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El escritor y periodista Manuel Vicent publica el libro “Los últimos mohicanos”

La trinchera (literaria) de los periódicos

Fuentes: Rebelión

La mirada virgen. Si un periodista piensa que ya lo ha visto todo, deja de ser periodista. Así pues, ha de observar el mundo como si diariamente se inaugurara. Todo es una novedad. Si uno piensa de esta manera, aunque sea octogenario, será un periodista joven. Se lo confiesa el escritor Manuel Vicent a Jesús […]

La mirada virgen. Si un periodista piensa que ya lo ha visto todo, deja de ser periodista. Así pues, ha de observar el mundo como si diariamente se inaugurara. Todo es una novedad. Si uno piensa de esta manera, aunque sea octogenario, será un periodista joven. Se lo confiesa el escritor Manuel Vicent a Jesús Fernández Úbeda, en una entrevista publicada en abril de 2017 en la revista literaria Zenda. La clave está en la forma de mirar, insiste Vicent, que ha publicado «La Regata» (Alfaguara, 2017), novela trenzada a partir de una aspirante a actriz, Dora Mayo; y un empresario triunfador, Pepe California. En la entrevista propone «un ejercicio casi sufí»: el primer plano. Si en lugar del plano general, la persona adopta una concepción cercana de las cosas, la vida pasa a ser diferente cada día. «La cola del supermercado parece la misma, pero cambia diariamente», remata el escritor y periodista.

En el libro «Los últimos mohicanos» (Alfaguara, 2016), el escritor castellonense reivindica a todos aquellos que defendieron, hasta el final, una perspectiva diferente del periodismo. Y resistieron, practicando la literatura en los periódicos. Con ilustraciones de Fernando Vicente, el autor de «Tranvía a la Malvarrosa» (1994), «El azar de la mujer rubia» (2013) y «Desfile de ciervos» (2015), retrata a los últimos mohicanos del periodismo literario: el exceso como unidad de medida en Vicente Blasco Ibáñez; la pasión de un joven viejo verde, José Bergamín; con un paraguas rojo y otro negro, Azorín; el combatiente deslumbrado, Ramiro de Maeztu; un galgo aristocrático con luz propia, Corpus Barga; el disparo a la distancia precisa de Manuel Chaves Nogales; la máquina de fabricar calderilla, en referencia a César González-Ruano; el arte de caer siempre de pie: Manuel Aznar; o un anarquista bajo la cúpula del Palace, es decir, Julio Camba, entre otros.

En una columna publicada en «El Mundo», titulada «El calambre del escritor» (marzo de 2009), Francisco Umbral manifestaba la misma preocupación que Vicent por el agotamiento en el punto de vista y la menguante lozanía del periodista. Lo hacía a propósito de un escritor y periodista romántico, Mariano José de Larra, que había retornado de Europa a Madrid y entró en la fase de desesperación que le condujo al suicidio. «Está llegando a la más peligrosa etapa de su vida, de cualquier vida: a la indiferencia», escribía Umbral sobre Fígaro. Es la época en que a Larra dejan de importarle los lectores y lo que escribe, es más, se importa poco a sí mismo. Llegado a ese punto, se halla en trance de parálisis. Y somatiza el proceso (un temblor de la mano derecha), que los médicos llaman «calambre del escritor». «Sólo se suicida el que ya está muerto por dentro», remata Francisco Umbral, a quien Vicent considera uno de los últimos mohicanos. «Quería ser escritor por dentro y por fuera; pasaba media jornada alimentando su figura, y la otra media destruyéndola», dice Manuel Vicent del autor de «Las ninfas» y «El Giocondo», quien pasó por Hermano Lobo y Triunfo antes de recalar en El País. «Se le hurtó la Academia, pero se vengó escribiendo mejor que ninguno».

Las tribus nativas de América del Norte ocuparon una posición central en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), que mantuvieron Francia y Gran Bretaña. En ese contexto ubicó Fenimore Cooper su célebre novela histórica, uno de cuyos personajes afirmó: «Cuando Uncas siga mis pasos, no quedará ya nadie de la sangre de los Sagamores, pues mi hijo es el último de los mohicanos». Entre los escritores de periódicos, uno de los grandes resistentes fue Eduardo Haro Tecglen, quien tuvo tiempo de opinar, en perspectiva, sobre medio siglo de periodismo. Antes de la difusión masiva de Internet, ya explicaba que los periódicos «son mejores que antes; más amplios, más completos, mejor escritos en general». Aunque señalaba también las pérdidas en el idioma, y una «menor vibración». Vicent recuerda a Haro Tecglen trabajando entre libros y periódicos acumulados sobre la mesa, en la trastienda de la redacción y «ametrallando la Olivetti». Además, «tenía un aire de intelectual francés en la retaguardia». Fue el gran mentor de la revista Triunfo, y en su columna de El País («Visto/Oído»), disparaba como un maqui (relegado a la penúltima página por el periódico del grupo Prisa) contra el enemigo de la extrema derecha. «Era el perdedor que primero entraba en la meta».

En el periódico «El Pueblo», que Blasco Ibáñez fundó, también llegó a publicar cerca de mil artículos; Además de líder político del republicanismo en las primeras décadas del siglo XX, y de alumbrar novelas como «La barraca», «Entre naranjos» o «Los cuatro jinetes del apocalipsis» (con la que alcanzó fama internacional), fue también un mohicano. Sus novelas se editaban por entregas en «El Pueblo», un periódico muy leído que actuaba como portavoz del Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA). «Tocó todos los palos literarios en medio del fragor periodístico», subraya Vicent. «Fue el primer best seller mundial, el primero que cobró a tanto la palabra», hasta el punto que un millón de personas lo recibieron en el puerto de Buenos Aires. También fue un acto de masas su entierro en Valencia. Cuando Valle-Inclán se enteró de su muerte, afirmó: «¿Ha muerto Blasco Ibáñez? Nada. Pura publicidad».

Catedrático de griego y rector de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno parió novelas como «San Manuel Bueno, Mártir», «Niebla» o «Amor y Pedagogía», pero también desplegó sus ideas en los cafés, los ateneos y la prensa. Empezó socialista y terminó celebrando la sublevación fascista de 1936, aunque después se arrepintió y en octubre del mismo año se enfrentó en la Universidad de Salamanca al fundador de la legión, el general Millán-Astray; Ya en 1924, los ataques del escritor a Primo de Rivera hicieron que el dictador lo desterrara a Fuerteventura. Nostálgico de la inveterada espiritualidad cristiana, del alma de Castilla y siempre en plena agonía existencial, Manuel Vicent lo considera un mohicano. Su pluma tenía acogida en periódicos como El Imparcial, El Sol o La Nación de Buenos Aires, además de en las revistas literarias. Al poco de morir, Antonio Machado lo retrató del siguiente modo: «Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en guerra; ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo».

Compañero en la Generación del 98, Azorín publicó en el ABC «La ruta de Don Quijote», en 1905. Escribió, entre otros periódicos, en El País, El Imparcial y asimismo en El Sol, donde Ortega cobijaba a las grandes plumas; pasó del anarquismo a las responsabilidades políticas en la Administración de Antonio Maura y a ser diputado conservador en cinco ocasiones. Ante lo que se avecinaba en 1936, huyó a París, destino también de Marañón, Baroja y Ortega. Tras loar a Franco, recuerda Manuel Vicent, Azorín se dedicó a los «paseos solitarios por Madrid, lecturas recónditas y escritos que mimaban el idioma castellano con adjetivos llenos de un temblor rítmico, envasado».

En unas pocas páginas por autor, la pluma de Manuel Vicent dibuja los contornos de algunos «grandes» del periodismo, como Manuel Chaves Nogales, director del Ahora y vinculado a Azaña y la Izquierda Republicana. Se entrevistó con Goebbels y escribió sobre las vejaciones en Berlín a los judíos. Perseguido en la posguerra, fundó una agencia en el exilio londinense y continuó redactando artículos para la prensa latinoamericana. A otro de los últimos mohicanos, Julio Camba, se le conocía por las crónicas que remitía desde Nueva York a los periódicos El Imparcial, España Nueva y el ABC, recopiladas después en el libro «La ciudad automática». Esta obra de Camba, quien había sido «negro» del banquero Juan March y corresponsal en Berlín, París, Roma, Estambul y Lisboa, es actualmente de «absoluta actualidad», resalta Vicent; «no sabía idiomas, pero suplía esta carencia con la agudeza de los ojos».

A otra época y coloración ideológica corresponde Manuel Vázquez Montalbán, escritor en periódicos y revistas como Triunfo, Hermano Lobo, Interviú, Por Favor y El País, entre otros. El autor de «Los últimos mohicanos» lo caracteriza como un «marxista leninista con retranca». En 1971 empezó a publicarse su «Crónica sentimental de España» con un gran éxito. Para este reportaje, hizo acopio de una pluralidad de materiales de la cultura popular, poco apreciados por la intelectualidad de izquierdas. Con todos los conocimientos políticos, gastronómicos, literarios y de la vida, Vázquez Montalbán armó a su gran personaje: el detective Pepe Carvalho.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.