«Hay que tener en cuenta la opinión pública mundial». «Hay que saber qué piensa la opinión pública mundial». Aseveraciones como esas encabezan las campañas internacionales de los grandes medios de comunicación. En realidad, la opinión pública mundial ni piensa ni cuenta. Está más adiestrada que el perro de Pavlov. Le presentan un estímulo predeterminado (sonido […]
«Hay que tener en cuenta la opinión pública mundial». «Hay que saber qué piensa la opinión pública mundial».
Aseveraciones como esas encabezan las campañas internacionales de los grandes medios de comunicación. En realidad, la opinión pública mundial ni piensa ni cuenta. Está más adiestrada que el perro de Pavlov. Le presentan un estímulo predeterminado (sonido de campana) y reacciona de inmediato en el sentido esperado (comienza a salivar).
Obtener sus resultados le tomó un par de décadas al genial Iván Petrovich; al «cuarto poder» del imperio, un par de siglos, con la ventaja adicional de ascender en la escala social y tornarse segundo poder, o mejor, apéndice del primero. Y hoy día, las grandes batallas imperiales a escala mundial se resuelven con sus medios de comunicación. Mientras más grandes los dos, mejor.
Los mass media han logrado crear tal reflejo en esa masa poblacional amorfa que no piensa: reacciona. Entonces, firma proclamas sobre campañas que no entiende ni le importan; compra comida chatarra que le acaba con la salud; consume más y más sin pensar en deudas que esclavizan; apoya guerras que no sabe dónde ni por qué ocurren, pero luego sigue por televisión.
La extrapolación de conocimientos sobre el reflejo condiccionado de la fisiología canina a las ciencias sociales representa un salto cultural indudable, por el cambio de especie mamífera y de esfera del comportamiento.
La receta para generar la reacción es fácil, la misma en ambos casos, sea perro o manada humana: cambiar la realidad por un estímulo. Pero la adaptación lleva su tiempo de entrenamiento.
Cuando a la opinión pública mundial se le repita «terrorismo» debe pensar que van a agredirla; cuando oigan narcotráfico deben creer que quieren envenenar a sus hijos y robarle su bienestar; cuando se insista en violación de derechos humanos deben quedar convencidos de que es necesario impedirlo a toda costa, sea donde sea. Como puede verse, ya están preparados para invadir otro país y salvar a sus ciudadanos, los propios.
El mecanismo parece consistir en identificar un binomio: por un lado, un asunto serio, en este caso, la necesidad de controlar el petróleo de un remoto y oscuro rincón del planeta; por otro, tomar un instinto básico, dígase el miedo. Basta con enlazarlos mediante una culpa y quedar como testigos imparciales de la solución. Si no me creen, piensen en la campaña para la guerra de Afganistán: esos terroristas siempre nos han envidiado, pretenden negar nuestra superioridad y liderazgo en el mundo, aspiran a liquidar nuestra libertad y debemos impedirlo mediante un ataque preventivo.
Y mientras todos podíamos entender para qué los yankis querían el petróleo y las rutas del gas y el opio de Afganistán, a la opinión pública mundial no se le ocurrió custionarse en qué podrían utilizar los feudales afgfanos la libertad de los gringos.
Y en estos días, mientras captaban la atención pública mundial con juegos de birlibirloque en las dos Coreas y la potencial quema fascista de ejemplares del Corán en Miami (¿dónde si no?), bajo cuerda rellenaban con gps una botas guerrilleras destinadas a Colombia.
A su vez, las grandes cadenas televisivas, preocupadas por informar debidamente a la opinión pública mundial, arrimaban la brasa a su sardina, anticipaban con lujo de detalles el fin de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, y nos dejaban ver el abrazo festivo entre Obama y Santos, los presidentes involucrados. No es de esperar que ya comunicaran quién trucó las botas y aportó los cohetes inteligentes que las detectaron.
En paralelo, los mismos que entretenían a la opinión pública mundial con su prestidigitación en el Lejano y Medio Oriente, azuzaban a un grupo de polícías al magnicidio y a un novedoso putsch salarial en Ecuador. No contaron con la dignidad y valentía de un presidente, ni con su pueblo decidido a apoyarlo.
Fuente original: http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/10/03/la-opinion-publica-mundial-o-el-perro-de-pavlov/