Cualquiera que dependa exclusivamente de los periódicos de Miami para las noticias acerca de Venezuela estaría sin preparación ninguna para los resultados del referendo revocatorio del 15 de agosto, ganado por Hugo Chávez con el 59 por ciento de los votos. Desde que Chávez irrumpió en escena, los dos Heralds, El Nuevo Herald en su […]
Cualquiera que dependa exclusivamente de los periódicos de Miami para las noticias acerca de Venezuela estaría sin preparación ninguna para los resultados del referendo revocatorio del 15 de agosto, ganado por Hugo Chávez con el 59 por ciento de los votos. Desde que Chávez irrumpió en escena, los dos Heralds, El Nuevo Herald en su totalidad y The Miami Herald en sus editoriales, columnas y gran parte de sus artículos, han sido tan insistentes en sus ataques a Chávez que podría perdonársele a un lector que pensara que el presidente venezolano seguramente no recibiría ni el 10 por ciento de los votos.
Durante los últimos dos años los dos principales intérpretes de la realidad latinoamericana de The Miami Herald, Andrés Oppenheimer y Carlos Alberto Montaner, han publicado un torrente de malas noticias acerca de Venezuela y de duras críticas a Chávez. Con muy raras excepciones, la visión monolítica de Venezuela y de Chávez representada por Oppenheimer y Montaner no ha estado balanceada por otras visiones en las páginas de opinión. Los propios editoriales de The Herald han estado sólo ligeramente más balanceados. Han atacado repetidamente a Chávez por varias transgresiones, muchas de ellas menores o discutibles, mientras que generalmente evitan criticar a la oposición por tácticas dañinas tales como una huelga general para destruir la economía.
El caso venezolano parece ser algo en el que los expertos y analistas del Herald se creyeron su propia versión prejuiciada, hasta tal punto que les costó trabajo encontrar una explicación cuando la realidad resultó ser diferente. Al proyectar a toda la población venezolana su propia transparente antipatía por Chávez, Oppenheimer, Montaner y la junta editorial del Herald pasaron por el embarazo de no estar preparados para la victoria de Chávez.
El más proclamado experto en Latinoamérica del Herald, Andrés Oppenheimer, resulta sintomático del síndrome. Después de pasarse años atacando a Chávez, en su primera columna después del referendo Oppenheimer se enreda más y más tratando de encontrar una explicación a cómo pudo ganar un personaje tan despreciable sin ninguna cualidad. Usando innumerables pretextos, parece tratar de aprovecharse de cualquier argumento. Por una parte arroja dudas sobre el resultado de la elección al citar una encuesta de lo que él describe como un respetado grupo de la sociedad civil. El grupo que Oppenheimer cita, Súmate, resulta que no es un monitor imparcial de la elección, sino un grupo que ayudó a la oposición en la organización del revocatorio. Este pequeño hecho es omitido convenientemente por Oppenheimer. Después de rendir pleitesía a la oposición al insinuar la posibilidad de fraude, mientras se cuida las espaldas al no hacer abiertamente la acusación, Oppenheimer da marcha atrás y, magnánimamente, dice que dará el beneficio de la duda a la OEA y al Centro Carter y aceptará su veredicto. Gracias, Andrés.
Sin embargo, incapaz de (o renuente) a dejar la impresión de que la elección fue justa en su conjunto, Oppenheimer seguidamente lanza la acusación de una intimidación abierta a los votantes, citando sólo la más tenue evidencia anecdótica. Tal acusación, que nunca fue mencionada por los numerosos observadores imparciales ni recogida por la prensa internacional, es desmentida por una asistencia récord a las urnas.
Finalmente, comprendiendo quizás la debilidad de sus explicaciones previas, Oppenheimer nuevamente cambia su visión y se decide por lo que se ha convertido en su tesis definitiva en columnas subsiguientes. Chávez ganó principalmente porque el alto precio del petróleo le ha permitido comprar a legiones de electores pobres venezolanos por medio de un gasto social loco, una estrategia política que Oppenheimer designa despreciativamente como «petropopulismo».
En este punto sería beneficioso hacer un pequeño desvío a través de la obra de Oppenheimer a fin de comprender su manera de pensar y cómo su uso del lenguaje demuestra una total ausencia de entusiasmo por las medidas que favorezcan a los menos privilegiados. En una columna publicada en los momentos de la elección de Lula en Brasil, Oppenheimer escribió que «no es necesariamente errado» que el presidente brasileño haga de la erradicación del hambre su principal prioridad. ¡No necesariamente errado! En un continente en el que la riqueza exagerada coexiste con la malnutrición rampante y los recursos nacionales se desvían rutinariamente hacia la corrupción, el consumo de artículos de lujos por las elites y el gasto militar derrochador, un presidente que haga de la eliminación del hambre su objetivo principal merece ser elogiado. En su lugar, Oppenheimer sencillamente absuelve a Lula de un crimen no declarado, probablemente un tipo más leve de socialismo o populismo.
En el caso venezolano, consciente de que algunos pueden considerar loable el petropopulismo si eso significa gastar los recursos nacionales en ayudar a los más necesitados, Oppenheimer nuevamente despliega la reveladora construcción negativa. Él dice que «no está mal» que Chávez ayude a los pobres. Después de absolver a Chávez de un delito -ayudar a los pobres-, Oppenheimer, no contento con dejar a un lado la toga judicial que usó antes (para absolver a Lula del populismo y a la OEA y a Carter de no ser buenos monitores de elecciones), ahora declara culpable a Chávez de otro crimen: totalitarianismo.
Pero cualquier tendencia autoritaria que Chávez haya mostrado, ¿no debe ser balanceada con las cosas buenas que ha hecho por los pobres, mostrando así una visión más detallada del hombre y su gobierno? No para Oppenheimer, para quien ayudar a los pobres no es necesariamente malo, pero tampoco necesariamente bueno.
En cuanto al autoritarismo, Venezuela, que ha tenido elecciones frecuentes y duramente debatidas, una prensa virtualmente controlada por la oposición, una economía capitalista casi toda en manos de opositores de Chávez, y una prensa casi invariablemente hostil al gobierno.
¿Y no debiera considerar Oppenheimer la dura retórica y ocasionales duras acciones de Chávez en el contexto del discurso y acciones intransigentes de una oposición dispuesta a utilizar su enorme poder económico y su casi monopolio de los medios en formas que a veces bordean la sedición? ¿Es «necesariamente incorrecto» que Chávez utilice el poder de su cargo y del estado para nivelar el campo de juego?
La gente razonable puede estar en desacuerdo con las respuestas a estas preguntas. Oppenheimer ni siquiera las plantea y por tanto no les presta ningún servicio a los lectores que tratan de saber que está sucediendo no sólo en Venezuela, sino en muchas otras partes de Latinoamérica. En su lugar, Oppenheimer saca una conclusión curiosamente reconfortante de las lecciones venezolanas. Su tesis del petropopulismo le permite decir que, como otros países de Latinoamérica no tienen los petrodólares para derrocharlos en el populismo, el ejemplo de Chávez no cundirá. Vamos a ver, ¿no protestó Oppenheimer de que él no ha dicho que está mal gastar en los pobres? Ahora sabemos lo que quiso decir: no es malo, sólo es un derroche.
La tesis de Oppenheimer tampoco explica por qué ganó Chávez su primera elección, cuando no tenía petrodólares para gastar, o las subsiguientes contiendas electorales cuando el precio del petróleo estuvo bajo. Es un alivio a las ansiosas elites latinoamericanas y para los funcionarios norteamericanos, que prefieren considerar a Venezuela una anomalía en vez de repensar sus hipótesis y políticas con relación a Latinoamérica. Sin duda Venezuela tiene características singulares, pero lo que ha sucedido en Brasil, Argentina, Bolivia y Ecuador -y lo que probablemente pueda suceder en las elecciones de Uruguay- indica que es una locura considerar a Venezuela como un simple caso de desviación.
En cuanto a Carlos Alberto Montaner, él preparó a los lectores de los Herald para el posible resultado al predecir confiadamente una fácil victoria de la oposición. Eso fue en un momento en que casi todas las encuestas mostraban el liderazgo de Chávez o su rápido ascenso. La tendencia era tan clara que, al escribir en el Sun-Sentinel poco antes de la elección, Guillermo Martínez, un fiero opositor de Chávez, reportó con el abatido tono de un encuestador de la oposición que había sido optimista pocos meses antes. «Algo está sucediendo en Venezuela», escribió. Ciertamente, como comprendió Martínez -para su crédito- y reportó honestamente a pesar de su opinión, Chávez iba a ganar la elección.
Montaner, por el contrario, llegó a la conclusión equivocada y luego lanzó la acusación de un enorme fraude de computación, sin brindar una evidencia. Este es, después de todo, el mismo Carlos Alberto Montaner que en las páginas de El Nuevo Herald sugirió en una oportunidad que la muerte por cáncer del líder de la FNCA Jorge Mas Canosa pudiera haber sido provocada por una operación de la inteligencia cubana. La única diferencia es que Montaner ahora puede divulgar su desinformación tanto en El Nuevo Herald como en The Miami Herald.
La pregunta que debe plantearse en relación con los dos Herald es cómo han podido equivocarse tanto dada la historia reciente. Desde el primer día el Establishment venezolano ha estado haciendo todo lo posible por deshacerse de Chávez. Nada ha funcionado. La clase política hasta presentó contra Chávez en la primera elección a dos arquetipos venezolanos, una Miss Universo y un hombre a caballo. Chávez apabulló a la reina de belleza y al llanero. El Establishment luego probó con un patético golpe de estado dirigido por la cámara de comercio, el cual recibió la aprobación tácita de Estados Unidos. Se disolvió en una farsa. Luego vino la huelga general, en la cual los sindicatos anti-Chávez se confabularon con el sector de negocios, lo que provocó grandes daños a la economía. Pero los huelguistas se equivocaron, perdieron, fracasaron en su intento por controlar la industria petrolera y por tanto dejaron el camino abierto para que Chávez se apoderara de ella y utilizara los ingresos para financiar medidas populares, incluyendo la educación, el cuidado de salud y programas sociales. Para cuando la oposición se conformó con el referendo revocatorio como última medida para sacar a Chávez de la presidencia, el ex paracaidista ya los había derrotado en todos los aspectos, incluyendo tres veces en las urnas.
En algún momento del camino, la lógica periodística pudiera haber sugerido una pausa en los ataques a Chávez a fin de reflexionar acerca del atractivo de Chávez y su éxito político. Pero el periodismo aparentemente no era algo a considerar. La poca ocultada sorpresa y el desencanto del Herald con el resultado en Venezuela son consistentes con el hecho de que gran parte de su cobertura y casi todo su comentario han sido el epítome de las ilusiones y el compromiso político por encima del análisis. Es también un ejemplo de una prensa tan comprometida con el pensamiento y los deseos de dos comunidades expatriadas que odian a Chávez -la venezolana y la cubana- como para perder la visión de la realidad.
El referendo en Venezuela es sólo el último ejemplo de un tópico internacional en el que el balance de la cobertura y la opinión en los periódicos gemelos de la cadena Knight-Ridder en Miami está tan prejuiciado como para ser no sólo irreflexivo en cuanto al alcance y balance de la opinión mundial y nacional, sino también no confiable como una sencilla guía de la realidad. Cuando se trata de ciertos temas, particularmente Cuba, Venezuela y el conflicto israelo-palestino, los dos Herald funcionan más como espejo de la visión dominante del poderoso exilio local o de los intereses étnicos que como medios periodísticos preocupados por realizar una cobertura objetiva y un debate justo y balanceado.
La influencia cada vez mayor en el propio enfoque de The Miami Herald del periodismo escandalosamente prejuicioso característico de El Nuevo Herald es uno de los sucesos más graves de los últimos diez años. En el contexto de esta trágica evolución de The Miami Herald, un periódico leído por todo latinoamericano y por lectores en todo el mundo interesados en la región, las bufonadas de El Nuevo Herald casi llegan a lucir cómicas.
El deseo del periódico en español de «dar al público lo que desea» no conoce límites. Al día siguiente del referendo revocatorio, cuando la prensa mundial estaba reportando la noticia con titulares como «Chávez gana el voto» o «Chávez sobrevive al revocatorio», los enormes titulares de El Nuevo Herald decían: «Dudas y Violencia en Venezuela». Un titular más pequeño decía: «Resultados Oficiales Dan la Victoria a Chávez». Mientras que el referendo en Venezuela fue principalmente un hecho pacífico, sobre todo según las normas de las elecciones latinoamericanas, y los monitores imparciales de la elección no plantearon dudas acerca del procedimiento o de los resultados oficiales, El Nuevo Herald, como era de esperar dedicó su atención a casos excepcionales de violencia e implícitamente dio credibilidad a las acusaciones de la oposición, no comprobadas por ningún observador imparcial.
La actitud negativa de El Nuevo Herald alcanzó proporciones de hilaridad en el asunto de la auditoria realizada para verificar los resultados del referendo. El 21 de agosto el periódico publicó el siguiente titular: «Venezuela espera el fallo de la auditoría». Después de leer ese titular, es natural que el lector esperara la próxima noticia acerca de Venezuela que reportara los resultados. Nada de eso.
Ustedes pueden acudir a los archivos electrónicos buscando en vano una noticia directa que reporte que la auditoría confirmó los resultados. En su lugar, la próxima noticia que aparece en el archivo electrónico, aparte de las columnas editoriales, es un artículo analítico por Gerardo Reyes que argumenta que Chávez, con su recién obtenido poder, tiene a Venezuela entre el palo y la zanahoria. La noticia perdida, el titular que nunca apareció -«Auditoría confirma resultados» -, el que debe aparecer entre «Venezuela espera el fallo de la auditoría» y «Chávez coloca a Venezuela entre el palo y la zanahoria», dice mucho acerca de la indisposición de El Nuevo Herald a decir la verdad cuando a ciertos lectores se les dificulta aceptarla. También dice mucho acerca de la integridad y la responsabilidad periodística. Después de inculcar dudas infundadas acerca de los resultados electorales, basándose en fuentes interesadas, el periódico se niega a reportar las noticias cuando esas dudas se disipan por medio de un proceso imparcial.
The Miami Herald fue anteriormente el periódico norteamericano a leer para conocer las noticias latinoamericanas y su análisis. Ya no es así. Las anteojeras ideológicas y una agenda política provinciana le han impedido a El Nuevo Herald convertirse en un gran periódico en español, norteamericano, latino y latinoamericano al adoptar las mejores tradiciones periodísticas del norte y el sur ahora también infestan al periódico que le dio vida.
Quizás algún día ambos Herald comprendan que su credibilidad y viabilidad están en peligro debido a la alcahuetería descarada, el comentario desbalanceado y su enfoque prejuicioso. Hasta ese día, lo mejor que pueden hacer los que desean tener noticias confiables y un debate amplio es decir adiós a los dos Herald y buscar periódicos menos prejuiciosos, como el Sun-Sentinel y The New York Times, publicaciones en español más balanceadas, como El Sentinel (Broward) y La Opinión (Los Ángeles), y la prensa alternativa, incluyendo New Times y Progreso Semanal, todos los cuales -junto con innumerables publicaciones nacionales e internacionales- son totalmente gratis en Internet.