Censuras informativas y académicas más allá del genocidio.
La imagen de Lee Miller, la célebre fotógrafa de guerra injustamente olvidada, en la impoluta bañera de Adolf Hitler, en su casa de Múnich, justo después de retratar el exterminio judío en Dachau, es una de las más icónicas del siglo XX. No solo simbolizaba la caída del nazismo. También representaba el acceso sin precedentes del periodismo de guerra al horror del holocausto judio. Miller, aun siendo mujer, pudo entrar en Dachau y otros campos de concentración para mostrar al mundo las evidencias del genocidio. Sin censura, su trabajo contribuyó a que la historia no pudiera ser negada, en un momento en que documentar los hechos dependía exclusivamente, o de la propaganda o del periodismo.
Es curioso que la figura de Lee Miller haya sido redescubierta gracias a la película Lee –protagonizada y producida por Kate Winslet–, justo cuando asistimos en vivo a la ejecución de otro genocidio, esta vez, perpetrado por las y los descendientes de las víctimas del exterminio que retrató la fotógrafa. Esa legitimidad que otorgan las pruebas periodísticas en la documentación de la barbarie está siéndole negada al pueblo palestino. Primero, el Estado genocida de Israel quiere evitar la divulgación legítima de las monstruosidades que sigue cometiendo, tras 500 días de masacres, hambre y sed en la franja de Gaza y también en Cisjordania, en la prensa mundial, imponiendo una censura informativa internacional total. Y con ella, obstaculizar la toma de conciencia de la opinión pública mundial en el tratamiento que se le da a lo que muchos medios siguen denominando “guerra”, porque asumen la narrativa oficial israelí. Segundo, los corresponsales locales son aniquilados intencionadamente por el ejército israelí mediante el uso del asesinato, para no dejar testigos. Es la manera definitiva de censura informativa y alcanza, por ahora, una cifra que duplica la centena con creces.
Mientras el ejército israelí bombardea hospitales, bibliotecas, escuelas y universidades, destruye barrios enteros y mata a miles de civiles, la información que se obtiene proviene de corresponsales palestinas que, literalmente, se juegan la vida [según la Oficina de Medios del Gobierno gazatí, hasta el 28 de mayo, han sido asesinados 221 periodistas]. Sus identificaciones sirven para atraer las balas en vez de evitarlas. Su lucha contra la muerte y a favor de la información resuena muy poco en la prensa occidental: sus testimonios son silenciados y deslegitimados sistemáticamente por los grandes medios. La censura informativa es tal que, a diferencia de lo que ocurrió con los campos de exterminio nazis, hoy no hay imágenes directas de los crímenes de guerra en tiempo real, desde una mirada externa.
El gobierno de Netanyahu ha convertido el territorio en una zona de exclusión informativa y los y las periodistas son asesinados impunemente. Esto ocurría antes del genocidio, como sucedió con Shireen Abu Akleh, en 2022, la prestigiosa reportera palestino-estadounidense de Al Jazeera asesinada por un soldado israelí, cuando cubría una redada en el campo de Jenin, sin más consecuencias. Y acaba de tener un broche macabro con el asesinato de la fotoperiodista palestina Fatima Hassouna, por un bombardeo del ejército israelí en el norte de Gaza el pasado 16 de abril, junto con las diez personas que quedaban de su familia. Justo un día después de que la directora iraní, Sepideh Farsi, le comunicara que el documental que estaba haciendo sobre ella, Put Your Soul on Your Hand and Walk, había sido seleccionado en el Festival de Cannes.
La necrocensura es el santo y seña de la estrategia israelí para sellar las fronteras informativas. Ya no nos sorprende el ritual de la periodista y activista palestina Bisan Owda desde Instagram: ¡Soy Bisan desde Gaza. Y todavía estoy viva! Saluda, antes de comenzar su crónica casi diaria sobre el avance del genocidio y la dignidad con la que lo encara el pueblo palestino. Ojalá los múltiples reconocimientos internacionales, que han merecido su valentía y compromiso durante 2024 –Premio Peabody, Premio Emmy de Noticias y Documentales, el Edward R. Murrow de periodismo como parte del equipo de Al Jazeera Digital y mujer más influyente por el Financial Times–, le sirvan de escudo protector, en un contexto en el que el periodismo tradicional es incapaz de cubrir la realidad.
Mientras en Gaza se registran testimonios desgarradores de muerte y destrucción, en redes sociales circulan vídeos de soldados y soldadas israelíes jactándose y mofándose de las masacres que cometen. En algunos de estos registros, se les ve bailando, cantando y celebrando los ataques contra civiles, evidenciando el desprecio absoluto por las vidas palestinas. Estas imágenes, lejos de generar indignación en los medios occidentales, son ampliamente ignoradas, reforzando la narrativa de impunidad que rodea al genocidio. Imágenes-trofeo similares, no tan vejatorias, sirvieron como evidencias acusatorias contra el ejército alemán, tras la Segunda Guerra Mundial. En el caso de las y los soldados israelíes, esperamos puedan ser también pruebas incriminatorias.
La paradoja es incuestionable: en 1945 los países aliados permitieron y alentaron que la prensa documentara el genocidio judío, hoy las democracias occidentales se inhiben, tergiversan y directamente obvian el genocidio palestino en Gaza y Cisjordania. La censura llega también a los y las periodistas occidentales. El caso de la BBC es uno de los más notorios. Acaba de ser acusada de ejercer “supresión política” al retrasar la emisión de un documental sobre el personal sanitario en Gaza, Gaza: Medics Under Fire, por figuras de prestigio, como el director de cine británico Mike Leigh o la actriz norteamericana, Susan Sarandon. En la CNN las normas de censura prohíben hablar de crimen de guerra y genocidio y los bombardeos son explosiones. Es la “escolta mediática” del genocidio.
In extremis, después de más de 70 días de hambre inducida en la Franja de Gaza, imágenes de bebés con ojos desorbitados y cuerpos famélicos se cuelan en los informativos de las cadenas mayoritarias. Mientras, gobiernos europeos y la propia UE empiezan a cambiar de registro, hablando de embargo de armas o revisión del Acuerdo de Asociación con Israel. ¿Hay una intención genuina que llevará a la ejecución de medidas específicas tal y como llevan pidiendo las Naciones Unidas y la Corte Internacional de Justicia desde hace meses? O, ¿serán declaraciones para lavar conciencias, sin más recorrido? Ya es tarde, los tiempos del hambre son inmediatos y las secuelas en el desarrollo de las y los bebés irreversibles. Lo sabían y lo saben nuestras abuelas y madres, supervivientes de la hambruna de la Guerra Civil y de las restricciones de la posguerra ¡Con la comida no se juega! Repetían incansables. Israel juega en Gaza con la comida y con las vidas inocentes de seres indefensos cuyas posibilidades de existencia, de sobrevivir, se verán muy mermadas. Mientras, Europa observa sus juegos letales, bailando su “danza macabra”, en palabras de Olga Rodríguez. Y esperando ¿a qué?
El mandato censor de Netanyahu no sólo está siendo replicado en Occidente en las calles y los medios, las universidades obedecen también a este deseo de bloqueo a la información y al conocimiento.
En Europa y Estados Unidos, la persecución de voces críticas con Israel se ha intensificado. Recientemente, Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para los territorios ocupados y autora del informe “Anatomía de un Genocidio”, fue censurada en dos universidades alemanas. En la Universidad Libre (FU) de Berlín iba a hablar, el 19 de febrero junto con Eyal Weizman, director británico-israelí de la agencia de investigación Forensic Architecture que ha realizado una investigación sobre los efectos de la acción militar en el territorio de la Franja de Gaza. Las autoridades universitarias cancelaron el acto público después de recibir críticas masivas desde diferentes sectores. El hecho de que una universidad niegue la posibilidad de hablar de una funcionaria de la ONU, experta independiente, es muy grave, y no tiene precedente, según afirmó la propia Albanese. Afortunadamente su valentía y rigor han sido premiadas con la renovaciónde su puesto en abril de 2025 y hasta 2028, a pesar de las presiones, amenazas personales y las campañas de descrédito por parte de Israel.
Uno de los ejemplos más significativos de censura académica en EEUU se ha producido por la cancelación fulminante de un monográfico del Journal of Architectural Education (JAE) dedicado a Palestina, previsto para el otoño de 2025. La suspensión se produjo cuando ya estaba muy avanzado el proceso de revisión por pares de 80 artículos y sin que la Association of Collegiate Schools of Architecture (ACSA), que publica la JAE, hubiera leído el contenido. La decisión se tomó después de una campaña de acoso contra los integrantes del consejo editorial, por la presión de grupos políticos externos y ante la amenaza de aplicar legislación basada en definiciones restrictivas y sesgadas de antisemitismo. Lejos de acatar esta medida, la suspensión ha sido activamente respondida tanto por el editor ejecutivo interino, McLain Clutter, que fue despedido, como por todo el consejo editorial, que renunció en bloque, en protesta por la violación de la libertad académica y la autonomía editorial. En un ejemplo digno de seguir, el consejo editorial y los editores temáticos se constituyeron en “JAE Board (in exile)” para continuar impulsando la difusión del contenido y la defensa de la libertad académica. De tal modo que, durante la conferencia anual de la ACSA (marzo 2025), contraprogramaron un evento alternativo para debatir los temas censurados y reivindicar el derecho a la investigación crítica sobre Palestina.
Esta táctica de silenciar la crítica a Israel y, especialmente, la procedente de estudios científicos, tachándola de antisemita, se apoya en la declaración de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto, como reconoce el anuncio de suspensión del monográfico por la propia ACSA. Cuando se equipara la reprobación de las tropelías israelíes y su estudio sistemático con el odio hacia lo judío se encienden todas las alarmas.
Con el rector de la Universidad de Glasgow, el doctor Ghassan Abu-Sittah, un cirujano británico-palestino que ha trabajado en Gaza y en otras zonas de masacre, y ha estudiado y denunciado las atrocidades cometidas por Israel, la censura subió de nivel. En la primavera de 2024 fue prohibida su entrada, primero en Alemania, y luego en Francia, para bloquear su intervención en eventos políticos y académicos bajo presión de grupos proisraelíes. La negativa a entrar en Alemania en abril se acompañó de la prohibición de visado durante un año, lo que significa, según la policía francesa, que tiene vedado el acceso a cualquier país del espacio Schengen. Esto confirma que la censura no solo busca ocultar las imágenes del genocidio, sino también impedir la difusión de conocimiento riguroso sobre las tácticas totalizadoras de exterminio masivo que usa Israel en lo que Abu-Sittah caracteriza como la “Ecología de la Guerra”. Y, por supuesto, impedir el debate sobre sus implicaciones políticas, legales y éticas. En marzo de este año se le comunicó que forma parte de una lista de la BBC de personas non gratas, lo que explica que hasta siete entrevistas programadas con esa cadena, hayan sido canceladas en el último momento.
En 2024, la Universidad de Colonia canceló el acuerdo con la filósofa feminista Nancy Fraser para ocupar la cátedra Albertus Magnus de esa universidad durante el mes de mayo. Al enterarse el rector de que había firmado la declaración “Filosofía para Palestina” le pidió que aclarara su postura. Su respuesta fue contundente: “¡Qué descaro!”. “Es decir, ¿qué le importa a él mi opinión sobre Oriente Medio? Soy libre, puedo firmar lo que quiera”. La filósofa iba a presentar sus estudios sobre las tres caras del trabajo en la sociedad capitalista, sin conexión directa con Israel ni Palestina y ya tenía comprado el billete de avión.
En el Reino Unido, David Miller, profesor de Sociología en la Universidad de Bristol (Inglaterra), fue despedido en 2021 tras una investigación interna sobre sus comentarios públicos sobre Israel y el sionismo. En 2024, un tribunal de Reino Unido dictaminó que hubo discriminación en la rescisión de su contrato.
El caso más lamentable de censura en una universidad española es posiblemente el de la UNED. Porque no sólo atañe a cuestiones académicas sino también de solidaridad con el pueblo palestino. Por un lado, y posiblemente ante las presiones del nodo de la Red Universitaria por Palestina (RUxP) en esta universidad, el Vicerrectorado de Estudiantes contactó con la UNRWA para una campaña de recogida de fondos que no han alcanzado ni la mísera cifra de 3.000 euros de recaudación, pues la universidad, ante la indignación de todo el personal vinculado a esta organización, afirma no poder difundirla entre la comunidad universitaria. Por otro lado, el documental Palestina, una tierra negada lleva más de un año en un cajón, sin que pueda ser emitido en la televisión pública, por razones poco claras, aducidas por el departamento de Medios e incluso el Rectorado. Por primera vez en la historia de las producciones de la UNED para RTVE, el Rectorado se ha arrogado la potestad de controlar el reportaje concebido por un docente de la universidad. Si bien, niega categóricamente que esta injerencia se pueda calificar de “censura”.
No menos revelador resulta el episodio desencadenado en el marco de las charlas LASER –encuentros internacionales de arte y ciencia cuya sede española alberga la Universitat Politècnica de València (UPV)–. Tras la sesión “Panorama cuántico. Arte, Ciencia y Tecnología en estado de superposición”, celebrada en Las Naves el 21 de septiembre de 2023, el comité local quiso dedicar la siguiente convocatoria a una reflexión interdisciplinar sobre el vacío físico, artístico y a la vez político, tomando como hilo conductor el genocidio del pueblo palestino y el silencio cómplice de gran parte de Occidente. Sin embargo, el equipo de gobierno de la UPV, que inicialmente había aprobado la propuesta, la vetó en cuanto supo que se emplearía ese genocidio como caso paradigmático de “creación de vacío”. La sesión nunca llegó a celebrarse y quedó oficialmente cancelada; varias integrantes dimitieron en protesta por lo que denunciaron como un claro acto de censura y doble rasero, dado que pocos meses antes la misma institución había auspiciado sin reparos una charla sobre la invasión rusa de Ucrania. Fruto de la natural indignación se publicaron tres artículos: “Gaza, cuando caen las bombas”, “Vacío y borrado. La universidad ante el genocidio” y “Vacío y censura en el colonialismo del interior”.
En el campo de la cultura, se puede consultar una lista de actos de censura que documenta Publishers for Palestine, un colectivo global de editores y otras personas en todo el mundo creado para defender la justicia, la libertad de expresión y el poder de la palabra escrita en solidaridad con Palestina.
Las imágenes más espantosas producidas por Lee Miller, entre ellas, otra tan emblemática como la mencionada al comienzo de este artículo, la que capta el montón de cadáveres esqueléticos de judíos apilados como si fueran desechos, fueron publicadas en las ediciones británica y americana de Vogue, junto a fotos de moda y anuncios de maquillaje. “CRÉELO” fue el titular de su crónica sobre los campos de concentración –aparecido en el especial “Victoria” en junio de 1945–. Al parecer, los nazis pensaban que el horror estimularía la incredulidad de la gente. Ainara Miguel Sáez de Urabain, autora del artículo del que procede esta información, considera que estas fotos son el “testimonio incuestionable del espanto y su valor reside en representar lo irrepresentable”.
¿Representar lo irrepresentable? Sustituyamos la pila de cuerpos famélicos de adultos, por cuerpos famélicos de bebés, de niños y de niñas, añadamos imágenes de los 8.000 niños y niñas con amputaciones de por lo menos un miembro, de las personas quemadas vivas bajo los plásticos de sus tiendas, mayoritariamente mujeres e infancia, de los cuerpos aplastados por los escombros tras los bombardeos, de los restos humanos de familiares que caben en una pequeña bolsa de plástico tras haber sido despedazados, esparcidos y volatilizados por bombas pensadas para destruir objetivos bélicos (no seres humanos), de los padres y madres despidiéndose del cráneo amputado de sus hijas e hijos. Podemos añadir las imágenes de las amputaciones sin anestesia, de los hospitales arrasados, de las escuelas y universidades reducidas a escombros, de las caras y cuerpos de los y las presas palestinas, deformados por torturas impensables. ¿Podría representarse el daño psicológico inconmensurable?
¿Qué pensaría Lee Miller si supiera que ninguna fotógrafa extranjera va a poder plasmarlas? ¿Cómo se sentiría sabiendo que la bañera de Netanyahu nunca será captada por una cámara como símbolo de rendición? ¿Quién y cómo podría registrar esta vesania constante? Y, ¿la soledad, el abandono total de la población palestina a este destino injusto, espantoso y evitable? Finalmente, ¿se atrevería Vogue a publicar un reportaje sobre el genocidio en Gaza con imágenes, que como las de Lee Miller, sirvieran para transmitir este espanto exponencial con la misma autenticidad y sentimiento que lo hizo ella?
Dos imágenes del espanto genocida en Gaza realizadas por corresponsales locales han sido premiadas en las dos últimas ediciones del World Press Photo. En 2025, el premio fue otorgado al retrato de Mahmoud Ajjour, un niño de 9 años con ambos brazos amputados por bombardeos israelíes en 2024, realizado por la fotógrafa palestina Samar Abu Elouf en Doha (Catar). Ella y el niño son de las pocas personas palestinas que han sido evacuadas para recibir tratamiento por las heridas recibidas. En la edición de 2024, Inas Abu Maamar, de 36 años, acuna en sus brazos a su sobrina Saly, de cinco años, asesinada junto a su madre y su hermana en su casa por el impacto de un misil. La fotografía fue tomada el 17 de octubre de 2023 en la morgue del hospital Nasser de Jan Yunis, en el sur de Gaza – arrasado desde febrero de 2024 debido a los ataques del Ejército israelí– por el fotógrafo gazatí Mohammed Salem. Este mismo fotógrafo había ganado la edición de 2010, con una imagen que captaba la explosión de bombas de fósforo blanco sobre la ciudad de Gaza el 8 de enero de 2009, durante el ataque de Israel. Un compuesto prohibido que se pega a la piel y horada la carne hasta el hueso y sigue utilizándose en el genocidio en marcha.
A diferencia de 1945, en 2025, 80 años después, no hace falta que rueguen que lo CREAMOS, simplemente no lo vemos.
Saber que periodistas locales se exponen a morir para dejarnos esas imágenes, dolorosas y terribles es un estímulo. Saber que la educación en escuelas y universidades continúa en circunstancias tan adversas, buscando sus espacios y tiempos donde sea y como sea, es una inspiración. Desde fuera de este horror atroz, pero tocadas por él, sólo podemos honrar sus sacrificios y su entereza difundiendo e investigando el genocidio palestino por todos nuestros medios. También las lecciones de dignidad que día a día aprendemos del pueblo palestino. Desde la Red Universitaria por Palestina, sabedoras del punto de inflexión que, para la humanidad y la civilización occidental, implica contravenir el derecho a la libertad de expresión en que se fundamentan también las libertades académicas de aprender, enseñar, investigar y de expresarse con autonomía ideológica en nuestras propias universidades, no vamos a cejar en este empeño.
Mar Rodríguez Romero (Univeridade de Coruña), Irina Fernández Lozano (UNED) y Safaa Elidrissi Moubtassim (Universitat de València).