La interpretación histórica de lo ocurrido en la etapa revolucionaria abierta con el Cordobazo en mayo de 1969 y cerrada con el golpe genocida de marzo de 1976 ha sido realizada hasta el momento dentro de tres tipos de explicaciones más generales (que metafóricamente llamaremos «relatos») desde las cuáles se intenta dar sentido a la […]
La interpretación histórica de lo ocurrido en la etapa revolucionaria abierta con el Cordobazo en mayo de 1969 y cerrada con el golpe genocida de marzo de 1976 ha sido realizada hasta el momento dentro de tres tipos de explicaciones más generales (que metafóricamente llamaremos «relatos») desde las cuáles se intenta dar sentido a la multitud de grandes acontecimientos que abarca el período. Primero tenemos el ensayado por los propios militares, que justifica su acción represiva como una respuesta contra la «subversión apátrida», desarrollada en el marco de la «tercera guerra mundial» entre el «capitalismo occidental y cristiano» y el «comunismo internacional». Los crímenes aberrantes cometidos antes y después del golpe son, como máximo, vistos como «errores» y «excesos» de una «guerra necesaria. Es una interpretación que, construida sobre la base de la negación de un «terrorismo de Estado» sobre el que existen pruebas y testimonios abrumadores, hoy casi nadie sostiene por fuera de los propios represores y su círculo de influencias en los sectores más retrógrados de la derecha local. La segunda interpretación es la comúnmente llamada «teoría de los dos demonios», que fue la sostenida por el gobierno de Alfonsín y se encuentra expresada con claridad en el Prólogo realizado por Ernesto Sábato al «Nunca Más». Allí se asume el argumento militar de que la acción represiva fue una respuesta al «terrorismo de extrema izquierda», aunque condena la forma en la cual se dio la represión al mismo: «Durante la década del ’70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países (…) a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos». Esta interpretación, que equipara víctimas y victimarios, cuestiona la acción dictatorial represiva por su envergadura y por haberse apartado del marco jurídico de las «formas democráticas» y no el contenido social y político del terror genocida. Presenta a su vez una falsa visión que muestra a «la sociedad» como espectadora y víctima de la acción de los «violentos de extrema derecha y extrema izquierda», ocultando o negando el carácter militante de los asesinados y desaparecidos y que la represión dictatorial fue parte de una política que se dio de conjunto en los países latinoamericanos, impulsada por el imperialismo norteamericano y las clases dominantes locales como forma de enfrentar el ascenso revolucionario de los ’70. Dominante en un período, el cuestionamiento a esta visión (mucho tiempo limitado a los organismos de derechos humanos y los partidos de izquierda) fue ganando fuerza social a partir de cumplirse el 20º aniversario del golpe de Estado. El «tercer relato» se diferencia de los anteriores en reivindicar la militancia revolucionaria de la generación de los setenta, cuestionando por izquierda la «teoría de los dos demonios». Se apoya en la publicación de gran cantidad de testimonios de (o trabajos biográficos sobre) dirigentes y militantes, fundamentalmente de las organizaciones guerrilleras, así como de diversos documentos y, más recientemente, trabajos de investigación más académicos(1). Esta visión, sin embargo, comparte con las dos anteriores poner en un plano menor las grandes acciones protagonizadas por la clase obrera, su tendencia hacia la insurgencia y el desafío anticapitalista que sus acciones presentaron a los gobiernos y las patronales, lo que para nosotros es un elemento clave para comprender la dinámica de los acontecimientos de aquél período. De ahí que el «tercer relato» haya sido en parte tomado por el «setentismo light» del discurso gubernamental. Hoy, cuando la clase obrera recupera protagonismo, el desarrollo de este «cuarto relato» encuentra nuevo sustento y, a la vez, se vuelve más necesario: se trata nada menos que poner en su lugar lo que los ideólogos de la clase dominante siempre buscan ocultar, el papel fundamental jugado por la acción de los trabajadores (o, dicho de otra forma, por la lucha de clases) en el desarrollo de la historia. Notas: 2- Ver Christian Castillo, Elementos para un «cuarto relato» sobre el proceso revolucionario de los ’70 y la dictadura militar, en Revista Lucha de Clases Nº 4. 3- Celestino Rodrigo era el Ministro de Economía del gobierno de Isabel Perón, y había lanzado un durísimo plan de ajuste que motivó la respuesta obrera.
El «cuarto relato»(2) plantea que si la etapa que vivió la Argentina entre 1969 y 1976 tuvo un verdadero carácter revolucionario, este no puede reducirse, como lo presenta la visión recién señalada, a la actividad de las organizaciones guerrilleras, sino que hay que poner en un primer plano las acciones realizadas por la clase obrera, que protagonizó en esos años gestas memorables y tendía, en los momentos previos al golpe, a superar su experiencia con el peronismo. No olvidemos que en junio-julio de 1975 se habían desarrollado las grandes acciones que terminaron con el Plan Rodrigo (incluyendo la primer huelga general realizada contra un gobierno peronista) y provocaron la salida del gobierno de Isabel Perón del mismo Rodrigo(3) y de José López Rega, el organizador de las bandas paramilitares de la Tripe A. Y que al calor de estas movilizaciones cobraron fuerza las «coordinadoras interfabriles», embriones de organismos de poder obrero.
Con esto el ascenso obrero se expresaba y pegaba un salto en el corazón proletario del país: el Gran Buenos Aires. Lo profundo de la amenaza que representaba la intervención obrera para los intereses capitalistas explica los niveles alcanzados por una represión que tuvo como objetivo central no sólo terminar con la guerrilla (ya debilitada antes del golpe) sino doblegar a una clase trabajadora que se mostraba indomable: la gran mayoría de los desaparecidos eran trabajadores asalariados y más de un 30% obreros fabriles. Un golpe que estuvo promovido por la gran patronal y el imperialismo, y contó con el apoyo de la Iglesia y del conjunto de los partidos patronales (e incluso del Partido «Comunista»), que brindaron centenares de funcionarios al gobierno militar. Pero pese a la derrota histórica que sufrió con la dictadura la vanguardia obrera, los trabajadores siguieron resistiendo en la clandestinidad. Esta resistencia fue el principal factor de erosión del poder militar, ya en crisis aguda antes de que la derrota militar en la guerra de Malvinas provocase su derrumbe final.
1- Un claro símbolo de estos trabajos son los tres tomos de La Voluntad, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita, aparecidos entre marzo de 1997 y octubre de 1998, construido sobre un conjunto de testimonios militantes, casi ninguno de los cuales tiene origen obrero ni militancia en las organizaciones trotskistas como el Partido Socialista de los Trabajadores, que centraba su actividad en las fábricas y rechazaba la estrategia guerrillera. Más recientemente se ha incluso comenzado a editar la revista Lucha armada, más de tipo académico, con artículos, reportajes y documentos de diversa índole e interés sobre el tema.