Recomiendo:
6

Sobre la temprana irrupción de la protesta social bajo el gobierno de Milei

Las fuerzas de la tierra

Fuentes: Rebelión

“Estoy esperanzado después de ver la noche negra”

Trabajador del Astillero Río Santiago (30/12/23)

Si miramos en retrospectiva los últimos cuatro años desde la óptica de los treinta días que pasaron desde que comenzó el gobierno de Milei las cosas se ven de otra manera. La velocidad de los acontecimientos actuales contrasta enormemente con lo vivido durante el gobierno anterior. Como si los últimos cuatro años fueran una suerte de suspenso histórico en donde el tiempo transcurrió más lento. La letanía de la época de la pandemia, la agónica no toma de decisiones del albertismo, el largo y extenuante proceso inflacionario que nunca terminaba de derrapar, la persistente procrastinación de la resolución de la crisis económica, los servicios estatales que cada vez funcionaban menos pero no acababan de colapsar. Una película en cámara lenta donde nada se definía.

En contraste, el prisma de nuestro presente veloz, atropellado y espasmódico nos hace ver ese pasado reciente carente de velocidad. Y sin embrago fue ese ritmo lento del tiempo histórico pasado el que preparó, a través de la acumulación de una multiplicidad de crisis y problemas sin resolver, el salto abrupto que estamos vivenciando.

Fue este pasaje de primera a quinta velocidad el que habilita estos días dos cuestiones. La primera es por la velocidad con la que el gobierno está tomando sus medidas económicas y políticas, y la otra, por la rapidez con la que comenzó la protesta social contra las mismas. Sobre esta dinámica acelerada y contradictoria queremos reflexionar a continuación.

Lo que mata de las balas es la velocidad

El gobierno de Milei, a pocos días de asumir, ya desplegó bastantes elementos que permiten determinar su fisonomía. Por las medidas que viene tomando es claro que se trata de un gobierno directo de los grandes empresarios, multinacionales, banqueros y del complejo agro-exportador. Una unidad de los principales dueños del país que fabricaron de pluma propia el DNU para beneficiar todos sus negocios. A eso se le suman las medidas de Caputo que también hacen grandes favores al complejo exportador al depreciar los costos en pesos y mejorar las ganancias en dólares. Además, se abaratan también los salarios en pesos para todas las empresas dejando el poder adquisitivo del salario entre los más bajo de la región. Todo redondo desde el punto de vista empresarial.

Por el lado de las reformas observamos que entre el DNU, el “Protocolo Antipiquetes” y la Ley Ómnibus se pretende operar una desregulación a gran escala del sistema de normas estatales en favor del capital y en desmedro de los trabajadores que implica una completa desprotección de la gran mayoría de la sociedad frente al poder capitalista. Y para poder aplicar todo este pack de medidas el gobierno busca contar con toda una serie de nuevas normativas que apuntan al disciplinamiento y control de la acción colectiva de la población: restringir casi en su totalidad el derecho a huelga, prohibir acciones en la calle de más de tres personas, y todo otro tipo de medidas propias de la declaración de un Estado de Sitio. El objetivo es claro: evitar que se pueda protestar contra el agravamiento de las condiciones de vida que ya existen y que recrudecerán en los próximos meses.

¿Podría, semejante contenido de reformas económicas y políticas aplicarse en el cuerpo social en cuotas? Todo parece indicar que la experiencia gradualista del macrismo le hizo sacar una conclusión a la burguesía: ir de a poco erosiona el capital político y no alcanza la nafta para hacer el trabajo sucio completo. De hecho, fue así. La burguesía le había encargado a Macri operar una modificación global de Argentina a favor de los empresarios, algo así como ponerla a punto para un nuevo ciclo de acumulación capitalista sin las limitaciones “estatistas y populistas”.

Seguramente en la cabeza de Macri ese mandato liberalizador estuvo ahí siempre como un súper-yo presionante. Pero no quiso o no pudo “pisar el acelerador” sino hasta después de salir airoso de las elecciones legislativas 2017 y, con esta legitimidad, avanzar en un plan de reformas que iban desde las jubilaciones hasta las relaciones laborales, entre otras andadas. Pero fue ahí, cuando quiso ir por más, que se encontró el 14 y 18 de diciembre con una gigantesca movilización callejera que derrotó la primera aprobación de la fórmula de liquidación de los haberes jubilatorios. Una derrota burguesa de la lucha de clases que luego tendría correlato electoral en 2019 y que abrió un estado de deliberación entre los empresarios y sus expresiones partidarias, periodísticas e intelectuales: ¿por qué perdimos? ¿por qué no pudimos llevar a cabo todos los planes que teníamos en mente? Una pregunta que hoy tiene una respuesta más clara cuando lo vemos a actuar a Milei: lo que falló fue la velocidad. Por lo tanto, lo que había que hacer en un “segundo tiempo”, al decir del propio Macri, es ir a fondo, “hacer todo de una vez”. Como señala el analista Rodríguez Yebra en La Nación (31/12/23), “actúa a toda velocidad porque es consciente de que el oxígeno se puede agotar”.

La conclusión sobre “la cuestión de la velocidad” tampoco es que fue una iluminación de la burguesía autóctona. La táctica proviene del ámbito militar y refiere a un ataque rápido, fuerte y de frente, muy usado durante la Segunda Guerra Mundial y conocido como blitzkrieg o “guerra relámpago”, que consistía en un ataque que usualmente comenzaba con un fuerte bombardeo inicial, seguido del despliegue de tropas móviles sobre el territorio, a través de un avance rápido y sorpresivo que buscaba impedir que el enemigo tenga tiempo de organizarse y por tanto poder preparar una defensa sólida. Una táctica que se hizo conocida cuando fuera la invasión de Polonia por los nazis en 1939 y luego utilizada recurrentemente cuando se buscaba evitar una guerra larga que pudiera ir hacia el desgaste. Es decir, la cuestión de la relación entre la fuerza y el tiempo estaba muy presente en la consideración del uso de esta táctica. Una suerte de economía de recursos para maximizar su eficiencia y aprovechar la fuerza toda de una vez y que por lo tanto no quede disipada en un tiempo de aplicación “en cuotas”. No es lo mismo mil balas contra un muro que un misil.

Luego, esta táctica tuvo su traslación al campo de la política, al terreno de la lucha de clases directa, pero no estrictamente militar, con el desarrollo de la teoría y práctica del shock sintetizada y popularizada por Naomi Klein en su famoso y sugerente libro de 2007 [1]. Allí expone cómo la aplicación de políticas pro-mercado y antipopulares se han aplicado en distintos países del mundo generando y/o aprovechando una gran conmoción sobre la población para que no pueda reaccionar y defenderse a tiempo de los ataques. Eventos así sucedieron en Chile bajo la dictadura de Pinochet o luego del 11 de septiembre en EEUU, entre otros tantos lugares.

Inclusive para comprender la lógica actual que guía las acciones del gobierno de Milei podemos remontarnos a los consejos de Maquiavelo de hace 500 años, de provocar el mal y las injusticias en un tiempo breve y administrar las buenas nuevas en cuotas en el tiempo. Aunque no sepamos quién es el florentino consejero de Milei lo que sí podemos observar (¡y ya padecer!) es que la forma rápida y a las trompadas con que quiere aplicar su plan de gobierno está asociada con su contenido. Retomando el título de un libro de Eduardo Astiz, si las balas fuesen lentas no harían nada, “lo que mata de ellas es su velocidad”.

Más temprano que tarde

“Con la victoria de Milei, Argentina ingresa al mundo, pero Argentina no es el mundo”, decía un compañero militante semanas atrás, refiriéndose a que la victoria de Milei implicaba el acople de la Argentina a la tendencia derechista que viene recorriendo distintos países con Trump, Bolsonaro, Meloni, en donde gobiernos conservadores y de corte bien pro-capitalista han introducido, con mayor y menor éxito, reformas económicas y políticas a favor de las clases dominantes y en perjuicio de las grandes mayorías.

Pero inmediatamente, tras la coma, la frase contenía su par dialéctico: “Argentina no es el mundo”. Y con eso buscaba expresar la otra realidad que existe históricamente en estas latitudes: la fuerza de una clase trabajadora y un movimiento de masas que tiene una larga tradición de movilización, de lucha, de ejercicio de la acción colectiva, de organización asamblearia e intervención directa en los asuntos del país. Una tradición cuyo origen muchos atribuyen con razón a la inmigración de principios del Siglo XX en donde una oleada de europeos con fuerte conciencia socialista y anarquista nutrió a la clase obrera, le dio aspiraciones de mejoramiento social mucho más allá de lo que las condiciones de vida de un país periférico, semicolonial, sometido por el imperialismo, de mediano desarrollo industrial, podía ofrecerle. Así, la contradicción entre lo que la realidad del capitalismo autóctono podía (y puede) ofrecer y una conciencia que pretende mucho más para su vida, engendra de forma persistente los grandes procesos de movilización que la historia argentina registra.

Como una suerte de ADN social regenerado como una posta olímpica que se pasa a través de generación en generación, amén del corte que operó la última dictadura militar a través del genocidio. Pero que, a pesar de ese corte, el mayor de la historia, se logró mantener hilos de continuidad, de transmisión de la experiencia. Se pudo tirar abajo la dictadura y encarcelar a los genocidas, luego se sufrieron una serie de derrotas durante el menemismo para volver a levantarse a fines de los 90 con el movimiento piquetero y protagonizar la rebelión popular del 2001-2002. Un momento histórico bisagra que le permitió a nuestra clase abrir todo un nuevo período de recuperación de fuerzas, de organización, de avance en la sindicalización, de un nuevo aprendizaje de lo que es ser un sujeto activo y no un mero objeto de consumo y gobernanza. Una clase trabajadora y un pueblo que se siente dueño de la calle como escenario de su acción política.

Es la Argentina que hoy, rápidamente, comenzó a la salir a la calle. Que a la velocidad de la “guerra relámpago” de Milei le contrapuso la autoconvocatoria de la cacerola, símbolo de protesta de las clases medias de las grandes ciudades. Con el preludio el mismo 20 de diciembre de los partidos de izquierda marchando a Plaza de Mayo, sorteando las provocaciones del protocolo contra la protesta. Y ahora, cuando parecía impensable luego del largo proceso de hibernación burocrática, la CGT marchó a Tribunales y convocó el Paro Nacional más rápido llamado contra un gobierno en la historia. Una rapidez que puede remitirse a tres dimensiones.

En primer lugar, a la dimensión histórica de la lucha de clases en Argentina que señalamos antes y que configura materialmente a capas de generaciones que “ya saben qué hacer”, que tienen en cuerpo y alma el hándicap de salir a la calle cuando huelen que algo no está bien y requiere de un salir a enfrentarlo. Un ejemplo de esta activación de fuerzas históricas fue la gigantesca movilización cuando se intentó a liberar a los genocidas por medio de la ley del 2×1 bajo el macrismo. Las calles de Buenos Aires eran una marea de cientos de miles de personas, un hecho desbordante de los más masivos que tengamos memoria.

En segundo lugar, hay que explicar la velocidad del inicio de las protestas en la reciente experiencia que toda una generación más joven hizo bajo el macrismo. En esos años, bajo el yugo de los ataques económicos con paritarias a la baja, el ajuste a la educación y la universidad pública, a los despidos en el Estado y en las empresas privadas, en las peleas contra los tarifazos, las provocaciones contra los Derechos Humanos, y en un plano más ofensivo el enorme crecimiento del movimiento de mujeres, se fue “curtiendo” en la lucha todo un amplio sector social, muy heterogéneo. Lo que fue forjando una “caja de herramientas”, una serie de lecciones de lo que hace al ejercicio de la protesta: que cuando se vienen ataques hay que organizarse con los compañeros de trabajo y sindicalizarse, que lo mejor es ser lo más masivo posible para salir a reclamar, que la burocracia de la mayoría de los sindicatos odia tener que protestar y por lo tanto hay que presionarla, obligarla a que haga algo y si no hay que buscar cómo salir igual de forma colectiva; que la policía siempre es tu enemiga, aliada del patrón, del poderoso, que hay que confiar en primer término en la fuerza de la movilización y que la calle es el principal centro de gravedad del poder para defender los derechos conquistados, que hay que ir coordinando las distintas luchas que vayan surgiendo para golpear con un solo puño, etc., etc. Son enseñanzas que, como decíamos antes, tienen hilos de continuidad con generaciones pasadas, pero que toman cuerpo real cuando se forjan en la experiencia concreta. En ese sentido, los años del macrismo fueron una escuela de lucha y organización de la generación intermedia de los trabajadores en Argentina. Y desde ahí se parte para todas las batallas que empiezan a despuntar hoy y vendrán en los próximos tiempos.

En tercer lugar, la respuesta social fue sumamente rápida por la profundidad y brutalidad del ataque. Y en este aspecto el gobierno de Milei representa un salto en calidad con relación al gobierno de Macri y aún está por verse, probablemente mayor al gobierno de Menem. Las modificaciones legales que contienen el DNU y la Ley Ómnibus son de hecho una reforma de la Constitución y del conjunto de reglas del funcionamiento del mercado y de la sociedad civil. Pretende un desmonte general del sistema de leyes que protegen la vida de la población de la voracidad desenfrenada de los capitalistas, algo que ni Menem se propuso, aunque avanzó en ese sentido en varios terrenos como el laboral, o mucho menos Macri que se limitó a un ajuste en lo económico sin poder avanzar en reformas de mercado. A lo que se le suma el rechazo social que generó la forma autoritaria con la que pretende avanzar en sus reformas, a la manera de un monarca o “dictador civil”, que, mediante decretos y descalificaciones, busca colocar al Congreso en un lugar decorativo. Un decretazo que tocó otra de las fibras sensibles de la sociedad argentina como son las libertades y formas democráticas en el ejercicio del poder político.

Así, el largo plazo de la tradición histórica, la experiencia bajo el macrismo y lo desmedido del ataque se plegaron en un espontaneo cacerolazo de un mix de generaciones de sectores medios, trabajadores estatales, docentes, universitarios y un importantísimo sector juvenil, donde se pronunciaron contra el DNU, entonando todo tipo de canciones entre las que se destacaron la exigencia de Paro General a la CGT, la “unidad de los trabajadores”, “patria sí, colonia no”, entre otras. Un cancionero que no salió de un repollo: habían sido cantadas en masa durante el macrismo cuando la CGT se negaba a llamar al Paro y que producto de la presión por abajo fue que se logró. ¿Se trata ya de votantes de Milei desencantados? No. Lo que comenzó a salir a la calle es todo aquel que “votó contra Milei”, que se ubicó en esa enorme “reacción democrática” que se expresó en la “micromilitancia” activada tras las PASO, que forjó un movimiento molecular, por abajo, para defenderse de la posibilidad de que un personaje ultraderechista se haga del poder.

Una respuesta inicial, que aún no abarca a amplios sectores sociales y que indica que recién empieza una experiencia de lo que realmente es éste gobierno, pero que tiene el inmenso valor de romper con la inercia de la pasividad general de los últimos años, del estado de desmovilización permanente decretado por las direcciones sindicales tradicionales, los centros de estudiantes y la mayoría de los movimientos sociales alineados con el gobierno anterior. Y que al calor de comenzar a salir a la calle se va saliendo del estado de shock, de conmoción y angustia propio de la paralización producida desde el triunfo del gobierno y las primeras medidas. Una acción colectiva que va transformando el estado de ánimo a partir de la constatación empírica de la fuerza que se tiene y que permite ir moldeando una disposición subjetiva que mira al presente no como un hecho consumado sino abierto a la posibilidad de su transformación. Así, en las distintas acciones de protesta social, y como producto de ellas mismas, comienza a gestarse la idea de “que puede derrotarse el ataque de Milei”, elemento clave para ir alimentando el crecimiento de las fuerzas terrenales necesarias para ese cometido.

La situación política está abierta: aún no está dicha la última palabra en relación a sí podrán pasar los ataques derechistas del gobierno. De hecho, el gobierno ya comenzó a sufrir varios golpes con los fallos judiciales que suspenden la reforma laboral contenida en el DNU. En la clase trabajadora y el movimiento de masas anida la fuerza necesaria para derrotar los atropellos que tiene enfrente y preparar un proceso de movilización social que abra un nuevo período de conquistas históricas. Para eso hay que comenzar organizándose, impulsando asambleas en los lugares de trabajo, del movimiento estudiantil, de mujeres, ecológico, de derechos humanos, artísticas, y de todos los ámbitos de organización colectiva que existan y que surjan. La parada del Paro General del 24 de enero es la próxima posta clave.

Forjar y organizar esa perspectiva es la tarea del presente.

Nota:

[1] Naomi Klein; La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre; Paidós, Buenos Aires Argentina. 1ra Edición, 2008.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.