Para quienes somos parte de una generación que soñó y luchó, entregando generosamente muchas vidas, esta fecha significa fundamentalmente un compromiso: continuar la lucha de los 30.000. Mantener el fuego de la indignación ante las injusticias, del dolor ante la miseria y la pobreza, de la insubordinación frente a todas las formas de opresión, de […]
Para quienes somos parte de una generación que soñó y luchó, entregando generosamente muchas vidas, esta fecha significa fundamentalmente un compromiso: continuar la lucha de los 30.000. Mantener el fuego de la indignación ante las injusticias, del dolor ante la miseria y la pobreza, de la insubordinación frente a todas las formas de opresión, de la rebeldía frente al poder que oprime y disciplina.
Nuestra generación no fue la primera que fue exterminada en nuestro país. De varios genocidios se hizo esta «Argentina» capitalista. El de los pueblos originarios, el de los pueblos afrodescendientes. Varias masacres dolieron nuestra historia. Los obreros de la patagonia, los de la Semana Trágica, los de León Suárez, los del 17 de octubre. Varias proscripciones marcaron nuestros desencuentros.
El poder estigmatizó siempre a los rebeldes: indios, negros, anarquistas, cabecitas negras, imberbes, subversivos, duros, siniestros. Siniestros. Estigmatizar, para aislar, condenar, y reprimir.
Continuar la lucha, es sostener el Nunca Más genocidios, Nunca Más impunidad, para avanzar en la desarticulación del aparato del terror.
Este 24 de marzo estuve en la Plaza de Mayo, no por primera vez. Estuve, como tantas otras veces, junto a los organismos de derechos humanos, junto a los movimientos que son parte de la resistencia, junto a la izquierda. Como estuve en tantos actos de las Madres y de otros organismos. Como siempre.
Y no estoy en un escenario en mi carácter de locutora, sino como militante. Sé quién convoca, qué se va a leer, y quiénes lo firman. Ir a un acto de estas características sin saberlo, es a mi entender, una irresponsabilidad inexplicable -por lo que no comprendo que dirigentes de movimientos de derechos humanos puedan afirmar que no sabían lo que se iba a leer, cuando este material estuvo elaborado públicamente, en reuniones a las que estos grupos asistieron-.
Participo en los actos, como militante, no de un partido, no de uno de los organismos, sino como militante de un movimiento heterogéneo, diverso, pero que ha sostenido durante años, la voluntad de hacer de los derechos humanos, una bandera que alude no solamente al pasado, sino que permite soñar otra Argentina y otro mundo, con libertad, dignidad, justicia.
Es por ello que me siento en la obligación de expresar lo que pienso, frente a lo sucedido en la jornada de los 30 años. El acto convocado por el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, fue de una pasividad apabullante. Resultaba conmovedor ver a los miles de personas que han vuelto a las calles, y aquellas que salieron por primera vez para expresar su compromiso con la memoria.
Es sabido que no era el acto que deseaba el gobierno, que hasta último momento intentó tener «su propia Plaza», con la compañía de dirigentes históricas de los derechos humanos que lo flanquearan.
Es sabido que más de trescientas organizaciones, durante varios meses, llegaron a acordar el texto que leí junto a otra compañera, desde el escenario de la Plaza de Mayo.
Es sabido que las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora y las Abuelas de Plaza de Mayo no estuvieron de acuerdo en firmarlo, pero que acordaron con los organizadores de la marcha participar de la convocatoria, compartiendo las consignas centrales.
Sin embargo, una impresionante campaña mediática está transformando lo sabido en omisión, y poniendo en escena una burda tergiversación de la realidad.
Desde que llegamos a la Plaza, varias horas antes que se iniciara el acto central, sectores provocadores que rodearon el escenario, intentaron impedir que se repitieran las consignas acordadas por los convocantes, y que se leyera el documento. Insultos a los locutores, amenazas, y hasta agresiones físicas, fueron sostenidas durantes varias horas. De esto no hay ni una palabra en las declaraciones posteriores realizadas por Madres Línea Fundadora, Abuelas de Plaza de Mayo y el Serpaj, entre otros. No recibimos solidaridad en el momento. No recibimos apoyo después. Lo que sí recibimos fue la descalificación del acto, ignorando la provocación organizada sobre el mismo.
Personalmente, acepto que esas organizaciones puedan tener esperanzas en este gobierno, como pueden haberlas tenido en otros gobiernos anteriores, desde Alfonsín hasta el gobierno de la Alianza.
No acepto que se condene el disenso. No acepto que se diga que reivindicar los derechos humanos hoy, es olvidar a nuestros 30.000 compañeros. Creo, por el contrario, que se falsifica la memoria, cuando se la recorta, cuando se la pretende remitir a un pasado sin presente.
Nuestros 30.000 compañeros y compañeras no aceptarían jamás que se los recuerde, olvidando a los trabajadores reprimidos salvajemente y varios de ellos presos en Las Heras por reclamar trabajo, olvidando que el pago de la deuda externa se realiza al mismo tiempo que continúa el hambre de nuestro pueblo, o mirando para otro lado cuando se participa con fuerzas militares argentinas de la invasión a un pueblo hermano como Haití. No. No nos perdonarían que el recuerdo, se llenara de tantos olvidos.
Es cierto que hubo autoritarismo este 24 de marzo. El autoritarismo de quienes no aceptando un consenso mayoritario, rompieron los acuerdos realizados en el espacio del Encuentro de Memoria Verdad y Justicia, para imponer otra lectura del acto multitudinario. El autoritarismo de quienes habilitan al gobierno, para que repita los discursos macartistas de la «izquierda siniestra», y hacen caso omiso del accionar de sus patotas.
La izquierda tiene mucho para cambiar, mucho para debatir y mejorar, para coordinar, y para aprender. Pero no son precisamente los que mandan o los que habilitan las patotas, quienes están autorizados para dar consejos de democracia.
Este 24 de marzo, nos queda la alegría de la gente en las calles, y el dolor de que los compañeros y compañeras con quienes compartimos tantas rondas en la vida, parecieran desconocer esta historia y hacer coro a quienes vienen trabajando para desarticular al movimiento popular.
A quienes continuamos cultivando los sueños, en el llano, nos seguirán pegando desde la fuerza que les da el manejo indiscriminado de los medios de comunicación de masas y del aparato estatal. Pero no tenemos miedo ni melancolía. Estamos parados en nuestra tierra, abonada en la sangre de todos los maltratados de la historia. Seguiremos siendo, la voz de los vencidos, hasta siempre, hasta la victoria.