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Contraluces Sobre la Información de Una Visita

La seguridad de los poderosos

Fuentes: Rebelión

  Ya casi termina la pomposa gira del Presidente de los Estados Unidos George Bush por cinco países de Latinoamérica, y los medios de comunicación del gran capital no podían perder la oportunidad para congraciarse con quien consideran en últimas, su jefe.   En una de estas ciudades, la visita del jefe del país más […]

 
Ya casi termina la pomposa gira del Presidente de los Estados Unidos George Bush por cinco países de Latinoamérica, y los medios de comunicación del gran capital no podían perder la oportunidad para congraciarse con quien consideran en últimas, su jefe.
 
En una de estas ciudades, la visita del jefe del país más armado del planeta, realmente había tenido dos días antes su prólogo en un concierto del músico Roger Waters, en el cual en un globo en forma de cerdito se leía: «El patrón Bush visita el rancho de Colombia«.
 
Por supuesto las estrellas de la información no mencionaron tal hecho y más bien algunos se dedicaron a buscar la mejor foto que encontraron del visitante para titular su propaganda; vimos sonriente a George con el fondo del águila rapaz. En esto acertaron, ganaron de sobra la renovación de su visa estadounidense.
 
Sin embargo como todo acto publicitario, se menosprecia lo no relacionado con lo alabado, y por tanto dejaron ver las muy significativas las escenas de los corpulentos miembros del servicio secreto gringo, revisando las armas de los menudos miembros de la guardia local para evitar que estuvieran cargadas. Si a alguien le quedaba una pequeña duda sobre el aviso en el cerdito de Waters, esta había sido despejada.
 
Los amaestrados periodistas hablaban con inocultable emoción del saludo del visitante desde su limosina al llegar a la Plaza de Bolívar, eso si sin relatar que este saludo fue dado a los mismos periodistas, a cientos de guardias armados como para una invasión, y a unas mil quinientas palomas, pues ningún habitante del común podía entrar al centro de su propia ciudad.
En sintonía con los intereses defendidos olvidaron los comunicadores del misterio, eso sí, sin poder ocultar su exaltación, dos semanas de militarización de una ciudad de ocho millones de habitantes, permanentes controles como los de una villa ocupada, el que ese domingo se hubieran trastocado las actividades normales de millones de habitantes, las requisas incesantes a las cuales fueron sometidos, el clima de zozobra, la guerra que vive el país, la invasión a Iraq propiciada por quien llegaba.
 
Si bien olvidaron muchas cosas, también no pudieron pasar por alto, el mencionar con admiración y tono altisonante los pormenores de la caravana del visitante, sus poderosas armas, la limosina de este con sus granadas, sus gases, sus misiles, los helicópteros de guerra, y a pesar de todo esto los treinta mil hombres para custodiarlo. Al parecer los periodistas al anunciarnos estos datos pretendían generar admiración y a la vez miedo por tan poderosas armas, y despliegue de hombres con armas como esas de película de domingo; no obstante si lo miramos bien esto denotaba más bien, la paradoja del temor del visitante al llegar a la sede de un gobierno ‘amigo’ y siguiendo a Waters, a sus propios dominios.
 
Los zalameros comunicadores no dejaron de llamarle ‘ presidente americano’, pues este debe ser el mensaje que en el fondo los espectadores tienen que tener presente: George W. Bush es el jefe de toda América y aún más allá. Por ello una intonsa teleprontista, al borde de un clímax de la felicidad, lo denominaba ‘el hombre más importante del mundo’, o ‘el hombre más poderoso del planeta’. Unos epítetos que resultaban curiosos, para este superhombre que no pudo poner un pié en una de las calles de esta ciudad ocupada militarmente, pues temía por su vida, esto a pesar de los miles de millones de dólares enviados por este omnipotente dignatario para guerras contra el terrorismo, las drogas, etc. Olvidaba este periodismo antitético que la seguridad se encuentra relacionada directamente con el estar libre de peligros, de amenazas; por consiguiente se encontraba más seguro (a) y tranquilo (a) cualquier mujer u hombre de esa ciudad visitada y vista con desprecio, que el ‘amo‘ del mundo visitando su finca y a quienes trabajan para sus intereses.