La muerte del escritor Guillermo Cabrera Infante, férreo opositor al socialismo cubano, ha servido de nueva munición para acusar al gobierno de la isla de haber prohibido su obra en Cuba. E l corresponsal de TVE en La Habana afirmó el lunes 21 que «sus libros sólo se pueden adquirir en Cuba de forma clandestina». […]
La muerte del escritor Guillermo Cabrera Infante, férreo opositor al socialismo cubano, ha servido de nueva munición para acusar al gobierno de la isla de haber prohibido su obra en Cuba.
E l corresponsal de TVE en La Habana afirmó el lunes 21 que «sus libros sólo se pueden adquirir en Cuba de forma clandestina».
Del mismo modo, en la edición de El País del 22 de febrero Raúl Rivero y Roger Salas vuelven a insistir en esa prohibición en sendos textos. Salas afirma que «si te cogían con el libro aquel, aquello podía constituir una prueba de estar vendido al enemigo y terminar entre cualquier reja».
También en El Mundo del pasado 23 febrero, Zoé Valdés continúa la misma cantinela: «era difícil y penado por la ley leer a un escritor exiliado, más si se trataba de Guillermo Cabrera Infante».
En Cuba no existe ni un sólo caso de actuación judicial y administrativa contra nadie por haber leído a Cabrera Infante, Valdés debería aportar en qué norma o legislación se establece ese delito y los nombres de las personas a las que se ha sancionado por esa lectura. Algo que nunca hará porque no es verdad.
Incluso TVE llegó a emitir unas imágenes de archivo de Cabrera Infante afirmando que «mis libros han llegado a entrar clandestinos en Cuba y han llegado a costar diez latas de leche condensada». El precio de la lata de leche en Cuba parece que oscila mucho porque en el dominical La Revista del diario El Mundo del 21 de diciembre de 1997, el titular de su entrevista era: «Mis libros en Cuba cuestan tres latas de leche condensada». En cambio Raúl Rivero el 22 de febrero afirma en el artículo de El País citado anteriormente que otros «dieron seis latas de leche condensada por Arcadia todas las noches«.
La prohibición para publicar «Tres tristes tigres» procede del propio escritor quien se negó a que sus libros fueran leídos en la isla mientras fuese socialista. Al contrario que ha sucedido con otros autores cubanos anticastristas como Gastón Baquero, Heberto Padilla, Manuel Díaz Martínez e incluso Jesús Díaz. Todos ellos han sido editados en la isla a petición de las autoridades cubanas a los propios autores. El responsable de la editorial Letras Cubanas, Daniel García Santos, así lo ha afirmado en relación a su intento de publicar en Cuba a Cabrera Infante: «siempre chocamos o con la inaccesibilidad del autor, o con la negativa pública de no permitir que sus libros circularan en Cuba mientras viviéramos en Revolución».
El propio ministro de cultura, Abel Prieto, lo aclaró durante un encuentro con estudiantes en la Universidad de La Habana: «No quiere ser publicado por nosotros». También lo reiteró en una entrevista en la revista argentina Página 12: » yo quería publicar Tres tristes tigres y La Habana para un Infante difunto, que son a mi juicio las que valen la pena de su obra».
Ante esta situación las autoridades cubanas decidieron comprar ejemplares de esas dos obras, y colocarlas en las bibliotecas públicas, recuerden que Zoé Valdés afirma que está penado leerle en Cuba. Por cierto, en la biblioteca de la ciudad española donde yo vivo no están, mientras que en las de La Habana sí.
La crónica de Mauricio Vicent de El País dice las verdades a medias: «En Cuba, por decisión de Cabrera Infante, ni siquiera se ha editado su novela más famosa, Tres tristes tigres, algo que no impidió que se convirtiera en una obra de culto, mítica además por su condición clandestina». Precisamente clandestina no.
Por supuesto, el diario ABC tiene que superar siempre el listón de la mentira sobre Cuba. Allí, en un texto titulado «El escritor y el tirano», el corresponsal Valentí Puig vuelve al asunto de las latas de leche y los libros de Cabrera Infante, la cotización no deja de aumentar, de tres pasamos a seis, a diez y ahora ya son doce: «La alta cotización de los libros de Guillermo Cabrera Infante en el mercado negro cubano -en doce latas de leche condensada, por ejemplo- hace de la literatura el cuerpo más apetitoso». Es curioso, pero en España, en nuestro mercado «blanco», por el precio de doce litros de leche (unos 10 euros) no compras muchos libros. Al menos el precio de ambos es más estable.
Cabrera Infante también rechazó la invitación de participar en la Feria del libro de Guadalajara (México) en 1992 hecha por el comité organizador y el propio gobierno cubano porque «sabía que era una vitrina para exhibir los supuestos logros de la Revolución, que no son tales», expresó el escritor.
Ningún corresponsal de los medios españoles se ha molestado en preguntar sobre esa supuesta prohibición gubernamental y ese delito de lectura a los editores o responsables de las instituciones cubanas, menos aún en acercarse a las bibliotecas.
Los medios de todo el mundo han insistido también hasta la saciedad en el silencio de los prensa cubana sobre la muerte del escritor. Afortunadamente algunos han reconocido que la publicación La Jiribilla, auspiciada por el Instituto Nacional del Libro, sí informó. Y tanto, porque a los tres días de su muerte publica seis textos sobre el autor, incluido un fragmento de «Tres tristes tigres», el libro penado según Zoé Valdés.
Efectivamente, el resto de los medios oficiales, tres días después no hacían referencia. Pero lo que es una decisión de los responsables de los medios no puede traducirse como una prohibición, no sólo por el hecho de que La Jiribilla sí informe, sino porque todos los escritores cubanos, críticos o no con la revolución, a los que desde los medios no cubanos se les ha solicitado testimonio lo han hecho sin problema ninguno. Es el caso de Leonardo Padura, Antón Arrufat, Lisandro Otero y Raúl Rivero, alguno, como este último, incluso para mentir.
En conclusión, si la libertad de expresión que dicen falta en Cuba es la que disfrutamos aquí afirmando que libros que están en bibliotecas cubanas están prohibidos por el gobierno, y que se venden en el mercado negro por un número de latas de leche que cada día no deja de aumentar, no se están perdiendo nada los cubanos.