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Uruguay, ante una polémica evidente

¿Libertad de prensa o libertad de empresa?

Fuentes: Rebelión

La polémica sobre la prensa que ha provocado el desvelo de algunos dirigentes políticos y periodistas en Uruguay, corre el peligro de desvirtuarse por los efectos de la campaña electoral, donde los argumentos se modifican y pierden sustancia como consecuencia del interés de los candidatos de quedar bien perfilados en lo que suponen es la visión del elector promedio. Por ello, a esta altura y antes que sea tarde, es oportuno profundizar en algunos conceptos, sobre libertad de prensa y/o de empresa, antes que todo se entrevere en la vorágine electoral y se modifique la esencia de elementos que son fundamentales para el análisis

Pero antes un subrayado imprescindible que tiene relación con las criticas realizadas por Julio María Sanguinetti, cuestionando a Tabaré Vázquez, en razón de sus protestas en razón de algunos «manejos» informativos. El ex presidente y líder de lo que queda del Partido Colorado, se agravia por lo que considera un ataque del candidato de la izquierda a propietarios de algunos medios de comunicación, afirmando que Uruguay es un país en que existe la más amplia pluralidad de prensa.

Claro, Sanguinetti, cuando utiliza su lenguaje florido y repentino, buscando las palabras más adecuadas, olvida muchas veces la realidad. Por ejemplo que fue durante su gobierno que los medios de comunicación, fueron reiteradamente invitados a tratar deferentemente al gobierno, asignándoles cuotas publicitarias que, por su monto, hoy asombran. También olvida que desde la Secretaría de Prensa de la Presidencia de la República (Sepredi), se llamaba y presionaba a los medios con el fin de castigar a periodistas que, de alguna manera, habían cuestionado al poder.

El oportunismo en política se basa, entre otras cosas, en el olvido propio o ajeno. No es una ofensa para nadie que se diga que en nuestro país es dudosa la existencia de una libertad de prensa plena, afirmación que surge de razonar en reflejo de una realidad que rompe los ojos. Pero nos preguntamos: ¿es eso malo para la sociedad? Para definir el concepto – lo que no hace Sanguinetti -hay que realizar algunas consideraciones, advirtiéndose desde el pique que la indiscutible «libertad de empresa» que impera, como está de moda caracterizar a nuestra realidad, no parece se una mala palabra. Que en este mundo tan desigual, tan altamente politizado y lleno de intolerancia, distintos sectores puedan expresarse a través de los medios que poseen, no parece un síntoma preocupante para una sociedad imperfecta, pero democrática que – por una concatenación lógica de elementos – está cambiando para bien.

Pero, por supuesto, libertad de empresa no es, ni se le parece a la libertad de prensa. Una tiene una definición acotada a los grupos sociales y políticos que pueden poseer medios de comunicación, quienes con el libre albedrío que les da la imperfecta democracia que funciona en el país, trasladan la información acotándola a los intereses que representan. La libertad de prensa, en cambio, es una definición más abierta, un concepto libérrimo, que da cuenta de un funcionamiento ideal en base al cual todos los sectores de la población, todas las clases sociales, tienen los mecanismos para trasmitir su visión.

De aquí surge la caracterización y por ello es importante diferenciar «libertad de empresa» y «libertad de prensa», qué nada tiene que ver con el concepto que defiende la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), la anquilosada institución que agrupa a los propietarios de los grandes medios del continente, que no hace otra cosa que cruzar espadas de papel en defensa de esa corporación empresarial que, de hecho, nunca se jugó en defensa de la expresión libérrima de los pueblos, sino contra las cortapisas con que muchos gobiernos censuraron a empresas periodísticas.

Se dirá que si no existen empresas libres para expresar las distintas posiciones, nunca habrá un periodismo que sea el soporte de la libertad de prensa, para que esta utópica expresión de deseos, se convierta en una necesaria realidad.

Y para calificar de utopía ese concepto de libertad de prensa y para tender a que en alguna ocasión lo veamos como un elemento enclavado en un horizonte cercano, por ahora, nada más que imaginario, nos parece que debemos clarificar algunos condicionamientos que existen y que han mudado de carácter durante la historia.

La recuperación de la democracia en Uruguay fue testigo de una singular expresión, que se desencadenara en los primeros años de la reinstitucionalización del país. Allí florecieron los semanarios, mostrando la necesidad de expresión de diversos sectores políticos que retomaron su vigencia legal luego de la tormenta oscurantista.

Fue un proceso además de aluvional, democratizador. Luego de la noche de la dictadura, de los operativos «Mordaza» que acallaron las últimas expresiones de prensa de oposición, del tiránico período de la censura y la autocensura, hubo un renacer a mediados de la década del ’80. La dictadura no había ocultado nunca sus intenciones y, por eso las reglas del juego para los medios de comunicación, estaban bien claras y debieron vivir, durante más de una década, la pesadilla de la obediencia. El poder totalitario pretendió siempre universalizar la sumisión al aparato del Estado. Ocurrió en todas las dictaduras y también en Uruguay. En ese período aciago se había perdido la libertad y, con ese proceso, los medios que perduraros se convirtieron en adocenados soportes de los deseos del régimen.

Era la necesidad que tenía la dictadura para que se afirmara su tendencia oscurantista, la que se afianzó desde el poder estatal, utilizándose los soportes informativos solo para distorsionar y ocultar hechos, intentando condicionar las voluntades en la opinión pública.

Me gustaría saber donde estaba la SIP en ese momento. ¿Con que fuerza condenó esa censura y cuantos comunicados, redactados desde la bucólica Miami, habrá emitido para describir lo que estaba ocurriendo en nuestro continente?

Es sorprendente comprobar como son tan pocos, en algunos organismos que afirman defender la libertad y la democracia, los que se rebelan en contra de las pretensiones de los Estados de imponer su voluntad mediática a cualquier precio.

Con la reformulación libertaria de mediados de los ’80, la influencia del Estado, primero de manera tímida, y luego en un proceso de avance potente, fue recorriendo nuevos caminos. El de la «compra» de los medios, a través de una política de avisos de dependencias estatales, creando una dependencia económica que – en la mayoría de los casos – intentó limitar mensajes y acallar voces. También se utilizó la intimidación. No son excepcionales los gobiernos que a través de diversos funcionarios presionaron a los medios o dan a conocer su descontento con el expreso objetivo de amedrentar a los periodistas y reencausar la prédica empresarial.

Tan grave como la manipulación es el sistema que establece la autocensura, cuyos mecanismos esenciales están basados en el miedo. Temor a que los propietarios actúen de hecho a través del despido, temor a despertar los odios de los llamados «poderes ocultos», sean instancias del Estado o simples organizaciones mafiosas que buscan imponerse a través de la intimidación. La autocensura es eficaz porque al fin de cuentas funciona como un sistema de inducción que garantiza la domesticación de los periodistas.

Que distintos grupos económicos con distintas definiciones políticas y sociales, se expresen con la más absoluta libertad, es realmente bueno, pero no es todo lo deseable en una sociedad democrática. También lo deberían hacer los que hoy no tienen voz. Porque, hoy en este país, aunque Sanguinetti afirme tener una visión distinta, el pluralismo no es una característica que está generalizada ni el mecanismo utilizado por todos.

Además, que el ex primer mandatario se rasgue las vestiduras en defensa de los propietarios de los medios, qué desde sus páginas o espacios editoriales muestran, sin discusión alguna, lo que es el ejemplo más acabado de lo que se da por llamar «libertad de empresa», es un exceso – sin duda- producto del momento en que se vive.

¿Qué tipo de libertad de prensa existe en nuestro país? En Uruguay, salta a la vista, ese bien pertenece al propietario del periódico (o canal de televisión, radio o revista) Porque quienes deciden sobre el perfil de la noticia no son generalmente los periodistas, sino que estos – que alguien lo discuta – concientes o no se amoldan a las decisiones de las empresas.

Claro, no debe interpretarse esta afirmación como que no existen al interior de los mismos medios, menos rígidas y más libertarias, y que no haya periodistas con la libertad de escribir sin ninguna censura. Pero, digámoslo con palabras que se entiendan. ¿Esa libertad podría llegar al extremo de plantear una confrontación con personas o intereses vinculados estrechamente al propietario de la empresa periodística?

Así ocurre no solo en el Uruguay. Podríamos manejarnos en este análisis con ejemplos concretos los mismos que cualquier lector atento tiene a la mano.

Que se sostenga que en este país no existen restricciones y que las empresas se definen como adalides de las libertades, es un exceso.

Las empresas de la información pueden tener pautas distintas en su trabajo comunicacional. Son los propietarios de estos medios quienes deciden cuál es la pauta o principio que regirá la noticia.

Dentro de la profesión es posible encontrar algunos de los críticos más acérrimos, periodistas que conocen más a fondo las decisiones de ética y las prácticas de sus colegas, pero incluso éstos basan sus críticas en principios propios de la industria de las noticias.

Por lo cual la caracterización es definitiva. En Uruguay impera, con claridad, la «libertad de empresa» que es un mecanismo propio de una democracia, todavía imperfecta.

Lo demás es pura cháchara.

Carlos Santiago es periodista, secretario de redacción del diario LA REPUBLICA de Montevideo y del suplemento Bitácora (www.bitacora.com.uy)