En la prensa dominante occidental, la lectura del conflicto israelo-árabe pasa, desde el desencadenamiento de la segunda Intifada, por una dramaturgia fija en la que los actores pueden cambiar de papel. En este sistema de representación, globalmente admitido por todas las publicaciones mainstream a pesar de las variaciones según los analistas, el gobierno israelí, cualquiera […]
En la prensa dominante occidental, la lectura del conflicto israelo-árabe pasa, desde el desencadenamiento de la segunda Intifada, por una dramaturgia fija en la que los actores pueden cambiar de papel. En este sistema de representación, globalmente admitido por todas las publicaciones mainstream a pesar de las variaciones según los analistas, el gobierno israelí, cualquiera que sea, es generalmente benévolo y está deseoso de establecer la paz, a pesar del radicalismo de su extrema derecha (o su extrema extrema derecha), que se opone a toda concesión. Este esquema conduce a ignorar a los movimientos pacifistas israelíes y sobre todo a dar sistemáticamente un nuevo barniz a los belicistas para convertirlos en pacifistas cuando se encuentran al frente del gobierno. Así, cuando el general Ehud Barak, presentado como el De Gaulle israelí tratando de establecer una «paz honorable» cedió el lugar al general Ariel Sharon, el ex jefe del escuadrón de la muerte y carnicero de Sabra y Chatila fue presentado de pronto como un «halcón» convertido al «pragmatismo». Más extraño aún, cuando fundó un partido político favorable a anexiones de territorios por la fuerza y a una política interna de discriminación racial, ¡su formación fue calificada de «centrista»!
Para la parte palestina también se establecen los papeles. Con mucha frecuencia el poder palestino es presentado como el principal obstáculo para la paz. Esta idea se fundamenta en una imagen del conflicto israelo-palestino que hace del «terrorismo» y no de la ocupación el principal problema. Conforme a la ideología colonial, los pueblos árabes son descritos como insuficientemente civilizados, por lo tanto incapaces de palabra y diálogos, sabiendo expresarse únicamente mediante la violencia ciega. Sus dirigentes son descritos como incapaces de ofrecer las garantías necesarias para permitir la apertura de negociaciones, ya sea por hipocresía o por debilidad. Sin embargo, el campo palestino no es presentado de manera uniforme. En este esquema, algunos palestinos, los que están dispuestos a hacer el mayor número de concesiones al ocupante, son calificados de «pacifistas» lamentablemente sin influencia y a quienes hay que apoyar. Se trata casi de la única razón por la cual la brutalidad israelí puede ser condenada: podría debilitar a los «moderados». A la inversa, en este esquema aparecen movimientos «extremistas» presentados como una amenaza peor aún para la paz que los dirigentes palestinos.
Cuando Al Fatah perdió las elecciones legislativas en beneficio de Hamas, cambiaron los papeles. El antiguo partido de Yasser Arafat, en otros tiempos denunciado por su incapacidad para establecer la paz con Israel, se convirtió en la organización pragmática cuyo retorno al poder es deseable para que se llegue a un acuerdo. Por lo tanto ya no se habla de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, movimiento armado vinculado a Al Fatah y cuya única existencia servía en otros tiempos como argumento mediático para denunciar la duplicidad de la Autoridad Palestina en materia de lucha contra «el terrorismo». Ahora es Hamas el que representa el papel del poder palestino incapaz de aceptar las condiciones necesarias para la paz, figura que es tanto más fácil endosarle por cuanto es el antiguo «opositor extremista» del esquema mediático.
La victoria electoral de Hamas y el rechazo de éste a reconocer al Estado de Israel han sido utilizados por los dirigentes israelíes y sus voceros para legitimar sus acciones unilaterales afirmando verse obligados a las mismas por la ausencia de interlocutores árabes. A partir de ahí, han dado una apariencia de legitimidad a la anexión territorial de zonas de Cisjordania. Por otra parte, han utilizado el enfrentamiento entre Hamas y Al Fatah, con frecuencia presentado como el inicio de una guerra civil, como una prueba más de la imposibilidad de ver surgir a corto término un dirigente pacifista representativo del conjunto de la sociedad palestina.
Consciente de que la división entre Al Fatah y Hamas debilita la causa palestina, los responsables palestinos y los editorialistas árabes tratan de desmentir los anuncios de guerra civil en gestación.
El ex ministro de Información de la Autoridad Palestina, el miembro de Al Fatah, Nabil Amr, trata de minimizar el problema asignando el papel de buenos a los partidarios de Mahmud Abbas. Así, enAsharq Alawsat, asegura que el presidente palestino lleva cabo una política equilibrada, respetando la elección de Hamas, pero multiplicando los contactos para llegar a una reactivación de las negociaciones. Esta política evita un desgarramiento en la sociedad palestina y preserva las oportunidades de paz según el autor. Esta tribuna fue redactada antes de que la cuestión de las fuerzas de paz emponzoñaran la situación.
En el mismo diario, el periodista palestino Ali Badouan afirma no creer tampoco en el desencadenamiento de una guerra civil, confiando en el sentido de responsabilidad de los palestinos. Sin embargo, considera que deben disminuir las tensiones entre Al Fatah y Hamas, lo que debe pasar por una reforma del gobierno palestino.
Por su parte, el editorialista panárabe Patrick Seale es mucho menos optimista. En el Gulf News, se manifiesta alarmado por los riesgos de guerra civil. Para el periodista no hay dudas de que sería la peor de las evoluciones. Denunciando la representación mediática occidental, considera que Al Fatah es un movimiento corrupto y que Hamas es estigmatizado no tanto por los atentados suicidas que ha organizado como por el hecho de su incorruptibilidad. Sin embargo, no ve otra solución para Hamas que plegarse a las exigencias de Mahmud Abbas acerca de la cuestión de las fuerzas de seguridad. El autor reconoces bastantes carencias a las exigencias del presidente de la Autoridad Palestina, pero teniendo en cuenta las circunstancias, e incluso si no tiene dudas de que se trata de una culebra difícil de digerir, es mejor aceptarlos que provocar un conflicto interno.
Contrariamente a Patrick Seale, los movimientos ultrasionistas se alegran de la situación y se sienten fortalecidos.
El ex jefe de la CIA, fundador de la Fundación para la Defensa de la Democracia y es dirigente de Freedom House, James Woolsey, puso en escena esta situación en el Wall Street Journal. Se trataría de una prueba del fracaso de la retirada de Gaza. El autor, que antiguamente imaginaba un vínculo entre al Qaeda y Sadam Husein, afirma hoy con el mismo aplomo que la retirada israelí de Gaza ha desarrollado un caos en el que se han desplegado Al Qaeda, el Hezbollah libanés y fuerzas iraníes. Gaza sería hoy un refugio para los «terroristas». Una retirada de Cisjordania tendría un resultado análogo a mayor escala y estimularía los fantasmas «genocidas» de los árabes contra los judíos. Woolsey recomienda por lo tanto el mantenimiento de la ocupación de Cisjordania y rechaza el plan Olmert, aunque este sólo deja bantustanes a los palestinos.
El plan Ehud Olmert es igualmente denunciado por los que lo consideran peligroso para los palestinos y apoyan un retorno a las fronteras de 1967.
En Libération, el ex presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, muestra su preocupación por las consecuencias de esta política unilateral. Recuerda que la misma es ilegal y considera que de ninguna manera podría estabilizar el Medio Oriente. Pide un retorno a la «hoja de ruta» y la reanudación de las negociaciones.
En Los Angeles Times, el periodista estadounidense Sandy Tolan denuncia a su vez la maniobra de Ehud Olmert. Considera que éste utiliza las dificultades palestinas para reafirmar que no hay posibilidades de negociación con los árabes y para desarrollar un plan que sólo les deja fragmentos de territorio. Olmert, sin embargo, logra dar una buena imagen al pretender romper con el sueño del Gran Israel. Para el autor, es imposible que los palestinos acepten semejante plan y eso por lo tanto no puede propiciar la paz y la estabilidad.
Estas críticas emanan de círculo que tienen por costumbre cuestionar el extremismo sionista. Sin embargo, ocurren igualmente en momentos en que los medios políticos e intelectuales estadounidenses ponen en tela de juicio la influencia sionista en los Estados Unidos, una polémica que, aunque pasajera, da esperanzas a una parte de la izquierda estadounidense.
Es el caso del cabildero árabe-estadounidense demócrata, James Zogby, en el Gulf News. Por una parte, lamenta que en ocasión de la elección de Hamas, el AIPAC haya logrado que la Cámara de Representantes votara una resolución antipalestina con la cobertura de la lucha contra el terrorismo. Por una parte, Zogby observa que la exageración de esta resolución suscitó un amplio debate y -algo nuevo- inició una impugnación a la influencia del AIPAC.