Los casos del jefe del gobierno italiano, Silvio Berlusconi, hace dos años y ahora el de su homólogo portugués, Pedro Santana Lopes, son apuntados por analistas como una demostración del grave riesgo que corre Europa de convertir la política en un palco de televisión con actores sin texto. El populismo y la televisión parecen caminar […]
Los casos del jefe del gobierno italiano, Silvio Berlusconi, hace dos años y ahora el de su homólogo portugués, Pedro Santana Lopes, son apuntados por analistas como una demostración del grave riesgo que corre Europa de convertir la política en un palco de televisión con actores sin texto.
El populismo y la televisión parecen caminar de manos dadas en un negocio que interesa a ambas partes: un político tiene que ser famoso para ganar elecciones y para serlo debe aparecer en televisión, la cual a su vez lo «vende» bien, no a la opinión pública, sino más bien como producto destinado a consumidores que le harán subir las audiencias.
El fenómeno ha sido posible en gran medida por la excesiva concentración de los medios de comunicación en pocas manos, una situación que hizo reaccionar al propio Parlamento Europeo, que el 19 de abril aprobó una resolución en la que «lamenta las reiteradas injerencias, presiones y censuras gubernamentales en el organigrama y la programación del servicio público de radio y televisión italiana»
El texto denuncia que «el sistema italiano presenta la anomalía de una peculiar concentración de poderes económicos, políticos y mediáticos en manos de una única persona, el actual presidente del Consejo de Ministros italiano, Silvio Berlusconi», de derecha.
También el gobierno de España fue criticado, por ese mismo parlamento, cuando era encabezado por el centroderechista José María Aznar, por permitir en la estatal Televisión Española (TVE) «malas prácticas profesionales entre el 28 de febrero y el 5 de marzo tendientes a producir una información desequilibrada, tendenciosa o manipulada, relativa a la intervención militar en Iraq».
Se fustiga allí también «las presiones gubernativas sobre el servicio público de la TVE, que han dado lugar a distorsiones y ocultaciones patentes de los datos sobre la responsabilidad de los execrables actos terroristas del 11 de marzo pasado» en Madrid.
La resolución al respecto del Parlamento Europeo denuncia también amenazas a la libertad de expresión por excesiva concentración de propiedad de los medios informativos en Alemania, Francia, Polonia, Holanda, Suecia y en Gran Bretaña.
Según el escritor portugués Jacinto Lucas Pires, un populista para ganar elecciones, necesita de la televisión, donde «no debe demostrar trabajo serio, ni transmitir un pensamiento profundo. Basta lanzar una frase ingeniosa y vestir la imagen adecuada».
La televisión, poco a poco, se fue convirtiendo en una suerte de concurso que pone a prueba a pequeños y medianos candidatos a político. Ya no se sabe bien si fue la TV la que buscó a la política o la política la que buscó a la TV, pero la sospecha fundada de varios expertos en comunicaciones es que fue amor a primera vista.
Las agendas de los dirigentes partidarios de toda Europa, son adecuadas a los horarios de mayor audiencia televisiva. Un gobernante o un líder de oposición de Europa fija una declaración o una rueda de prensa coincidente con la apertura de los telediarios.
La verdad es que hoy ningún político europeo, de derecha o de izquierda, se olvida de aparecer ante la pantalla con la imagen adecuada, en lo posible vestida por los mejores sastres italianos, con una mirada decidida y penetrante, una contribución importante para que los expertos de la «caja mágica» puedan fabricar el personaje.
Sólo el fútbol logra desafiar a la política en la «fabricación» de acontecimientos para los directos de televisión, un eterno culto por la imagen, donde el papel de los periodistas se reduce a un mero vendedor de imágenes de políticos que prometen grandes declaraciones «exclusivas».
En los albores del Siglo XXI en la vieja y culta Europa, la comunicación audiovisual se proyecta cada vez más como dueña del mundo. Todo lo que la TV no muestra, es ignorado, y lo que la televisión pasa, es de la mayor importancia.
Cuando un populista participa en un programa o entrevista, «le basta encontrar una persona en el pasillo entre la sala de maquillaje y el estudio de la televisión, para ser capaz de incorporar el consejo que le habría sido dado», sostuvo esta semana el profesor universitario Eduardo Prado Coelho en su columna en el diario lisboeta Público.
De esta forma, la política se convierte «en el reino de la improvisación compulsiva», advierte el académico.
En 1992, Emídio Rangel lanzó en Portugal el primer canal de televisión privado, con la denominación Sociedad Independiente de Comunicaciones (SIC), por encargo del ex primer ministro Francisco Pinto Balsemão (1980-1982), el principal «patrón» del periodismo lusitano.
En la programación de SIC, Santana Lopes, jefe del gobierno portugués desde el 17 de este mes, era comentarista habitual.
En la oportunidad, estalló un gran escándalo nacional cuando Rangel dijo que era perfectamente posible «vender» hasta un presidente de la república por televisión. Santana Lopes, un político poco conocido entonces, fue lanzado a la fama por la SIC.
También en el congreso del opositor Partido Socialista, en septiembre próximo, todo indica que asumirá el liderazgo José Sócrates, quien hacía dupla con el actual primer ministro en un programa de TV.
Santana Lopes mantuvo siempre una recurrencia pública, que además era política, en la multiplicidad de sus facetas: presencia permanente en la prensa de los «famosos», analista político en las emisoras de televisión de SIC y en la estatal Radio Televisión Portuguesa (RTP), columnista de «Diario de Noticias», presidente del club de fútbol Sporting de Lisboa, comentarista de fútbol en radios, diarios y TV.
Según el profesor universitario Augusto Manuel de Seabra, después de Berlusconi en Italia, lo que se acaba de concretar con Santana Lopes en Portugal, es «hasta materia de un estudio de investigación sociológica histórica del devenir político-comunicacional».
Por fortuna, en portugués (como en castellano), existen los verbos ser y estar, lo que permite marcar la característica distintiva de políticos como Berlusconi y Santana Lopes, porque este último «no ‘es’, sino que sólo ‘está y habla», señala con sarcasmo el catedrático.
Como dirigentes, Santana Lopes y Sócrates «son en parte, una creación de Rangel, sus criaturas de televisión. El nos vendió estos líderes y véase el resultado: uno es primer ministro, el otro probable líder de la oposición», porque «supieron juntar el estrellato televisivo con su relación con el aparato partidario, pero en cuanto a ideas políticas, aún estamos por conocer al menos una», concluyó De Seabra.
La coincidencia generalizada, inclusive de políticos del oficialismo, como el diputado en el Parlamento Europeo José Pacheco Pereira y el ex ministro Marcelo Rebelo de Sousa, es que Santana Lopes comenzará a enfrentar el mismo tipo de problemas que desgastó a Berlusconi en el gobierno italiano.
Según estos dos políticos conservadores, al gobernar se inicia la fase donde se revela la verdadera naturaleza del populismo, escuela de comportamiento político que lidia mejor en la oposición que con el ejercicio del poder.
Italia y Portugal se han convertido en dos verdaderos «conejillos de India» para la información audiovisual europea. Difícilmente las emisoras de televisión permitirán el estreno en pantalla de nuevos analistas, periodistas o politólogos independientes de todas las formas de presión proselitista.
En el panorama televisivo actual, los sillones del poder político y del poder mediático tienden a confundirse cada vez más.