La semana pasada, la OTAN bombardeó las instalaciones de la televisión estatal libia. Medios como EL MUNDO han legitimado el ataque, afirmando que «La OTAN ha bombardeado esta madrugada tres antenas parabólicas en Trípoli con el fin de evitar que el líder libio, Muammar Gaddafi, siga utilizando la televisión para aterrorizar a los civiles». Cabe […]
La semana pasada, la OTAN bombardeó las instalaciones de la televisión estatal libia.
Medios como EL MUNDO han legitimado el ataque, afirmando que «La OTAN ha bombardeado esta madrugada tres antenas parabólicas en Trípoli con el fin de evitar que el líder libio, Muammar Gaddafi, siga utilizando la televisión para aterrorizar a los civiles».
Cabe recordar a este diario, así como a todo el -abrumador- resto de medios que han legitimado el bombardeo, que según el párrafo 2 del Artículo 52 del Protocolo I de la Convención de Ginebra, los medios de comunicación, como estaciones de televisión, no pueden ser atacados por las partes de un conflicto armado, con lo que su destrucción total o parcial se considera crimen de guerra por el derecho internacional.
TVE (televisión pública española) fundada por una dictadura fascista, herramienta comunicacional de la Casa Real y fiel propagandista de un -bien atado- sistema bipartidista, asegura que la televisión pública libia era usada «para incitar a la violencia», justificando así el ataque. En dicha nota, TVE concluyó reproduciendo el espíritu belicista de sus cínicos amos, afirmando que «la OTAN seguirá tomando medidas apropiadas para cumplir el mandato que tiene de Naciones Unidas de proteger las vidas de la población libia» y termina el texto eludiendo citar a los periodistas heridos y muertos, homólogos trabajadores de una televisión pública e imperfecta, es decir, como la suya.
Si les aplicáramos la lógica que plantean, cabría preguntarse si algún iraquí debió bombardear los estudios de TVE como represalia por las incitaciones a la violencia que desde ahí se lanzaron en el 2003 para precipitar una guerra que ha costado -hasta la fecha- mas de un millón de muertos.
El pasado sábado, en una rueda de prensa que prácticamente ningún editor quiso incluir en sus espacios informativos (apenas «Democracy Now» le dedicó unos segundos) el director de la cadena agredida denunciaba que, «…somos los trabajadores de la televisión pública, no militares». Para ocultar este flagrante crimen de guerra, casi todos los medios corporativos han optado por eludir el termino «bombardeo de un medio de comunicación» y han optado por «bombardeo de tres antenas de comunicación», minimizando así el efecto y significado de esta acción militar.
Sin embargo, no es la primera vez que Estados Unidos o la OTAN atentan contra periodistas de forma deliberada. Antes de Tripoli, redacciones de periodistas en capitales como Belgrado, Bagdad o Kabul probaron, con efectos devastadores, los democráticos estallidos del imperialismo humanitario. En aquel entonces, como ahora, fueron pocos los que lo denunciaron con rigor. Ya sabemos que al negocio de la prensa, solo reconoce violaciones de los derechos humanos cuando la víctima es un medio afín o un reportero «WASP» (occidental).
Por tanto, si un medio de comunicación puede ser atacado indiscriminadamente por defender un sistema injusto, emitir propaganda o decir mentiras, bien podrían comenzar por casa, esto es Londres, Madrid o Washington. Seguro que en ese preciso momento, todos los medios y periodistas «bien pensantes», así como los gobiernos, corporaciones e instituciones que los sustentan, les dedicarían una pequeña muestra de solidaridad, aunque solo sea en Twitter. Aunque solo fuese por aparentar un mínimo apego a la legalidad internacional que dicen defender.
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