos, que es «descorazonador» que recuerde el origen franquista del cargo que obstenta el rey… Pero no se aporta ningún elemento para justificar esas palabras, es decir, se le pide al lector que asuma esos principios como si de un dogma de fe se tratase. (En el fondo, no es del todo contradictorio, porque pocas cosas han tenido tanto que ver históricamente con la fe como la monarquía, y muy especialmente la monarquía española).
El editorial continúa justificando el origen franquista del monarca español con otro dogma: «Anasagasti sabe, y debería explicarlo a las generaciones actuales, que ese origen quedó limpio y ampliamente superado por una legitimidad de ejercicio democrático impecable que se puso de manifiesto especialmente la noche de la intentona golpista del 23-F, como recordarán siempre los españoles. Ningún político, entre los muchos que pasaron del franquismo a la democracia, ha podido dar lecciones a don Juan Carlos en este terreno.»
Pero aquí se aplican varios mecanismos de manipulación fácilmente apreciables. Por un lado, se le señala a Anasagasti como conocedor de una realidad que debería transmitir a las próximas generaciones y, por tanto, se le insinúa al lector que Anasagasti está ocultando esa realidad. Pero de esa verdad no se ofrece prueba alguna, sencillamente se plantea como verdad de fe, verdad verdadera, palabrita del niño Jesús o como se quiera llamar. Y para ello se asegura: «como recordarán siempre los españoles». Si lo recordarán siempre los españoles, Anasagasti no necesita recordárselo a las generaciones actuales. Ahora bien, con la información que se muestra en este editorial, los españoles difícilmente recordarán que el rey no apareció para deslegitimar el golpe de Estado cuando este acontece en la tarde del 23 de febrero, sino a la una de la madrugada del 24 de febrero; ni se aclara el papel de Alfonso Armada (franquista desde la juventud, voluntario de la División Azul, profesor militar del rey Juan Carlos, para más tarde convertirse en su secretario, gracias al cual ascendió hasta segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, ya en la llamada «España democrática») que, entre otras cosas, se presentó en el Congreso a la medianoche para que Tejero depusiera las armas y para asumir él mismo la jefatura del Gobierno a las órdenes del rey, y que luego cumplió condena por su participación en el golpe; ni se podrán recordar las declaraciones inculpatorias que sobre el rey emitió Milans del Bosch; ni las propias palabras del mismo rey en su declaración institucional, de las cuales alguno podría sacar sorprendentes conclusiones…
Pero independientemente de todo esto, El País abusa del criterio de sus lectores al afirmar que «ese origen quedó limpio y ampliamente superado» por el supuesto «ejercicio democrático impecable» del rey en el 23-F. El origen no se limpia ni se supera. Su condición es indeleble y pertenece al individuo del que es parte, al margen de los cambios y evoluciones de cada uno. Pero además no debería olvidar El País que el principio por el cual una persona es elegida para la Jefatura del Estado por su linaje, su sangre y su apellido, es profundamente antidemocrático y más aún en un país donde esa descendencia se había cortado gracias al apoyo popular, no por el régimen que la repuso, sino por el anterior régimen, que era legítimo, soberano y democrático: la Segunda República Española. Ahora bien, si El País cree que ese origen se ha limpiado y superado, ¿por qué le preocupa tanto que se lo recuerden? ¿Es que falta Anasagasti en algo a la verdad?
Para finalizar este ejercicio de equidistancia, El País dedica el último párrafo a las conclusiones, en las que expresa su deseo de que estas opiniones no sean perseguidas legalmente, porque al fin y al cabo no tienen «otro descrédito que el propio de quien las emite» al referirse a Anasagasti, mientras la viñeta de El Jueves se califica como «inconveniente y soez». De esta manera, ejerciendo su papel de traficante de opinión pública y elemento de presión social, El País concluye su ejercicio de propaganda oficialista y monárquica haciendo uso de los medios habituales que le han erigido en salvaguarda de liberales correctos y bienpensantes: mantener su ficticia imagen de neutralidad crítica para golpear y maltratar siempre a los que se salen de lo establecido. El problema es que la realidad, aún siendo real, no es neutral.
POSDATA:
Por último, quiero desde aquí llamar la atención sobre la vergonzosa cobardía de la izquierda política española, que en algunos casos se autoproclama como heredera de los valores republicanos. Anasagasti no es precisamente un representante de los valores progresistas y laicos con los que muchos nos podemos identificar, pero ha expresado públicamente lo que piensa buena parte de la izquierda. El silencio de los dirigentes de la izquierda española a este respecto y su falta de acciones concretas en la actividad pública, hablan del estado en el que esta clase política se encuentra. Un acto de respaldo a El Jueves en el Parlamento hubiese sido un mínimo fácilmente asumible, pero parece que estos actos sólo están reservados para la izquierda vasca o catalana, para que así sólo ellos reciban las acusaciones de «radicales», «alteradores», «violentos» y otras etiquetas insultantes.