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Entrevista al Hernán Zin, reportero freelance

«Los conflictos son más complicados de explicar que nunca»

Fuentes: Gea Photowords

Discernir los hilos de las relaciones internacionales es como adentrarse en una mañana de niebla: lo visible está sumergido en lo invisible. La guerra y el conflicto responden a esta lógica. Sin embargo, la actual es una coyuntura de cambios, de surgimiento de nuevos actores. ¿Cómo serán las guerras en los próximos años? ¿La cooperación […]

Discernir los hilos de las relaciones internacionales es como adentrarse en una mañana de niebla: lo visible está sumergido en lo invisible. La guerra y el conflicto responden a esta lógica. Sin embargo, la actual es una coyuntura de cambios, de surgimiento de nuevos actores. ¿Cómo serán las guerras en los próximos años? ¿La cooperación ayuda a aliviar la angustia de las sociedades en conflicto? ¿Vamos hacia un mundo verdaderamente multipolar? Hernán Zin, reportero freelance, responde a algunas de estas cuestiones en la siguiente entrevista.

«De toda la vida me gusta viajar y contar historias. Con 22 años decidí hacer la maleta, salir de Argentina y no volver más. Pasé cinco años en Asia, hice un documental para TVE sobre Calcuta, tengo mi propia productora, y siempre he trabajado como freelance con otros medios. Nada especial.» Al otro lado del teléfono habla Hernán Zin, quien suelta ese nada especial con cierta desgana, como si no se lo creyera realmente. Zin, reportero, observa y se empapa de un mundo a caballo entre lo viejo y lo nuevo: de la trinchera real de Somalia a la digital de su blog en 20 minutos. A pesar de las incertidumbres y tensiones del mundo actual, para Zin hay algo que permanece impasible: contar historias. «Es la mejor forma posible de vivir. Por lo que aprendes, por lo que viajas, por los amigos… es el mejor trabajo del mundo».

-Dices que la vuestra es la última generación de reporteros que trabajarán cubriendo conflictos. ¿Es un arranque de optimismo?

-Es un hecho claro que esta será la última generación cubriendo conflictos bélicos tradicionales, es decir, entre Estados. Hoy la guerra es de insurgencia o de guerrillas. Por la propia dimensión del mundo hoy en día, es muy difícil repetir el escenario de dos países, sobre todo grandes potencias, invadiéndose y atacándose. Hay mucha violencia en el mundo, y la seguirá habiendo, pero de otras características. Ahí estaremos para contarlas. Sólo ha cambiado la lógica de la guerra.

-¿Qué cosas cambian en la forma de narrar con este nuevo escenario?

-Los conflictos son más complicados de explicar que nunca: en Somalia hay veinte facciones, en Congo existe el FDRL, dieciséis grupos Mai Mai… es muy complejo para los que están lejos. Y también es difícil moverse cuando trabajas allí. No hay un solo frente, los civiles también forman parte de una forma u otra en el conflicto… hoy es más caótica que nunca la violencia. Es un desafío narrativo, y lo es también lograr que la gente en Europa se interese. La gente conoce la lucha entre palestinos e israelíes, pero nadie entiende nada de Congo, con tantos grupos armados y cinco millones de muertos desde 1994. Lo mismo si hablamos de México o Venezuela.

-Pensemos en México, y en sus insoportables niveles de violencia. O en la conflictividad social por la situación económica de Europa. ¿Son otras formas de conflicto? ¿Te interesa centrarte en este tipo de historias?

-Siempre he estado centrado en Afganistán, Somalia, Congo, Sudán, pero también en las favelas de Brasil. Estos escenarios tienen en común la ausencia de Estado. Ante la carencia de Estado, los grupos armados copan ese vacío de poder, ya sean los Zetas en México o Al Shabab en Somalia, subyugando a la población civil con fines económicos. En Europa, por ejemplo, hay mucha histeria y mucho miedo, pero no se puede comparar con la vida en las otras tres cuartas partas del planeta. Si pensamos en el corralito de Argentina, la cosa fue más allá de lo que pasa hoy en Europa: el PIB bajó un 10%, hubo muertos… fue mucho más traumático.

-Hablando de la histeria colectiva, ¿crees que los medios de comunicación actuales pueden servir como una forma de catarsis, de descarga?

-Las redes sociales es comunicación horizontal, más democrática. Ya no se pontifica, hay un diálogo con los lectores. Hay más información, pero también poco análisis. La figura del tertuliano en España es nefasta y no existe en otra parte del mundo. Hablan de México, Somalia y la Duquesa de Alba en el mismo programa, y dejan fuera a los verdaderos especialistas. Generan mucha opinión sin fundamentar, lo cual implica una gran distorsión. Ahora debemos apostar por información de calidad, que no genere miedos.

-Eres especialista en África. Este continente está produciendo mucha información durante 2011. Por centrarnos en algo reciente, dos cooperantes españoles están secuestrados, presumiblemente por grupos vinculados a la rama del Magreb de Al-Qaeda. ¿Cómo gestionar esto?

-No soy analista, pero hay dos modelos de gestión de secuestros. Uno es el sajón, en el que no se explica ni comenta nada, con lo que no se publicita a los grupos armados, pero tampoco se pagan rescates. Muere alguien, pero no se fomenta un negocio. Es muy pragmático, muy protestante. Nosotros somos latinos, y no tenemos esa sangre fría, no pensamos en dejar a su suerte al compañero, al amigo. Los españoles pagan, por eso secuestran a españoles. Es un magnífico negocio, y no todos tienen la valentía de dejar dos años abandonada en Mogadiscio a Amanda Lindhout (NdE: periodista canadiense que fue secuestrada en 2008). Si eso pasa aquí se arma una revolución. Al final todo depende de la idiosincrasia de cada pueblo.

-¿No crees entonces que el secuestro sea una forma de presión política a los gobiernos occidentales?

-Eso es un negocio. Al Qaeda en el Magreb son los salafistas de toda la vida, pero se han puesto una etiqueta que les da más dinero. Gente con kalashnikovs, es una tomadura de pelo. Pueden ganar dos millones de dólares y se la juegan, tiene sentido si lo ves desde su perspectiva. Reparten el dinero con su familia, sus primos, abogados en Dubai, Londres, la gran industria… funciona de maravilla. Hay 1.000 millones de musulmanes en todo el mundo, cada uno de su padre y de su madre. No es lo mismo Túnez que Libia, ni Marruecos que Arabia. No podemos ser reduccionistas, no todo es homogéneo. Pensar Al Qaeda como una unidad es un disparate. Los analistas hablan de franquicias autónomas de Al Qaeda en Magreb, supuestamente Al-Shabab en Somalia también lo es… pero no tiene sentido verlo como un todo.

-¿Cómo poder prevenir futuros secuestros?

-Lo bueno del secuestrado es que no le van a matar. Tiene un valor de cambio, que desaparece si muere. Estará cinco meses pasando hambre y enfermo, será una terrible experiencia… pero si lo eliminan, se va el negocio. Sobre el futuro de esto, hay un cambio de tendencia. La mayor parte de ONGs que vi ahora eran árabes o del Magreb, trabajando al estilo occidental, con sus chalecos y sus tiendas. Toman la iniciativa en varias situaciones, y no les van a secuestrar porque son turcos y tunecinos. Es gente que coincide en parte con la idiosincrasia de la población, están bien vistos. En el mundo plural que estamos viviendo, tiene sentido que la cooperación no sea solo por parte del hombre blanco.

-En The Economist leemos que 6 de los 10 países que más han crecido en los últimos diez años son africanos. Sin embargo, siguen siendo los más pobres. ¿Cuál es el precio humano de este supuesto desarrollo?

-El precio es positivo: cualquier ingreso de divises a países tan raquíticos es bueno. Desde 1993 hasta hoy, el cambio allí es enorme. La gente tiene autoestima, no son sólo cifras macro, están conectadas con el mundo. Veo muchas esperanzas en África, en América Latina, en India. Por supuesto que hace falta mucho por recorrer, pero no debemos despreciar estos progresos, a pesar de los niveles de mortalidad. Empiezan a comprender que el Gobierno debe protegerles, no debe ser corrupto, ni étnico, ni tribal. Soy muy optimista.

-A veces parece que los remedios de la cooperación son parches que no logran transformar radicalmente una realidad injusta. ¿Debería haber políticas a un nivel mayor?

-Nunca he entendido eso de ir a África a hacer escuelas: los africanos tienen manos y pies. Son bastante más listos a la hora de afrontar los problemas. He vivido muchas veces en la India, y empezó a salir adelante en 1994, cuando apostó por sus ingenieros y por abrir mercados: hoy, India gasta 12.000 millones de euros en cooperación, mientras España tiene 1.000. La caridad no es lo mejor.

Cambiando de tema, ¿qué piensas del cambio en la política internacional de Zapatero? ¿Qué ha cambiado para que el anterior Ejecutivo pase de un inicial «antimilitarismo» a la actual intervención de Libia?

Esa pregunta da para una tesis doctoral. Nadie tiene la respuesta. En el tema palestino el cambio fue radical. Recuerdo cuando se puso la kufiya mientras Israel estaba bombardeando a los palestinos. Tres años más tarde estaba firmando acuerdos militares con Israel. Supongo que el poder exige una serie de negociaciones. Los poderes hacen mucha presión, y al final te distancias de la gente. Gobiernas para unos pocos. No debe ser fácil.

¿En qué lugar dejamos entonces la Alianza de Civilizaciones?

La llegada de Obama a la Casa Blanca desactivó muchas iniciativas. Los neocon tenían una agenda racista basada en el choque de civilizaciones. La Alianza de Civilizaciones no era mala idea: muchos se apoyaron en ello, distanciados de esa visión maniquea que decía que se iban a construir minaretes en todas partes de Europa. Hay un gran negocio con la seguridad: ha habido quien ha ganado mucho dinero, basándose en la tesis de Occidente contra el Islam. Cuando llegó un presidente razonable a la Casa Blanca y fue a El Cairo, el choque de civilizaciones cayó por su propio peso. Y por tanto, la Alianza de Civilizaciones pierde su sentido.

 -España es un importante exportador de armamento. ¿Crees que deberían someterse estas operaciones a un control público?

-En teoría, es necesaria una aprobación parlamentaria para cada venta de armamento. Con el PSOE ha habido una gestión bastante transparente, por ejemplo cuando se decidió dejar de producir bombas de racimo. Hemos dejado de ser el principal proveedor de armas para África, y eso es un paso.

-Cito una frase tuya: «Los reporteros somos invitados VIP, con pasaje de ida y de vuelta. Somos gente que decide ir. En lo que tenemos que fijarnos es en la gente que está atrapada en la guerra, que no la eligió.» Tú has vivido con en esa gente. ¿Qué has aprendido de ella?

-Lo mejor y lo peor de la condición humana. En una hambruna ves gente heroica, que por su familia lo deja todo, y gente miserable. La vida es blanca y negra. Todo es efímero y no hay que preocuparse demasiado por nada. La guerra ha sido un lugar de maduración para mí.

-De toda tu experiencia en territorios en guerra, ¿te quedas con alguna anécdota que te haya devuelto la esperanza?

-Lo constante es ver la normalidad de la gente. Caen bombas, no hay luz, y la población sigue con su vida cotidiana. La gente en Gaza acaba de perder su casa, y si te acercas a ellos te preparan un té porque eres un huésped y tienen que ser generosos. Esa capacidad de mantener la normalidad entra dentro de la locura de esta situación.

Álvaro Ramírez Calvo, riojano, ha trabajado en televisión, radio, gabinete de prensa y consultoría. Master en Comunicación social, actualmente colabora en diferentes proyectos relacionados con el cambio social y el desarrollo, y prepara una tesis doctoral sobre comunicación y conflicto.

Fuente original: http://geaphotowords.com/blog/?p=11557 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.