Traducido para Rebelión por Germán Leyens Altos funcionarios en Washington meten miedo ahora con las actividades nucleares de Irán, mientras los medios noticiosos se dedican a amplificar el mensaje. Una confrontación con Teherán forma parte de la agenda de Bush para su segundo período. Así que se nos empuja para que pensemos de refilón en […]
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Altos funcionarios en Washington meten miedo ahora con las actividades nucleares de Irán, mientras los medios noticiosos se dedican a amplificar el mensaje. Una confrontación con Teherán forma parte de la agenda de Bush para su segundo período. Así que se nos empuja para que pensemos de refilón en lo impensable.
Pero nadie puede llegar muy lejos cuando trata de comprender la enormidad de las armas nucleares. Han ensombrecido la conciencia humana durante seis décadas. Desde el comienzo, la clave ha sido el engaño.
Mentiras de la Casa Blanca han formado parte del proceso de racionalización nuclear desde agosto de 1945. El presidente Harry Truman habló al público estadounidense tres días después del bombardeo nuclear de Hiroshima. Describiendo la ciudad japonesa repleta de civiles como una «base militar», Truman dijo: «El mundo notará que la primera bomba atómica fue lanzada sobre Hiroshima, una base militar. Lo hicimos porque deseábamos evitar matar civiles en este primer ataque, en la medida de lo posible».
En realidad, los planificadores de EE.UU. habían escogido una gran área urbana como mira para un ataque nuclear porque – como reconoció más tarde el director del Proyecto Manhattan, general Leslie Groves – era «deseable que el primer objetivo tuviera un tamaño suficiente para que el daño quedara confinado en su interior, de manera que pudiésemos determinar de modo más definido el poder de la bomba». Treinta y cinco años más tarde, cuando miré en el registro oficial de «Pruebas Nucleares anunciadas por Estados Unidos» del Departamento de Energía de EE.UU., los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki estaban en la lista.
Ahora han pasado seis decenios de la Era Nuclear. Y estamos más lejos que nunca, parece, de una verdad gravemente difícil que Albert Einstein enunció durante los primeros años de esa era, cuando el gobierno de EE.UU. aún tenía el monopolio sobre el átomo dividido. «Este poder básico del universo no puede ser ajustado al concepto obsoleto de nacionalismos estrechos», escribió. «Porque no es un secreto y no hay defensa; no hay otra posibilidad de control fuera del aumento del entendimiento y la insistencia de los pueblos del mundo».
En la actualidad, ninguna frase podría describir mejor la política exterior de EE.UU. – o la cobertura mediática estadounidense – que «nacionalismos estrechos». Los funcionarios presentan orgullosos un show jingoísta y los periodistas informan al respecto sin alguna discusión fundamental.
Por lo tanto, el menor resoplo de sanidad llama la atención. Justo antes del Día de Acción de Gracias, cuando la Cámara y el Senado votaron para reducir el financiamiento de la investigación para una nueva línea de armas nucleares tácticas, incluyendo ojivas «revienta-búnkeres», informaron sobre la decisión como si fuera la victoria más importante de los propugnadores del control de armas desde principios de los años 90. Es porque la industria de las armas nucleares se ha vuelto frenética desde hace tanto tiempo.
Mientras el Tío Sam sigue manteniendo un arsenal nuclear capaz de destruir toda la vida en el planeta, es sorprendente observar la arrogancia con la que EE.UU. señala con el dedo a Irán.
La alarma actual, en la que se lamentan sobre un presunto programa iraní para desarrollar armas nucleares, es desatada por los mismos funcionarios de la administración Bush que declararon que una invasión de Irak era imperativa porque Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva. Como ya sabemos, no las tenía. Pero eso no impide que el equipo de Bush lance el mismo tipo de campaña mediática contra Irán – basada en afirmaciones no-verificadas de exiliados iraníes con un historial de inexactitudes y un motivo evidente para impulsar a Washington hacia una acción militar. ¿Suena conocido?
Deberíamos ser capaces de reconocer lo que anda mal en el caso de funcionarios de EE.UU. que sermonean a Irán sobre los males de la proliferación de armas nucleares mientras guiñan el ojo ante el arsenal israelí, que se calcula incluye 200 armas nucleares.
Cuando Einstein llamó al «aumento del entendimiento y la insistencia de los pueblos del mundo», describía una necesidad que los medios debieran ayudar a satisfacer. Pero en lugar de hacerlo, se nos presentan generalmente las historias oficiales: simplificadas, simplistas y – sí – de un nacionalismo estrecho. Los temas son los generados por los poderosos de Washington: nuestras bombas nucleares son buenas, las de nuestros aliados bastante buenas, las no-autorizadas muy malas.
Ese tipo de tamboreo propagandístico no convencerá a los que dudan de que una Bomba Cristiana sea buena y una Bomba Judía sea buena, pero una Bomba Islámica es mala. No hay que ser un Einstein para entender que la gente es difícilmente persuadida por mensajes hipócritas en la línea de «Hace lo que decimos, no lo que hacemos».
Fuente: by courtesy & © 2004 Norman Solomon
Norman Solomon’s latest book is «Target Iraq: What the News Media Didn’t Tell You.» His syndicated column focuses on media and politics. He is a regular contributor to Media Monitors Network (MMN).