A mediados del mes de enero, el presidente Cubano Fidel Castro dio un discurso, sobre la política energética que comienza a impulsar Cuba, para contrarrestar las interrupciones de fluido eléctrico que aquejan a la Isla. A escasas horas de ese discurso, se produjo un corte de suministro en varios sectores de la capital. El corresponsal […]
A mediados del mes de enero, el presidente Cubano Fidel Castro dio un discurso, sobre la política energética que comienza a impulsar Cuba, para contrarrestar las interrupciones de fluido eléctrico que aquejan a la Isla. A escasas horas de ese discurso, se produjo un corte de suministro en varios sectores de la capital. El corresponsal de la BBC no tardó en reportar el hecho. Hasta ahí, planteado lo sucedido, todo parece propio de errores de cálculo por parte de la administración estatal y consecuentemente, el deber de un avezado corresponsal en informar a sus lectores. Nada más lejos de la realidad. Como en las tramas de ficción en sus diferentes géneros, el reporte de la vida política no tiene una lectura única y lineal. Los recovecos donde se esconde la mentira o donde se puede ocultar la verdad son innumerables, como también son innumerables los artilugios efectistas, los reduccionismos y las simplificaciones para llegar al consabido «esos fueron los hechos». La llamada «prensa seria» goza de todos los créditos habidos y por haber por parte de una opinión pública, la cual fue adoctrinada en esa interpretación fácil y ramplona de la realidad. No es que esa «prensa seria» se olvide de «interpretar» la realidad más que de «contarla», es que simplemente no es parte de su agenda, porque «esa» prensa tiene una agenda con el poder y no con la verdad. Por eso hay una prensa «menos seria» que algunos la llaman alternativa. A ver si soy claro, cuando me refiero a «prensa seria» (algunos la llaman corporativa) señalo a esos medios que prefiguran y pre-establecen 7 paradigmas socio-político-económicos, (mínimos y básicos) sin posibilidad de que sean puestos en discusión. Ellos son: democracia, libertad, derechos humanos, terrorismo, desarrollo, cultura y civilización. Una democracia para ser seria y para ser tratada seriamente por «medios serios», debe ser la liberal parlamentaria (se sobrentiende, dentro de un marco de libre mercado y propiedad privada). La libertad de los sueños socializados y la realidad privatizada. Los derechos humanos, son los derechos que tienen los humanos pertenecientes a los grupos hegemónicos del poder. Terrorismo es el ejercido por los estados villanos, los que se quieren salir del redil guiado por los padres de la democracia (G 7). Desarrollo es el que impulsa mediante préstamos y «recomendaciones» el FMI y el BM. Cultura es la que nos viene por los «programas culturales» de la TV de Estados Unidos y Europa. Civilización es la globalizada para «crecer infinitamente»: produciendo, consumiendo y botando (1/4 de los 6 mil millones). Claro, ustedes me dirán, todo muy bonito, pero la gente necesita noticias rápidas contadas con eficiencia de palabras. ¡No! Lo que la gente busca es que le cuenten ya digerida la misma historia, por que desdoblar un esquema de «verdades» es un trabajo que requiere un proceso de elaboración intelectual. La aventura de la verdad nos enfrenta al miedo de la libertad. Una decodificación de valores demanda un esfuerzo, al cual no todos están dispuestos a someterse y muchísimos no tienen las herramientas para hacerlo. No es tampoco que la «prensa seria» sólo se valga de «contar» la realidad en forma «simple» y lo más «objetivamente posible», como en el caso del corresponsal de la BBC sobre el asunto de la «revolución energética» y los cortes de energía eléctrica en Cuba; también estos «medios serios» mediatizan de muchísimas otras maneras lo que es información, desde su mismo concepto ontológico, pasando por el uso de la distorsión mas burda de la noticia, hasta la invención de fuentes informativas. Todo es posible, todo es válido para la «prensa seria», menos una sola cosa, no cumplir con el mandato de la defensa de al menos uno de esos 7 paradigmas. Por eso gente tan poco seria como Pascual Serrano, Santiago Alba Rico, Belén Gopegui, Stella Calloni o Manuel Talens nunca serían conchabados por la «prensa seria». Ahora, vamos al caso de marras y a quienes están involucrados en el mismo. Estuve acreditado como corresponsal extranjero en Cuba durante un año; precisamente el año de una gran actividad periodística en la Isla, el 2001. Conocí al cuerpo de periodistas extranjeros acreditados en Cuba. Dentro de ese conjunto estaba el grupo de periodistas y trabajadores (cámaras, técnicos de sonido, reporteros gráficos) de la llamada «prensa seria». En las habituales esperas, antes de una conferencia de prensa o inclusive durante la misma, en los intervalos de un evento especial o en la sala de espera del centro que nuclea a los corresponsales extranjeros en La Habana (el Centro de Prensa Internacional) pude escuchar de que hablaban, sus intereses, sus chistes, de que se reían, de que se preocupaban, sus visiones sobre Cuba, sus valoraciones políticas, sus formas de ver el mundo, sus formas de ver al otro, en definitiva una radiografía de un grupo muy particular dentro de una sociedad muy peculiar, como lo es la cubana. El corresponsal de la BBC, Fernando Ravsberg formaba parte de ese grupo. No digo que no existieran diferencias, peculiaridades, entre estos periodistas de la «prensa seria», pero lo que es para mi indiscutible, después de decenas de horas de escucharlos y verlos, es el denominador común que los identifica: el cinismo, la burla con mala sangre, la malinchería, el menosprecio a todo lo cubano, el esmero por ridiculizar lo criollo, el snobismo, el regocijo cuando las cosas no salen bien (para la revolución) lo que significa una noticia bien pagada, el deslumbramiento con la llegada a la Isla de algún gurú de los 7 mandamientos, la entrevista dura, la pregunta punzante contra todo aquello «oficial», ese aire de sobrados, de periodistas duros con el oficialismo, en un país donde desde hace 47 años no hay un periodista amenazado, ni golpeado, ni torturado ni asesinado. Fernando Ravsberg es el prototipo por antonomasia de este perfil humano y de profesional. Para Ravsberg, como para el resto de la «prensa seria», enero se les hizo agosto. Nada mejor para ridiculizar a Cuba, que luego de una campaña como la que lleva adelante el gobierno cubano, para solucionar el problema de suministro eléctrico, se produjera un tremendo apagón. ¡Qué importa que ese país haya estado bloqueado económica, financiera y comercialmente durante 44 años, por la potencia imperial más poderosa de la historia! ¡Qué importa que ese país haya sido asediado militarmente por esa potencia, y por bandas terroristas entrenadas y pertrechadas por esa potencia, durante 47 años! ¡Qué importa que ese país haya sufrido una guerra bacteriológica que tenía como finalidad doblegar a su pueblo por hambre o llegar al genocidio por falta de alimentos! ¡Qué importa que esa guerra bacteriológica causara la muerte de más de 150 seres humanos de los cuales un centenar fueron niños! ¡Qué importa que debido a esa continua guerra terrorista el pueblo cubano se haya visto en la obligación de desviar recursos para su defensa en desmedro de su desarrollo en condiciones de paz! ¡Qué importa que ese país en el cual está viviendo el corresponsal de la BBC, haya sido el artífice de la independencia de medio continente africano y del fin del «aparthied» en Sudáfrica! ¡Qué importa que Cuba destine recursos para salvar vidas en Pakistán, luego de un devastador terremoto y en Bolivia a pocas horas de torrenciales inundaciones, desviándolos hacia la solidaridad internacional, a pesar de la necesidad de mejorar su tendido eléctrico! ¡Qué importa, Ravsberg! Ese brillante sociólogo y antropólogo cultural argentino que fue Arturo Jauretche, bautizó a esa fauna de pseudos intelectuales con el nombre de «tilingos». Fidel Castro los llamó mentirosos y a Ravsberg «el más mentiroso». Pero quien apuntilló a Fernando Ravsberg, quien le puso el broche de oro, fue su colega de Cubanet y columnista de la página de la Fundación Nacional Cubano Americana, Juan González Febles, con el merecido, «Enhorabuena Fernando».