Al margen de lo que tiene de perogrullada, hubo un tiempo en el que la razón de ser de los informativos era informar, y la noticia constituía la justificación del noticiero. Así fueran patrañas urdidas en los despachos de los medios y agencias o fábulas creadas en ciertos ministerios que eran reproducidas tal y como […]
Al margen de lo que tiene de perogrullada, hubo un tiempo en el que la razón de ser de los informativos era informar, y la noticia constituía la justificación del noticiero.
Así fueran patrañas urdidas en los despachos de los medios y agencias o fábulas creadas en ciertos ministerios que eran reproducidas tal y como eran servidas, si algo definía un informativo era la información.
Pero acaso porque noticias e informaciones pierden credibilidad y audiencia, quienes dirigen los medios, especialmente en la televisión, se han dado a la tarea de ir sazonando los reportajes con nuevos ingredientes que contribuyan a hacer los informativos más digeribles y entretenidos. Es por ello que, en estos días, para aspirar a hacer los reportajes ya no es suficiente el título universitario que acredite al comunicador. Ahora también es necesaria la condición de showman, requisito que, no lo dudo, pronto formará parte de la carrera profesional del periodismo.
El problema es que si no es fácil encontrar un buen profesional de la comunicación más difícil es aún dar con un buen showman. El patético resultado de esta doble y compleja condición queda a la vista con sólo sintonizar cualquier informativo.
Si se trata del incendio de un monte, allá tenemos a la intrépida reportera que mientras entrevista, micrófono en mano, a un vecino desalojado, con la otra mano dirige la manguera de agua hacia las llamas, entre gritos y aspavientos que enteren a la audiencia del peligro al que se enfrenta. Un bombero espera a que la periodista, concluida la emisión, le devuelva la manguera para seguir trabajando.
Si de lo que se trata es de una inundación, la reportera no tiene el menor inconveniente en sumergirse en la corriente para que a los televidentes, a falta de mejores imágenes, no les quepan dudas sobre la altura que ha alcanzado el desbordado río a su paso por el pueblo. Si la noticia gira en torno al inicio de unas populares fiestas, allá está la reportera, en medio del encierro y empeñada en obtener las indescriptibles sensaciones del desesperado corredor que llega con los pitones del toro detrás y, si tiene suerte, de cubrir la única cogida registrada ese día y que ella tuvo la suerte de grabar en primer plano.
La noticia ya no es el incendio, ni la inundación, ni las fiestas del pueblo. La noticia se traslada a quien, se supone, sólo estaba allí para contárnosla y que, no conforme con ello, termina convirtiéndose en su propio y tedioso relato.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.