Nos levantamos en la mañana en esa ampulosa construcción que es la ciudad, invento contradictorio del ser humano, y lo primero que viene a la mente es el afán a causa de tantas actividades por desarrollar; las veinte horas restantes del día son insuficientes. Nuestra acción dirigida a diversos quehaceres se requiere con premura: el […]
Nos levantamos en la mañana en esa ampulosa construcción que es la ciudad, invento contradictorio del ser humano, y lo primero que viene a la mente es el afán a causa de tantas actividades por desarrollar; las veinte horas restantes del día son insuficientes. Nuestra acción dirigida a diversos quehaceres se requiere con premura: el trabajo una acción de supervivencia a pesar de todos lo avances de la tecnología continua siendo imprescindible. No hay forma de eludir tales obligaciones, no hacerlo haría poner en peligro lo que estimamos como más importante en nuestras vidas: la unidad de las familias, su subsistencia, el bienestar, nuestras relaciones de amistad, etc. El alimentarnos, ver a nuestros más cercanos parientes, y relajarnos en lo placentero son conductas arrinconadas hasta su desaparición en veces por estos compromisos, sin queja alguna de nuestra parte. La diferencia de esta conducta con la de un cazador de hace diez mil años parece ser sólo de instrumentos para satisfacer las necesidades. ¿Pero que nos hace que actuemos y pensemos de esta forma tan contraria a nuestros deseos? ¿Cuáles son los poderosos motivos que dictatorialmente nos imponen comportamientos contrarios en buena parte a los impulsos de disfrute y goce tan espontáneos vistos en otros primates?
Con anterioridad a esa mañana se ha tejido una serie de acuerdos, armonías y conformidades mediante las cuales somos una parte de la sociedad que cumple unas funciones determinadas y gracias a ellas nuestra sobrevivencia como seres vivos y la respetabilidad dentro del grupo social está asegurada, al menos por un tiempo -con el neoliberalismo, este tiempo es cada vez más corto-. Muchos elementos consensuales conjugados nos obligan a realizar toda una serie de acciones conforme a lo que se espera por parte de otras personas de nosotros como conductas apropiadas, de acuerdo a pactos muchas veces anteriores a nuestro nacimiento. ¿Qué nos obliga a seguir concienzudamente estos procederes? Los múltiples acuerdos mencionados, los cuales sin coerción física en la mayoría de los casos, dirigen nuestra vida cotidiana.
Este no es un descubrimiento, hace más de dos milenios el griego Jenofantes de Colofón afirmaba que lo que denominamos realidad no es más que una telaraña tejida con conjeturas. Ya en la misma antigüedad se intuía que el mundo socialmente sensible no era más que una ordenación arbitraria de elementos, como lo expresaba el emperador Marco Aurelio en su obra Meditaciones, citando a otro filósofo griego, Demócrito.
Estas conjeturas no son otra cosa sino las convenciones bajo las cuales somos determinados a realizar desde niños una serie de conductas y a omitir otras. Modernamente Erich Fromm llamaba a estos condicionamientos, la realidad impuesta por una sociedad dada, una verdad sustentada en el consenso de la mayoría, pero con el ingrediente condimentado al extremo, de además ser manipulada por quienes detentan el poder; de allí se deriva lo establecido como racional, moral, estético, lo justo, bueno, etc. Fromm pone de manifiesto algo trascendental: lo irracional no puede ser impuesto por la sencilla razón, que esta irracionalidad mediante el consenso transforma en racional, lo absurdo en sensato, lo feo en bello, lo justo en injusto, lo moral en inmoral, y viceversa, por esto tienen un carácter esencialmente específico en cada momento histórico. Un ejemplo clásico de esto es la esclavitud considerada una práctica justa por mucho tiempo en occidente, tanto en la antigüedad como en la era cristiana del amor al prójimo hasta no hace más de 150 años; o lo inmoral que podría haber sido un atuendo de mujer como una minifalda durante la era victoriana, el cual a partir de los años sesenta en occidente es de común uso femenino, de lo feo transformado por el consenso en bello podemos relatar la imposición masculina de la ponderación de los cuerpos femeninos robustos hasta la mitad del siglo XX hasta llegar a la proclamación de la flacura como ideal de belleza del presente, o por último en los años ochenta la manipulación del consenso (y se le llamó Consenso de Washington) con el fin de conceptuar que todo lo estatal era malo e ineficiente y que se debían vender hasta los hospitales y escuelas para que entes particulares los manejarán de acuerdo a quienes detentan el poder, de manera eficiente rindiendo utilidades.
En terreno de la comunicación contemporánea, los mensajes son una expresión de toda esta serie de consensos, por supuesto permanentemente mutables. La comunicación de masas electrónica es uno de estos acuerdos y a la vez difunde estas mismas armonías manipuladas, lanzándolas en no pocas veces en el presente, a cientos de millones de personas, cuestión a la que han ayudado los avances de la técnica de los últimos cinco siglos.
Por su carácter de tecnología de avanzada, culminación de las investigaciones científicas más deslumbrantes, la actividad periodística en medios como la televisión se arroga el rol socialmente legitimado de producir las construcciones de la realidad públicamente más relevantes. Y los medios televisivos y sus representantes, los teleperiodistas, buena parte de su tiempo lo emplean en la autolegitimación de esta posición en la sociedad, reforzando con mensajes insistentes su papel privilegiado, manipulando el consenso en su favor. Es decir impulsando el acuerdo sobre la función que desempeñan en las sociedades; autoproclamándose como insustituibles.
En medio de esta telaraña de convenciones lo considerado como trascendente en el medio de comunicación de masas, el acontecimiento, el suceso, la noticia, es un objeto resultado de la movilización espontánea o provocada de los mismos medios en determinado momento y durante cierto tiempo al rededor de algo que estiman conveniente considerar como tal. Es un acuerdo que desde lo alto de la escala de la comunicación, en todo coincidente con la estratificación social; como dijo Fromm se manipula para convertir sin fricciones en realidad socialmente aceptada algo favorable a los manipuladores. Esta manipulación es una añagaza que evita el uso constante de la fuerza por parte de los dominadores, y no obstante a la vez implica una falta de participación de las mayorías en la vida social, pues estas no pueden establecer sus propios principios de lo que es la realidad, sino que deben seguir las imposiciones de la minoría, permaneciendo pasivas y sin derechos a la escogencia de, digámoslo así, la agenda de asuntos vitales a la comunidad, de la realidad sentida.
La coacción al abordaje de los temas ‘relevantes’ por parte de medios como la televisión, autolegitimatorios en extremo, plantea de entrada la ausencia de una discusión amplia sobre la realidad. Por ello entre más se avive la posibilidad de discutir sin censuras y exclusiones cual ha de ser la realidad relevante para las mayorías, menos riesgos se tienen en caer en la dictadura mediática y por ende en la política, pues la realidad consensuada dándole voz incluso a los excluidos será la de mayor beneficio en favor de los más. Un ejemplo de los beneficios de la discusión abierta y sin cortapisas, es el juzgamiento de la ciencia y sus progresos, estableciendo su preponderancia en los logros obtenidos en favor de la vida en el planeta, por encima de los intereses del consumo de grandes conglomerados económicos también propietarios de los medios controlados por el poder, los cuales ven a aquella simplemente un instrumento de nuevas acumulaciones de capital, o de avances en la destrucción de enemigos representados en los desposeídos del tercer mundo, rotulados hoy como radicales (esto quiere decir que van a las raíces), extremistas, terroristas y simples criminales sin más explicaciones, o locos de ONGs.
Presenciamos que los progresos científicos dirigidos al consumo y la guerra son tratados como beneficios universales en los medios difusores del consenso manipulado, cuando descubrimientos y mejoras técnicas van frecuentemente en detrimento de sociedades milenarias, dañan ostensiblemente el ecosistema de regiones enteras o del mismo planeta o arrasan culturas enteras. Allí esta la puesta en escena de noticias exaltatorias de la construcción o compra de armas cada vez más destructivas de seres vivos y obras humanas, o de técnicas para manejar la conducta humana, a más de las la preeminencia de las ganancias de empresas propiciadores de lo anterior, no compensada ni remotamente con la información de cuanto y de que características es el daño humano y ambiental han causado estas actividades de acumulación. Ejemplo clásico son los datos arrojados con ignorante orgullo por los y las vedettes-teleperiodistas sobre el aumento de las ventas en automóviles, que callan como si fuera de poca monta las muertes causadas por año en accidentes de tránsito, y la contaminación causada por aquellos amenazante del planeta, los de las ganancias de las compañías de tabaco ocultantes de las muertes por cáncer, el de la industria armamentística y sus más que obvias desgracias, y un muy largo etc.
La manipulación del consenso sobre la realidad, implica por tanto un temor a la verdadera democracia, la consistente en la participación de la mayor parte de la población en los asuntos trascendentes a sus vidas en comunidad. Se busca la menor injerencia en asuntos sociales y ecológicos disfrazando estos de insondables, obtusos, intrincados a los profanos, y solo aptos para ser tratados por interesados especialistas, teúrgos, doctos, clarividentes, técnicos, etc., las más de las veces vinculados a los poderosos; se dejan así de lado soluciones sencillas apartadas por consensos de realidad elitistas, exaltantes verbigracia, de conceptos como el de un servicio de salud no rentable en términos económicos capitalistas, o que los perjuicios a habitats de la naturaleza incluso de cambiantes equilibrios ecológicos de millones de años, no pueden ser más meros costos del ‘progreso’. En los dos casos con la aplicación de las ‘maximas’ expandidas y manipuladas en medios como la televisión, se pretende sencillamente el aumento irracional (en términos de la filosofía de la ilustración) de la acumulación de unos pocos.
En el terreno específico de la comunicación podemos establecer entonces, que no existe una noticia objetiva a todo el conglomerado social, existen consensos, discutidos por este, para determinar su importancia en la sociedad, pero hábilmente distorsionados por los detentadores del poder y actualmente de forma más directa y totalitaria por los medios de comunicación.
De acuerdo a lo anterior, la realidad puede ser reformada por la variación de los consensos, pero en contra de esa posibilidad verdadera los entes mediáticos dan grandes batallas, al establecer repetidamente y arbitrariamente como inmodificables las estructuras sociales imperantes, a menos que con ello se aprovechen las minorías en el poder. De tal forma no sólo se construye la realidad sensible sino que se impide la generación de otra modificatoria o supresora del orden presente. Es decir, los medios transmiten los consensos ya manipulados y a la vez y de forma tal vez aún más enconada, sabotean con sus múltiples mañas, la creación de otras realidades resultantes de las experiencia cotidiana y la sabiduría históricas de la mayoría, no silenciosas, sino silenciadas.
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BIBLIOGRAFÍA
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
Brian Magee
MEDITACIONES
Marco Aurelio.
SOCIEDAD INDUSTRIAL CONTEMPORÁNEA
Erich Fromm
CONCIENCIA Y SOCIEDAD INDUSTRIAL
Jesús González Requena,
CRÍTICA DE LA SEDUCCIÓN MEDIATICA
José Luis Sánchez Noriega
CONSTRUCCIÓN DE LA NOTICIA.
Rodrigo Alsina.
MISERIA DEL MUNDO. VISIÓN MEDIÁTICA.
Patrick Champagne
DE CALIGARI A HITLER
Siegfried Kracauer