El proceso de caída del ex primer ministro de Tailandia, Thaksin Shinawatra, permitió a los medios de comunicación de este país redescubrir la crítica y el cuestionamiento a la autoridad, características por las que fueron otrora conocidos en el sudeste asiático. En los últimos dos meses se apreciaron ciertas señales de renovada libertad en la […]
El proceso de caída del ex primer ministro de Tailandia, Thaksin Shinawatra, permitió a los medios de comunicación de este país redescubrir la crítica y el cuestionamiento a la autoridad, características por las que fueron otrora conocidos en el sudeste asiático.
En los últimos dos meses se apreciaron ciertas señales de renovada libertad en la prensa, al mismo tiempo que decenas de miles de ciudadanos de la amplia clase media de Bangkok salieron a la calle para manifestarse contra el gobierno de Thaksin y pedir su renuncia.
Fue entonces que el resurgimiento de las voces críticas –marginadas y acalladas durante la mayor parte de los cinco años de gobierno de Thaksin– en los medios de comunicación controlados por el Estado comenzó a apreciarse.
«Las noticias críticas del gobierno estaban motivados por la coyuntura política que se vivía en las calles y por a la gran conciencia política imperante en el público», dijo a IPS la defensora de la libertad de expresión Supinya Klangnarong. «De lo contrario, no hubieran reflejado el sentimiento de la población.»
También los principales periódicos independientes viraron de su anterior tolerancia hacia el gobierno de Thaksin a hacerse eco de los cuestionamientos al gobierno.
«La cobertura de la campaña electoral fue muy diferente de la anterior. Quedó claro que la prensa dominante gozaba de una libertad sin precedentes», señaló en una entrevista el representante tailandés de la Alianza de la Prensa del Sudeste Asiático, Kulachada Chaipipat. «Fue audaz y no mostraba signos de temor a las amenazas y al acoso.»
El martes 4, Thaksin informó que no ocuparía la jefatura de gobierno por un tercer periodo a pesar de que su partido Thai Rak Thai (Tailandeses Aman a los Tailandeses, TRT) obtuvo 55,5 por ciento de votos emitidos en los comicios realizados el domingo anterior, a los que se consideró un referendo sobre su gestión.
Sin embargo, una elevadísima proporción de ciudadanos emitieron «no votos» –marcando un cuadro en la hoja de votación impreso a tales fines– como muestra de rechazo al gobierno, al tiempo que se registró una gran abstención por el boicot de los tres principales partidos opositores.
Supinya considera que la reivindicación reinante de la libertad de prensa no será fácil de borrar.
Los periodistas y medios fueron reiterado blanco de ataques de Thaksin, él mismo un magnate de las telecomunicaciones antes de convertirse en gobernante. Pero «hay un sentimiento de que se volvió a la libertad que teníamos antes» de su gobierno, añadió Supinya.
Incluso los numerosos seminarios realizados por organizaciones no gubernamentales reflejaron el cambio que se respiraba en el aire. Hay un sentimiento de libertad para discutir asuntos políticos sin temor a represalias del gobierno.
Esta confianza se atribuye a las multitudinarias manifestaciones opositoras. En la víspera de las elecciones, más de 100.000 tailandeses salieron a las calles de Bangkok gritando «Thaksin, oak pai!» (¡Fuera Thaksin!)
La poca simpatía que el TRT y su líder despiertan entre periodistas, académicos e incluso burócratas se hizo evidente tras las elecciones de enero de 2001, cuando Thaksin condujo a su partido a una victoria aplastante.
Para cuando Thaksin se alzó con el poder por segundo periodo consecutivo en las elecciones de febrero de 2005, obteniendo un triunfo sin precedentes al ganar 377 de las 500 bancas del parlamento, su gobierno se hizo famoso por la intolerancia ante la crítica..
Empero, la presión no se ejercía al estilo tradicional de los autócratas, encarcelando a sus críticos por sus comentarios.
Los medios tuvieron que afrontar nuevos mecanismos de intimidación gubernamental, como amenazas de recorte de publicidad oficial, investigaciones de bienes de los propietarios y los esfuerzos por cambiar a los periodistas de sus áreas habituales de trabajo.
En julio pasado, los editores de todos los periódicos del país se unieron como no lo habían hecho desde 1997 para oponerse a un decreto del gobierno para desalentar la violencia religiosa en las provincias del sur del país.
La norma otorgaba amplios poderes al primer ministro para censurar los informes de prensa desde esa problemática región, donde vive la minoría malaya y musulmana en este país de mayoría budista.
En agosto de 2005, el consejo de la prensa de Tailandia, un órgano autogestionado, había registrado cerca de 50 casos por difamación contra periodistas, casi el doble que en todo el año 2004.
Pocos se sorprendieron cuando Reporteros sin Fronteras, organización no gubernamental de periodistas con sede en Paris, trasladó en octubre a Tailandia del lugar 59 en 2004 al 107 en 2005 en términos de respeto a la libertad de prensa.
«Constantemente se recordaba a los periodistas que Thaksin era sensible y que podía tomar represalias y decidir reacciones desagradables», comentó el editor regional del diario The Nation, Don Pathon, al describir el ambiente reinante en la redacción de los periódicos en los últimos cinco años.
«Había una tendencia a la autocensura, sin desconocer la responsabilidad que nos competía», explicó. «Teníamos que arriesgarnos».
La intolerancia de Thaksin hacia sus críticos era famosa y a menudo arremetía en tono desdeñoso cuando se ventilaban las deficiencias de su administración.
Una vez, cuando un enviado de derechos humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) expuso abusos del régimen, Thaksin replicó: «La ONU no es mi padre».