Leo en El País que «Un atentado mata en Damasco a un alto dirigente de Hezbolá…» y me pregunto si será un error del redactor que nadie corrigió o si para El País ciertos atentados no precisan sujeto. O lo que es lo mismo, un terrorista que atente. Porque de la lectura del titular y […]
Leo en El País que «Un atentado mata en Damasco a un alto dirigente de Hezbolá…» y me pregunto si será un error del redactor que nadie corrigió o si para El País ciertos atentados no precisan sujeto. O lo que es lo mismo, un terrorista que atente. Porque de la lectura del titular y la noticia lo que se desprende es que son los propios atentados los que atentan.
Persisto, como quiera, en la lectura del titular y por fin encuentro lo que buscaba, «…y uno de los terroristas más buscados por EEUU» ese sujeto que explicara el atentado, ese terrorista que lo llevara a cabo, sólo que, en este caso, el único terrorista al que hace referencia El País en su titular, es la víctima del atentado. De suerte que, podría colegirse, un atentado mata a un terrorista.
La noticia, bastante extensa gracias a los generosos aportes de los archivos israelíes y estadounidenses, mencionaba en 5 ocasiones la palabra terrorista, además de la que recogía el titular, pero siempre para definir a la víctima del «atentado». Si era uno de los terroristas más buscados por Estados Unidos, también era uno de los terroristas más peligrosos para Israel. Según el portavoz del Departamento de Estado, McCormack, «era un asesino a sangre fría, un asesino de masas y un terrorista responsable de la pérdida de incontables vidas inocentes». Isarel, por su parte, declaraba no tener nada que ver con el «atentado» y acusaba a «grupos terroristas» de difamar su buen nombre. La quinta oportunidad en la que el periódico aludía al término terrorista era para significar el grupo terrorista que había dirigido la víctima del atentado.
Cualquier lector podría coincidir, luego de conocer la novelesca biografía de la víctima del atentado ofrecida por el periódico, con la sentencia que ofrecía el Departamento de Estado de los Estados Unidos de que «el mundo es un mejor lugar sin él», punto de vista que ya han expresado en otras ocasiones y que, debieran considerarlo, tiene el mismo peso y razón que el expresado por los que decidieron que el mundo era un mejor lugar sin torres gemelas.
Imad Mughniyah murió al explotar un coche bomba en el interior de un aparcamiento en una zona residencial de la capital siria pero, en este caso, obviamente, el coche bomba no era terrorista, tampoco la acción, ni sus autores, ni los que señalan los objetivos o los justifican en los medios de comunicación, ni sus encubridores, ni los que están en el umbral o se mueven en el entorno.
El único terrorista era la víctima del atentado.
Suerte que mañana, los editoriales bienpensantes volverán a condenar la violencia, a la espera de que otro atentado cobre vida propia, se convierta en sujeto y predicado, y decida atentar por atentar.