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Entrevista a Eduardo Grüner, sociólogo, ensayista y crítico cultural

Las elecciones, la izquierda y la intelectualidad

Fuentes: Instituto del Pensamiento Socialista

Desde el Blog del IPS realizamos esta entrevista a Eduardo Grüner, quién nos recibió gentilmente. En ella aborda las razones para apoyar a la izquierda en las elecciones nacionales, su crítica al kirchnerismo y a los intelectuales de Carta Abierta y acerca de los desafíos para la intelectualidad de izquierda. IPS: ¿Qué reflexión te merece […]

Desde el Blog del IPS realizamos esta entrevista a Eduardo Grüner, quién nos recibió gentilmente. En ella aborda las razones para apoyar a la izquierda en las elecciones nacionales, su crítica al kirchnerismo y a los intelectuales de Carta Abierta y acerca de los desafíos para la intelectualidad de izquierda.

IPS: ¿Qué reflexión te merece el mecanismo de las internas abiertas y la exigencia de obtener 400 mil votos para presentar candidatos en las elecciones en octubre? y ¿Por qué votar por el Frente de Izquierda el 14 de Agosto?

EG: Hay varias razones por las cuales yo estoy convencido de la necesidad de votar al Frente de Izquierda, no solamente el 14/8, sino en general y en las elecciones nacionales de Octubre, y voy a tratar, sintéticamente, de decirlas yendo de lo más coyuntural a lo más general. En primer lugar está, por supuesto, la cuestión de los nuevos reglamentos electorales, que son objetivamente proscriptivos, no solamente para el Frente de Izquierda, aunque en particular para ellos. Creo que hay que usar las internas abiertas y obligatorias, que son disparatadas, por supuesto, desde un punto de vista formal, pero que tienen una finalidad política indudable, hay que usarlas para romper esta trampa contra los partidos cuantitativamente minoritarios, y en particular contra los partidos de la izquierda, y hacer conocer todo lo posible y denunciar enfáticamente que se trata de una reglamentación que es sencillamente antidemocrática, no solamente contra la izquierda, es antidemocrática en general, y me parece que la sociedad necesita entender, que se le explique claramente ese carácter objetivamente antidemocrático. No voy a poner en juego, porque sería muy largo, las cuestiones «subjetivas» por decirlo así, que las debe haber también, pero no es eso lo que quiero someter a discusión sino que me parece que es una medida que resiente, de manera muy profunda, el funcionamiento, incluso de la democracia formal, jurídica, burguesa, como se la quiera llamar.

Y hay esta necesidad, entonces, de romper esta trampa, haciendo lo que ha venido llamándose, y yo sé que ha causado sus debates, un «voto democrático» en las internas del 14/8, para permitir que exista una voz de la izquierda «radical», digamos, en el sentido europeo del término, no del «radicalismo de izquierda» que ya no existe. Que exista esa voz que está diciendo cosas en efecto radicalmente diferentes a lo que la mayoría de los partidos proponen, o no proponen, porque cada vez las propuestas están más vacías. Pero este voto democrático debe conectarse -desde una posición como la que sostiene el Frente de Izquierda y aquellos que, con todas las reservas o críticas que podamos hacer, acompañamos esta posición-, me parece que debe conectarse con las razones por las cuales en general votar a la izquierda y al Frente de Izquierda en las próximas elecciones. Porque si no corremos el riesgo, si nos quedamos solamente en esta primera apelación, de que no se vea claramente cuál es la lógica política diferente de las fuerzas de izquierda en el contexto del sistema político y la sociedad argentina. Y es diferente porque para la izquierda, la praxis, la práctica militante de la política no se reduce a aparecer cada dos años o cada cuatro años en la instancia puramente electoral, sino que esta instancia es un momento más de una práctica que tiene que ver con la defensa permanente de los intereses de los trabajadores y de las clases oprimidas en el camino a una organización política autónoma de la clase obrera y los sectores populares. Esa es la diferencia política específica que plantea la izquierda, y que no aparece solamente en las elecciones, sino que es una práctica continua y cotidiana. Y esa conexión, de la cual yo hablaba, creo que hay que hacerla, por el lado de que están agotadas, a mi juicio, todas las ilusorias o reales esperanzas y perspectivas de que los problemas de fondo de la sociedad argentina puedan ser solucionados en el marco de los partidos burgueses, de la «clase política» representante de esta o aquella fracción de las clases dominantes, más o menos reformistas, más o menos reaccionarios, más conservadores, o más auto-tituladas «progresistas».

A pesar de las apariencias actuales, de cierta estabilidad económica, de cierta capacidad de sustraerse al contexto generalizado de crisis mundial del capitalismo, me parece que esas ilusiones tienen patas cortas y que a mediano, y quizás corto plazo, se van a ver los límites de esta supuesta posibilidad. Lo cual no quita algo que no podemos negar: que cuantitativamente hablando por así decir todavía los sectores populares y una buena parte de la clase obrera argentina, sobre todo la que ha tenido la «fortuna» de ser «explotada en blanco» y no «superexplotada en negro», sigue manteniendo, como se ha demostrado, cierto grado importante de confianza, y de apoyo, pasivo por lo menos, al gobierno nacional. Es cierto que las últimas elecciones -en la Capital, en Santa Fe, seguramente en Córdoba- parecen demostrar un cierto resquebrajamiento de esa confianza; pero justamente, y por desgracia, eso se está canalizando «por derecha», lo cual hace más imperiosa aún la necesidad de una alternativa a la izquierda. Yo creo que la izquierda tiene que acompañar cotidianamente, como lo viene haciendo, las luchas, los conflictos, las manifestaciones de esa porción del pueblo que todavía manifiesta esa confianza; ahora, una cosa es acompañar por abajo eso, y otra cosa es que no podemos mentirle a esa misma clase obrera, a esos mismos sectores populares, diciendo que el gobierno, el famoso «modelo» tal como está armado, va a poder ir realmente a fondo en la solución de las injusticias, las desigualdades y la dominación y la explotación de los sectores populares. Y menos aún cuando estamos viendo todos los días cómo se incrementa la represión, como acaba de ocurrir con la bestialidad del Ingenio Ledesma (un caso simbólico, donde se condensan la responsabilidad política de un gobierno provincial «K» con una de las patronales más brutales de la historia argentina, ampliamente beneficiaria del modelo agroexportador que el gobierno nacional no ha querido romper). Son estos episodios los que objetivamente van estrechando los límites de la credibilidad «nacional y popular» del gobierno, aunque la conciencia popular mayoritaria aparezca aún como rehén del «otra cosa sería todavía peor». Lamentablemente, este desfasaje es un dato con el cual hay que contar para construir una política revolucionaria. Yo entiendo que es una posición difícil, porque hay que estar todo el tiempo jugando con esa tensión, con un equilibrio inestable entre no poder ocultar esto, porque sería oportunismo, sería renunciar a, no solamente los principios, sino también a los análisis rigurosos de la realidad argentina, y a la vez acompañar las luchas de aquellos sectores que todavía, por complejas razones, no están en condiciones de percibir esta dificultad, pero es algo que hay que hacer.

Entonces desde el punto de vista de la «superestructura» política, digamos, es el momento de que, aquellos que siempre nos hemos reconocido, con sus más y sus menos, con sus matices y sus diferencias, como hombres de izquierda digamos también esto, sobre todo, creo yo, en el contexto de una crisis muy aguda, probablemente la más aguda que haya conocido en las últimas décadas el régimen mundial del capital, que corre el riesgo, de no existir una alternativa radical, de precipitarse en una crisis que va a perjudicar todavía más a los pueblos, que va a representar mayores índices de explotación, empobrecimiento, brutalización del régimen capitalista. Incluso en sus aspectos, ya no sólo económicos, sociales, políticos y culturales por supuesto, sino hasta militares, ¿no? Por suerte estamos en un momento, donde más allá de las previsiones muy inciertas que se pueden hacer, hay a nivel mundial una cierta reacción de parte de las clases populares, ya en la propia Europa, no solamente en Medio Oriente y el Norte de África, como lo estamos viendo desde fines del año pasado, sino también en Europa, y que al menos ponen en cuestión esta posibilidad de que las «salidas» que el sistema propone perjudique todavía más a las masas. Pero, en definitiva, el riesgo cierto es la recaída en un estado de barbarie, como hubiera dicho en su momento Rosa Luxemburgo: siempre esta ha sido una de las alternativas posibles para el fin del capitalismo, no solamente el socialismo, sino como alternativa la barbarie. Y me parece que es algo contra lo que tenemos que prevenirnos y tenemos que plantear claramente que esa es la alternativa y como están dadas las cosas, en este estado casi terminal no se va a poder huir de la barbarie dentro de los límites del sistema. Es una apuesta sobre la cual no podemos tener certidumbres, pero sí en cambio podemos tener bastantes certidumbres sobre lo que va a suceder si perdemos esa apuesta.

Es este marco, en el que estamos haciendo esta discusión, el que me indica a mí la necesidad de dar este apoyo, como le llamo yo con «reservas de crítica», para no decirle «apoyo crítico» que es otra cosa que causo ciertos debates, apoyo a, en primer lugar, existencia misma del Frente de Izquierda en el campo político argentino; pero no solamente eso, sino que me parece que esta apuesta debería ser también a que esa existencia sea, después de estas elecciones, después incluso de las de octubre, sea continuada, profundizada y ampliada, con todos los debates y discusiones internos que eso implique y que tampoco es cuestión de ocultar, y al contrario, creo que si se mantienen dentro de los límites del respeto y de la voluntad colectiva de construcción, es sumamente saludable que existan. Pero lo más saludable de todo, aquí y ahora, es que exista el Frente; que exista una alternativa de izquierda que tenga incidencia en la política, tanto superestructural, como también la que tiene, crecientemente por suerte, en ciertas regiones de la conflictividad social en la Argentina.

En ese sentido decía yo que no se trata solamente de garantizar que pasemos esta instancia con el voto por el Frente en las internas del 14/8, sino también en las elecciones de octubre, tanto en la primera como en la segunda vuelta, y vos me dirás, ¿pero en la segunda vuelta como vas a hacer? Y bueno, ahora mi posición es que en la segunda vuelta, en todo caso los adherentes al Frente deberían concurrir a votar y poner en el sobre la boleta del Frente de Izquierda; será un voto anulado, por supuesto, pero es algo muy diferente a votar en blanco o no votar, sino que implica darle una presencia, aunque fuera minoritaria y simbólica, pero es además negarse a convalidar esta lógica que ha llevado a que exista el real peligro de que la izquierda no pueda presentarse en las elecciones de octubre.

IPS: Hace algunas semanas en el debate en Sociales en el que estuviste con María Pía López, Horacio González, Pablo Alabarces, y Christian Castillo se plantearon varias críticas a Carta Abierta. ¿Qué opinión te merece el hecho de que Carta Abierta no se haya pronunciado respecto a los mecanismos de las internas de agosto que pueden impedir que el FIT se presente a elecciones presidenciales en octubre?

EG: Esta pregunta abre una serie de discusiones complicadas e interesantes. Partamos de una base: dentro de lo que en un sentido muy amplio y muy elástico, se puede llamar kirchnerismo, hay, como decíamos, sectores donde hay luchadores honestos, que auténticamente se visualizan a sí mismos como progresistas, de izquierda incluso; por supuesto los hay en muchos sectores de la clase obrera y de los sectores populares, o de los tercerizados, etcétera, y los hay también entre los docentes y la intelectualidad. Tengo buenos amigos entre ellos, de los que respeto su integridad e inteligencia. Justamente por eso, me creo en mi derecho de decirles lo que pienso, como ellos lo hacen conmigo. Parece en primera instancia incomprensible que esos sectores, voten a quién voten, o aunque sigan reclamándose kirchneristas o peronistas, no se hagan cargo del problema – que es un problema incluso para ellos- de que no exista una fuerza de izquierda con mayor presencia política, que los empuje a ellos a tratar de afinar su percepción de la situación política, incluso sus elaboraciones teóricas respecto de las relaciones entre la tradición peronista y las tradiciones de izquierda. La existencia de una fuerza de izquierda en el panorama político les vendría bien a ellos para pararse en otro lugar desde el cual poder plantear las críticas, aunque fueran parciales, que ellos tuvieran a la lógica del kirchnerismo, y que yo sé que existen, como salió en la Asamblea de Carta Abierta, que indica que hay un cierto «mar de fondo» con esta cuestión, si bien en ningún momento en esa asamblea se interrogó a fondo la lógica general del «modelo», sino cuestiones más bien tácticas, de las campañas electorales, de los discursos, y así; pero ellos saben, tanto como podemos saberlo nosotros, que por detrás de esa cuestiones tácticas existen problemas del modelo mismo, y además yo sé que ellos lo saben. Y no pierdo las esperanzas de que acá al 14/8 salgan de alguna manera a discutir esto. En realidad yo creo que lo que deberían de hacer es ir el 14 y votar en las internas del Frente de Izquierda, a favor de que exista en octubre, puesto que la existencia del kirchnerismo está más que asegurada: no es que le van a recortar las posibilidades de existir a su propio movimiento, de modo que yo aprovecharía esta entrevista para hacer una exhortación a que esta vez sí por razones puramente democráticas, tanto ellos, como cualquier ciudadano progresista, independientemente de a quien tenga pensado votar, contribuya a esta experiencia.

Acerca del debate de Sociales, al que vos te referías, fue bien interesante: a mí me sirvió personalmente para pensar una serie de cosas, me parece que fue una muestra de apertura, y en ese sentido un ejemplo encomiable, que ningún otro partido, o movimiento o agrupamiento político está haciendo en este momento en la Argentina. La iniciativa no partió del otro lado, que es el lado cuantitativamente más fuerte y más potente, sino que partió de una voluntad más pequeña pero auténtica de abrir esta discusión. Que por supuesto tuvo también, y es legítimo que sea así, la finalidad de mostrar la presunta superioridad de los propios argumentos, pero que al mismo tiempo lo hace abriendo la oreja para escuchar al otro. Y es muy loable que los compañeros de Carta Abierta, en este caso Horacio [González] y María Pía [López], hayan aceptado ese debate. También es una demostración de que ellos están admitiendo que las cosas no están totalmente cerradas y resueltas y que no marcha todo a las mil maravillas. No creo que lo hayan hecho por mera cortesía -como tampoco lo hizo el PTS-, sino por una real preocupación por un debate de ideas que se está necesitando mucho en este momento difícil. Ojalá esa experiencia pudiera repetirse y continuarse. No se trata de que ninguna de las partes intente «persuadir» a la otra de nada, ni simplemente «ganarle» una discusión (no sé bien qué querría decir eso), pero sí de abrir y complejizar un intercambio, todo lo conflictivo que sea necesario, y que sólo podría enriquecernos a todos. Estoy seguro de que los intelectuales de Carta Abierta -que son conocedores de la «dialéctica negativa» frankfurtiana, de Lukács, de Sartre, etcétera- entienden perfectamente la necesidad de sostener esas tensiones por ahora «irresolubles» entre distintas visiones de la complejidad político-cultural. El problema, en mi humilde opinión, es que les cuesta ver cuánto ha cambiado la situación desde el conflicto con las patronales agrarias del 2008 (y sin entrar ahora a discutir qué significó realmente aquello). En aquel momento, equivocados o no, León Rozitchner y yo, que no quisimos firmar las Cartas ni pertenecimos a la agrupación, no dudamos en acompañar críticamente algunas cosas. Pero ahora sería imposible. Después de Mariano Ferreyra, de los Qom, del Indoamericano, del Ingenio Ledesma, y en general del rumbo que ha tomado cada vez más claramente la política del gobierno, se vuelve absolutamente insoslayable pronunciarse a favor de, ya no una «profundización» de «lo que falta», sino de otra cosa , radicalmente diferente. Ya no hay peligros serios desde lo que en aquel momento se llamó «lo peor». Es hora de que se jueguen las verdaderas diferencias.

IPS: ¿Qué tiene planteado el espacio que se conformó de apoyo al FIT de intelectuales, docentes y artistas?

EG: Me parece que tiene planteadas varias cosas. En la primera asamblea en Sociales, yo dije un poco extemporáneamente, que cuando apareció Carta Abierta, como decía recién, en el momento álgido de un conflicto entre el gobierno y las entidades patronales del campo, aparición que yo saludé porque me parecía bien que después de mucho tiempo, algo se volviera a juntar, pero cuando apareció Carta Abierta no llegaron a tener 500 firmas (como la declaración de apoyo al Frente de Izquierda). Ahora, igual sería necio de mi parte dar esto como un dato absoluto; este dato cuantitativo debería traducirse cualitativamente en una práctica más consistente y continuada, como sí tuvo Carta Abierta, nos guste o no, desde el 2008 hasta ahora con sus manifiestos, sus reuniones en la Biblioteca Nacional o incluso en la calle o en alguna plaza. Y me parece que, más allá de que los contenidos serían muy diferentes, este es un formato del que se puede aprovechar su propia experiencia. Creo que esta Asamblea de intelectuales de izquierda debería darse alguna instancia más continuada, más recurrente, más consistente, de discusión, de debate, de emitir sus propios pronunciamientos, incluso aprovechando cualquier problema coyuntural que se de en la sociedad argentina, y muy especialmente en un año electoral, donde hay montones de cuestiones que discutir. Ahora mismo, por ejemplo, ha sucedido esta monstruosidad en Jujuy: la Asamblea como tal -más allá de lo que obviamente harán los partidos orgánicos del Frente- no puede dejar de pronunciarse enérgicamente sobre el hecho (como estoy seguro, o al menos quiero creer que lo hará, Carta Abierta). Me parece que debería pensarse una estrategia para esa continuidad, yo no tengo la solución evidentemente, pero debería pensarse y que la próxima asamblea es una oportunidad para plantear esta cuestión, este problema que es organizativo pero que tiene sin dudas un hondo contenido político. Esta es una tarea inmediata que la asamblea me parece debería emprender, sin duda -y no tengo ningún inconveniente en eso- con la ayuda de los partidos que conforman el Frente de Izquierda, si bien manteniendo su relativa autonomía; después la asamblea tendrá sus discusiones, verá qué quiere decir en cada momento. Lo importante es que tenga una presencia pública, que no va a ser fácil, porque no vamos a tener en los medios la misma receptividad que Carta Abierta, por obvias razones. Pero habrá que tratar de aprovechar todos los intersticios: varios de los adherentes del campo intelectual y docente, tenemos cierta llegada a los medios y me parece que tenemos que usarla en el mejor sentido del término. Si por ejemplo un conjunto de los nombres más conocidos de entre los que dieron su apoyo firmaran un documento colectivo, a los medios les resultaría más difícil hacerse los distraídos.

Hay que construir eso, no hay certezas, pero es la primera vez en mucho tiempo que se da la posibilidad real de hacerlo. Me parece que la aparición del Frente es un síntoma de una cantidad de cuestiones que han venido cambiando en los últimos tiempos en Argentina. Pero, recíprocamente, la aparición del Frente es la que provocó esta posibilidad. Yo desde el 2008 que vengo insistiendo en esto, porque no aparecía. En el 2008 por supuesto no existía el Frente, pero yo sentía siempre que había una suerte de zona gris entre los partidos «duros», digamos, y Carta Abierta, para mucha gente independiente de izquierda, que como fue mi caso en ese momento, que como dije discutí con Carta Abierta, pero no importa. Lo que si tiene importancia es que, hubo intentos, como el coordinado por el EDI que se llamaba «Otro Camino», y hubo un intento de parte de ustedes, que se llamaba «Ni K ni campo», pero no eso tuvo continuidad, no prosperó. Entonces, me parece que es muy interesante que aparezca esta oportunidad y que no habría que desaprovecharla. Porque bueno, ahora estamos todos metidos en qué pasa de acá a octubre, pero la cuestión viene después de octubre, allí es donde, digamos, se dará la prueba de fuego. Tanto para el gobierno, porque van a empezar los problemas, ciertos coletazos de la crisis mundial, que van a marcar límites para la acumulación dentro del modelo si sigue exactamente igual, y también el gobierno va a tener problemas políticos porque por varios costados ha dejado un tendal que le va a pasar la factura; es un problema de ellos, desde ya, pero es un problema que va a afectar a toda la situación política.

IPS: ¿Una última pregunta: en el terreno de las discusiones, los debates o la agenda que podría tener un espacio como este, es interesante lo que planteas acerca de la crisis, te parecen algunos otros ejes o discusiones?

EG: Bueno, lo que pasa es que es un espacio de intelectuales, docentes, gente de la cultura, del arte, de manera es que ahí hay una cantidad de problemas específicos, con su relativa autonomía que sí creo que tendrían que ser parte de una agenda de discusión permanente de un espacio así. Desde qué significa, una cultura de izquierda, o qué significa la izquierda en la cultura; una cultura que si por un lado, no debería, a mi juicio, estar sometida a la agenda estrictamente política de los partidos de izquierda o del Frente de Izquierda, o del pensamiento de izquierda incluso, tampoco podría hacerse la distraída sobre qué significa un posicionamiento de izquierda en el en el campo de las prácticas culturales, de las prácticas literarias, de las prácticas artísticas, cinematográficas, teatrales o docentes. Eso me parece una discusión central que un espacio con estas características debería hacer, como techo de discusión más general, pasando por todos los grises intermedios, para tratar de llegar a los problemas inmediatos más específicos, en un país como la Argentina, que tiene también sus especificidades, que siempre hay que cuidarse de no diluirlas en una suerte de recetario general. Esto viene a cuento, entre paréntesis, de la famosa «cuestión nacional» que planteó Horacio en el debate de Sociales, y que, al menos para mí, sigue siendo una cuestión de importancia crucial, teniendo en cuenta que para sectores mayoritarios del pueblo argentino esa tradición «nacional-popular» sigue siendo una referencia, y no podemos despacharla ligeramente, pero sí polemizar seriamente sobre qué clases y sectores sociales están auténticamente en condiciones de llevar adelante un proyecto nacional consecuentemente antiimperialista, como recuerdo que planteó el Chipi Castillo en el debate. Hay una cantidad de otras cuestiones específicas que tienen que ver con la educación, con la Universidad, que tienen que ver con la producción misma de objetos culturales, de discursos, de formas artísticas que hoy está muy confuso todo ese panorama en la Argentina, me da la impresión. Porque hay una tendencia… A ver, lo voy a decir un poco provocativamente: hace no mucho tiempo me llamaron de una radio, y me preguntaban por la gestión cultural de Macri, y cuál pensaba yo que tenía que ser el rol del Estado en la gestión de cultura. Y lo primero que atiné a contestar es «Por favor ninguno». Es decir, me pongo en liberal o anarquista si vos querés (en ese terreno el anarquismo es el colmo del liberalismo), para empezar la discusión por ahí; en todo caso el Estado (no estoy hablando por supuesto del comunismo donde se supone que no va a haber más Estado, estamos hablando de una situación de transición o incluso de un Estado burgués reformista, nacional y popular, etc., o como se le quiera decir), en todo caso tiene que crear las condiciones para que la producción espontánea de distintos sectores sociales pueda trabajar como mejor le plazca.

En el terreno cultural, aunque también pueda sonar liberal, es obvio que en principio hay que abogar por la absoluta libertad de creación, tanto individual como grupal y con el entendido de que no son solamente los intelectuales profesionales los que producen la cultura, sino que hay cantidad de experiencias, sobre todo en la última década, desde las fábricas recuperadas donde se montan obras de teatro, o recitales o espectáculos de cualquier tipo, recitales de poesía, hasta la infinidad de pequeños grupos amateurs. Entonces digo, hay que crear las condiciones para que florezcan mil flores en ese sentido.

IPS: Claro, plantear la completa libertad en el arte, como dirían Trotsky y Breton.

EG: Exactamente. Ese debate Trotsky/Breton, es increíble pero ha marcado de manera condensada toda la discusión, toda la polémica del siglo XX a propósito del dirigismo en el arte, en ese momento en el contexto del desastre stalinista de un arte completamente condicionado por los mandatos de la burocracia que se había apropiado del Estado, y que no hizo más que producir, en el mejor de los casos, mediocridades olvidables, y en el peor cosas realmente repugnantes, ¿no? Y en relación a todo esto (y no sólo a esto) se abre también la pregunta -que ya mencioné en otro momento en el blog del IPS- por cómo se reconstruye hoy un «imaginario revolucionario», incluso qué significa hoy el concepto de «revolución» en un capitalismo que por supuesto ha cambiado mucho desde la época de Marx o de Lenin y Trotsky, pero que además parece haber entrado en una fase de descomposición quizá terminal. Este es un debate ante todo político pero también profundamente «cultural» o «filosófico», que afecta a las nuevas formas de subjetividad colectiva, etcétera. Sin perder los grandes logros teóricos de un marxismo «abierto», se requiere una gran creatividad y una actitud igualmente abierta que se combine con el férreo compromiso a favor de una transformación sustantiva de lo existente.

En fin, es un lugar donde se tensionan cosas que no necesariamente van a tener una resolución final o definitiva; está bien mantener esa tensión, las contradicciones, esos niveles de conflicto entre el arte o la cultura comprometida y como decíamos recién la libertad. Además, depende de qué estemos hablando; si uno es un escritor, como puede ser mi caso, eso por definición es una actividad solitaria, individual, más allá de que uno esté en contacto con colegas y discuta, pero cuando te sentás ahí en la máquina es diferente a hacer teatro, cine o intervenciones urbanas, como los grupos grafiteros, etc. Cada una de esas prácticas tiene su lógica relativamente propia, específica, pero la cuestión es mantener esa suerte de tensión entre, como hubiera dicho Sartre; es algo que siempre fue un cierto malentendido esta cuestión «sartreana» del intelectual o el escritor comprometido, porque en verdad él decía que el escritor está comprometido con las causas colectivas que defiende, pero en primer lugar, si es escritor, con su propia escritura. Entonces esos dos registros de compromiso, con todos sus «tironeos», son los que hay que mantener. Uno no se puede mentir a sí mismo forzándose a escribir en contra de lo que auténticamente piensa, más allá de que esté bien o mal o ayude o no a la causa de la revolución mundial, si no, no tiene sentido hacerlo.

Fuente: http://www.ips.org.ar/?p=2978