La elección del «cocalero» Evo Morales a la presidencia de Bolivia, el 18 de diciembre de 2005, había suscitado en la prensa dominante internacional reacciones ambivalentes, tal y como lo habíamos presentado en esta sección. Paulatinamente, la mayoría de las tribunas publicadas adoptaban una misma posición al presentar a Evo Morales como una figura demasiado […]
Paulatinamente, la mayoría de las tribunas publicadas adoptaban una misma posición al presentar a Evo Morales como una figura demasiado próxima al presidente venezolano Hugo Chávez para ser apreciada pero al mando de un país demasiado pobre y débil como para ejecutar la política que prometió durante su campaña.
Con una brizna de condescendencia, apostaban a que el presidente brasileño, Lula, corregiría el rumbo de Evo Morales. Tal opinión, que traducía o bien una ignorancia de las problemáticas latinoamericanas, o bien un feliz y exacerbado optimismo de parte de los expertos mediáticos, fue desmentida por los hechos cuando Morales anunció la nacionalización de los hidrocarburos en su país. Al contrario de las previsiones, el presidente Morales no se había convertido al «realismo» con ocasión de su elección.
Al constatar el error que habían cometido, los artículos de opinión de la prensa dominante adoptaron, desde entonces, un tono mucho más fuerte valiéndose, algo muy propio de la época, numerosas expresiones de moda por cuenta de la «guerra contra el terrorismo».
En diario francés Le Monde, el expresidente uruguayo Julio Marîa Sanguinetti sigue fiel a la retórica que contrapone la izquierda «realista» y la izquierda «populista» en América latina, corriente entre los detractores de los políticos partidarios de la independencia latinoamericana. Sanguinetti asegura que el giro a la izquierda de América latina no es más que un mito derrumbado y que la izquierda está dividida entre un polo realista y un polo boliviano que se sostiene en Hugo Chávez.
Afirma que el presidente boliviano es simplemente la marioneta del presidente venezolano y por lo tanto ve la nacionalización del gas como una maniobra de éste mandatario contra los gobiernos «realistas» de Chile y Brasil. El autor se alegra de que, en cambio, los «realistas» multipliquen los acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos. El ex ministro mexicano de relaciones exteriores, Jorge Castañeda, adopta un criterio de análisis muy similar.
Beneficiario del apoyo que le brinda la red de relaciones públicas Project Syndicate, la columna de Castañeda aparece en Los Tiempos (Bolivia), el Jordan Times (Jordania), el Korea Herald (Corea del Sur), El Nuevo Diario (Nicaragua), La Opinión (Estados Unidos) y una impresionante cantidad de blogs más o menos espontáneos o de sitios informativos. Este autor también retoma la retórica de las dos izquierdas, pero, contrariamente a Sanguinetti, no se limita a incluir en la tendencia que ataca a Morales y a Chávez, sino que además incluye al presidente argentino Néstor Kirchner, al presidente cubano Fidel Castro y su propio adversario en México, Andrés Manuel López Obrador.
Castañeda cuestiona también la nacionalización de los hidrocarburos bolivianos y le apena el perjuicio que esta medida ha causado a las economías brasileña y chilena, dos países elogiados por el pragmatismo de sus dirigentes. Este punto de vista que presenta la nacionalización de los hidrocarburos bolivianos una ofensiva contra Chile y Brasil fomentada por un eje Morales-Castro-Chávez no es exclusivo de los dos políticos y columnistas mencionados. En Francia, por ejemplo, este análisis es compartido por el analista neoconservador Alexandre Adler y por el editorialista de «izquierda» Philippe Val.
La extrema derecha estadounidense no esperó mucho tiempo para presentar a Evo Morales como un «gángster», un «comunista» o un «enemigo de América», expresión graciosa para referirse a un… boliviano. El editorialista neoconservador canadiense Mark Steyn asume igual posición en el Jerusalem Post. Basándose en pasajes del último libro del coordinador de los halcones estadounidenses, Frank Gaffney, afirma que asistimos a un desarrollo del «totalitarismo» en América latina, impulsado por Hugo Chávez, y habla «incluso de «jihad latina» y de «islamo-chavismo» ¡y muchas otras tonterías!
Estas dos expresiones denotan sobre todo el universo mental torcido y deshonesto en el que los propagandistas de Estados unidos continúan atrapados en su retórica. No obstante, el hecho de que Franck Gaffney ocupe actualmente una parte de su atención a América del Sur demuestra que en adelante los neoconservadores le hallan interés a los partidarios de la doctrina Monroe y les inquieta en adelante la independencia que pretenden adquirir los nuevos gobiernos latinoamericanos. El hecho de que utilicen términos tomados de la «guerra contra el terrorismo» y que se muestren tan belicosos no es tranquilizador.
Existe entre los editorialistas de la prensa dominante una certidumbre muchas veces «martillada» con respecto a América latina: la era de los golpes de estado preparados por Washington fue superada. Este leitmotiv tantas veces repetido no se basa en ningún argumento concreto, pero es sostenido sin cesar con un extraño aplomo. Esta convicción pasa por encima de la responsabilidad estadounidense en el golpe de estado de 2002 contra el presidente Chávez o de la tentativa frustrada de «revolución» colorada con ocasión del referendo revocatorio en Venezuela.
Por demás, hoy se observa una retórica marcial de los neoconservadores que nada tiene de nada tiene de conciliadora, con mayor razón al ir acompañada de acciones amenazantes por parte de la administración Bush. Así, podemos citar algunas de ellas sin querer ser exhaustivos: el envío de paramilitares colombianos a Venezuela, la confiscación de misiles del ejército boliviano por Washington o el despliegue de la marina de estadounidense en el Caribe. Todas estas acciones buscan, ya sea debilitar a un enemigo potencial, ya sea organizar u ataque o por lo menos intimidar militarmente. Pese a estas señales, la prensa dominante rehúsa tener en cuenta la agresividad estadounidense y los dispositivos militares de ingerencia de Washington.
La columna de opinión del politólogo argentino Juan Gabriel Tokatlian, difundida por Project Syndicate y publicada por el Taipei Times, El Tiempo (de Colombia), el Daily Times y el Japan Times, ilustra esta ceguera. En ella, el autor analiza el proyecto de extensión del Plan Colombia a la totalidad de los países andinos. Según él, el Plan Colombia no ha permitido una disminución neta de la producción de droga, y menos aún un disminución del «terrorismo» (es decir, para el autor, de las guerrillas), por eso pide que tal plan sea reevaluado.
Estamos ante una crítica clásica del plan Colombia. La otra crítica clásica, que emana más frecuentemente de los movimientos ecologistas o altermundialistas, se focaliza en las depredaciones ecológicas que causan las fumigaciones de los cultivos ilícitos y en la miseria que acarrea para los cultivadores de coca la destrucción de los cultivos. Sin embargo, esos análisis pierden de vista que, a través del Plan Colombia, los Estados Unidos controlan sectores enteros de la política interna colombiana y regional. De esta forma, el desarrollo de este plan, más que luchar contra el terrorismo o los narcotraficantes, refleja la voluntad de conservar el control de los países de América Latina y de desplegarse militarmente en ellos.
Pero ya que «la era de los golpes de estado ya fue superada» ¿de qué preocuparse?
Bolivia y Venezuela no son los únicos países que están en la mira de los autores pro estadounidenses.
Con ocasión de la reunión de los ministros de relaciones exteriores de la Unión Europea, el 12 de junio de 2006, acerca de la posición común a adoptar frente a Cuba, personalidades atlantistas suscribieron un texto redactado por el antiguo presidente checo Vaclav Havel. Dentro de ese grupo aparecen la exsecretaria de estado estadounidense Madeleine Albright, el publicista francés André Glucksmann, el antiguo presidente húngaro Vytautas Landbergis y el director del diario polaco Wyborcza [Gaceta Electoral] Adam Michnik.
Los firmantes adopten un texto que cede también a la moda de la «guerra-al-terrorismanía» que impregna al discurso político y por consiguiente denuncian el «terrorismo» del gobierno cubano. Hacen un llamado a que la reunión de de la Unión Europea sobre Cuba marque un retorno a la política agresiva alineada con la de los Estados Unidos.
A nombre de la lucha antitotalitarista y haciendo la amalgama entre los antiguos regímenes de Europa del este y el de Fidel Castro, los autores del manifiesto sostienen que los disidentes cubanos son víctimas de una policía política omnipresente que los oprime y que por tal motivo es necesario apoyarlos.
El diputado laborista británico Ian Gibson, expresa en el diario The Guardian una posición completamente opuesta a la del llamado. Estima que nada justifica someter a Cuba al ostracismo. Nos recuerda los logros sociales del gobierno castrista y señala que las violaciones a los derechos humanos de las que se acusa a La Habana no son mayor cosa si se las compara con los crímenes cometidos por la coalición en Irak.
Por tal razón propone que, a pesar de las peticiones de Washington y de las insistencias de los gobiernos atlantistas de Polonia y República Checa, la Unión europea no reanude una política de sanciones contra Cuba. Tras esta polémica, se esconde otra realidad: algo de lo que se discute sin explicarlo nunca, es de un embargo que busca asfixiar a la población cubana para forzarla a renunciar al castrismo y a aceptar el retorno del antiguo régimen.
Las acusaciones de violación de los derechos humanos son posteriores y no anteriores al embargo. Son tentativas torpes de justificar lo injustificable, es decir un chantaje a punta de hambre ejercido contra un pueblo para despojarlo de su soberanía; un chantaje condenado año tras año por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Mientras tanto, los cubanos resisten con insolencia, el capitalismo estadounidense se halla privado de un mercado a su alcance.
Es por eso que desde hace mucho tiempo diferentes y discretas excepciones han sido autorizadas para permitir a la industria agroalimentaria de Estados Unidos que exporte a Cuba. El embargo real es desde entonces limitado. Al cambiar de forma, cambia de propósito. Ya no se trata de hacer pasar hambre a los cubanos, sino de impedir a los europeos que comercien con ellos. Washington exige que Bruselas respete una interdicción que aquella ha declarado en violación del derecho internacional pero que ella misma no respeta.
En definitiva, los ministros de Relaciones Exteriores de la Unión se cansaron de jugar el papel de idotas útiles. Al no concederle ninguna credibilidad a los alegatos de Reporteros sin Fronteras y sus patrocinadores, suspendieron por un año más su participación en un embargo ilegal.