El resultado de las elecciones egipcias ha provocado un análisis más o menos explícito, pero casi unánime en la prensa internacional: los candidatos de la Revolución egipcia han fracasado, la primavera árabe ha terminado. Apagada la euforia de la llamada primavera árabe, ahora las tradiciones secular y religiosa se enfrentan a través de los dos […]
El resultado de las elecciones egipcias ha provocado un análisis más o menos explícito, pero casi unánime en la prensa internacional: los candidatos de la Revolución egipcia han fracasado, la primavera árabe ha terminado. Apagada la euforia de la llamada primavera árabe, ahora las tradiciones secular y religiosa se enfrentan a través de los dos candidatos victoriosos, Ahmed Shafiq y Mohammad Morsi. Parece subyacer la idea de que los jóvenes que comenzaron la Revolución en Tahrir, son una minoría no representativa cuya presencia se había visto magnificada por las circunstancias, un análisis poco riguroso de la prensa internacional y por las redes sociales. Ricard González titulaba así un artículo para ELPAÍS : «Un islamista contra un hombre del viejo régimen: La peor pesadilla de Tahrir» y Esam Al-Amin describía el proceso electoral en Counterpunch como el «El saqueo de una revolución».
Un lector de ELPAÍS reflejaba su opinión de esta manera: «Cuando estalló la revuelta en Egipto las noticias eran que se trataba de un movimiento laico y comprometido con la democracia, que la batalla se decidía en la calle y que se había basado en el poder emergente de las redes sociales. Cuando se ha disipado el humo, vemos la realidad. Es un conflicto entre islamistas y el Gobierno militar (sin el menor interés en la democracia ninguno de ellos), la verdadera batalla se ha librado en cuarteles y mezquitas, y las redes sociales no han sido más que una anécdota. Y como siempre, los periodistas occidentales han hecho el ridículo, y no se han enterado de nada de lo que realmente pasa en el mundo árabe.»
Cierto es que en la llamada Primavera Árabe se comprobó como profesionales cruzaban las barreras de la objetividad pero, el suceso era de tal magnitud que resultaba difícil no hacerlo. Igual que se convierte en una tarea ardua ahora, no empaparse de cierta negatividad y pesimismo al observar en lo que están quedando las revoluciones, y la dificultad del proceso de transición egipcio. Lo cierto es que, el propio enfoque de las noticias ha cambiado. Después de un año leyendo decenas de declaraciones de jóvenes laicos que soñaban con abrazar la democracia o nonagésimas señoras que votaban por primera vez, los periódicos parecen haberse esforzado menos esta vez en bajar «a la realidad de la calle»; tal vez porque esta realidad les parece menos entusiasta o, quizá, porque la propia sociedad egipcia esté también menos eufórica. Los análisis esta vez han sido mucho más sobrios, bastante más escépticos.
Otro aspecto que parece agrupar a la opinión occidental (y a sus periodistas) es la preocupación de una posible victoria del candidato de los Hermanos Musulmanes y su verdadera credibilidad democrática. Esto ocurre, a pesar de que la formación islamista, aunque sigue siendo la fuerza más votada, ha perdido la mitad de votos que obtuvo hace seis meses. Como comentaba Nathan J Brown para The Guardian: «Cuando se trata de los Hermanos Musulmanes, incluso los impíos muestran un súbito interés por lo que alcanza a encerrarse dentro de las almas Islamistas. ¿Son verdaderamente demócratas? ¿Qué creen realmente? Ha llegado el momento de que los analistas dejen esas cuestiones para una autoridad más versada. Por ahora, es más importante preguntarse qué pretenden hacer y qué podrían poner en práctica realmente.»
Curiosamente, el hecho de que un ex-miembro del gabinete de Mubarak pueda continuar en el poder parece preocupar mucho menos a la prensa internacional. Eso, a pesar de que, como comenta el bloguero Marc Almodòvar : «Es un candidato sobre el que no se ha querido aplicar la vigente «Ley de Aislamiento Político» aprobada por el Parlamento (…) una benevolencia que no recibieron otros candidatos como el salafista Abu Ismail, el liberal Aymar Nour o el Hermano Musulmán Kairat Shater (estos dos últimos por, kafkianamente, tener antecedentes penales como opositores al régimen de Mubarak)». Al contrario, un medio como «The New York Times», le señalaba como candidato favorito, apoyado por el poder económico, y no veía contradicción alguna en afirmar: «Una victoria le haría el primer Presidente egipcio elegido democráticamente, estableciendo la agenda para la era post-Mubarak del país».
Tampoco parece haber suficiente análisis sobre la baja participación en las elecciones (un 46, 4%, por debajo de las elecciones parlamentarias del invierno pasado), ni cuáles son las razones de este descenso: ¿Son los salafistas, sin candidato, los que han decidido no participar?¿Es la falta de un representante que convenciera claramente a la mayoría de egipcios?¿La llamada a la abstención de algunos grupos cercanos a la Revolución?¿El desencanto por las impugnaciones de última hora?
Tampoco se ha prestado mucha atención a las denuncias de irregularidades en el proceso electoral, que oscilaban entre la presencia en el censo de muertos hasta la sospecha denunciada ante el Ministerio del Interior de que se habían repartido 900.000 carnés de identidad ilegales a oficiales de policía para votar por el candidato Ahmed Shafiq. La acusación no es baladí ya que la diferencia de votos entre Shafiq y Sabahi es de apenas 700.000 votos.
También quedan fuera del análisis, el hecho de que los dos candidatos finalistas tengan 60 y 70 años, respectivamente, en un país con un 31% de la población por debajo de los 30 años, o la diferencia entre los votos del cambio generados en las grandes ciudades. Por último, a los grandes medios les ha faltado señalar que la suma de los dos candidatos apoyados por los grupos revolucionarios, Abeldmoneim Abol Fotouh y Hamdein Sabahi, recibieron el 17% y el 20% de los votos respectivamente. Algo que ha ocurrido a pesar de las luchas que los han separado, de que las elecciones se organicen bajo un Gobierno Militar y de que los Hermanos Musulmanes sean la única organización estructurada. Además, Hamdein Sabahi ha logrado la victoria en ciudades como Alejandría y ha sido el segundo candidato más votado entre los egipcios residentes en el extranjero.