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La telebasura o el nuevo mito de la caverna

Fuentes: Colctivo Cádiz Rebelde

Preocupa mucho, muchísimo, el problema de la llamada telebasura, pero lo que abarca este nuevo concepto aún no está muy definido. Los programas «rosas», de «famosos y famosas», o llamados del corazón, sí. Los de futuros famosos o famosas encerradas en una casa (o incluso construyéndola) mostrando privacidades, también. Las telenovelas, culebrones (opinen ustedes). Los […]

Preocupa mucho, muchísimo, el problema de la llamada telebasura, pero lo que abarca este nuevo concepto aún no está muy definido. Los programas «rosas», de «famosos y famosas», o llamados del corazón, sí. Los de futuros famosos o famosas encerradas en una casa (o incluso construyéndola) mostrando privacidades, también. Las telenovelas, culebrones (opinen ustedes). Los dibujitos animados hiperviolentos, sexistas, racistas, por supuesto. Las tertulias sobre importantísimos temas, donde van personas especializadas con su guión aprendido, donde el pensamiento único fluye sin cauce aunque siempre con distintos estilos, con distintos talantes, muy medidito todo, ¿sí?. Los telediarios o telesucesos donde se practica la acción simbólica de llamar la atención sobre lo que es, por su naturaleza, para todos los gustos, que no escandaliza, que no ventila nada, crea consenso, que oculta lo valioso, que oculta lo importante. La prestidigitación elemental de llamar la atención sobre una cosa distinta de lo que en realidad está pasando ¿también?.

Preocupa el tema pero cuesta trabajo y esfuerzo definir el campo de esa preocupación. Si entráramos en la radio y en la prensa escrita ya el campo no sería telebasura. ¿Sería el de la basura mediática?. Por ahí vamos.

Nosotras no vamos a entrar a analizar Salsa rosa o Gran hermano ni, por supuesto, los telediarios, pero para estos temas como la telebasura, como para otros, El País, como máximo representante de Falsimedia, se convierte en una fuente inagotable de oportunidades para someter al análisis crítico la labor de adocenamiento que tienen entre manos, para desvelar el juego de sus preocupaciones.

Porque cuando ellos (Falsimedia toda) se preocupan, nosotras nos echamos a temblar. Y para muestra hemos elegido un fragmento de editorial (entera nos daría para varias crónicas) titulada Niños y televisión aparecida hace pocos días:

El Gobierno, TVE, Canal plus, Antena 3 y Tele 5 han llegado a un acuerdo para suscribir un código que proteja a los menores de la telebasura. Se trata de un pacto voluntario de autorregulación que fija unos criterios generales y unos horarios de precaución, en los cuales no pueden emitirse determinados espacios. Un comité se encargará de dilucidar las dudas concretas que presenta la aplicación del pacto. Una segunda comisión de seguimiento, en la que estarán representantes de la sociedad civil, informará periódicamente sobre su aplicación.

Magnífico fragmento pirueta, recurso estilístico donde los haya. Como en el cine dentro del cine, también aquí resulta gracioso que se encarguen comisiones y subcomisiones para dilucidar las dudas concretas de un problema que ellos mismos generan. Y los propios medios ofreciendo la cobertura mediática del espectáculo. El zorro en el gallinero. La televisión pública y privada controlándose a sí mismas. Gracioso. Inaudito.

«La vacua discusión sobre el espectáculo, es decir, sobre lo que hacen los propietarios del mundo, la organiza, pues, el espectáculo mismo…» (Guy Debord, 1990)

Como buenos magos, dominadores del misterio, hacen aparecer en una de las comisiones a la sociedad civil -suponemos que de personas mayores-, esa que todo lo arregla, y comisión de seguimiento autentificada.

Es necesario un ejercicio analítico incansable para no sucumbir, para no empezar a transitar por el universo de lo políticamente correcto al que nos quiere arrastrar El País. El cinismo que destila cada idea, cada palabra inocentemente encajada para tejer el espacio de los lugares comunes, nos deja sin respiración. Y con el objeto de no vernos arrastrados, de exorcizar sus ocultas pretensiones, necesitamos hacer la terapia de desvelar la basura que pretenden vendernos tras las grandes palabras: suscribir un código, pacto, autorregulación, comité, comisión de seguimiento

Debería sorprendernos, escandalizarnos o cuando menos preocuparnos que la única intención explicitada sea redistribuir los contenidos dentro de los horarios televisivos: se trata de reubicar la misma basura televisiva para, en una pirueta vacía y simbólica, no alarmar en exceso. Siguiendo los dictados del capitalismo amable, se trata de devolver la cara humana del mercado, la aparentemente menos agresiva que mantiene precisamente eso, las apariencias.

Y formas son formas. Sigamos idiotizando a los adultos con telebasura -no se cuestiona en ningún momento su existencia, eso sería censura- mientras a los menores se les ofrece la misma con distinto disfraz: programas conducidos por adolescentes, aderezados con una clak infantil -imprescindible para que no existan dudas de a quién se dirige- mientras se intercalan actuaciones de pseudo niños glamurosamente explotados en una suerte de trabajo infantil de primer mundo, reproducciones a escala del european-junior way of life. Violencia coloridamente enlatada.

En realidad, sólo les preocupa la redistribución de las franjas horarias porque no hay grandes diferencias, porque lo realmente importante es el imperio de la publicidad que todo lo homogeneiza. Y cuando decimos todo, es absolutamente todo: si resulta evidente que las televisiones dependen económicamente de la publicidad, no dependen menos de ella ni la prensa escrita -cuyos beneficios por publicidad ascienden al 70% del total- ni mucho menos la radio.

En este orden de cosas la programación televisiva no es más que una excusa para lanzar al abismo iluminado de neones del consumo, al pasivo ciudadano reducido al papel de consumidor y votante ocasional. El objetivo es la desmovilización social, con un modelo reflejo del éxito consumista. Esa es la verdadera preocupación, sobre la que ninguna comisión, ni subcomisión, por mucha sociedad civil que incluya, pretenderá profundizar, ni desvelar, ni siquiera arañar.

Es la opresión simbólica que ejerce discretamente la pequeña pantalla que entretiene, desde luego, hasta el límite de la alienación. Como en una recreación del mito de la caverna, asistimos al espectáculo. Lo que aparece a través de las ondas hertzianas no es más real que las siluetas en el fondo de la caverna proyectadas por una hoguera. Una parte importante de la ciudadanía está en la caverna de la sociedad del espectáculo, repitiéndose unos a otros que la realidad son las sombras. Ese es el mundo, ahí están los códigos, las normas que lo regulan generando la ilusión de la autonomía. Mientras, la «democracia mediática» induce mecanismos que se deslizan sin ruido, invitándonos a pensar que es, además, el mejor de los mundos posibles.

En realidad, sólo les preocupa que sigamos en el fondo de la caverna, quietitos.

Se ven en la obligación de regular las franjas horarias porque cada grupo social debe ver su porción de basura a su hora, de lo contrario el mecanismo chirría, saltan chispas.

Nos muestran a personas basurizadas o programas basurizados en un intento de disimular la basurización del propio sistema. De la misma forma que creen que al mostrarnos personas corruptas, consiguen disimular la corrupción estructural.

Hay buenos maestros en el tema. Holliwood presenta en sus mejores películas de acción trepidante, corruptos agentes de la C.I.A., corruptos asesores del Gobierno, e incluso corruptos miembros del propio Gobierno. No les queda nada mal (alta tecnología cinematográfica, alta, altísima financiación) el apaño de disimular la tremenda corrupción estructural de un sistema infame.

Nos enfrentamos a una nueva pobreza en el corazón de la abundancia, la pobreza de no poder salir del fondo de la caverna, de vivir entre la opulente basura.

Tendremos que buscar y usar los antídotos. Siempre será posible poner en acción nuestra resistencia: haciendo zapping; cortando el sonido cuando empiece la publicidad (sus sintonías están estudiadas para mantenernos enganchados, como el perro de Pavlov); invirtiendo la cadena de mando: haga de su televisor un aparato para el diferido, grabe lo que le interese, veálo a la hora que le apetezca, hágase su propia programación y sáltese la publicidad en un apacible minuto de silencio.

Para l@s más atrevid@s, nada mejor que el boicot absoluto. Vivir sin televisión mientras preparamos el asalto del poder. El cambio de las estructuras.

Para profundizar la información y el análisis sobre este tema, recomendamos la lectura de los siguientes libros que han servido de fuente insustituible para la elaboración de nuestro artículo:

q Bordieu, P. (1998) Sobre la televisión Ed. Anagrama Barcelona

q Debord, G. (2003) La sociedad del espectáculo Pre-Textos Valencia

q Debord, G.(1999) Comentarios sobre la sociedad del espectáculo Ed. Anagrama Barcelona

q Sánchez Díaz, A. (2000) Prensa rosa, voto azul Ed. Ardi Beltza