El periodista Hasnain Kazim describía la semana pasada en Der Spiegel la situación: Un drama ante el que no debemos callar. Y es que en casi todos los casos las acusaciones no sólo son falsas sino incluso absurdas, prueba de lo mal que lleva el AKP (el Partido de la Justicia y el Desarrollo), islamista-conservador, […]
El periodista Hasnain Kazim describía la semana pasada en Der Spiegel la situación: Un drama ante el que no debemos callar.
Y es que en casi todos los casos las acusaciones no sólo son falsas sino incluso absurdas, prueba de lo mal que lleva el AKP (el Partido de la Justicia y el Desarrollo), islamista-conservador, las críticas al gobierno y el magro espacio existente para la libertad de prensa y opinión hoy en Turquía. Y el problema no se soluciona con la afirmación rimbombante de Erdogan de que Turquía es el país con la mayor libertad de prensa del mundo y que la detención de periodistas nada tendría que ver con una carencia de libertad de prensa. Quien hoy día en Turquía critica al presidente del estado, Recep Tayyip Erdogan, es a ojos del gobierno un seguidor del PKK (el Partido de los Trabajadores de Kurdistán), un gulenista, un kemalista, un alcohólico, un haragán, un ladrón, un traidor a su patria o un terrorista. Y pende sobre ellos la amenaza de ser llevados ante los tribunales y acusados de pertenecer a una organización terrorista, de espionaje, de traición o simplemente porque el sensible y delicado señor presidente se siente ultrajado.
Una y otra vez los miembros del gobierno turco aducen que en Turquía no hay ni un solo periodista en la cárcel por manifestar públicamente su opinión o por criticar al gobierno. Por supuesto, ellos siempre se inventan una acusación absurda como argumento para su detención y encarcelamiento. La realidad es que hoy en día en Turquía hay en chirona más de 80 periodistas por haber ejercido su profesión. Y no nos olvidemos de los miles de civiles encarcelados, torturados, huidos…
Últimamente le ha tocado la china a Deniz Yücel, el corresponsal de «Welt«, de la doble nacionalidad turco-alemana, una mente crítica y un buen conocedor de Turquía. Yücel siempre ha sido un periodista comprometido, como debe serlo todo periodista. Y al gobierno turco no le agrada su trabajo, porque no considera periodismo lo que él hace. Últimamente Yücel informaba cómo Erdogan hacía propaganda en twitter mediante un inmenso ejército de trolles y cómo el gobierno intentaba domesticar a los medios y presionar a los críticos mediante e-mails filtrados por Berat Albayrat, ministro de energía de Turquía y yerno de Erdogan.
Pero los e-mails fueron hackeados por un grupo de la izquierda radical turca, filtrados a los medios turcos de la oposición y publicados en WikiLeaks. Sobre el hackeo de apartados de correos se puede pensar lo que se quiera y pedir cuentas a los responsables, pero las informaciones sobre los contenidos dados a conocer, en un país que reclama y farda de democracia y libertad de prensa, son necesarias y justas. Y Turquía ha dicho adiós a estos principios. Yücel sería miembro de una asociación terrorista y es acusado de propaganda terrorista y de uso indebido de datos. Resulta grotesco. Pero con ello el gobierno ha conseguido que Yücel ya no escriba desde hace semanas.
En realidad lo que se trata es de acallar a un crítico, que no se deja doblegar. Estos periodistas turcos vienen sufriendo esto desde hace años: o pierden su puesto o van a la cárcel.
Y también son cada vez más la gente en el extranjero, como el periodista especialista en política, Ismail Küpeli, colaborador en Alemania en el periódico online «Orgürütz«, que hace una semana escribió en twitter «una despedida»: «aborrecimiento, persecución y miedo le acompañan a uno cuando se implica por los derechos». Y el habría minusvalorado la calidad y cantidad del odio. «Es inimaginable el ímpetu y la dureza que emplean los seguidores de Erdogan para acallar las voces discordantes y críticas. Por lo visto en la batalla contra los «traidores» todo está permitido, no hay barreras morales ni decencia de por medio». Ya tampoco Küpeli twittea. «¿Cambiará la situación? No lo sé, pero así no se puede seguir».
También el activista y crítico con Erdogan, Ali Utlu, twitteó: «Acaban de visitarme unos hombres turcos trajeados, que me han aclarado insistentemente que en twitter no debo escribir más sobre Turquía o…». Y luego: «Como no me siento seguro haré una pausa».
Yücel se encuentra detenido por la policía turca, Küpeli y Utlu se han retirado, tan sólo tres ejemplos de muchos. Crece la presión sobre los críticos porque en abril se va a votar una modificación de la constitución, que allana el camino a Erdogan para su sueño, un sistema presidencial y un acrecentamiento ilimitado de poder. Y ante este tipo de política, de más testosterona y más policial, no podemos callarnos. No basta con decirle al gobierno turco que debe prescindir de esas medidas suavemente, por miedo a que Erdogan podría, como ya ha amenazado a menudo, hacer que explotase el tema de los refugiados.
Es el momento de hablar claro y aplicar medidas políticas y económicas a lo que sucede en Turquía: nada menos que la abolición de la democracia y de los derechos de libertad. Porque, como dice en la novela «El diamante de Jerusalén» de Noah Gordon uno de sus personajes, Bronstein, «después de seis meses y mucho café estudiando en la Yeshiva Torat Moshe, él y Harry se habían convencido de que Dios, como el whisky y la guerra, era una invención del hombre, lo mismo cabe decir de la razón del enchironamiento del rebelde.
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