Hay páginas donde los piratas apresan atunes ajenos y capturan trigos, maíces y deudas con los que especular sus ganancias. Las letras se equivocan y, del revés, mercado o estado, se escriben en minúsculas. Se admite la sospecha frente al transgénico, el pensamiento único o la única economía. Voces capitalistas plasman su opinión, como en […]
Hay páginas donde los piratas apresan atunes ajenos y capturan trigos, maíces y deudas con los que especular sus ganancias. Las letras se equivocan y, del revés, mercado o estado, se escriben en minúsculas. Se admite la sospecha frente al transgénico, el pensamiento único o la única economía. Voces capitalistas plasman su opinión, como en todas partes, y como en muy pocas, las anticapitalistas también.
Todo lo público se publica. Con sumo respeto, ningún dogma, corona o clero se respeta.
En cuestión de tintas, la libertad -dice Machado- no es poder decir lo que se piensa, sino poder pensar lo que se dice. Leer en Público es un ejercicio costoso pues te hace pensar. Cueste lo que cueste.
Pero sus columnas bien armadas no se sostienen y se tambalean, quizás porque nada quieren aguantar. Ni presiones ni pesados, ni partidos ni políticos. Y como otros bienes públicos, Público, puede desangrarse.
Si la libertad de elegir cabeceras se recorta y restringe seremos cabezones, y con alfabetos de grafitis, tintas invisibles, con muros o papel, retomaremos el papel protagonista.
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