Traducido para Rebelión por Germán Leyens
En diciembre de 2004, Mohammed Al Joundi, acompañante sirio de los periodistas Christian Chesnot y Georges Malbrunot, los ex rehenes franceses en Irak, renunció a presentar una demanda contra el ejército de EE.UU. por maltrato.
El secretario general de Reporteros Sin Fronteras (RSF) Robert Ménard había logrado disuadirlo diciendo: «No es una buena idea. Sería contraproducente. Comprendo al Sr. Al Joundi pero esperemos a que ellos (los periodistas) sean liberados.»
Admitámoslo. Incluso si uno se atreve a creer que la posible irritación de los estadounidenses podía impedir un resultado positivo. Son grandes amigos de Francia, salvo error u omisión, y de ninguna manera tenían algo que ver con este secuestro.
Sin embargo, la constante mansedumbre con que cuenta EE.UU. en los informes de RSF parece sospechosa: en circunstancias de que el Ejército de EE.UU. ha resultado ser el mayor predador mundial de periodistas en 2004, la clasificación de países respetuosos de la prensa establecido por RSF coloca a EE.UU. en posición honorable, lejos por encima de otros países en los que ningún periodista ha encontrado la muerte.
Por lo tanto, Mohammed Al Joundi, encontrado el 12 de noviembre de 2004 por militares de EE.UU. y liberado el 17, se presentó el 4 de enero de 2005 para presentar una demanda en Paris contra el ejército de EE.UU. por «malos tratos, torturas y amenazas».
Su abogado, Maître Vergès, cuenta lo que sufrió su cliente durante 6 días: «Descubierto en una casa abandonada, estaba medio desnudo, con los pies desnudos, lo llevaron, esposado por la fuerza, a un cuartel en el que le dieron una paliza, pateándolo con sus botas. Explicó que era sirio, refugiado en Irak. Después lo llevaron a dos sitios diferentes, uno estaba en los suburbios de Faluya, donde lo interrogaron de rodillas. Le exigían las direcciones de las personas que lo habían secuestrado y de las que le habían ayudado. Lo amenazaron con una pistola. Hubo tres simulacros de ejecución, con la pistola en su sien. Al final, lo interrogaron civiles que se divirtieron haciéndolo sufrir sobre todo con descargas eléctricas. Le mostraron fotos de personas buscadas, no reconoció ninguna. Después quisieron llevarlo a la casa en la que había sido encontrado, pero renunciaron debido a los combates. Entonces lo dejaron partir.»
En breve, mientras Francia entera se inquietaba por él y sus compañeros, los estadounidenses lo retuvieron durante días, lo torturaron, luego lo abandonaron en la calle, al caer la noche, en pleno toque de queda, poniéndolo en peligro de muerte. Muerto, hubiera privado a las autoridades francesas de informaciones que podrían ser preciosas. De repente, ese comportamiento de las fuerzas de ocupación resultaba atentatorio contra la vida de nuestros dos compatriotas, un posible freno a su liberación.
¿Cómo no deplorar esa actitud, inamistosa hacia Francia y peligrosa para los periodistas ?
¿Y por qué Robert Ménard, que supo convencer al rehén sirio de que no presentara su demanda demasiado rápido, y luego olvidó alentarlo a hacerlo en el momento oportuno, no publicaría un comunicado adecuado, como ser: Presentar una demanda es una buena idea. Sería productivo. Comprendo que el señor Al Joundi haya esperado, pero ahora que los rehenes han sido liberados…»? Mejor: ¿no sería necesario que Robert Ménard (vuelto, dice, » loco de alegría » por la liberación de los periodistas) pidiera cuentas, en nombre de su asociación, al ejército de EE.UU. por haber puesto en peligro de esta manera al compañero de cautiverio de dos rehenes, es decir un testigo capital, portador de informaciones precisas sobre los secuestradores?
Es lo que probablemente haría una ONG, una ONG no ligada a EE.UU. Reporteros Sin Fronteras no lo hará. Basta consultar su sitio en Internet para comprender por qué y para comprender su posición partidista.
Bajo el título «Dos asesinatos y una mentira», RSF vuelve sobre la muerte de dos periodistas (Taras Protsyuk de la agencia británica Reuters y José Couso de la televisión española Telecinco) en Bagdad el 8 de abril de 2003, muertos por un tiro del ejército estadounidense contra el hotel Palestine, lugar donde residían decenas de reporteros que cubrían la guerra. El mundo entero sabía, en el momento del tiro, que ese hotel era el cuartel general de los periodistas no «empotrados». RSF se obstina en pretender que los militares de EE.UU. lo ignoraban y lamenta ese error criminal, esa «falla» o «error de juicio» que constituye «el elemento esencial del origen del drama». Porque los militares asesinos no habían «sido informados por su propia jerarquía de la presencia de periodistas en el hotel Palestina». En consecuencia, «El tiro contra ese edificio no es por lo tanto un tiro deliberado contra periodistas o la prensa en Bagdad». CQFD
Y RSF se interroga: «El tema es llegar a saber por qué esa información fue retenida. ¿Voluntariamente, por indiferencia, o por negligencia?» Después de formular esa pregunta genuina, RSF, como asustados de su propia audacia, se apura por descartar las dos primeras hipótesis: «Se trata […] de una negligencia criminal seguida (ya que los estadounidenses no han dicho todo a los investigadores de RSF sobre las «negligencias») de una «mentira por omisión».
El tratamiento de este asunto por RSF es tan parcial que la familia de una de las víctimas, (José Couso), les exigió enérgicamente el año pasado que se separaran del caso, denunciando su posición partidista que disculpa a los culpables.
Esta actitud de RSF, tan manifiestamente contraria a la seguridad de los periodistas, tan descaradamente favorable al ejército de EE.UU. (a pesar de algunas baladronadas, amonestaciones platónicas que no son más que distracciones sin las cuales la connivencia sería demasiado visible) representa un verdadero peligro para la vida de aquellos a los que la asociación pretende defender.
Mientras tanto, la versión sostenida, y contra toda verosimilitud, por Robert Ménard, no es exactamente la versión de los estadounidenses. Por cierto, RSF, salvo una censura de sus amigos del otro lado del Atlántico (lo que sería el colmo) tiene que informar sobre sus declaraciones, que dejan mal puesta la tesis nebulosa de un error.
El 28 de febrero de 2003, Ari Fleisher, portavoz de la presidencia estadounidense, expresó lo siguiente ante la prensa: «no-empotrada»; «Si los militares dicen algo, recomiendo vivamente a todos los periodistas que se adapten.. (.) Y peso mis palabras «. Al leer esas líneas, cualquiera comprende perfectamente la promesa de «errores».
Y RSF confesó, en plena confusión mental: «Esa posición equivalía a crear una doble condición de periodistas: de un lado los periodistas «empotrados» integrados a las fuerzas estadounidenses, que cuentan con la consideración y la protección del ejército estadounidense, por el otro los periodistas a los que se aconseja que se vayan so pena de que se ignore su presencia». Todo el que sepa leer ve que, según RSF, el ejército de EE.UU. es capaz de hablar con los periodistas sin saber que se encuentran allí. ¡Interlocutores ectoplasmas invisibles en los visores!
En otras palabras, (en el mismo informe que puede ser consultado en su sitio en la red), RSF se obstina en acreditar la increíble versión de un error reconociendo, al mismo tiempo, obligados a esa confesión por los estadounidenses, que los muertos habían sido programados.
Tanta incoherencia, un alineamiento semejante tras los intereses de EE.UU. en toda circunstancia bastan para convencer de que la asociación RSF no se alegra por la demanda presentada por el compañero de cautiverio de Christian Chesnot y Georges Malbrunot, y que de ninguna manera se asociará a ella.
Los corresponsales de guerra que aprecian su seguridad harán bien, por lo tanto, en no contar con Robert Ménard. En cuanto a los demás, los que escriben en sus oficinas en Francia, deberían inquietarse, por solidaridad, por los que son enviados por su periódico al frente y exigir cuentas a RSF en sus editoriales. Finalmente, los jefes de redacción, los responsables de las rúbricas correo, debates, repercusiones, libre expresión, puntos de vista, sin duda van a apresurarse a abrir sus columnas a los ciudadanos que pretenden que la información necesita periodistas en vida. Y que se alarman por la desviación demasiado evidente de una asociación que lleva (y prostituye) un nombre tan hermoso.
Porque, detrás de las espectaculares gesticulaciones de Reporteros Sin Fronteras, detrás de su capacidad de desplegar pancartas gigantes con los nombres de periodistas, detrás de sus montajes de campañas mediático-emotivas ampliamente reproducidas, la negra sombra de su lealtad ideológica hacia el país más poderoso que el mundo haya conocido, envuelve como una mortaja los cadáveres de periodistas enterrados junto con el derecho de los pueblos a conocer la verdad sobre los crímenes de guerra.