«Se hace difícil imaginar la supervivencia de una clase media occidental con las características de las últimas décadas cuando asoman al mercado mundial mil quinientos millones de trabajadores a bajo coste». Ésa es una de las tesis del libro El fin de la clase media (Editorial Lengua de Trapo), de los italianos Massimo Gaggi y […]
«Se hace difícil imaginar la supervivencia de una clase media occidental con las características de las últimas décadas cuando asoman al mercado mundial mil quinientos millones de trabajadores a bajo coste». Ésa es una de las tesis del libro El fin de la clase media (Editorial Lengua de Trapo), de los italianos Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi, quienes, basándose en abundantes datos de la economía mundial, especulan con prudencia (aunque también con un enfoque neoliberal) sobre el nuevo espectro sociológico occidental, cada vez más polarizado: una plutocracia, que no cesa de crecer en recursos (pero también en discursos legitimadores de su riqueza*), y un gran «magma social», en el que se diluyen las diferencias entre las llamadas clase media y clase baja**.
Las razones de este proceso de disgregación social hay que encontrarlas, según los autores, en unas empresas que se benefician de la mano de obra barata y abundante de las economías emergentes (deslocalizaciones económicas con unas consecuencias evidentes en los salarios de los trabajadores occidentales), y, al mismo tiempo, en unas economías occidentales que, para sobrevivir al escaso poder adquisitivo de sus consumidores, han «democratizado» ciertos lujos o signos de distinción, que diría Bordieu, para ampliar sus mercados.
Las empresas que han comprendido este proceso de cambio son aquellas que han crecido más rápidamente en la última década, según el libro. Son las empresas del «low cost» o del bajo coste: producción muy barata para consumidores con bajo poder adquisitivo. Es el caso de Zara, Ikea o Ryanair.
Ahora bien, y en cuanto al interés que a este blog respecta: ¿qué consecuencias tiene este nuevo modelo económico, el low cost, sobre la información y los medios de masas? ¿qué estructuras de los medios cambiarán (o ya han cambiado) bajo la presión inmensa de la rentabilidad económica? Estas preguntas no se abordan en el libro y desde aquí nos gustaría plantearlas.
La empresa es el mensaje
Los medios de comunicación privados buscan, sobre todo, el beneficio económico para sus accionistas o propietarios. Y para tal fin parece valer todo: aumentar la secciones de publicidad hasta el extremo, vender con el medio o a través de él otros artículos o productos, defender intereses de empresa por encima de los de sus audiencias, saltándose principios básicos del derecho a la información (recordemos el enfoque de las noticias sobre América Latina según El País o el silencio que mantuvo el periódico La Razón sobre la OPA de Gas Natural a Endesa, debido a que La Caixa y Planeta poseen gran parte del accionariado de este periódico).
La reducción de los costes de la información
Los tiempos en que los pequeños medios se podían permitir información de calidad parecen haber llegado a su fin. Sólo los medios más fuertes y las grandes corporaciones mediáticas pueden seguir manteniendo los altos costes que requiere la producción y la difusión de la información de primera mano. Las salidas para este escenario son dos: o la compra de los pequeños medios por parte de las grandes corporaciones, o la supervivencia de los pequeños medios reduciendo hasta el extremo sus costes. En esta última posibilidad juegan un papel destacado los blogs o cuadernos de bitácoras, debido a la heterogeneidad de las audiencias a las que apelan con un coste informativo mínimo. ¿Cómo se explica uno si no el interés repentino de los grandes medios por los blogs?
Deslocalizar la producción y la edición de la información
En la lógica capitalista que los mantiene, los medios seguirán reduciendo costes, sin importar los derechos laborales o la calidad informativa perdida: precariedad laboral, falta de formación de sus empleados (suplida mediante la autoformación, tan extendida en España) y, claro, el contrato de noticias de otros medios. La televisión y la publicidad hace tiempo que se sumaron a la vorágine del low cost: contratan servicios externos al mejor coste, con el fin de rentabilizarlo al máximo. Si los servicios externos contratados no funcionan o no son rentables (el caso de muchas series de televisión, por ejemplo) se cancela el contrato. Imagínense este mismo funcionamiento empresarial aplicado a las cuotas de audiencia de los telediarios, tal como sucede ya: las noticias dedicadas a la crónica negra o a los deportes no cesan de crecer, y la información política mengua en calidad y en análisis.
Polarización de las audiencias, polarización en los contenidos
Aquellas audiencias que puedan pagar más por los servicios de los medios, recibirán más y mejores contenidos; el resto puede contentarse con unos medios públicos cada vez más escuálidos en recursos (y que para pervivir siguen modelos económicos privados) o medios privados cuyo máximo objetivo es la rentabilidad publicitaria. Es decir, la información abierta o gratuita se resiente de los altos costes de la información, por lo que se contrata información lo más barata posible a la que se le puedan sacar los mayores beneficos: la tiranía de las cuotas de audiencia o de las mayorías se impone en el low cost informativo.
La audiencia como mercancia
Finalmente, el mercado impone sus nudos de carga: el medio vive por y para la audiencia, pero no por un fin público, social o cultural: es prioritariamente por un fin mercantil, el conseguir gran audiencia para vender mejor un producto. Dicho de otra forma: el low cost informativo crece sin parar desde el momento en que las corporaciones mediáticas buscan audiencias masivas como valor de cambio para empresas, partidos políticos o modelos de consumo. Por eso las empresas defienden con tanto ahínco el aclamado «respeto a las audiencias masivas»: para vender mejor a bajo coste.
El escenario que nos puede traer el nuevo modelo económico aplicado a la información y a la opinión pública es, ciertamente, desolador.
¿Cómo se para un tren de mercancias que nos va a pasar por encima?
*George W. Bush bajó los impuestos a los ciudadanos más ricos bajo el argumento de que de esa forma «habría más dinero para inversión». Al mismo tiempo, redujo algunos gastos sociales como la sanidad pública, mientras que aumentó espectacularmente los presupuestos del Ministerio de Defensa.
**La clase media abandona la función histórica que tuvo: frenar las demandas de la clase obrera al exigir reformas sociales y parcheados al sistema capitalista mediante el fortalecimiento del llamado «Estado del bienestar». En la última década, sin embargo, asistimos al fin del Estado social: la deslocalización económica, el poder de las grandes corporaciones, el crecimiento de una clase difusa, marcada primordialmente por su poder de consumo, y (la causa o el efecto de esto último) unos Estados que voluntariamente delegan sus funciones sociales en empresas privadas, con el fin de favorecer la economía y no lastrar la competitividad. Es, en definitiva, el fin de los derechos sociales en favor de unas sociedades cuyo máximo objetivo es la privatización total de los servicios, el libre mercado llevado al extremo.