«Los negociadores de las FARC seguirán vivos mientras sigan en la mesa» (http://internacional.elpais.com/internacional/2012/10/27/actualidad/1351360663_417754.html). Con este sanguinoliento título «corona» El País el pasado 27 de octubre una entrevista al Director de la Policía Nacional de Colombia, el General Roberto León Riaño, a la sazón de visita por España. Una entrevista que rezuma pleitesía y que causa […]
«Los negociadores de las FARC seguirán vivos mientras sigan en la mesa» (http://internacional.elpais.com/internacional/2012/10/27/actualidad/1351360663_417754.html).
Con este sanguinoliento título «corona» El País el pasado 27 de octubre una entrevista al Director de la Policía Nacional de Colombia, el General Roberto León Riaño, a la sazón de visita por España. Una entrevista que rezuma pleitesía y que causa sonrojo al constatar que los dos periodistas que la firman renuncian a preguntar, y por tanto a informar a los lectores de su periódico, por asuntos tan banales y poco significativos como la demostrada implicación de la Policía Nacional de Colombia en el asesinato y falsa sindicación de más de tres mil ciudadanos inocentes, de extracción humilde, a quienes miembros de la Fuerza Pública (Policía y Ejército) presentaron tras acribillarlos como guerrilleros caídos en combate. No, a cambio los redactores de El País prefieren referirse a la «normalidad total» en las operaciones de la Policía Nacional.
Una «normalidad» que quienes hacemos seguimiento a la realidad colombiana sabemos que consiste en el abuso de la fuerza, la represión brutal de cualquier manifestación de descontento de cualquier sector del pueblo colombiano, sean trabajadores, campesinos, estudiantes, indígenas o víctimas del terror estatal y paraestatal, que ha despojado de sus tierras y convertido en desplazados a cinco millones de campesinos colombianos, y enriquecido a unos cuantos empresarios y parapolíticos, bien conectados con los narcotraficantes armados, antes llamados paramilitares y hoy eufemísticamente designados por el Estado colombiano como «bacrim», bandas criminales.
Por eso también causa sonrojo seguir leyendo la entrevista y encontrarse con una pregunta como ésta: «¿Se puede decir que, igual que Colombia fue en algún momento exportador de crimen, hoy es una referencia mundial contra el crimen organizado?»
¿No saben, no han leído los sagaces reporteros de El País, nada acerca de las conexiones entre los más altos estamentos del Estado colombiano y el crimen organizado? ¿No recuerdan que desde la presidencia de Álvaro Uribe se han destapado en sucesivos escándalos las conexiones entre las mafias del narco-paramilitarismo en Colombia con más de la mitad del Congreso Nacional, con el desmantelado DAS (policía política presidencial), con el Ejército y la Policía? ¿No? ¿No han oído hablar del General Santoyo?
Un país donde el jefe de seguridad del Presidente y general de la Policía reconoce haber cooperado con las Autodefensas Unidas de Colombia, organización criminal, narcotraficante y máximo exponente del terrorismo paraestatal desde los años 90… ¿Y El País le pregunta al general de la Policía si es una referencia mundial contra el crimen organizado? ¿Es un chiste?
A mí me parece más bien que no, que es un insulto a la inteligencia del lector, una renuncia a ejercer el oficio de preguntar, de averiguar, de aspirar a informar. Pero, sobre todo, es un signo inequívoco de decadencia, un roto en el traje de periódico democrático, moderno, «progre» con el que «El País» se ha presentado a la sociedad española y al mundo en los últimos 36 años.
Si El País hubiera empleado este tono complaciente y lambón, si le hubiera hecho la pelota y se hubiera prestado a ser órgano propagandístico de la policía pinochetista o somocista en 1977, se habría suicidado como periódico, sus lectores se habrían sentido directamente insultados, agredidos, no ya por el ejercicio de desinformación, sino por la connivencia con los torturadores, con los genocidas.
Eso, y no otra cosa, es lo que hace el otrora «diario independiente de la mañana» con Colombia hoy. Entrevista al máximo responsable de la Policía Nacional y «se le olvida» preguntar por la desaparición forzada, por las ejecuciones extrajudiciales, por la tortura y el terrorismo de Estado, aplicado en el campo, en las explotaciones mineras, en las universidades; se le olvida preguntar por las escuchas policiales y los hostigamientos a opositores, jueces, periodistas, personas incómodas al régimen. Por la brutal actuación policial contra manifestaciones pacíficas. Por las detenciones arbitrarias y los más de nueve mil presos de conciencia.
El mismo día que hace esto, también se manda una «crónica» sobre los diálogos de paz iniciados en Oslo, que asume como propia la voz más rancia del establecimiento colombiano y miente abierta y descaradamente en su ímpetu criminalizador del discurso de la insurgencia.
En su artículo «Colombia pasa del optimismo a la incertidumbre ante la negociación de paz» (http://internacional.elpais.com/internacional/2012/10/27/actualidad/1351358433_412259.html) , la redactora de El País se permite escribir:
«En Colombia se esperaba que el encuentro con las FARC fuera el inicio de su rendición. Pero lejos de aceptar que es una guerrilla diezmada, que ha tenido que soportar la muerte de sus líderes más importantes y la deserción de miles de sus hombres, envió un mensaje desafiante. Iván Márquez, segundo al mando de las FARC y vocero de esa guerrilla, aprovechó los micrófonos en Oslo para criticar el modelo social y económico, la inversión extranjera y a los militares, así como para pedir cambios estructurales que no forman parte de la agenda acordada»
¿Quién esperaba que el encuentro con las FARC fuera «su rendición»? ¿Quién dice que las FARC es una guerrilla «diezmada»? ¿Quién dice que «los cambios estructurales no forman parte de la agenda acordada»?
Esto lo dicen, lo repiten diariamente como parte de un mantra propagandístico los portavoces de una de las partes en conflicto. Es la voz del Estado colombiano la que habla. Pero es El País quien firma la afirmación y lo presenta como información neutral.
Es un fraude periodístico y un salto mortal ideológico de un medio que quiso vendernos rigor, compromiso con las luchas por la justicia, contra el fascismo.
Es mentira. Es propaganda. Y es fascismo.
A la vuelta de 36 años, el diario que mejor ha encarnado el espíritu de los Pactos de la Moncloa y la «Transición» española, se revela como una voz muy vieja, muy conocida, tan familiar como difícil de aceptar para sus lectores. Porque para este camino no hacían falta alforjas. Hubiera sido mucho más honesto haber escrito la crónica que El País y el Estado colombiano llevan anunciando, cada vez más desesperados, desde hace tantos años:
«En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo…»
Pero la realidad es terca, el pueblo colombiano mucho menos tarado de lo que lo presenta El País, y la tolerancia a la caspa y a la tomadura de pelo de los lectores de periódicos tiene un límite. No digo que lo hayan rebasado, no. A saber cuántos golpes de Estado, invasiones y genocidios más tendrá que apoyar y promover El País para que eso suceda. Digo que el proceso degenerativo que han emprendido en los últimos diez años es cada vez más acelerado y que no tiene marcha atrás. Lo que en el régimen bipartidista inaugurado por la Transición y los Pactos de la Moncloa hace aguas día a día y se expresa en falta de legitimidad, en sus medios de comunicación se manifiesta como una erosión irreversible en su credibilidad.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.