Partamos de una base evidente: la comunicación política se realiza a través de los medios, y entre los medios destaca la televisión. Podría afirmarse que hay otros canales de difusión política en tiempos de elecciones, como los pendones, panfletos o trípticos, o la comunicación cara a cara, que es casi sin duda la más efectiva […]
Partamos de una base evidente: la comunicación política se realiza a través de los medios, y entre los medios destaca la televisión. Podría afirmarse que hay otros canales de difusión política en tiempos de elecciones, como los pendones, panfletos o trípticos, o la comunicación cara a cara, que es casi sin duda la más efectiva pero también la más costosa. Pese a todos los esfuerzos y a los miles de besos y manos estrechadas, es imposible que un candidato por enérgico o enérgica que sea consiga interactuar con todos sus potenciales electores.
Por eso -y por muchos otros motivos- la TV. Por la relación afectiva que se establece con la famosa -o infame- caja; por la cantidad de horas gastadas frente al artefacto, por su poder simbólico y acumulación cognitiva.
Los expertos en teoría de la comunicación política han venido afirmando desde mediados del siglo pasado que los medios electrónicos, como la radio y después la televisión, no logran alterar sensiblemente los resultados de las elecciones. No pocos estudios, la mayoría de ellos en Estados Unidos, concluían que pese a todos los esfuerzos las campañas electorales sólo podían reforzar y cristalizar preferencias previamente instaladas. Los liberales votaban como siempre lo habían hecho y los conservadores lo mismo. Queda, sí, un teatro de operaciones: los indecisos, que pueden ser aquellas personas menos informadas, aquellas más flexibles o, incluso, más reflexivas o aquellas que sienten empatía por algún tema o aspecto más o menos transversal en el sentido partidario o ideológico de un determinado candidato.
Está claro que la campaña refuerza y cristaliza las preferencias, lo que es estimulado más que nada por la campaña entendida en su sentido más formal: franja televisiva, carteles, pendones, avisos radiales, todos elementos para reforzar opiniones ya instaladas. Es por eso que es posible afirmar que siempre hay campaña electoral.
Tal vez el fenómeno de mayor interés en la campaña es el cruce de lo propiamente electoral institucional con las fórmulas más clásicas de hacer política, en que entran las distintas instituciones políticas, los medios de comunicación y la opinión pública en general. El día previo al segundo debate por televisión, la encuesta CEP sorprendió con una pronunciada baja de Michelle Bachelet, lo que le dio portada a Las Ultimas Noticias. El diario de farándula publicó una acongojada foto de Bachelet cruzada por una breve sentencia: «Todo mal».
Casi está demás decir que aquí hay una clara expresión de la política espectáculo. Más interesante es la interpretación más o menos obvia de aquel titular, que genera una evidente opinión y una fuerte influencia en los indecisos y en la estudiada tendencia de éstos a subirse al carro del ganador. Este titular (¿por qué LUN tituló aquel día con política si este no es su rubro?) tiene la intención de destacar la caída de Bachelet y de influir en el voto útil de los indecisos.
La verdadera campaña no está en los carteles ni tampoco en el debate de televisión. Más relevante es la opinión que generan estos eventos, como hemos visto con los resultados de las encuestas en aquel titular de LUN o en la evaluación que los medios y líderes de opinión hacen del desempeño de los candidatos. La verdadera campaña estará en cómo cada candidato canalizará su discurso a través de los medios. Cómo su discurso será mediatizado.
La mediatización de la política, que es lo mismo que su conversión en espectáculo con sus respectivos actores, lo que hace es poner a los electores como espectadores pasivos. Viene a ser uno de los principales motivos que generan mayor inestabilidad en la intención de voto. En nuestro caso, cuando la prensa comienza a tratar a un postulante como perdedor o a destacar un defecto, una maña, un lapsus linguae freudiano, este detalle amplificado puede convertirse en un obstáculo difícil de superar. Cuando la prensa comenzó a decir que Bachelet era sólo espontánea y simpática pero carecía de ideas propias, tal vez comenzó su descenso en los sondeos.
En estas condiciones electorales, la propiedad y concentración de los medios de comunicación no son datos menores. Cuando periódicos de insoportable liviandad existencial como Las Ultimas Noticias (de propiedad, como todos sabemos, de Agustín Edwards) ingresan en el terreno electoral, es porque aguas muy turbias han ingresado al cauce político.